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2★

     "El amor es un sentimiento fuerte, poderoso. Doblega el orgullo y es mil veces más fuerte que el odio y el rencor"

                     Vanessa Fuentes

                               ★★★

3 años antes


     Robert llegó al aeropuerto aquella mañana, ilusionado con volver a ver a su padre y a sus amigos. Aunque la idea de pasar la noche rodeado de las amistades de su padre, y aguantar los discursos vacíos, y las palmaditas en la espalda de sus socios no le agradaban demasiado.

     Le habían educado para ello, para ser el hijo perfecto que todos esperaban. Si por sus padres fuera, ya tendría planeado su futuro e incluso quién sería su esposa. Aunque por suerte, su padre siempre le había dado la libertad suficiente para tomar sus propias decisiones. Hablaban por teléfono casi a diario, por lo que tenían pocas novedades que contarse.

     — ¿Que tal el vuelo? — Preguntó Alejandro ayudándole a cargar con las maletas hasta el coche.

     — Bien, entretenido. La señora que se sentaba al lado, se ha pasado todo el vuelo hablándome de la boda de su nieta — Comentó Robert con una risita.

    — Le dije a tu madre que cogiera los billetes en primera, no sé porque nunca me hace caso.

    — Los cogí yo. Si hubiera ido en primera no habría tenido con quién hablar.

     Alejandro no dijo nada. Sabía que la vida de Robert en Escocia era muy diferente a la que él le proporcionaba en Madrid. Y los lujos que tenía, en su mayoría le parecían absurdos e innecesarios.

     — ¿Puedo conducir yo? Tu conduces como las abuelitas. —Pidió Robert, sabiendo que se negaría.

     — Ni lo sueñes. Nunca tocaras está joya y ni siquiera tienes dieciocho.

     — Tengo carné. Puedo conducir como turista.

     — Cuando tengas 18 y aprendas a conducir por la derecha. — Repitió su padre.

     Robert terminó aceptando satisfecho de que ese día cada vez estaba más cercano y se sentó en el asiento del copiloto.

     — ¿Que tal tu madre?

     — Bien. Ya sabes. Insistiendo en que la universidad de Glasgow es la mejor opción.

     — Y es una buena opción ¿No crees?

     — Si. Supongo. Pero... mamá ya no me necesita. Tiene a Harry y a Darci. Algunas veces siento que estoy un poco en medio.

     — ¡No digas tonterías! Harry es un buen hombre y... tu hermana es muy pequeña, es normal que tengan que estar detrás de ella. Que Olivia no vaya detrás tuya como cuando tenías cinco años no significa que ya no te quiera.

     — No digo que no me quiera, pero... no sé, me gustaría barajar otras opciones y salir de allí.

     — ¿y tienes algo pensado? — Quiso saber.

     — Aún no. Todavía quedan mucho tiempo.

     — No tanto. En unos meses tendrás que empezar a mandar solicitudes. No quiero presionarte, pero sabes que me encantaría tenerte aquí conmigo.

Robert sonrió. — Lo sé papá.

     Alejandro había intentado convencer mil veces a su madre, que tener él la custodia del chico, era lo mejor. Contrató a los mejores abogados y lo consiguió. Robert vivió con él unos meses, pero al separarle de su madre, solo había conseguido que el niño le odiara, tuviera pesadillas, y que su madre callera en depresión. Así que, con todo el dolor de su corazón, cedió, sin perder la esperanza de que algún día viviera con él.

     — ¿Y lo de esta noche? ¿Ya está todo preparado? — Preguntó el chico dejando aparcado el tema de la universidad.

     — Si. Ya está todo ultimado. Solo una cosa. He invitado también a Sofía —. Informó poniéndole al corriente.

     — ¿Sofía? ¿La asesora?— Preguntó asegurándose de quién se trataba.

     — Si. Pensé que sería una buena idea. Ha trabajado mucho para conseguir que la fusión saliera adelante. ¡Joder es una mujer brillante! No creo que hubiéramos podido conseguirlo sin ella.

     — !Wow! ¿Tu hablando bien del trabajo de alguien? Impresionante. Si que debe ser buena.

    — Realmente lo es. — Afirmó con admiración. — Vendrá también su hija y no conoce a nadie. Se sentarán en nuestra mesa, con Antonio y Carmen. Sé que tienes muchas ganas de ver a Claudia y a los chicos, pero … te agradecería que fueras amable con ella y no la ignoraras toda la noche.—Pidió esperando que así fuera.

