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Capítulo único







Kim JongIn, el profesor de literatura de una de las más prestigiosas universidades de su país, recordaba el momento exacto en que lo conoció. Sentado en el mismo lugar de siempre, justo al lado de la ventana, bebía su café macchiato, a la par que escribía algunas líneas de su tesis doctoral, cuando escuchó la campana de la entrada de la cafetería, anunciando el ingreso de un nuevo cliente; removiendo sus gafas del puente de la nariz, observó embelesado la figura del hombre que se acercaba para hacer su pedido, y aunque de contextura pequeña, podía notar claramente las curvas de su cuerpo bajo capas de tela de un pantalón oscuro que hacía juego con su blazer; su cabello peinado hacia un lado, permitía ver sus rasgos faciales, ojos grandes, nariz recta, labios abultados, piel nívea, que parecía ser lo bastante suave; definitivamente era un hombre excepcional a primera vista. JongIn que había fijado toda su atención en el sujeto desde que entró hasta que salió con un café americano, sintió el fuego comenzado desde el fondo de su mente queriendo consumirlo todo.

Inició con una simple visita a la cafetería una vez a la semana, hasta que después, JongIn no lo sabía a ciencia cierta, se convirtió casi como en un hábito hacer una parada en este sitio, donde pedía su bebida favorita y permanecía allí el tiempo que fuera necesario, ansiando su aparición, y casi nunca lo defraudaba. Desde el rincón de la cafetería, en su sitio habitual, sonreía de medio lado al chico que no tenía idea que tenía un admirador que lo esperaba fervorosamente cada tarde.

Los músculos de JongIn se tensionaron, su vista se nubló momentáneamente, sabía que había llegado el momento de actuar; así que con la misma elegancia que lo caracterizaba, se acercó al sujeto que estaba esperando ansiosamente por su bebida, su sonrisa de un millón de dólares destacó en sus rasgos cuando se presentó ante al chico de tez pálida, y era simplemente mejor que verlo desde lejos, a unos centímetros de su cara, pudo notar cada uno de sus pequeños lunares en su rostro y cuello, junto al ligero rubor en sus mejillas, sus labios formando un corazón y sus ojos que le miraban curiosos cuando este extraño que era JongIn, le invitó a compartir su mesa mientras disfrutaban de sus bebidas, y aunque algo renuente, el muchacho más bajo que él, aceptó.

Ese fue el comienzo de todo, la misma perdición que le siguió después. Siempre cortés, y con una actitud educada, se fue adentrando en la vida de Do Kyungsoo, convirtiéndose en su más valioso confidente, al que le contaba sus más profundos miedos y sus más crecientes sueños; JongIn siempre lo escuchaba atentamente y de vez en cuando, le brindaba sus consejos basados en su experiencia; Kyungsoo siempre parecía corresponderle con una sonrisa tímida, a veces pasando su mano por su cabello oscuro cuando estaba nervioso. JongIn lo ponía nervioso, JongIn lo disfrutaba.

La primera vez que lo besó, fue a las afueras del campus donde estudiaba Kyungsoo, esa noche llovía a cántaros, JongIn lo había estado esperando y no le importó si se empapaba; ese día también fue su primera discusión, para JongIn era inaudito que el menor no entendiera su preocupación, pero Kyungsoo incrédulo, le cuestionaba sus genuinas intenciones y negaba con vehemencia mientras aplastaba su labio inferior con sus dientes, y allí fue cuando no lo pudo resistir más, finalmente lo besó con deseo, desesperado, para que esa boca fuera suya, para que Kyungsoo le diera la oportunidad de ser solo de él.

Esperarlo en esos meses invernales, se convirtió en su pasatiempo favorito, JongIn lo observaba cuando Kyungsoo se acercaba y le sonreía de regreso. Pero algo sucedió, sutilmente Kyungsoo se estaba alejando de él, de repente sus sonrisas eran menos frecuentes y hasta parecía incómodo ante su presencia. Le ponía de mal humor, que Kyungsoo ya no tuviera la misma confianza como la de meses anteriores, cada que intentaba preguntarle sobre sus cambios, sus respuestas eran vagas, y se lo adjudicaba al cansancio, JongIn solo asentía, sabía que el menor le mentía. ¿Qué había podido cambiar, si cada día era más atento?

