▭ II, LA CANTERA !
DYO.
❛ quarry ❜
LA CALMA ATMÓSFERA SE VIO INTERRUMPIDA POR LA MÚSICA ESTRIDENTE Y LAS RISAS ESCANDALOSAS QUE PROVENÍAN DEL AUTO.
La gasolinera de Derry no era muy concurrida después de las nueve de la mañana, cuando los trabajadores rezagados volaban en tiempo récord camino al trabajo tras llenar el tanque, provocando que la antigua estación adquiriera un aspecto desértico que realzaba el pasar de los años y el deterioro que estos habían causado.
En otrora, luces neón invocaban a acercarse y las máquinas expendedoras relucían con el brillo de la última novedad. Ahora, cuando de ello sólo quedaban telarañas, polvo y mugre, además de luces con los focos quemados y cárteles caídos, en un desesperado intento de aferrarse a los días de gloria, se había instalado una tienda de conveniencia a pasos de las grasientas y oxidadas mangueras que eran vitales en la movilización de la pequeña ciudad.
Henry fue el primero en abandonar el auto e internarse en la tienda, esforzándose y fallando en disimular su creciente malhumor ante las burlas de sus amigos. Su rostro contraído en una mueca más hosca de lo común lo había acompañado durante todo el viaje desde que una chica lo había insultado y los chicos no habían cesado con sus bromas.
Lorelei se había tragado sus carcajadas, creyendo que eran suficientes con las estruendosas de Patrick y las ahogadas de Vic y Belch. Aun así, ni sus sonrisas cálidas lograban espantar ese agrio temperamento que se escondía debajo de sus finas facciones, ganándose más de un improperio o una maldición.
Patrick entró tan impasible como de costumbre, incluso después de que Lory lo mirara acusatoriamente al sentir sus manos sujetarla por las caderas, excusándose con el mediocre pretexto de ayudarla a salir del vehículo.
La castaña permaneció junto al capó hasta que el rubio platinado dejó el auto, para luego marchar a su lado hasta el interior del local mientras Belch se encargaba de llenar el tanque.
—No olvides las galletas de Reggie. —le recordó a Victor, quien asintió y desapareció tras una columna de revistas sensacionalistas.
Balanceó alegremente su mochila de un lado a otro mientras se dirigía derecho al baño de servicio. Prefería cambiarse en un baño apestoso que escondida entre los árboles que rodeaban la cantera, no únicamente para evitar la tierra inmiscuyéndose entre su ropa, sino también para eludir las miradas indiscretas de sus amigos.
Al terminar de enfundarse el traje baño color rojo, muy parecido al que había visto en el catálogo de una revista de modas de su madre, y la ropa que traía anteriormente, guardó su ropa interior en el fondo del bolso y volvió con el resto. Patrick y Henry estaban fuera de vista, así que se acercó a Victor, quien equilibraba precariamente una pila de paquetes de comida chatarra en sus brazos.
—Déjame ayudarte con esto. —tomó varias galletas y golosinas de sus brazos, escuchando un suspiro aliviado salir de los labios de Criss. —¿No crees qué es demasiada comida? Nunca compramos tanto.
—Jamás es demasiada comida. —respondió divertido y continuó agregando comida al montón. —Además, hay que comenzar las vacaciones con buen pie, ¿y qué mejor comienzo que una buena tarde con el estómago lleno?
—Quizás tengas razón, pero, ¿tenemos el suficiente dinero para costear todo esto?
—Ahí es dónde entran Henry y Patrick. —señaló con la cabeza hacia la puerta cerrada detrás del mostrador.
—¿Están robando? —miró a su amigo estupefacta. Hizo el ademán de tirar la comida, sin embargo Vic fue más rápido y le tomó de la muñeca, dejándolo caer unos dulces.
—Claro que no. Sólo... hacen favores a cambio de favores. —Lory hizo un visaje de asco, entendiendo a qué se refería.
—¿Era la chica, cierto? —preguntó con cierto recelo un par de segundos después. No había visto quien atendía el cajero ese día antes de entrar al baño, pero recordaba perfectamente que la hija del dueño del local, una chica no muy agraciada, atendía de vez en cuando en los días en que su padre o su hermano, un veinteañero totalmente opuesto a ella, no lo hacían.
—¡Por supuesto que era la chica! ¿Acaso has perdido la cabeza? —el rubio se veía espantado ante la muda acusación. Ella se soltó de su agarre y se agachó a recoger lo que él había tirado.
—Sigo pensando en que no necesitaremos todo esto. —musitó regresando a su lugar las cosas que recogió. Vic rodó los ojos y tomó lo que ella había devuelto.
—Ve a buscar algo que te guste. —la echó con amabilidad, con el fantasma del espanto adornando sus pálidas facciones.
Sallesbury resopló y se fue a buscar algo interesante, sintiendo un nudo en el estómago.
Y
«Técnicamente no estamos robando —se dijo a sí misma—. Es un... intercambio de favores».
