
CAPÍTULO UNO
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Mist;
CAPÍTULO UNO
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━━━━¿PORQUÉ TE FUISTE? —Lance la pregunta al aire. Sin omitir sonido alguno, solo moviendo mis labios. Sintiendo una fuerte opresión en mi pecho y como en mi garganta empezaba a formarse un nudo. —¿Sabes? Hubiera querido que te quedaras. —Solo seguía moviendo mis labios en un tortuoso silencio, en donde solo la naturaleza que me rodeaba era testigo de lo pésima que estaba.
Ahora eran mis ojos grises los que picaban, pero no me permití bajar la mirada. Creo que aún tenía un poco de orgullo como para hacer estas cosas...
.... Cosas que me herían.
Tal parece que pensar aquello como por mero impulso, había logrado revivir su recuerdo dentro de mi, haciendo que la grieta doliera más que ayer, y seguramente, dolería más esta noche.
—Oh, aquí estás. —una voz a mis espaldas hizo acto de presencia y solo me dediqué a seguir mirando al cielo. —Ayer faltaste aquí, pensé que te quedarías. —¿Pensó? La verdad es que si me había quedado. —Padre salió con Hiroto, pero no te vi subir al auto. ¿Ya habías entrado, cierto?
No...
Escuché como suspiraba, y de reojo vi como agachaba su cabeza. Quizá un poco cansado, o también decepcionado porque no le hubiera respondido.
—Hoy me crucé a tu hermano. —alzó su cabeza, y sonrió con un poco de tristeza viendo el horizonte, donde se podía apreciar el bosque cerca de la mansión.
Lo volvió a ignorar...
—Y me ignoró. —afirmó lo obvio. —¿Sabes? Creo que no le caigo bien.
La verdad es que eso está más que claro.
—Jugué con los chicos al fútbol..—apretó sus labios junto con sus ojos. Para luego abrir sus párpados y alzar su mirada también hacia el cielo, sin dejar de tener una expresión seria.— Me preguntaron por ti..
No me sorprende.
Sabía que los chicos del Sun Garden en una o varias ocasiones se habian tomado las molestias de hablar sobre mi. La verdad es que no me importaba en lo absoluto.
Aunque sabía de sobra que no fue nada bueno.
—Inventan muchas cosas. —ya lo he pensado, no me sorprende. — Pero trato de que no hagan eso, soy el mayor prácticamente, o bueno, el que está al mando... Y Bueno.. me hacen caso. —sonrió negando con su cabeza. —Intento que por lo menos no digan cosas que no son ciertas sobre ti.
Es muy gentil de su parte tomarse el tiempo en hacerlo.
Después de decir eso, no dijo nada más. Ambos nos fundimos en el silencio que merodeaba siempre cuando estábamos juntos. Solo disfrutando de la vista y la brisa bajo el árbol de cerezo.
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—Ya volviste. —fue lo primero que escuché cuando entré a la mansión Kira. Giré sobre mis talones para encontrarme con la mirada ceñuda de mi hermano cruzado de brazos y recargado de la pared al principio de las escaleras. —Tu estúpido amigo. —rodó los ojos. —El peli-rojo, ese mismo, preguntó por tí.
Avancé hasta parar en la puerta de la cocina para así empujarla y entrar.
—¡Oye! ¡No me ignores!—exclamó Hiroto en un tono ofendido. Y a los segundos ya estaba ingresando a la cocina. —Es molesto.
No pude evitar sonreír de lado, sabía que la insistencia del peli-rojo por saber de mí le irritaba de sobremanera.
Abrí el congelador y de allí saqué una manzana verde. Era una de mis preferidas, aunque más me gustaba la roja.
—¿Estás escuchándome o te estás haciendo la sorda como casi siempre lo haces? —preguntó apretando sus labios en una mueca.
Volteé a verlo y este inmediatamente tragó saliva un poco incómodo y volteó la mirada a cualquier parte de la cocina.
—No me mires así. —ladeé la cabeza dándole a entender mi confusión. —Das miedo. —soltó sin darse cuenta de su error, pero cuando dirigió su mirada nuevamente hacia mi, ya yo me encontraba votando la manzana en el basurero y yéndome por el otro lado de la cocina. —¡Hinata espera! —lo escuché tras de mi pero solo seguí avanzando hacia las escaleras con dirección a mi habitación.
Lo escuché maldecir desde lejos por su estupidez.
Y es que no lo culpaba, el no tenía la culpa de tener a una hermana tan extraña como yo.
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Caminaba por los pasillos de la mansión acariciando las paredes y marcando un trazo invisible en ellas, me entretenía de cierta forma.
