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Capítulo 9

El primer indicio

ABRIL BLACK MAYER

Cuando desperté, supe que algo no iba bien. Estaba sudando y tenía el pelo pegado a la frente. Mi respiración era irregular y mi pulso estaba muy acelerado. Miré a ambos lados, intentando reconocer el lugar donde me encontraba. Suspiré de alivio al distinguir las facciones de Pansy en la cama contigua, tragué saliva y me senté en mi cama. Observé la ventana y corroboré que el exterior estaba oscuro, por lo cual el sol todavía no se asomaba por encima del lago. Aún así, miré el reloj de mi mesa de luz. Las cuatro y cuarto.

Me pasé una mano por el rostro, encontrándome con la desagradable sorpresa de que había estado llorando. No recordaba por qué, pero salí de mi cama, la cual crujió fuertemente y me desplacé hasta el baño en silencio. Cerré la puerta con cuidado y me miré al espejo. Tenía los ojos enrojecidos y la nariz también. Parecía un payaso.

Cerré los ojos y me lavé la cara rápidamente. No entendía el motivo ni porque había estado llorando pero necesitaba averiguarlo. No recordaba nada de lo que podía haber estado soñando y eso era lo que más me preocupaba. Sequé mi rostro y cerré los ojos para aclarar mis pensamientos, pero nada venía a mi mente así que decidí abandonar el baño y volver a tumbarme en la cama.

Intenté conciliar el sueño de nuevo, pero no funcionó. Di varias vueltas en la cama pero al parecer la vida no quería que volviera a dormir. Me reincorporé y bajé los pies al suelo buscando mis zapatillas, para después levantarme y salir de la habitación. Bajé en silencio las escaleras hasta la sala común y me senté con cuidado en uno de los sillones.

Coloqué mis brazos en las rodillas y apoyé mi cara en las manos pensando en lo que podía haber sucedido, aunque nada de lo que pensaba tenía pinta de ser lo correcto. Pero algo me mantenía en vela en aquel mismo instante. Quizás fuera el exceso de adrenalina o la sensación de que mi corazón estaba por salirse de mi pecho que no conseguía cerrar mis ojos.

La sala común estaba fría y a oscuras. El fuego estaba reducido a unas escasas brasas rojizas y grisáceas, el color verdoso de la luz que la luna llena proyectaba sobre el lago daba a la sala común una iluminación tenue y algo tétrica, a la vez que el mobiliario de colores oscuros contrastaba con el fondo verde de las paredes.

-¿Abril? -una voz cauta y a la misma vez curiosa surgió frente a mi. Levanté la mirada y me encontré con un bastante confundido Blaise.

-¿Blaise? ¿Qué haces aquí? Es muy tarde... O muy temprano.

-Eso mismo aplica para ti. ¿Estás bien?

-Claro, ¿por qué no habría de estarlo? -parpadeé un par de veces para no quedarme dormida.

-No te veo muy bien que digamos... -se frotó los ojos suspirando.

-¿Qué haces aquí? -repetí la misma pregunta, porque una parte de mí quería conocer los motivos de haber coincidido esa noche (o mañana).

-No podía dormir -se sentó en una butaca cercana-. Eso es todo.

Pero sus ojos hinchados indicaban otra cosa. No me atreví a preguntar ni señalar nada más, porque sabía que si lo hacía, él me devolvería la pregunta y me sentiría obligada a presentarle una historia sin sentido sobre un sueño que no recordaba. Guardé silencio, porque no se me ocurría qué más decir.

Permanecimos callados unos minutos que parecieron horas, unas horas que parecieron días, días que parecieron semanas, semanas que parecieron años... Y para cuando me quise dar cuenta, éramos solo dos niños en pijama (yo en uno verde, y él en un azul con dibujitos) sentados en una sala vacía, sosteniendo un silencio apacible y acogedor que significaba más que mil palabras.

Decidí levantarme y volver a mi habitación para conciliar el sueño que necesitaría para el día siguiente. Sin decir nada, abandoné la estancia, dejando tras de mí una hilera de pensamientos y recuerdos que no eran míos.

Cuando volví a mi cuarto, me tiré a dormir inmediatamente, pero algo me apretaba el cuello, así que decidí sacarme el collar y dejarlo sobre mi mesa de luz. Luego de eso caí en sueños.

A la mañana siguiente me levanté totalmente descansada y estaba llena de energía, lo cual me pareció un tanto extraño. Me cambié con un mal presentimiento, y cuando quise darme cuenta, miré el reloj y eran las once de la mañana. Y había faltado a mis primeras clases. Las cosas no podían empeorar... O eso creí.

Bajé las escaleras a la sala común a una velocidad nunca antes vista. Parecía recién salida del manicomio: con mi uniforme pobremente puesto, los pelos despeinados y las marcas de las sábanas aún en mi cara. Salí de la zona de Slytherin y me encaminé como pude a la clase que me tocaba. Luego de intentar recordar que me tocaba ahora, busqué en mi mochila para hallar el dichoso horario.

