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UNO - PRIMERAS IMPRESIONES

Por fin, Ryan llegó a Grelendale, a primera hora de la mañana de un martes.

El día había amanecido claro, aunque una espesa bruma parecía rodear todo, principalmente las grandes extensiones de bosque natural solamente dividido por la carretera principal, sin contar que además el ambiente estaba bastante fresco, quizá debido al río principal que recorría el estado de punta a punta.

Se encontró con pocas personas a su paso y un tránsito bastante leve, y aunque la localidad no parecía tener demasiados habitantes, lo cierto es que tampoco contaba con grandes lujos. Había investigado un poco de camino hacia allí, a medida que hacía alguna parada en cualquier hostal de carretera que encontraba al pasar, y había leído bastante acerca de su gente. Por lo general la gran mayoría trabajaban en la industria pesquera, aprovechando el río, y las mujeres eran buenas amas de casa, o comerciantes. El lugar contaba con mercadillos, posadas, alguna que otra taberna, teatro público, centro de salud, comisaría y estación de tren. No era una gran ciudad como Miami o Las Vegas, pero sí era un buen lugar teniendo en cuenta que se trataba más de un pueblito campestre que una gran metrópoli.

Encontrar la casa no le fue difícil, teniendo en cuenta que era una de las pocas con cartel de "Se vende" en su entrada. Una modesta residencia con techo a dos aguas, porche techado con barandal de madera y una escalerita corta de acceso a la puerta principal. A su lado, dos frondosos rosales que parecían enmarcar el patio principal, un aljibe tras ellos y un patio trasero donde a simple vista, se podía ver el extremo de un columpio. Al estacionar en la entrada, revisó en su libreta de notas el rápido garabato que había hecho cuando recibió el llamado: "Werlington St, 854 – Señora Anderson". Dio un rápido vistazo al número de puerta, comprobó que fuese el correcto, apagó el motor y antes de bajar de la camioneta, tomó de la guantera su pistola y también una pequeña grabadora de mano.

Rodeó el vehículo por delante, abrió el pequeño portoncito de entrada que dividía el patio con la acera, y entonces golpeó con los nudillos en la madera de la puerta, poniendo luego las manos a la espalda. Todo estaba apacible, no corría una brisa de aire, y tampoco cantaban los pájaros a pesar de ser una zona densa en vegetación. Era extraño, sin duda, pero ya lo anotaría después en su lista de observaciones. De momento, su atención se centró en los pasos que se acercaban a la puerta. Una mujer de treinta y largos, a juzgar por su criterio, se asomó frente a él abriendo la puerta principal. Llevaba un delantal por encima de la ropa, el pelo cobrizo recogido en un moño por detrás de la nuca, no tenía maquillaje pero no lo necesitaba, ya que sus mejillas tenían un agradable tono sonrosado por propia naturalidad. Largas pestañas enmarcaban sus ojos celestes, que lo miraron con detenimiento.

—¿Sí? —preguntó.

—Señora Anderson, soy el detective Ryan Foster. Vengo por lo de su hijo, estoy investigando las desapariciones. Le mostraría mi identificación pero mi director adjunto me la ha quitado, una larga historia que espero contarle, si no le molesta.

Lo miró con recelo esta vez, como si estuviera analizando la idea de dejarlo entrar o no. Miró por encima de su hombro, vio la camioneta y que no había nadie más con aquel hombre, por lo que luego de otear a los lados de la casa, abrió por fin la puerta.

—Normalmente no me confiaría así, pero no tengo más opciones, ni nada que perder... —dijo. —Pase.

La mujer se hizo a un lado, y Ryan ingresó al living. La casa olía a perfumador de ambientes, y todo a su alrededor se hallaba prolijo. Estiró su mano derecha, ofreciéndola, y la miró asintiendo con la cabeza.

—Un gusto, señora Anderson.

