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La imagen de esa chica, apareció como por arte de magia en su mente. Había pasado casi dos meses desde aquella cena, y ahora que estaba montado en ese avión de vuelta a Madrid, para pasar un par de semanas, la recordó con anhelo. Tenía que verla, tenía que planear algo para poder hacerlo.
***
— No sé si deberíamos hacerlo — Robert mostró duda en su rostro mientras , colocaba la silla doble al caballo. — Quizá no pueda con nuestro peso y ... nos caigamos. — dijo ocultando una sonrisa, haciendo que Abril se asustase.
— ¿Que? ¿te has vuelto loco? Pues déjale tranquilo. Con verle desde aquí abajo me conformo.
El chico soltó una carcajada al ver el rostro preocupado de Abril.
— ¿Crees que te diría de montar, si no estuviera seguro de que puede con ambos? ¿Por qué crees que tengo una silla así? Montaba con mi padre cuando era pequeño, y creo que yo ya pesaba más que tú. !Sube, anda! — animó. — !no te va a pasar nada!
Abril le miro pensativa, cuestionándose si de verdad era seguro, o si harían daño al caballo . Hasta que al fin se animó a hacerlo, y subió a lomos de Rayo.
— ¡Esto da un poco de vértigo¡—confesó, poniéndose rígida.
— Tranquila, ya verás, será divertido. — le alentó. — iremos hasta el río y volvemos ¿ok?
Abril aceptó nerviosa, encogiéndose de hombros. Dejando que su acompañante, se acomodará detrás de ella.
El día que su madre le dijo que Robert había vuelto y que iba a cumplir su promesa, no se lo pudo creer. Incluso pensó que la estaba gastando una broma. Y acto seguido, empezó a aplaudir y dar saltos de alegría. No estaba segura que era lo que la ponía tan contenta, si el hecho de montar a caballo o que Robert se hubiera acordado de ella.
Fueron a velocidad de paseo, dejando atrás la finca, siguiendo un sendero hacia el río, lleno de castaños y flores silvestres. Robert, guardando la espalda de la chica, aprovechaba cada segundo del que disponía en absorber el aroma de su rojo cabello. Con un suave movimiento, apartó su melena, echando los largos rizos sobre uno de sus hombros. Quería ver su cara, y la excusa de que su cabello no le permitía ver el camino le pareció perfecta.
Al poco rato llegaron al arroyo, y dejaron que el caballo descansara y tomara agua. Ellos se sentaron en la hierba admirando el paisaje.
— No me puedo creer que esto este tan vacio. Si yo viviera aquí, subiría a diario. — dijo imaginándoselo. — ¿Lo oyes?
— ¿el que? — pregunto él.
— El agua, los pájaros ... — suspiró.— Hacia tanto tiempo que no venía al campo ... que casi había olvidado el suave murmullo del agua, cuando corre entre las piedras y ... todos esos sonidos — dijo volviendo a suspirar con melancolía.
Robert agachó la cabeza, y jugueteo con una margarita que había arrancado.
— Seguro que traes aquí a todas tus conquistas. — bromeó Abril, consiguiendo que este levantara la cabeza y la mirara.
— Pues... no — contestó sorprendido por esa afirmación. — ¿Crees que debería traerlas?— preguntó riendo.
Ella volvió la cara, mirándole de frente, sin creer que aquello fuera cierto. Y frunció el ceño.
— ¿En serio? Es el sitio más romántico que he visto nunca. — afirmó mordiéndose el labio. — esto debería estar lleno de parejitas jurándose amor eterno.
De pronto sus mejillas se encendieron, y ella trato de disimularlo con el pelo. "¿Y si él pensaba que se estaba insinuando? O que era una cría que había leído demasiados cuentos de hadas"
— Si. Creo que deberías traer aquí a tu novia. Seguro que le encantaría. — dijo atropelladamente, intentando salir del atolladero que creía haberse metido.