La letra estilizada y recta de la profesora McGonagall me anunció que, muy a mi pesar, tocaba Transformaciones. Y sabía por experiencia que odiaba que las personas llegaban tarde, incluso a los de su propia casa.

Así que sin perder mucho tiempo, y sin poder desayunar, me dirigí rápidamente hacia mi primera clase.

De camino saludé a varias personas, la mayoría de ellas desconocidas, pero igual me gustaba saludar por amabilidad. Sabía que muchos de ellos, ni siquiera me conocían, pero tampoco me importaba.

Podría parecer que llevaba más de una hora corriendo, aunque solo habían pasado cinco minutos y, por consiguiente, llegué tarde. Cabizbaja, golpeé la antigua puerta de madera esperando un regaño por parte de McGonagall, mas eso no pasó, y al no recibir respuesta, decidí entrar.

La clase estaba completa, pero lo único que había sobre el escritorio, era un gato negro el cual portaba un gran gorro de bruja.

-Puff, al menos no llegó -estuve a nada de sentarme cuando una voz me paró.

-Señorita Mayer, veo que se le pegó la almohada hoy -de un momento a otro, aquel gato se transformó en la profesora haciéndome pegar un pequeño salto por el susto, los demás alumnos rieron discretamente. Me había olvidado, con las prisas mañaneras, de aquella habilidad que tenía McGonagall.

-Perdón profesora, juro que no volverá a pasar -me disculpé, cabizbaja.

-Eso espero, señorita, ahora siéntate -demandó mientras yo corría hacia un asiento libre que había junto a Pansy-. Como iba diciendo, deben saber que para lograr... -continuó con su clase paseándose por toda la sala.

-¿Cómo es que llegaste tarde? No pensé que te pasaría algo así -preguntó una curiosa Pansy sin mirarme directamente para que McGonagall no nos regañara.

-No dormí bien, y cuando pude conciliar el sueño ya era de madrugada -le expliqué escuetamente, mientras copiaba algunas cosas que había escrito la profesora en la pizarra.

-No te veía desde el desayuno, estaba comenzando a preocuparme. Supuse que llegarías tarde al comedor y simplemente no le di importancia. Iba a buscarte en la segunda clase, pero me distraje hablando con Daphne y se me pasó -me comentó rápidamente, antes de que McGonagall pasase por nuestro lado.

Yo solo terminé de copiar y luego escuché las explicaciones.

Había sido un largo día bastante aburrido y lleno de clases a las que no les encontraba sentido.

Por la noche nos reunimos todos en el comedor para cenar. Aún no me terminaba de acostumbrar a las monstruosas dimensiones del lugar, y me sentía como una insignificante pequeñez ante las columnas y los techos abovedados.

Cenamos tranquilamente sin muchas complicaciones, excepto por un extraño sentimiento que llevaba carcomiéndome la cabeza desde esta mañana y aún no lograba desprenderme de él.

Una vez terminada la cena, de la cual no había probado casi bocado, me dirigí a la habitación esquivando a los demás estudiantes y sin prestar atención a los llamados de Pansy. Algo en mi me decía que debía ir a mi cuarto.

Desde la mañana, todo se sentía muy extraño y seguía sin comprender el origen de aquel collar que días antes me había dado Dylan. Pensé que quizás lo mejor era preguntarle a él, pero recordé sus palabras "solo lo encontré, no sé nada más" y decidí hacer la investigación por mi cuenta. ¿Y si era algo de mi padre? La sola idea de pensar en aquello me puso la piel de gallina. Tener algo suyo...

A una velocidad inhumana, agarré la cadena que estaba sobre la mesita desde la mañana y me recosté en mi cama, para posteriormente cerrar y bloquear las cortinas con un hechizo silenciador.

Lo observé por varios minutos mientras lo giraba lentamente en busca de algo que pudiera ayudarme a saber de dónde procedía, mas lo único que pude distinguir fueron unos pequeños relieves a los costados de este.

De pronto una diminuta luz se encendió en el interior del collar y comenzó a moverse por el espacio que podía mientras lo golpeaba con la intención de salir.

Abrí los ojos de par en par y solté el colgante, el cual cayó sobre mis sábanas. Me alejé lo más que pude de la cosa, con la respiración agitada. Entonces, sentí que algo húmedo y caliente me caía por la mano, cuando la miré, me sorprendió ver un hilo de sangre bajando por mi antebrazo. Ahogando un grito, salté de mi cama y corrí al baño para lavarme. Asustada, me enjuagué la herida, la cual no era más que un pequeño tajo en el pulgar. Supuse que el collar tendría algún borde afilado, por lo cual agarré un papel y salí del baño.

Caminé lenta y cautelosamente hacia las cortinas de mi cama, y cuando las abrí, me quedé estupefacta.


Holaaa, ¿Cómo están?
Al fin les dejamos un nuevo capítulo
Espero lo disfruten y no olviden votar y comentar
Sin más que decir
Se despiden Julia Black y uoihihi

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