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27★


     — ¡Suerte en tu primer dia, cariño! — se despidió Sofía, dándola un abrazo a su hija casi llorando.

     Abril no pudo aguantar la risa, al sentir partirse sus huesos con la fuerza de su muestra de cariño .

     — Mama ¡Me voy a la universidad, no a primaria! Además estaré aquí a las tres. Seguro que llego, antes de que te des cuenta.

     — Ya lo sé, pero te están haciendo mayor demasiado rápido !Pero ten cuidado!

     Encendió la luz del garaje, y ahí estaba el Mercedes de Robert, que la habían cedido para poder ir a clase. La idea de hacerle un solo arañazo le aterraba. Seria capaz de volver de Glasgow solo para matarla ... No quería ni pensarlo. Pero sin coche, era complicado salir de esa urbanización y llegar a tiempo a la universidad. Aunque hacerle un abollón sería un buen pretexto para verle de nuevo.

     — ¿Estáis seguros de que no le importará a Robert? — preguntó una vez más, jugando con las llaves.

     — Seguro — dijo alargando la palabra.— Alejandro le preguntó. ¡Vete ya! ¡Se te hará tarde!

     Sofía se metió en la casa y Abril se acomodó en el asiento y procuró calmar los nervios, pero sus manos no parecían estar por la labor de dejar de temblar. "Quizás sería mejor coger un Uber" pensó poniendo las manos sobre el volante de cuero.

     A punto estaba de arrancarlo, cuando la música de su móvil comenzó a sonar. Lo sacó de la mochila y miró la pantalla. “¡joder!”

     — ¿Robert? — preguntó con el corazón acelerado. "¿Cuando dejaré de ponerme así, solo con escuchar su voz?"

     — Buenas pecosa. ¿Que tal?

     "¿Pecosa?" Hacía siglos que no la llamaba así. — Bien, ya me iba de camino a la uni... ¿No te importa que te coja el coche verdad? Tu padre me dijo que podía. Pero si no quieres lo entiendo, no pasa nada. Cojo un Uber. — dijo a toda prisa, esperando que su negativa la salvara.

     — ¡Si claro! Puedes cogerlo. — respondió en tono afectuoso. — Eh... solo te llamaba para desearte un buen día y pedirte que tengas cuidado.

     — eh... claro... Gracias. Lo cuidaré no temas. Intentaré que no le pase nada. — dijo con miedo de no poder cumplir su palabra.

     — Que tengas cuidado… Por ti, no por el coche. — Aclaró Robert sonriendo al otro lado de la línea. En realidad, le importaba muy poquito lo que pudiera pasarle a ese coche, si ella estaba bien.

     — Ehh .. Si... lo tendré. Gracias.

     Abril notó reconfortarse cuando colgó. Recordó todas esas veces que él le había intentado enseñar a conducir aquel coche. Y las veces que ella se había frustrado por no ser capaz de hacerlo, por haber calado el coche en una cuesta y no poder volver a arrancarlo. Y las veces, que él la había abrazado y besado desde ese asiento.

      La nostalgia se apoderó de ella, le hubiera gustado que se hubiera quedado con ella, aunque solo fuera como el hermano que él había intentado ser.

     Anduvo por los pasillos buscando la dichosa aula. Pero todos parecían ser iguales, y no llevarla a ninguna parte. Ni siquiera tenía claro si aquella era la planta en la que tenía que estar. Preguntó a unos alumnos, que mirándola como a una novata tonta, la guiaron hacia su aula.

     La puerta ya estaba cerrada cuando entró, la profesora la miró guardando silencio y ella se disculpó, aguantando el bochorno de escuchar los cuchicheos y risas del resto de los alumnos.

     Buscó con la mirada un sitio donde sentarse, y al fin conseguir dejar de ser el centro de atención.

     En la última fila, junto a la ventana, una chica de larga melena negra la invitó a sentarse a su lado. Abril sonrió con alivio, y se dirigió allí, agachando la cabeza.

     — Gracias. Me has salvado el día — susurro.

     — ¡Wow! Pues sí que es fácil hacerte feliz. — contestó la morena entre risas.

     — Abril — se presentó tendiéndole la mano.

      — Aurora, pero puedes llamarme Auri.

     Abril superó las primeras semanas de universidad. Había hecho algunos amigos, aunque pasó la mayoría del tiempo con Aurora. Pese a parecer tan diferentes, a ambas les gustaban las mismas cosas, la misma música, y aunque les resultaba divertido mirar a los chicos, ninguna de ellas, tenia intención de conocer a ninguno.

     El estómago le rugía cuando se abrió el portón de la casa y metió el coche en el garaje. Subió a la primera planta, cargando con la mochila y tropezó con una maleta, al pie de la escalera.

     — ¡ya estoy en casa! —  gritó desde la escalera, esperando que alguien la contestara.

     Su madre salió de la cocina y se acercó a ella.

     — ¿Y esto mami? — la preguntó. — ¿Salís de viaje? — eran demasiadas maletas para ser solo de Alejandro. Pero el día anterior no había comentado nada.

    — No, cariño. Robert que... ¡Ha vuelto! — sonrió — No quiso decir nada, por si no conseguía plaza para este año pero... Mira... Está en el despacho con Alejandro... ¿Por qué no vas a saludarle?

     Abril se atragantó con su propia saliva y se quedó sin palabras. No sabía ni como sentirse, y todo empezó a dar vueltas a su alrededor.

     — Claro mamá. Dejaré primero la mochila en la habitación. — consiguió articular al fin, con el pretexto de conseguir tiempo.

