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Abril se sentó frente al espejo del tocador de su cuarto, cogiendo entre sus manos, la vieja fotografía que siempre la acompañaba. Esa fotografía era de los pocos recuerdos que tenía de su padre. Aún recordaba ese día. Recordaba ese camino de arena, el olor de la hierba mojada y de las flores silvestres. Era mayo, había estado lloviendo toda la noche, pero su padre le había prometido que si salía el sol, la llevaría a pasar allí el día. Y así lo hizo. El sol brilló y él cumplió su promesa.
Miró con detenimiento el rostro de su padre. Le gustaba recordarle así, grande y fuerte. Con su habitual barba de tres días. La tenía subida a sus hombros, mientras su madre posaba abrazada a él mirándoles con amor. Le encantaba esa foto, le encantaba recordar esos momentos en los que su padre la lleva a andar por esos caminos y se paraban a ver las flores y a escuchar los cantos de los pájaros. Nunca tuvo claro como era capaz de distinguir todos esos sonidos, esas huellas y saber que animal se ocultaba, en donde para ella solo era un agujero en el suelo.
Al final de esos largos paseos, su padre siempre tenía que llevarla a hombros, algunas veces era por qué estaba realmente cansada y otras, solo porque quería sentirse como una de esas aves, extender sus brazos e imaginar que ella también podía volar.
Después de ese verano, las excursiones empezaron a ser más escasas y más cortas. Ella empezó a pensar que era porqué era demasiado grande y pesaba demasiado para que él pudiera cargar con ella, así que dejó de quejarse, y de pedir que la llevara en brazos. Con el tiempo, se dio cuenta que no era esa la razón. A él cada vez le costaba más caminar sin ahogarse. Cada vez más delgado, y cansado, hasta que su musculatura había desaparecido prácticamente por completo. Solo había una cosa que no perdió nunca y fue la sonrisa.
Cada día al volver del cole, se sentaba a su lado en el jardín o en la cocina mientras se tomaban un zumo de naranja y le contaba lo que me había pasado en el colegio. El siempre la escuchaba paciente, como si lo que le contase fuera lo más importante del mundo.
Un día llegó llorando a casa, porque un niño la había llamado fea y zanahoria, y él la abrazó y la besó en la frente..Y lo que dijo en aquel momento, quedaría grabado en su memoria para siempre. "No consientas que nadie, nunca, te haga sentir mal, por qué eres el ser más maravilloso que existe en este mundo. Y yo siempre estaré para consolarte y protegerte"
Después de ese día, apenas salió de su habitación o se levantaba, pero ella, como cada día iba a su cuarto, para ver juntos la tele o leer y contarle sus cosas. Esa triste rutina, se hizo tan normal para ella, que pensó que sería eterna. Hasta que, dos semanas después de su onceavo cumpleaños, él ya no despertó más.
Desde entonces, esa foto le había estado sustituyendo de alguna manera. Cada día miraba esa foto y le contaba lo que le había ocurrido, algunas veces, hasta sentía vergüenza contarle las trastadas que había hecho en el cole, o la discusión que había tenido con mamá. Después, siempre se imaginaba su respuesta, encontraba un buen consejo para darle y hasta se imponía castigos imaginarios.
Y ahí estaba ella ahora, frente a esa fotografía. Cinco años después de su muerte, aún seguía contándole sus problemas, desahogándose de lo injusto que le parecía todo, contándole lo inadaptada que me encontraba algunas veces en clase, o sus continuas discusiones con mamá. Pero en esto último, por mucho que buscara su apoyo, la imaginada respuesta de mi padre, siempre le daba la razón a su madre. Y es que, ella había dejado todo aparcado, para cuidarle esos últimos dos años de vida, siempre sin quejarse y ocultando su tristeza y después de su muerte había tenido que lidiar con la soledad, con la perdida del amor de su vida, con los problemas que supone sacar adelante ella sola una casa y una niña que se había quedado sin su padre y su mejor amigo en el mismo día.
Le daba rabia tener que admitir, que su madre lo era todo para ella, en este momento. Entendía que le diera miedo que le pasara algo, que no quisiera darse cuenta de que estaba creciendo y ya no era su bebé. Pero como cualquier chica de dieciséis años, quería ser tratada como cualquier chica de su edad, poder cometer errores, enamorarse y que la rompieran el corazón. Salir con sus amigas y llegar cinco minutos tarde sin que su madre perdiera los nervios. Solo quería eso, ser una chica normal y no como la niña de once años que ya no era.