Giré hacia una esquina y a los segundos ya me encontraba en la gran puerta que daba a la salida.
Al abrirla lo primero que me recibió fue la cálida brisa acogedora de siempre, esa la cual parecía divertirse golpeando mi rostro y meciendo mi cabello gris en todas las direcciones.
De mi pálida muñeca agarré una liga morada y me la ate al cabello dejando unos cuantos mechones sueltos. Y después empecé a andar, hoy me encontraba más activa de lo normal, y se me hizo buena idea salir a recorrer más los alrededores en lo que consistía la mansión y también donde estaba el Sun Garden.
Caminé un poco hasta llegar a la colina que hacía separación entre ambas y baje por ésta procurando no tropezar.
Había venido varias veces por esta zona con papá, algunas veces lo había acompañado a él o a Hitomiko. Ella cumplía con ser hermana, cuidadora y también entrenadora de esos chicos.
Aunque no tenía idea de cómo podía hacer tanto tiempo como para ellos y también para nosotros.
Apenas llegué a lo que sería la entrada del Sun Garden, y éste estaba desolado, no había nadie prácticamente, y menos aquel peli-rojo agradable que a veces iba a entablar una conversación conmigo.
A lo lejos distinguí a Hitomiko, quien se encontraba hablando por teléfono con su ceño fruncido.
Seguro no le ha ido bien... Fue lo primero que pensé.
Pero conociéndola, ella lograría solucionar todo. Era una persona demasiado organizada.
Estaba como una estatua, viendo a Hitomiko directamente sin apartar mis ojos de ella y ésta al notar que la observaban me encontró haciéndolo. Sonrió con una sonrisa cerrada de labios y corto la llamada despidiéndose rápidamente para trotar y llegar hasta mi.
Un "Hola" mudó pronuncié en mis labios, y ésta solo sonrió nuevamente para darme un abrazo más un beso en la coronilla de mi cabeza.
No soy de aceptar abrazos, pero solamente hacia una excepción con ella, Hiroto y papá.
La verdad, es que ni los abrazos en sí me agradaban.
Algunas veces los sentía vacíos, como por obligación y para hacer sentir bien a la persona, pero aún así, no lograban remover el dolor de una, si no que lograban hacerlo crecer más inconscientemente.
Quizá los abrazos de Hiroto eran los únicos reconfortantes al ser el que mejor me comprendía.
Los de Hitomiko parecían ser esos abrazos de oso que hacían que no quisieras soltarla jamás, transmitían ese aura protector que deseaba.
¿Y el de papá? No lo recordaba con exactitud, solía rodear mis hombros y atraerme hacia él, quizá el último abrazo habría sido ya hace tres años, o más, no lo recordaba bien, pero se sintió triste, desolado y muy falso. Antes, con la presencia de mamá, solían ser distintos. Quizá mejores que los de Hiroto. Pero ni rastro de cariño quedaban, porque jamás volvió a hacerlo.
—¿Quieres acompañarme? —murmuró aún sosteniendo el abrazo. Yo solo me encogí de hombros. —Bien, vamos.
Me soltó y luego me guió a donde seguramente estaban los demás.
Al llegar, los chicos se encontraban en una parte alejada del jardín de aquel gran orfanato, donde se podía admirar una cancha de fútbol y personas en él dando toques al balón y pasándoselos unos a otros.
Pocos eran los que estaban recogiendo balones esparcidos por el suelo mientras los demás practicaban.
No pude evitar hacer una mueca al notar que estos se encontraban con sus camisas mojadas por el sudor, y no quise saber más si olían fatal.
A lo lejos logré divisar al peli-rojo quien cuando vio a Hitomiko inmediatamente volteó a ver a la persona que la acompañaba.
Su sonrisa que antes era de labios cerrados, ahora se abría dándome la vista de una blanca y linda dentadura como si de un chico de comercial se tratara. Solo pude girar mi cabeza para ver a Hitomiko, que solo estaba dándome la espalda y con sus brazos en jarras.
—¿Ya acabaron? —preguntó en un tono de voz alta la pelinegra. Y los demás al percatarse de su presencia la vieron. — Ya acabo, pueden descansar e irse.
Algunos que empezaron a avanzar, me estaban viendo, como si fuera un fantasma, o su peor pesadilla con un color pálido en sus caras, y yo, pues simplemente jugaba con la otra liga que tenía en mi muñeca dándole jalones y golpeándola contra mi piel, –esta que seguramente se tornaría roja–, para así tratar de no ver sus rostros incómodos por mi presencia.