     Subió a su cuarto y respiró hondo. Tenía que bajar, pero no veía la manera de ir a saludarle. Volvió a coger aire, y agarró el pomo de la puerta del cuarto, dispuesta a ir en su busca cuando oyó unas rápidas zancadas ascendiendo por la escalera, y no tuvo ninguna duda de que era él.

      — ¿Que tal enana? ¡Estarás cuidando "mi" coche! — Saludó, recalcando el "mi", al acercarse a ella.

     Abril sonrió. — Ni un solo arañazo. — dijo tendiéndole las llaves. Suponiendo que estando allí, querría recuperarlo.

     Robert ignoró su gesto, y la achucho por los hombros, dándole un beso en la frente.

     — Voy a darme una ducha. Nos vemos luego. — dijo al soltarla metiéndose en su habitación.

     Abril se quedó parada, su abrazó le había reconfortado, pero no había sido el tipo de abrazo que ella querría recibir de su parte, si no un abrazo totalmente fraternidad, como si el hubiera superado lo que había existido entre ellos tiempo atrás, y solo quedara eso.

     Sintió sus ojos humedecerse, por eso había vuelto, el lo había superado.

     Se aseguró de tener los ojos secos y bajó las escaleras de nuevo.

     — He pensado que ahora que estás aquí, querrás recuperar tu coche. — dijo Abril un par de días después durante la cena. — he pensado que... Una amiga me dijo que buscaban gente en el bar donde trabaja y... Podría trabajar allí y comprarme mi propio coche. Uno más pequeño.—  dijo a pesar de saber que a su madre no le haría mucha gracia.

     Robert le miró sorprendido , arqueando una ceja como si esa idea no le gustara en absoluto.

     — Yo tengo la moto, no necesito el coche. Además, me puede llevar Bruno en el suyo.— dijo sabiendo la contestación con la que se encontraría Abril.

     — ¿Trabajar? ¡no digas tonterías! Si quieres un coche mas pequeño pues miramos uno que te guste más, pero ahora tienes que centrarte en tus estudios, que es lo importante. — contestó Alejandro, pereciéndole absurda esa idea.

     La cara de Abril cambio totalmente. Sabia que Alejandro lo hacia con buena intención, y que no había necesidad de trabajar. El podría comprar un coche diferente para cada día de la semana si quisiera, pero no era su padre, ni quería sentirse una inútil que había dado el braguetazo de su vida al entrar en esa familia. Y mucho menos, quería que la hablarán como si todas sus ideas fueran estúpida.

     Robert entendía perfectamente como se sentía ella. Era exactamente la misma manera en la que el se había sentido muchas veces, cuando su padre le había cogido billetes de avión en primera, cuando el solo quería verle, o le había regalado esa enorme televisión para su cuarto, cuando el lo único que quería era ver la tele con el, o aquellas navidades en las que le pidió un pequeño abeto para decorarlo juntos y su padre apareció con el abeto más grande que había encontrado, y ya decorado por expertos, como un gran árbol de un centro comercial.

     A Abril se le cerró el estómago, y se disculpó para subir a su habitación. Entró en su cuarto y cogió en sus manos la foto de su padre e imaginó su contestación. Si, ya lo sabía. Alejandro solo quería lo mejor para ella, pero no podía dejar de sentirse frustrada. Se tumbó bocabajo en la cama, abrazando a la almohada. Solo quería tomar el control de su vida. Por una vez, poder decidir algo. Y aunque pudiera parecer absurdo, tenía envidia de su amiga y se sintió como una princesita de cuento encerrada en la torre. Pero aquí... no había príncipe que le salvara.

     — ¿Estas bien? — Preguntó Robert entrando en su cuarto.

     — ¿Es que en tanto colegio privado no te enseñaron a llamar? — contestó más seca, de lo que quisiera.

     Robert negó con la cabeza y se rio. Se había hecho la promesa de no llamar jamás a su cuarto y así se lo hizo ver.

     — Si no quieres que entre, cierra con pestillo. — dijo con descaro. Y esa insolencia la enfureció aun mas, aunque a la vez le atraía, y eso le puso de los nervios. — A ti tu madre no te enseño que robar no está bien. — añadió cogiendo una de sus camisetas que Abril tenía en su cuarto.

     — Ok. No me olvidaré la próxima vez. Y Si... Estoy bien — respondió ignorando la parte en la que le había llamado ladrona. — ¿puedes marcharte ya?

     Robert dibujo una mueca ascendente con la boca  y negó nuevamente con la cabeza. Cerró la puerta, se acercó a ella y se tumbó a su lado, cruzando los brazos bajo su cabeza.

     — Ya se que es un poco difícil hacerte a esto... Pero en unos años terminarás la universidad, y entonces podrás buscar un trabajo y marcharte. Ahora deberías centrarte en estudiar. Pero si no quieres usar el coche, puedo ayudarte a conseguir otro.

     Sus palabras eran sinceras, aunque no deseaba que cogiera otro coche que no fuera ese, el que un día eligieron juntos.

    Abril soltó la almohada y se abrazó a el, que pasó su brazo por debajo de su cuello sin decir nada. Abril le había echado tanto de menos, que le abrazó con fuerza. Y segundos después, se encontró a si misma, dibujando con la yema de los dedos, un corazón en su abdomen.

     — Déjalo. — Pronunció sujetando su mano y apartándose. Su mirada se volvió dura. — somos hermanos, ¿recuerda? Se acabaron los corazoncitos.

     Robert se marchó. Dejándola aún más destrozada. Aunque pudo entenderle, no debía haberse acercando así a él, después darle la patada.

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