— !Date prisa, Abril! llegaremos tarde! —apremió su madre, entrando en el cuarto. —¿Todavía estas así?
Abril bufó aburrida. Soltando el retrato de su padre y colocándolo de nuevo, con sumo cuidado sobre el escritorio. —¡Termino de maquillarme y ya me visto! ¡tranquila, solo son dos minutos!
— ¡Pues no te maquilles tanto, no te hace falta! — Contestó Sofía nerviosa, antes de salir por la puerta de la habitación.
— ¿Ves lo que te digo, papá? ¡No entiendo tanto nerviosismo! — Se quejó, sabiendo que ya no podría oírla.
Rebuscó entre los pintalabios, escogió un gloss pálido, que aplicó con rapidez. Se calzo las bailarinas que combinaba con un vestido, demasiado infantil para su gusto, pero que su madre había elegido para ella. Y tras dar un beso a la foto de su padre, abandonó el cuarto y bajó las escaleras.
Sofía esperaba en pie abajo, mirando el reloj con desesperación y jugueteando con las llaves de coche. Cuando la chica apareció, echo un último vistazo al espejo del recibidor. Había recogido su dorada melena en un sencillo moño bajo y el ajustado pero elegante vestido negro, dejaba ver su impresionante figura.
— ¡Aún no entiendo porqué tengo que ir yo! ¡Seguro que te pasarás la noche hablando del trabajo y yo me aburriré como una ostra! — Protestó Abril en el humbral de la puerta. —¡Deja que me quede en casa, te prometo que veré la tele un rato y me acostaré pronto! — Pidió por enésima vez.
— ¡Cambia esa cara!¡Te lo pasaras bien! Alejandro tiene muchas ganas de conocerte, creo que le hable tanto de ti, que ya es como si te conociera.
— ¿Alejandro? Supongo que ese será el nombre de pila del Sr. Salcedo. Nunca le habías llamado por su nombre.
Sofía se quedó pensando unos segundos en aquella afirmación. Era cierto. Llevaba trabajando para él casi cuatro años, y aunque siempre habían mantenido una relación cordial, nunca habían traspasado ese límite.
— Supongo que últimamente hemos pasado demasiado tiempo trabajando juntos, que ya le he cogido confianza. — Alegó ella. — Además, su hijo es un encanto. — dijo abriendo la puerta de la calle y no dándola más opción que la de salir.
— Si, seguro que es un encanto. — repitió ella en tono burlón, dirigiéndose hacia el coche. — Aún recuerdo a las encantadoras hijas de Maribel. — contraatacó, recordando a las maleducadas gemelas, que se habían mudado a la casa de al lado hacia un par de años.
Sofía bufó teniendo que darla la razón, y sin decir nada al respecto, entraron en el recién lavado Mini y condujo hasta el hotel donde tendría lugar la recepción.
— Cariño, te lo compensare. Te lo prometo. — habló Sofía rompiendo el silencio después de varios minutos. —Estarán allí todos los socios de la compañía con sus familias, y el Sr. Salcedo me ha pedido explícitamente que vayamos. Es muy importante para él. No podía negarme. Así que, por favor, sonríe.— Pidió.
— ¿Ahora sí es, Sr. Salcedo? — Bromeó. — ¡Pero si tú no eres socia! ¿Por qué tienes que ir? — Sofía suspiro perdiendo totalmente la paciencia y Abrí se cruzó de brazos con resignación. — Está bien. Sonreiré y me comportaré como una niña buena. ¡Pero mañana me cenamos pizza!
Llegaron al hotel después de un largo camino, dejando el vehículo en manos del aparcacoches que las esperaba para abrir su puerta. Sofía salió del vehículo, se alisó la falda con las manos y sonrió a Abril. Que, ahora que había aceptado que tenía que asistir a ese maldito evento, quisiera o no. Se percató de la elegancia de su madre.
— Mamá, estás muy guapa. — afirmó, sacando una sonrisa a su madre.