Ella se secó las manos rápidamente con la falda de su delantal, y se la estrechó con delicadeza.

—El gusto es mío, señor Foster. Ojalá pueda encontrar a Jake... —respondió, con la voz temblorosa. —¿Gustaría un café? Estaba lavando los platos ahora mismo, sepa disculpar el desorden.

—No se preocupe. Acepto el café, muchas gracias.

—Pase, tome asiento —dijo, señalándole la mesa central con apenas dos sillas. Entendía entonces que era una madre soltera, o al menos, vivía sola con su hijo. De no ser así, tendría el juego de sillas completo.

—Gracias, es usted muy amable —aseguró. Se quitó la chaqueta, colgándola en el respaldo de una de las sillas, se remangó la camisa, y se sentó.

—¿Hace mucho que está investigando las desapariciones? —preguntó ella, mientras ponía agua a calentar en una jarra eléctrica. Tomó dos tazas de cerámica, una de ellas con una frase haciendo alusión al día de la madre, la otra con una foto sublimada de su hijo en una fiesta escolar. Volcó un sobre de café instantáneo en cada una y agregó tres de azúcar.

—Casi seis años, masomenos. Pero no hay muchos éxitos, por desgracia —dijo, recordando al señor Weyner y su eventual suicidio.

—Oh, vaya... —murmuró ella, sin voltearse a mirarlo. —¿Y usted pertenece al FBI? Yo llamé a la línea de ayuda en cuanto Jake desapareció, pero nunca me imaginé que iban a contactarme directamente con los federales.

—Sí, hace un buen tiempo ya que estoy trabajando en la oficina como investigador de campo.

—¿Y por qué le retiraron la identificación? —preguntó ella, vertiendo el agua caliente en las tazas. Revolvió durante unos momentos, y luego se acercó a la mesa, dejándole la taza con la foto del niño a Ryan. Por último, se sentó frente a él, mientras analizaba si contarle o no.

—Mire, normalmente no debería decirle estas cosas, pero... —Se encogió de hombros. —Estoy suspendido, así que mis jefes no tienen porque enterarse. Digamos que me metí a una morgue estatal sin jurisdicción ni autorización para revisar un informe forense en particular, una víctima desaparecida que regresó luego de cuatro meses de ausencia, completamente desquiciado y que se suicidó cuando lo estábamos interrogando.

—¿En verdad? ¿Ahí nomás?

—Ahí nomás. En fin, buscaba pistas, me pillaron, y nos suspendieron, a mí y a mi compañero. Él abandonó la investigación, así que ahora trabajo solo.

—Vaya, lo lamento mucho señor Foster.

—Gracias —consintió él. Luego se volteó hacia la chaqueta colgada del respaldo de la silla, y sacó la pequeña grabadora de mano—. ¿Le parece si comenzamos?

—Claro, adelante.

Ryan entonces presionó el botón de REC, dejó la grabadora con cuidado encima de la mesa, y en cuanto la luz roja se encendió, comenzó a hablar.

—Para el registro. Es martes, ocho y diez de la mañana, diecisiete de agosto de dos mil dieciocho. Soy el investigador Ryan Foster y me encuentro en la casa de la señora Anderson, ubicada en el ocho cinco cuatro de la calle Werlington, en la ciudad de Grelendale, condado de Huston. Frente a mí, la señora Anderson informa que su hijo, Jake Anderson, ha desaparecido en extrañas circunstancias. ¿Podría decirme hace cuanto ocurrió este incidente?

—Hace tres semanas, aproximadamente —respondió.

—Muy bien, ¿podría decirme que edad tiene su niño?

—Nueve años.

—Bien. Por favor, descríbame que fue lo que ocurrió el día que Jake desapareció —pidió, mientras llevaba una mano hacia la taza de café.