Y así fue cuando lo descubrió, Kyungsoo salía del campus enganchando su brazo sobre el de otra persona, que parecía sonreírle y el menor estallaba en risas. JongIn juzgaba la escena desde el interior de su auto, esa vez ni siquiera lo esperó, el enojo que sintió, hizo enervar su sangre, sus puños golpeaban con violencia el volante. Tenía que actuar rápido, o de lo contrario lo perdería para siempre.

Todo esto cambió para mejor, al año siguiente, en abril, Kyungsoo finalmente vivía con él, incluso lo alimentaba, porque el menor era demasiado consentido y a JongIn le encantaba hacerlo todo por él; en las noches compartían el calor de sus cuerpos sobre la misma cama, además se encargó de hacerlo suyo en cada rincón de la casa y de marcar su pálida piel, era como un adicto, nunca tenía suficiente de él, no podía negarlo. Un sonido metálico acompañaba siempre a Kyungsoo, y le recordaba aquellos tiempos más sencillos, en que debía esperarlo en la cafetería y la campanilla de la puerta sonaba indicándole su llegaba. Odiaba cuando tenía que alejarse y cumplir con sus obligaciones en la universidad, no quería separarse de él, así que lo besaba incontables veces antes de salir del hogar que compartían. Kyungsoo siempre lo miraba, parecía querer decirle algo, pero al final se resistía.

¿Cuántas veces jugaron a las escondidas? Sin imaginarlo, ese se convirtió en el juego favorito de Kyungsoo para hacer las noches entretenidas, el menor se escondía, y JongIn tenía que buscarlo. Nunca perdía, siempre lo atrapaba y le sonreía brillantemente porque era su Kyungsoo, tan hermoso, tan puro, solo quería cuidarlo y amarlo hasta el final.

No sabía que el final estaba tan cerca. JongIn se recargó sobre la pared de la habitación principal y miró al espacio ahora vacío, el hogar que compartieron se sentía tan lleno de él que con una respiración profunda todavía podía sentir su aroma, era como si nunca se hubiese marchado. Cada pared, cada cuarto, le recordaba algo de su amado, pero él ya nunca iba a regresar, su casa se empezaba a sentir fría sin su presencia.

JongIn quien siempre se deleitaba al ver a Kyungsoo mientras dormía, o que le gustaba espiarlo mientras se duchaba, o que simplemente le encantaba pasar sus manos por la piel de sus muslos y verlo retorcerse de placer entre sus caricias; le era increíble pensar que ya no lo podía hacer nunca más, se reprochaba en silencio... lo extrañará.

Dio un último vistazo hacia las paredes lisas, espacios sin ningún rastro de vida. Ya estaba listo para marcharse, porque no podía continuar viviendo en esa casa que le traía tantos recuerdos agridulces.

Definitivamente lo extrañaría y no cree que pudiera vivir sin él, su vida había girado en torno a Kyungsoo, y ahora que se había ido para siempre no creía poder soportarlo. Se odiaba por dejarlo marchar, le dijo que lo amaba ¿por qué Kyungsoo nunca le correspondió? Siempre tuvo que hacerlo todo tan difícil.

JongIn nunca perdía y aquel día cuando miró a Kyungsoo alejarse, no lo pudo resistir, se negaba aceptarlo. No olvidaría la mirada de su amado, sus ojos suplicantes, sus labios casi morados, la sensación de su cuello entre sus dedos se sentía tan bien, que se escuchó gimiendo sobre su cuello.

Abrió la puerta para marcharse de allí, pero la vista de tres personas uniformadas, de miradas ásperas,  justo en la entrada, se lo impidieron. JongIn se los quedó mirando sin entender que estaba pasando, sintiendo la ira precipitándose en su interior.

—¿Kim JongIn?

—Si soy yo —respondió en un tono cauto, pero su mirada era afiliada en torno a los extraños—. ¿Qué está pasando?

—Está capturado por el secuestro e intento de asesinato de Do Kyungsoo.





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