Ella tampoco estaba acostumbrada a asistir a cenas de ese calibre. Su trabajo se reducía a estudiar que todo el papeleo estuviera en regla, y a asegurarse de que las inversiones fueran rentables. Había pasado semanas, incluso meses, trabajando sin descanso, asegurándose que todo estuviera en orden con aquella fusión, y estar invitada a esa cena era la manera en la que el Sr. Salcedo le demostraba su confianza y su agradecimiento. Así que había gastado mas dinero del que debía, en asegurarse de que ambas lucieran hermosas. Y que Abril, no se sintiera una extraña en un mundo muy diferente al suyo.
“Debe de ser algo realmente importante” Pensó Abril mirándola. Hacia mucho que no la veía así de emocionada. La última vez que estuvo así, fue cuando volvió a retomar su carrera, después de pasar dos años dedicándose en exclusiva al cuidado de su padre y de ella.
Se miraron por última vez, y avanzaron hacia la gran puerta del hotel, donde el Sr. Salcedo las estaba esperando.
— Buenas noches ¡Estas... esplendida, Sofía! — Las saludó el señor Salcedo, abriendo plenamente los ojos, como si no pudiera creerse lo que está viviendo.
Abril sonrió hacia aquel caballero, pensando que se habría quedado sin palabras al ver a su madre lucir tan radiante. Sofía le saludo de vuelta, regalándole la mejor de sus sonrisas, con las mejillas encendidas.
— ¡Tu debes de ser Abril! — saludó mirando a la chiquilla de pelo rojo — Tu madre me dijo que eras muy guapa, ahora veo que no estaba exagerado. — añadió consiguiendo que se ruborizara.
— Cariño, él es el Sr. Salcedo. — le presentó Sofía, ante la cara expectante de su hija.
Alejandro Salcedo, era un hombre realmente elegante. Alto y de buen porte. De poco más de 50 años, ojos claros y pelo oscuro, con algunas canas en la sien, que le hacían realmente atractivo.
— Pasemos dentro. — Animó él, acompañándolas al interior del edificio.
Saludaron a algunos invitados, que bebían champagne, a la espera de entrar en el salón donde se serviría la cena, mientras la chica andaba detrás de ellos, observando todo lo que sucedía a su alrededor.
— Permíteme que le presente a mi hijo — Pidió a la joven, buscando a éste con la mirada, entre todas las personas que allí se encontraban.
Abril temió lo que pudiera encontrarse. El Sr Salcedo, podía ser el hombre más atractivo y agradable del universo, que si su madre decía, que su hijo era un encanto y teniendo en cuenta que no le parece bien ningún chico, seguro que era un niño repelente y estirado. Repeinado, con gafas, aparato y pajarita. Y lo que era peor, si había estado viviendo en Escocia tanto tiempo, posiblemente apareciera con falda de cuadros y tocando la gaita.
La muchacha no pudo ocultar la sonrisa que se formaba en su cara, ante la imagen ridícula de ese pensamiento. Apretó los labios, y bajo la cabeza, para calmar la carcajada que estaba apunto de estallar en su boca
Robert soltó la fina copa de cristal después de apurarla, en cuanto su padre reclamó su presencia, y se acercó a él, comportándose con sus invitadas justo como era de esperar.
— Abril, te presento a mi hijo Rob.— La voz del Sr. Salcedo, sacó a la chica de sus pensamientos, y alzó la vista. Descubriendo, que frente a ella, no se encontraba el niñato empollón con acné que se había imaginado. Si no el chico más guapo que había visto en su vida. Alto, de cabello oscuro y ojos oscuros, que parecían aclararse u oscurecerse según le diera la luz.
Sintió que había sufrido un flechazo y sus mejillas comenzaron a arder haciendo juego con su pelo. Intentó guardar la calma y le sonrío. Tratando de disimular que se sentía como una niñata a la que se le caía la baba frente a un chico guapo. Durante varios segundos, no se vio capaz de articular palabra y borrar la estúpida sonrisa. Así que apartó la mirada para no quedarse enganchada de sus ojos. "¡Tierra tragarme! Esto no puede ser real. " pensó sintiendo que moriría de vergüenza, como siguiera mirándola de esa manera.
— Encantado — Habló el joven tendiendo la mano. Sorprendiéndose al descubrir, que la cría de la que tenía que hacerse cargo no era ninguna niña de doce años como él pensaba, si no una preciosa chica de unos quince o dieciséis. Si, demasiado joven igualmente, pero debajo de esa sonrisa tímida de apariencia infantil y ese vestido cursi podía imaginarse muchas cosas.