—Bueno... habíamos tenido un día normal, lo típico. Se había levantado bastante tarde, porque no hay clases y aprovecha las vacaciones para dormir como un oso —sonrió al decir aquello, al mismo tiempo que los ojos comenzaban a llenársele de lágrimas—. A la tarde, luego de su merienda, había salido a jugar a la ensenada del río como siempre solía hacerlo, con sus amigos. Le gustaba recoger piedritas y cazar cangrejos. Pero esta vez... no regresó. Su orden era siempre volver antes de las ocho, que es cuando oscurece, pero eran las ocho y media y no regresaba así que fui a buscarlo. Cuando llegué a la orilla del río vi que sus amigos lo estaban buscando también, llamándolo a los gritos —hizo una pausa, respiró hondo y entonces comenzó a llorar—. Creí que se había ahogado, aunque a él no le gusta el agua y jamás se mete a ella, pero no fue así. Sam y Hosea dijeron que estaba con ellos y de un segundo al otro ya no lo vieron más, como si se hubiera esfumado en el aire.

—Perdóneme, señora Anderson. ¿No creé que con nueve años es peligroso dejar a un niño jugando solo cerca de un río?

Ryan sabía que corría riesgo de parecer grosero, pero no podía evitarlo. Al escuchar aquello sabía que su madre había cometido un acto de irresponsabilidad absoluta, y debía decirlo.

—Quizá en otra ciudad, pero no aquí —dijo, sin un ápice de molestia en el tono de su voz—. Somos gente sencilla, todos los niños de la localidad conocen tanto el bosque como la costa del río de memoria, podría decirse que se crían en ellos, al igual que cualquiera de nosotros cuando éramos pequeños también.

—De acuerdo. ¿Había algo inusual esa noche? ¿Algo que le llamara la atención particularmente? —preguntó.

—No, en lo absoluto. Fue una noche ajetreada, los oficiales me ayudaron a rastrear en el bosque, incluso algunos vecinos revisaron el río, más que nada los pescadores. Levantaron todas sus redes y las trampas para cangrejos, pero no había rastro de Jake.

—Entiendo. ¿Alguna actividad inusual en el área en los días previos a la desaparición?

—No estoy segura ­—dijo ella, intentando hacer memoria. Dio un sorbo a su café, se acomodó un mechón de cabello detrás del oído y continuó—. Algunos vecinos mencionaron luces extrañas en el río, pero nadie puede confirmar nada.

—Luces en el río... lo tendré en cuenta. ¿Notó que Jake estuviese raro de alguna manera, en los días o semanas previas al incidente?

La señora Anderson hizo una pausa, como si recordara algo bastante desagradable, y entonces asintió con la cabeza.

—Sí.

—Cuénteme, por favor.

—Un mes antes había comenzado a desarrollar una serie de pesadillas extrañas. Los terrores nocturnos eran tan fuertes que incluso había comenzado a mojar la cama, y ya no quería dormir solo, así que tuve que hacerle lugar junto a mí.

—¿Le dijo lo que soñaba?

—Me contaba que veía un enorme campo, como si fuera una pradera o un valle. Estaba oscuro, como si de repente no hubiera luz del sol ni de la luna, como si fuera una noche cerrada en donde no se ve más que algunos palmos más allá de la nariz. Aún así, a pesar de no ver muchos detalles a su alrededor, sabía que había más personas ahí, y que algo enorme, oscuro y terrible lo observaba. Decía que no podía verlo, pero que sabía que estaba muy cerca de él, como si aquello fuese parte de todo el entorno a su alrededor, y que comenzaba a tragarlo —La señora Anderson hizo el gesto con las manos—. Como si aquella oscuridad comenzara a comprimirlo poco a poco, hasta que despertaba gritando. Incluso hasta hacía dibujos de ello.

—¿Podría mostrármelos, después?

—Claro, no hay problema —respondió ella, secándose las mejillas.

—¿Jake tenía alguna rutina o lugar favorito en el río, donde solía ir?