Después de unos minutos parecí ser invisible para ellos; solo un chico de cabello albino, otro pelinegro con una coleta de caballo, una chica peli-azul con unos mechones blancos, y el peli-rojo que no dejaba de mirarme fueron los únicos que quedaron con Hitomiko hablando.
Di unos pocos pasos alejándome de ellos para mirar el lugar con atención, preguntándome el por qué de mi hermano no venir aquí a practicar y solamente empeñarse en jugar dentro de la habitación grande para ver películas o jugar cosas online sin necesidad de quebrar algo allí dentro.
Tiré la vista hacia mis pies al sentirlos chocar con algo un poco duro, y descubrí que solo eran uno de los tantos balones que estaban regados por algún lado.
Quizá deben acomodarlo.
—Es un balón de fútbol. —mi mirada se encontró puesta en la de hebras azulinas que me miraba un poco seria. - ¿Lo sabes no?
La verdad es que no era estúpida, seguro de lo tanto que inventan piensan que soy una persona enferma y loca que no sabe nada del mundo por vivir en el mío.
¡Pero sorpresa! Lo entiendo perfectamente.
—¿Siquiera hablas? —preguntó cruzándose de brazos y con una ceja alzada. Yo sólo me dediqué a desviar mi mirada de la suya viendo hacia el banquillo donde seguramente descansaban. —¿Eres sorda muda?— seguramente me veía con un poco de molestia por ignorarla.—Es genial como Tatsuya puede pasar tiempo con una enferma como tú.
Al escuchar aquello, mi cabeza giró lentamente tal cual como si un bebé tratara de acomodar la cabeza de una muñeca. La mirada que le había dirigido hizo que ésta retrocediera un poco con una mirada nerviosa.
Seguramente había pensado que no la había escuchado.
—¿Está todo bien? —Él peli-rojo que ya conocía estaba a unos pocos metros de mi, mirándonos a ambas con confusión.
Sin importarme la presencia de ambos, di media vuelta para irme, la verdad es que sabía que intentar venir aquí iba a ser una perdida de tiempo.
—Hinata.. —escuché a Hitomiko llamarme pero solo seguí mi camino para regresar a la mansión, siendo consciente de las miradas que había recibido por los únicos que habían quedado con ella.
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Todo estaba igual de sólo, como siempre solía estarlo antes de que todo sucediera.
—Te necesito...—una vez más las mismas palabras que trataba de pronunciar siempre se quedaban atoradas en mi garganta para nunca salir.
Qué cruel es el destino...
Pensé, mientras caminaba hacia aquel árbol de cerezo, y me sentaba cerca de sus raíces cuidadosamente después de colocar mi suéter.
Hoy lloverá.
Miré hacia el cielo, el cual se estaba poniendo de un color oscuro tapando así, el lindo color azulado.
Quiero que empiece.
Y como si hubieran leído mis pensamientos, las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, para luego convertirlas en numerosas más.
La lluvia se hizo más fuerte, y justo en ese momento, la niebla empezaba a hacer acto de presencia tapando algunos lugares de lo que en un momento fue un lindo bosque cerca de la mansión.
Quisiera que estuvieras aquí...
Y con cada gota que caía, dejándose arrastrar por la brisa helada, mi corazón empezó a doler más y más.
¿Si devuelvo el tiempo, volverías a mi?
Me pregunté, aunque sabía que esa respuesta era totalmente inválida para ser capaz de suceder.
Mi mirada bajo hacia dónde estaba mi suéter, el cual seguramente en cualquier momento acabaría manchado de puro barro por la lluvia que se colaba entre las ramas del árbol para luego caer como gotera hacia el pasto, y unas cuantas sobre mí.
Tenía tantas ganas de tomar una de sus manos, para que nunca se fuera de mi lado, para que nunca de todo lo que pasó, sucediera.
Al llegar ese pensamiento a mi cabeza, extendí mi brazo sin razón alguna, como si ella estuviera allí, como si aún había tiempo para poder detenerla y así tomar su delicada mano. Pero solo el hecho de hacerlo, hizo que me sintiera más vacía por dentro.
Mis manos están heladas...
Hice un gesto te tomar algo invisible, cuando obviamente no había nada delante de mí.
¿Si volviera el tiempo atrás, te quedarías para siempre a mi lado?
Y de tan solo volver a pensarlo, otra vez aquel nudo se hizo presente y volví a la realidad de estar completamente sola.
En aquel árbol de cerezo, recostada de su tronco y abrazándome a mi misma, mientras la lluvia caía, y yo me hacía parte de esa niebla que me hacía compañía.
¿Si dijera que te extraño, tú así volverías?
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