Comprendía lo que Victor había insinuado. A pesar de tener solamente catorce años, había escuchado en más de una ocasión a Gretta cuchichear acerca de lo que una de sus compañeras hacía con los hombres, o lo que varios muchachos del colegio comentaban sobre sus "espectaculares" fines de semanas con alguna chica.
Sin embargo, optaba por hacer caso omiso a todo aquello. No estaba en edad para siquiera pensar en esas cosas.
Deambuló entre los estrechos pasillos, encontrándose con útiles de higiene personal, cremas hidratantes y demases así, nada que le llamara la atención, hasta que, ocultos detrás de una estantería, descubrió una columna repleta de gafas de sol.
Trotó hasta ellas y se entretuvo varios minutos probándose los diferentes estilos que estaban a su disposición. Finalmente escogió unos muy parecidos a los que había visto a Madonna usar en la televisión.
Emocionada con su hallazgo, regresó con su amigo, quién aguardaba cerca de la puerta dispuesto a irse.
—No están mal. —reconoció el muchacho, dándole una mirada. Ahora cargaba tantas cosas en sus brazos que apretaba el mentón contra una bolsa de galletas para evitar que cayeran. —Tengo todo, vámonos.
—Vic, esto no está bien. —se mordió el labio inferior, sintiendo la culpa reptar otra vez desde su estómago hasta su garganta. Nunca había robado en su vida y quería que mantenerlo de esa manera.
—Lory, ya te dije, no estamos robando... Ahora guarda estas cosas en tu mochila y pon tu trasero en marcha que Belch no esperará todo el día.
Lorelei avanzó a paso lento e inseguro, con la culpa arrasando con su estómago al tiempo que cruzaba el umbral.
A excepción de Belch, quien tamborileaba los dedos al ritmo de una de sus estridentes canciones de rock desde el interior del auto, el lugar continuaba vacío. No obstante, sentía mil ojos reprochándole su delito desde todos lados.
Gotas de sudor frío perlaban su frente cuando alcanzaron el auto, acompañadas de un jugueteo nervioso de dedos. Se dejó caer en el asiento del copiloto, ignorando lo mejor que pudo la conversación naciente entre los dos adolescentes junto a ella.
«Es oficial, soy una ladrona» se lamentó, entretando se hundía en el asiento recubierto en cuero, con la vaga esperanza de que éste la tragara. Le urgía volver al recinto y retornar lo robado, pero sabía de antemano que ambos chicos la detendrían antes de sacar un pie del carro.
—Atrás. —la áspera voz de Henry la trajo de vuelta a la realidad.
Verlo frente a ella la puso más nerviosa de lo que ya estaba; significaba que la ya habían terminado de hacer el favor a la chica y ahora se daría cuenta de todo lo que habían hurtado.
—Muevete, tu lugar es allá atrás. —Bowers nunca repetía dos veces, su semblante avinagrado y voz amenazante eran suficientes para que dos tercios del cuerpo estudiantil obedeciera a sus órdenes, y Lorelei no era la excepción. Había oído de las consecuencias causadas por la ira desatada de Henry, y por muy amigos que fueran, no quería probar su paciencia.
En silencio se desplazó hasta su asiento, y Victor la recibió extendiéndole un paquete de galletas. Negó rotundamente, su estómago estaba completamente revuelto; no entendía como los tres podían estar tan calmados y actuando natural cuando ella no podía ni pensar con claridad.
Deseó que el carro arrancara pronto, y frunció el entrecejo cuando no lo hizo en varios segundos, hasta que cayó en cuenta que faltaba el pelinegro larguirucho.
El adolescente apareció a los minutos con su sonrisa horripilante y unas latas de cerveza en las manos. No tardó en entregarle el encargo al rubio y se deslizó hasta su lado. Lory se mordió la lengua para no cuestionarle cómo había obtenido alcohol siendo menor de edad, seguro que algo tenía que ver con los favores... Y Hockstetter constantemente hallaba la manera de infringir las reglas.
Belch y Henry plegaron el techo del auto antes de partir, dejando que la brisa inundara el vehículo. Lory amaba aferrarse a los respaldos de los asientos delanteros y ponerse de pie para sentir el viento en su cara mientras recorrían la ciudad, sin embargo, en ése momento el remordimiento nublaba su mente y le provocaba una horrible sensación de mareo.
Criss debió notarlo, porque entrelazó su mano con la de él y le dio un suave apretón.
—¿Te encuentras bien? —susurró para los dos. La castaña negó con la cabeza, estaba lejos de estar bien.
—No debimos haber robado, es un crimen.
—Lory... —empezó Vic, sonando mucho más comprensivo que la vez anterior. —Ellos dos pagaron el precio.
—Y debimos de habernos llevado la tienda completa por todo lo que le hicimos. —gruñó Henry sin esconder una sonrisa presumida, incorporándose a la conversación. —Deja de llorar mujer, sólo es comida.
Sallesbury se mantuvo en silencio los minutos restantes del viaje, sin atreverse a contradecirlo. Reginald estacionó el convertible azul en el linde del bosque y ella salió detrás del platino, esquivando las manos traviesas de Pat.