Ella no supo cómo reaccionar, no estaba acostumbrada a saludar con un apretón de manos, pero imaginó que eso era lo que se esperaba y tendió también su mano estrechándola. El sonrió, sosteniéndola más tiempo de lo que marcaba el protocolo.
— Encantado de volver a verla.— Saludó después a Sofía, que le respondió del mismo modo, encantada con los modales del joven.
A los pocos minutos, el hall se llenó de gente, y el maître se acercó al Sr. Salcedo, avisándole de que el podían acceder al salón en cuanto este diera la orden. Alejandro hizo un movimiento con la cabeza de afirmación y este abrió los portones, haciéndose a un lado para que pasaran. Alejandro cedió el paso a Sofía y a Abril, que miraba a su alrededor impactada, cruzando aquella enorme puerta.
Nunca había estado en un hotel tan lujoso como aquel. Cuidado hasta el último detalle. Las gigantescas lámparas de cristales iluminaban la enorme sala, rodeada de enormes ventanales, techos decorados y un espléndido entarimado con incrustaciones de marquetería. Mesas redondas perfectamente distribuidas, con finos manteles blancos, vajilla de porcelana fina, la cristalería tallada y cubiertos de plata. En el centro de ellas, pequeños centros de flores malvas les daban color.
Robert la siguió de cerca, viendo su expresión de fascinación, y tomó asiento junto a ella en la mesa.
Abril se mordió el labio inferior nerviosa y agachó la cabeza mirando sus pies, tratando, de alguna manera de ocultar su torpeza y su timidez, mientras Robert intentaba, por todos los medios, entablar una conversación, aunque apenas conseguía que ella le mirara, le contestara con monosílabos y le sonriera tímidamente. Pero no por ello perdió el interés en sus ojos verdes, en las pecas que se dibujaban encima de sus mejillas y su nariz, y los labios rosados que no paraba de morder. Olvidándose por completo de Claudia y sus hermanos que, sentados al otro lado de la mesa, no les dejaban de mirar.
— ¡No entiendo por qué tienen que sentarse con nosotros, estás dos! — Farfulló Claudia hablando con su hermano. "Esa niñita me va a meter en problemas"
— Pues yo lo que no entiendo es por qué Rob la acapara para él. — Respondió Felipe sin perder de vista a la pelirroja. — ¡El muy cabrón, ni siquiera nos la ha presentado!
— ¡No seas baboso! Es una niñata. ¡Mírala! !Menudo vestido! Solo le falta llevar dos coletitas con lacitos. ¿Que tiene, doce años? — Se burló ella, muriéndose de celos.
Claudia había esperado demasiado tiempo para verle esa noche, y no estaba dispuesta a consentir que una niñata le causara problemas y la oportunidad de pasar un rato a solas con él. Sin embargo, Robert no parecía estar demasiado interesado en su vieja amiga aquella noche y pasó toda la cena pendiente de Abril, buscando algo en común. Preguntándose si quizá, tendría la oportunidad de poder volver a verla sin que sus padres estuvieran de carabina.
— Hace mucho calor aquí. ¿No crees? — declaró Robert después de la cena, buscando una excusa para deshacerse de las miradas del resto de la mesa.
Ella afirmó con la cabeza, pensando lo mismo. Aunque no tenía claro si realmente era cierto o era solo el calor que sentía al tenerle tan cerca.
— ¿Te apetece salir fuera? — propuso mientras el resto de los invitados se ponían en pie, hablando entre si con el resto.
Ella sintió aun más calor, y avergonzada por tener que pedir permiso a su madre, salieron al jardín. Los nervios se apoderaron de ella, al verse a solas con él. Nunca había sido una chica demasiado abierta, con los chicos de su edad, pero entablar una conversación con un chico más mayor, y de otra clase social y con esos modales tan refinados, era algo que se la escapaba por completo.
Empezaron a hablar de estudios y de aficiones. El empezaría el último año de instituto antes de ir a la universidad, aunque no tenía muy claro si estudiar en la universidad de Oxford; en la de Glasgow y estar cerca de su madre o convencer a su padre de mudarse a Madrid estudiar allí.