—Sí, acostumbraba pasar tiempo cerca del viejo roble, que está por la bajada de los pescadores. Le encantaba jugar allí y treparse a él.

—Entendido —asintió Ryan—. ¿Ha visto alguna persona o vehículo extraño cerca del área? ¿Algún residente nuevo en la localidad?

—No, en lo absoluto. Aquí somos casi un pueblo rural, todos nos conocemos entre todos, y no hemos visto a nadie nuevo. Pero me decía que la cosa de sus sueños lo estaba observando, como si lo estuviera acechando cada vez que se giraba dándole la espalda al bosque o al río.

—¿No ha recibido alguna llamada extraña en este tiempo? ¿Quizá algún pedido de rescate o similar?

—No, en lo absoluto.

—¿Qué opina el padre de Jake al respecto? ¿Está enterado de lo ocurrido? —preguntó. Notó que la señora Anderson se removió en su asiento, como si hubiera tocado un tema escabroso, casi tanto como la desaparición de su propio hijo.

—No... él no está enterado. Hace cinco años que no sé nada de él, gracias a Dios.

—¿Podría contarme? —pidió Ryan.

—Charles se alejó de nosotros cuando Jake tenía cuatro, luego de una denuncia por violencia intrafamiliar que le hice. Le pusieron restricción de acercamiento durante un año, así que tuvo que mudarse, y poco antes de que cesara la restricción, conoció una nueva mujer así que nunca volvió —explicó—. Mejor así, era un hombre muy violento. No tanto con Jake, pero conmigo... me gustaría no hablar de ello, si es posible.

—Como prefiera, señora Anderson. ¿Creé que su ex esposo pudiera estar implicado en la desaparición de Jake? Quizá como castigo o represalia hacia usted.

—No, o al menos no lo creo... Sería un monstruo si hiciera algo así.

—Sin embargo, no tiene razones para no sospechar de él a ciencia cierta. Conocía la zona, seguramente también conocía a los niños con los que jugaba su hijo, quizá por eso no se alertaron cuando Jake desapareció.

Ella pareció meditar un momento, y se dio cuenta de que Ryan tenía razón.

—Sí, es cierto.

—Creo que debería darle la noticia a su padre, al menos para ver como reacciona.

—Yo... hace años que no hablo con él, no sé si sea conveniente...

—¿Quiere que yo hable por usted?

—¡Oh, sí, por favor! Yo no... no podría —exclamó. A Ryan no le costó mucho trabajo darse cuenta de que a pesar del tiempo transcurrido, la señora Anderson sentía un miedo brutal hacia él.

—No se preocupe, yo le daré el informe —Ryan hizo una pausa para beber un trago de café, y entonces preguntó—. ¿Hay algo más que quiera decirme?

—Solo quiero que mi Jake regrese a casa, agente Foster. Haré lo que sea necesario —dijo, suspirando para contener el llanto.

—Haré todo lo que esté a mi alcance, señora Anderson. Corto —respondió, y presionó el botón de STOP de la grabadora, volviendo a guardarla en la chaqueta—. ¿Podría mostrarme esos dibujos, si es tan amable?

—Claro, venga conmigo.

Ambos se pusieron de pie, y atravesaron la sala principal hacia un pequeño pasillo donde había tres puertas cerradas. Imaginó que una de ellas sería el baño, y las otras dos los dormitorios. La señora Anderson abrió uno de ellos, y ante Ryan se extendió una modesta pero acogedora habitación infantil. La cama de una plaza estaba tendida con una colcha de autos de carrera por encima, había una pequeña biblioteca empotrada en una de las paredes laterales con libros e historietas, junto a ella un estante con figuras de acción coleccionables de los Power Rangers y en un rincón un canasto de plástico repleto de juguetes. Ella caminó hasta un escritorio pequeño, ubicado a los pies de la cama y que a todas luces era el rincón de dibujo del niño, debido a la cantidad de portalápices con colores que había encima de la mesa, y abrió un cajón. Sacó un montón de láminas y se las extendió a Ryan.