    Robert no le llamaría precisamente ganas de ver a Claudia, eran ganas de hacer otra cosa, pero tenía el resto de la noche, y el fin de semana. Así que no le dio más vueltas al asunto y esbozando una sonrisa sin muchos ánimos y aceptó la tarea encomendada.

     El chico había conocido a Sofía en su última visita. Era una mujer de unos cuarenta años, o al menos eso aparentaba. Muy atractiva e inteligente. Habladora y simpática, que no había perdido la mínima ocasión de hablar de su pequeña, de la que estaba realmente orgullosa. Le contó que se había quedado viuda hacia cinco años, cuando su hija era muy pequeña, con lo que él imaginó que tendría que hacer de niñero de una cría de once o doce años, que si era como su madre, no pararía de hablar y terminaría volviéndole loco.

     El camino en coche estaba resultando cansado para Robert, que ya solo pensaba en llegar a casa, ver a Ina y darse una ducha cuando al fin llevaron el portón de la entrada, donde el personal de seguridad les dio la bienvenida y les abrió la barrera de entrada a la exclusiva urbanización. Ya solo quedaba cruzar un par de calles y llegarían a su destino.

     — !Huele delicioso! — Exclamó Robert haciendo que la cocinera diera un salto de alegría.

     — ¡Rob! ¡Mi niño! ¡Por fin llegaste! — Gritó ella al verle, secándose las manos con un paño blanco y le abrazó, apunto de llorar.

     — ¿Cocinaste empanadas? — Preguntó él absorbiendo el aroma.— ¡Cuanto te eche de menos! — añadió dándola un beso en su arrugada mejilla.

     — ¡Claro que cociné empanadas! ¿Como iba a dejar a mi niño sin las empanadas que tanto le gustan?

     Ina había trabajado para la familia desde que era muy joven, casi una niña. Su madre había servido a sus padres, y ella había pasado de ayudarla, a servir al Sr Salcedo y ser parte imprescindible de aquella casa. Había criado a Robert, y ahora que él ya no vivía en aquella casa, se había centrado en cocinar y hacer que todo estuviera en orden. Aquel era su hogar, y aunque tenía edad de jubilarse, se había negado a abandonar a esa familia que sentía como propia.

    — Te traje una cosita. — Anunció Robert, sacando un pequeño paquete de su bolsa de mano.

     Ella abrió el paquete, sacando uno de esos pequeños dulces pegajosos, típicos de allí que la encantaban y se metió uno en la boca.

     — !Delicioso! — se relamió. — Aunque preferiría que me trajeras cualquier dulces de la tienda de la esquina y que no te fueras por tanto tiempo.— le dijo una vez más.

     Robert sonrió. Le gustaba Escocia, lo verde de sus paisajes y sus castillos, su cultura celta y su tradición. Le gustaba pasar tiempo con su madre, aunque después de que ésta hubiera rehecho su vida, él sentía que ella ya no le necesitaba. Pero también echaba de menos el sol de España, la gente, la fiesta pero sobretodo echaba de menos a su padre, a sus amigos, a Ina y por supuesto su cocina.

     Habían pasado meses desde la última vez que pisó Madrid. Así que, después de comer un trozo de aquella empanada, y tomar una ducha, se reunió con sus amigos, antes de aquella cena.

     — ¿Así que te toca hacer de canguro? — Se mofó Bruno.

     — Sip.— Admitió dándole un trago a la cerveza. —No entiendo por qué no la dejan con la niñera. Se va a aburrir y me va matar a mi, de aburrimiento.

     — y ¿Claudia? ¿Has ido a verla?

     — No. La veré esta noche supongo. Esa tóxica ya no me soltará en cuanto me vea. — se sonrió imaginando la fiesta que le esperaba después de la cena.

     Claudia le había estado llamando durante todo el día. Pero él había ignorado cada llamada y cada mensaje. Sabía de sobra que la vería a la noche, y que probablemente, gracias a ella, no dormiría solo.

     Regresó a casa al rato, y se vistió con uno de los trajes que acababan de recoger del tinte y abrochándose los gemelos, pensó que parecía salido de una funeraria, con el pelo engomado y ese traje negro. Eso sí, su ensayada sonrisa cada vez le salía mejor. Odiaba tener solo un fin de semana para estar allí, y malgastar ese preciado tiempo en una aburrida reunión de trabajo.

     Llegó al hotel con su padre, saludó a algunos de los invitados, y en cuanto pudo se escaqueó para beber una copa.

     "Quizá con una buena borrachera sea más soportable aguantar a la cría esa" pensó Robert cogiendo una copa de champagne, esperando a que su padre le reclamara en cualquier momento.

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