La pelirroja le escuchaba atenta. Ir a la universidad era algo que veía tan lejano, que nunca se había parado a pensar en lo que haría en el futuro. Le encantaba pintar, tocar el piano, le gustaban los niños y sentía gran admiración por la psicóloga que la había ayudado a afrontar la muerte de su padre. Pero también le gustaba pasar el día en el campo y observar a los animales en su hábitat. Incluso recordaba el día que rescataron, su padre y ella, una cría de buo, a punto de morir por deshidratación al tener un ala rota. Lo llevaron a casa le curaron y cuidaron durante días, temiendo lo peor hasta que pudieron soltarle de nuevo.
Se notaba a leguas su nerviosismo, pero cuando empezó a contarle todo aquello, ya no pudo parar de hablar. Tenia tantos sueños y tanta energía, tanta melancolía en sus palabras, que Robert no tuvo que volver a intentar sacar las palabras de su boca. Sintió que era aire fresco para sus oídos y consiguió olvidarse por un rato del protocolo y de todo lo que se esperaba de él.
Abril empezó a templar. El fino vestido no había sido diseñado para estar al aire libre, en una noche de marzo, así que se abrazó y acarició sus brazos desnudos, para reconfortarse, mientras siguió relatando la noche, en la que ella y su padre acamparon en el jardín, a la espera de ver una familia de erizos que se habían mudado al lado de su rosal.
Robert, se quitó la americana y se la puso sobre los hombros, sacándola una sonrisa agradecida, mientras él deseaba ser el mismo quien la hiciera entrar en calor, pero con poder recoger en esa prenda su perfume, se conformó,
Pasaron los minutos, y Robert no supo cuándo Abril había pasado de relatar la historia del erizo a contarle la última película lacrimógena que había visto. El asintió como si se estuviera enterando de algo, pero lo hacia con tanto entusiasmo que le daba pena interrumpirla. Y en realidad, es que mientras ella estaba entretenida narrando esa historia, él imaginaba lo que se escondía bajo su recatado vestido.
— Al final consiguen liberar al caballo, y el médico le curó la pata como si fuera otro soldado. — relató ella, como si sintiera alivio en ese momento porque se hubiera salvado el animal.
— ¿Te gustan los caballos? — preguntó Robert. Sin haberse enterado mucho de lo que le había contado.
— Me encantan, son... tan... pero siempre los he visto de lejos. Nunca me he montado en uno. Una vez monté en burro, pero en caballo no. — Confesó.
Rob no pudo más que sonreír, imaginándose a la chiquilla con ese cursi vestidito montando en burro.
— Yo tengo un caballo, se llama Rayo. Bueno... en realidad es Rayo McQueen. Cuando me lo regalaron estaba bastante obsesionado con esa película.
— Pues yo creo que es un buen nombre. Si algun día tengo una yegua la llamaré Sally. — dijo ella tapándose la boca, para esconder una risita nerviosa.
— Rayo y Sally... Les cruzaremos y a su potro le llamaremos Mate. — se rio el chaval. — Pero mientras que consigues a Sally, quizá yo podría enseñarte a montar en Rayo.
— ¿En serio? ¿Me enseñarías a montar? — cuestionó totalmente ilusionada, aguantando las ganas de dar saltos para celebrarlo.
— Por supuesto. Ahora estaré solo un par de días, pero quizá la próxima vez que venga, podría enseñarte.
Abril dibujó una sonrisa en su rostro al pensar en que podría haber una próxima vez.
— Creo que vienen a buscarte — Se lamentó Robert al ver acercarse a Sofía.— Espero que podamos vernos pronto.
— Si... yo también. — admitió emocionada —¡me has prometido una clase de equitación! ¡Espero que cumplas con tu palabra! — Sonrió devolviendo la americana, alejándose de él sin más despedida.
Robert la recogió, y se la puso de nuevo. Inhalando el ligero aroma a lilas que había dejado impregnado, mientras la observó alejarse.
— Robert no se separo de ti en toda la noche. Te dije que era un encanto ¿Te lo has pasado bien? — Preguntó su madre con sonrisa burlona, arrancando el motor del auto.
— Si, es muy simpático. Me dijo que tenía un caballo y que quizá algún día podría enseñarme a montar. — Comentó tanteando su respuesta.