—Aquí tiene, mire.

Comenzó a observar cada uno de los dibujos. Al principio, notó que las ilustraciones eran las típicas de todos los niños: una casita, su árbol, su mascota, él y su madre representados tan bien como podía. Luego, los colores desaparecían. Solo usaba crayones y colores grises y negros, nada más. Dibujaba el río completamente oscuro, también el bosque, y luego un campo. En el campo, representado con rayas negras trazadas de forma muy dispár, había algunas rayas pintadas en rojo, como si fueran protuberancias en el mismo suelo. Ryan señaló una de ellas.

—¿Le dijo que era esto? —preguntó.

—Me decía que eran las personas, tiradas en el suelo, y que como estaban lastimadas sangraban mucho, por eso las hacía con rojo.

—Hmmm, de acuerdo... —murmuró.

A partir de allí, todos los dibujos se repetían, como si tuviese un patrón único impreso en su psique, el cual repetía una y otra y otra vez. Sin embargo, entre todo el dibujo oscuro y monocromático, había algo más que conforme iban pasando los días, Ryan notó que el niño añadió a la escena: una especie de hombre, casi tan alto que abarcaba toda la hoja, y que estaba trazado con crayón negro por encima del lápiz de color e incluso de otros crayones, como si fuera mucho más denso o importante que el propio entorno. En todos los dibujos era igual, siempre parecía estar mirando al espectador.

—¿Podría llevarme uno de estos, si no es mucha molestia? —preguntó.

—Claro, no hay problema —consintió ella. Aceptó los dibujos que le devolvía, y luego volvió a meterlos al cajón—. ¿Qué creé?

—Bueno —respondió Ryan, haciendo un doblez con la imagen y guardándola en el bolsillo del pantalón—, no soy psicólogo de niños, pero claramente había algo que lo estaba persiguiendo. Sus dibujos coinciden con su descripción de las pesadillas, por lo tanto, no me asombraría que en su pequeña mente relacionase una cosa con la otra.

—Es posible, sí. Esos dibujos siempre me dieron un repelús tremendo, no le voy a mentir.

—La entiendo —dijo, mientras volvía a caminar hacia el living. Al llegar a la silla, tomó la chaqueta de su respaldo y se la colocó rápidamente—. Me gustaría ir a revisar el río, y el bosque aledaño. ¿Hay algún sitio donde pueda alojarme? Supongo que estaré aquí durante algunos días.

—Oh, sí. A mano derecha de la avenida principal, cerca de la entrada a la localidad, está la posada de Walter Marston. Dígale que va de mi parte, y será muy bienvenido.

—De acuerdo, así será. Muchas gracias, señora Anderson.

Volvió a ofrecerle la mano en cuanto llegaron a la puerta principal, y en cuanto ella se la estrechó, lo cubrió con ambas manos, mirándolo directamente a los ojos.

—Gracias a usted, agente Foster. Que haya venido hasta aquí... significa mucho para mí, en verdad. Apenas puedo dormir por las noches pensando en donde estará mi pequeño, se lo juro.

—Lo imagino —En cuanto ella le soltó la mano, Ryan sacó del bolsillo interno de su chaqueta una pequeña tarjetita—. Aquí está mi teléfono personal, si tiene algún dato más que haya olvidado o hay noticias, sea la hora que sea, no dude en llamarme. Vendré enseguida.

—Gracias, agente Foster. ¿Puedo enviarle por mensaje de texto el número de mi ex esposo? Para que pueda darle la noticia acerca de Jake. Supongo que usted va a saber manejarlo mejor que yo...

—Claro que sí, no hay problema. Hasta luego, señora Anderson —respondió, emprendiendo el camino hasta la acera, donde a un lado, su camioneta se hallaba estacionada. 

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