Rob pensó que no podría existir una chica más dulce que aquella, y no pudo ocultar su fascinación.
— Si. Seguiré tu consejo. — aseguró — lo haré en cuanto la tenga.
A Abril le fue difícil esconder la sonrisa que se había dibujado en su cara, y le imitó arrancando otra florecilla.
— ¿Y tú? ¿Tienes novio?¿Sales con alguien?
— eh ... no. — dijo regalándole una tímida risita, sin levantar la mirada.
— Ese... no... creo que oculta algo — señaló Robert intentando indagar.
— No oculto nada. Solo que no estoy con nadie. — A Abril encendieron las mejillas. ¿Preguntaba por mera curiosidad o de verdad le interesaba saber si había alguien?— mi madre me mataria si saliera con alguien. — confesó sintiéndose aún mas cría.
— ¿nunca has salido con nadie? — Preguntó divirtiéndose viendo como se incomodaba.
— Ríete lo que quieras, estoy acostumbrada. — dibujo una mueca en su rostro riéndose ella también de si misma.
— No me rio, solo me ha parecido... raro.
— Ya... soy muy infantil, ya lo sé. Me lo dicen continuamente mis amigas. Pero... ¡Joder acabo de cumplir los 16, no sé por qué todo el mundo tiene tanta prisa!
—¡Esa boca! Habrá que lavarla con jabón.
Abril se sintió avergonzada y se quedó de nuevo en silencio. Había intentado aparentar que era una chica madura y lo único que conseguía es que él pensara que era aún más niña.
Miró al horizonte, escuchando los sonidos que la naturaleza la regalaba. Disfrutando cada segundo como si fuera el último, de la hierba fresca y de la multitud de colores de las flores, que la rodeaban. Colocó los brazos sobre su cabeza y cerrando los ojos se tumbó.
— Tienes razón. Esto es precioso.— Robert rompió el silencio tras unos minutos, al verla sonreír, con su cabellera rizada mezclándose con las flores.
Ella abrió los ojos y le sonrió afirmando. “Sería precioso verla allí en otoño” pensó. Cuando las hojas se tiñen de dorado y naranja como su cabello.
Se recostó de lado sobre un codo y la miró, resistiendo la tentación de besarla.
— ¿Te puedo preguntar algo?
Abril temió la pregunta pero accedió.
— ¿No has besado nunca a nadie?
Abril rio nerviosa y negó con la cabeza. Estaba tan preciosa con esas mejillas encendidas que deseo quedarse así para siempre. Mientras ella, abochornada no pudo sostenerle la mirada.
— No te avergüences. No tiene nada de malo. Y si tus amigas se ríen de ti, por eso ... es que son imbéciles.
Abril mostró un leve gesto de satisfacción. Por primera vez alguien no se había burlado de ella por ese motivo. Y se sintió bien.
— Tienes un pelo precioso. — comentó tomando uno de sus rizos enredando entre sus dedos.
Su tono de voz era bajo y dulce. Y su tacto tan terriblemente seductor, que la tomo por sorpresa y se puso tensa, sin saber cómo reaccionar.
— Perdona, no he podido evitar tocarlo. No pensé que pudiera molestarte.
— No, no me molesta. Solo me ha... sorprendido. — tocarla el pelo era algo que solía hacer su madre y algunas mujeres pero nunca un chico.
Robert mirando el reloj, sin ninguna gana — Creo que deberíamos volver ya. Seguro que tú madre está preocupada.
Abril asintió sin muchas ganas, temiendo que esa fuera la última vez que le viera. Pero no tenía sentido alargarlo más y posiblemente su madre ya estaría de los nervios
— Si, será mejor que volvamos.
Robert soltó el rizo con el que estaba jugando y se incorporó de un salto, ayudando a Abril a ponerse en pie. La cogió de la mano y se acercaron hasta donde estaba el caballo.
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