— ¿Se ofreció o te pusiste tan pesada que no le quedó más remedio?— preguntó su madre, temiendo que fuera lo segundo.
— ¡Se ofreció él! Yo no le dije nada.
— ¿Seguro? - preguntó incrédula.
— ¡No me puse pesada! ¿Como iba a saber yo que tenía un caballo?— Refunfuñó volviendo la mirada a la ventanilla, pensando si en algún momento el habría pensado lo contrario.
— ¡Vale, no te pongas así! Sea como sea, olvídate de ello. El volverá a Escocia en un par de días y quién sabe cuando vuelva. — Respondió queriendo bajarla de la nube en la que se había subido.
Abril se quedó pensativa. Era cierto. El mismo le había contado que vivía en Glasgow con su madre, su padrastro y su hermana pequeña. Y que solo venía en vacaciones y algun fin de semana. Posiblemente para la próxima vez que volviera a Madrid, se habría olvidado de ella y de su promesa.
— Tienes razón. Imagino que solo lo ha dicho por ser amable. El Sr. Salcedo le habrá insistido en ello. — Contestó tristemente, perdiendo toda esperanza.
— ¡No digas tonterías! El Sr. Salcedo solo os ha presentado. Hasta a él le a sorprendido que no se alejara de ti un segundo, y ni se acercara a sus amigos.— Abandonó por unos instantes la mirada a carretera y posó la vista en su hija con una sonrisa cómplice. —Porque eres muy niña para él, sino pensaría que hasta le has gustado.— mencionó con una mueca. — Es muy guapo ¿verdad? — añadió después.
Abril no contestó a aquello, solo puso un mueca como si no se hubiera percatado de ello o no le hubiera dado importancia. "Si, claro que era guapo. Mas aún que cualquier chico que hubiera podido imaginar en mis sueños."
— ¡No soy tan niña! El mes que viene cumplo dieciséis.
— Uff. Discúlpeme, doña tengo casi dieciséis años.
— No sé por qué te burlas, la mayoría de mis amigas ya tienen novio y son de mi edad, yo también puedo gustarle a algún chico ¿No crees?
Sofía cambio radicalmente la expresión de su rostro. Era cierto que ya tenía edad de salir con chicos, ella misma ya salía con el padre de Abril a su edad. Pero pensar en que su hija con algún chico, era algo para lo que no estaba preparada.
— Si cariño, eres preciosa y estoy segura de que le gustas a más de uno pero... Si te veo con algún chico, te encerraré en tu cuarto y no saldrás hasta los treinta. ¿De acuerdo? — bromeó.
Abril la sacó la lengua, como una niña traviesa, y accionó el botón para bajar la ventanilla. Asomó la cabeza apoyando los brazos en el marco, disfrutando del aire, que revolvía su cabellera, como lo haría un perrito. Cerró los ojos concentrando todos sus sentidos en esa sensación, y en el sonido de la circulación. Mientras su madre conducía concentrada en la carretera.
Había pasado una velada maravillosa, pero como la cenicienta, era hora de salir de palacio y regresar en su calabaza a la vida real.
Abandonaron la autopista, tras varios kilómetros, cruzando la avenida principal del pueblo y adentrándose después en las silenciosas calles de la zona donde vivían. Levantó el pie del acelerador, conduciendo despacio por aquellas calles estrechas de un solo sentido, permitiéndole admirar las enredaderas que cubrían las rejas de algunos jardines, el gato pardo que se lamía sus patitas tranquilo en la esquina, y un perro que al verle tiraba de la correa de amo, para intentar darle caza. Casi al final de la calle, dónde un viejo arce oculta la esquina, se encontraba su casa. No era lujosa, ni demasiado grande. Pero al fin y al cabo su hogar, su querido hogar. Dónde tantas horas pasó con su padre, cuidando el pequeño jardín, recolectando las manzanas y regando los rosales que el mismo plantó cuando ella nació.
— Hasta mañana mamá — se despidió estirando los brazos y exagerando un bostezó, deseando subir a su cuarto y tirarse en la cama y abrazar la almohada, imaginando si algún día volvería a verle.
— Papá, si le vieras... es ... — Relató a la fotografía que sostenía entre las manos.
Sintió ganas de gritar, y agarró las sábanas para ahogar un grito mezcla de júbilo y tristeza.
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