Continuaron a pie el sendero hasta el peñasco, desde donde sólo se veían las copas verdosas de los árboles y el cielo radiante. Para ser un lugar pacífico, solo causaba un intenso sentimiento de inquietud y tristeza en ella.
Lorelei se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza, la razón por la que comenzaba a detestar el lugar era porque Victoria, Adam y ella solían visitarlo desde que tenían memoria, pero ahora aquellos recuerdos parecían pertenecer a un mundo onírico.
Abrió los ojos en el momento que escuchó el sonido del agua salpicar, sucedido por risas. Lory se apiñó junto a los tres hombres en la orilla del peñasco y miró hacia abajo, la espuma blanca indicando el lugar del impacto.
A los segundos, una cabeza se abrió paso desde las profundidades hasta emerger. Henry se sacudió el exceso de agua y las gotas escurrieron por su rostro. Viéndolo nadar desde la lejanía, sumergiéndose y asomándose como un pez devuelto a su hogar, hasta parecía feliz. En él no había rastro de su malhumorada e iracunda personalidad, había sido reemplazada por un chico abrazado por la despreocupación.
Sintió envidia por el chico; sabía que él, al igual que todos, tenía sus problemas, pero lucía como si estos se esfumaran en el olvido, como si no existieran.
Ella, por el contrario, no lograba despejar su mente, no por completo. Los escasos momentos en que lograba alejarse de la tristeza que inundaba su pecho, de las miradas apenadas de los demás y sus palabras tan confortables como un almohadón con pinchos, eran tan fugaces como la llama de un fósforo.
—¿Piensas saltar vestida? No sabía que fueras tan tímida. —Pat la observaba con sus ojos verdes, relucientes como esmeraldas. Lory negó y se apartó del borde, el mareo seguía haciendo estragos en ella y reducido sus ánimos por saltar a cero.
—No estoy de humor, Pats.
—Siempre tan aburrida. —el muchacho blanqueó los ojos y a los segundos, una de sus sonrisas perversas se hizo presente en su rostro.
Sallesbury retrocedió dos pasos al ver al chico acercarse a ella cautelosamente, igual a un depredador a segundos de abalanzarse a su presa. Un escalofrío descendió por su espalda, Hockstetter no podría tener buenas intenciones.
No tardó en poner sus pies en marcha y correr lo más veloz que sus piernas le permitieron. Hockstetter aparentaba disfritarlo, como si fuera un juego.
Bastó un par de metros para que el pelinegro la alcanzara, cogiéndola desde la cintura con fuerza. La firmeza de su agarre le quitó el aire de los pulmones, y pataleó al cielo en un intento de soltarse, todo en vano.
Patrick la arrastró en sus brazos de vuelta al peñasco, ignorando la resistencia que ella presentaba.
—¡Patrick, sueltame! —se sacudió y golpeó los brazos del chico, quien no pareció percibirlos. Estaba segura de las acciones siguientes del adolescente, y temió no caer directo al agua, sino impactarse contra de las murallas de piedra y tierra que se alzaban y rodeaban la pequeña masa de agua.
—Como gustes. —Y la soltó.
Un grito se escapó de su garganta cuando caía. Se apresuró en enderezar su cuerpo lo mejor posible, con los pies de cara al agua. El impacto no fue tan duro como esperaba, el líquido la recibió con brazos abiertos y la engulló por completo, llevándosela hasta sus profundidades.
Aleteó y buscó una fuente de luz para guiarse, impulsándose con sus piernas hacia arriba. Dio una gran bocanada cuando la brisa acarició su rostro, un tacto frío pero reconfortante.
La risa aguda de Henry punzó sus oídos. Ella lo miró incrédula, no daba crédito a sus ojos. Patrick la había lanzado desde lo alto y él se dedicaba a reírse.
Lágrimas de rabia le escocieron los ojos y se hundió en el agua para disimularlo.
Un tercer cuerpo colisionó contra el agua, salpicando agua por todos partes. Le siguieron dos más, y finalmente los cinco se encontraban en el mismo lugar.
Victor fue el único en acercarse a ella, dejando una estela a su paso.
—¿Te lastimaste?, ¿te duele algo?
—No. —desvio la vista, las lágrimas amenazandon con buscar su camino en sus mejillas. Se mordió el interior de la mejilla y decidió volver a su casa, no quería quedarse junto a ellos, y menos que la vieran llorar.
—¿A dónde vas?
—A casa. —braceó en dirección a la orilla. Oyó el murmullo del agua y el platino llegó junto a ella.
—Hey, calma. ¿Estás bien?
—¡No, no lo estoy! Pude haber muerto, Vic.
—Pero no lo hiciste. —Patrick interrumpió, no sabría decir si era su parecer o realmente su voz traía tintes de decepción.
Resopló, las lágrimas haciendo finalmente su aparición. No se dignó en mirar atrás y los dejó ahí, a que nadaran y se relajaran sin ella.
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