Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CUATRO - FUEGO

A la mañana siguiente, los primeros rayos de luz se filtraron por el espacio entre las cortinas de la habitación, que en penumbras, comenzaba a clarearse poco a poco. Molly abrió los ojos, cómodamente apoyada encima del pecho de Ryan y aferrada a su tórax en un medio abrazo, mientras podía percibir los latidos calmos de su corazón. Levantó los ojos, un poco adormilada, y lo observó dormir plácidamente boca arriba, con su brazo izquierdo por debajo del cuerpo de ella y la mano apoyada encima de la cadera. Le acarició el pecho con suavidad, mientras que cerraba los ojos recordando la noche anterior. Al principio todo había sido demasiado apresurado, con un hambriento deseo que ninguno de los dos pudo ocultar ni mucho menos refrenar, pero luego de la primera vez, todo se volvió más delicado y romántico, descubriéndose mutuamente con un mimo y ternura absolutas. Molly se había entregado a él varias veces y utilizando su propio cuerpo en formas que nunca había usado con otro hombre, explorando caminos de placer impensados para ella hasta ese momento. Él, por su parte, le había recompensado haciendo buen uso de su boca, envolviéndola en un torrente de lujuria y pasión.

Volvió a mirarlo deseando que el tiempo se congelase allí mismo, para quedarse de forma perpetua en la tibieza de aquel instante, sin pensar en nada más que no fuese la respiración de Ryan y en lo flojo que sentía todo el cuerpo. Hacía mucho tiempo que no dormía con nadie, e incluso podría decirse que hasta casi se había olvidado de cómo se sentía una buena sesión de sexo, pero había sido tan atento con ella que logró reacciones dignas de las mejores épocas de su juventud. Se acomodo un poco mejor, cruzando una pierna por encima de su pelvis, y Ryan se movió, entredespierto. Abrió los ojos, miró al techo como si por un instante recordase que no estaba en el sillón del living, y entonces giró la cabeza al costado. Molly le acarició una mejilla, y él la impulsó con su brazo izquierdo para que subiera encima suyo. Dio una risilla de sorpresa y diversión, y entonces le dio un corto beso, mientras que Ryan la abrazaba por la cintura.

—Buenos días —Lo saludó—. ¿Dormiste bien?

Él la miró con una sonrisa.

—Hacía mucho que no tocaba una cama.

—Y a una mujer.

Ambos rieron, y entonces volvieron a besarse. Ryan cerró los ojos al mismo tiempo que una de sus manos bajaba para sujetarla de una nalga, y justo cuando con su mano libre comenzaba a buscar un pecho, ella se separó un instante.

—Tengo que hacer el desayuno, Jake no va a tardar en despertarse —susurró.

—Quince minutos más —pidió, con la respiración un poco agitada. Ella le puso un índice en los labios, sonriendo.

—Dejemos algo para luego —volvió a darle un par de besos rápidos, y entonces se giró hacia el borde de la cama, irguiéndose para comenzar a vestirse.

Ryan se estiró abriendo los brazos a medida que se desperezaba, y luego se giró de costado, para verla mientras buscaba su ropa. Ese lunar al costado del ombligo, lo largas de sus piernas, el cabello cobrizo cayéndole despeinado tras la espalda contrastando con la blancura de su piel, todo en ella era perfecto para él, y la recorrió con la mirada como si quisiera tatuarse su imagen en lo más profundo de su memoria. Apartando las mantas, se puso de pie y se acercó a ella por detrás, abrazándola por la cintura y dándole un beso en el cuello. Molly sonrió, al mismo tiempo que le acariciaba los antebrazos.

—¿Ha estado bien? ¿Lo de anoche? —preguntó. Ella abrió los ojos, extrañada, y lo miró de reojo, divertida.

—Claro que sí —aseguró—. ¿Crees que no? ¿Tú te has sentido incomodo?

—Por supuesto que no. Solo quería que supieras que yo no hago esto con ninguna civil en medio de una investigación.

Molly se giró hacia él, apartándose de su abrazo, y lo miró directamente a los ojos.

—¿Y te sientes culpable por ello?

—Tal vez, no lo sé. Solo quería asegurarme que no te sintieras incómoda.

Ella le acarició una mejilla, y asintió con la cabeza. Estaba faltando por primera vez a su ética profesional, se notaba en su incertidumbre, y decidió hablarle lo más sincera posible.

—Contigo sería incapaz de sentirme incómoda en algo. Me ha gustado, mucho, y no tienes que darme explicaciones o disculparte conmigo de alguna manera. Sé que eres un buen hombre, que no vas por la vida teniendo sexo con mil personas en cada caso que llevas adelante, como te dijo el imbécil de Charles. Conmigo no necesitas justificaciones, así que olvídate de eso, ¿de acuerdo? —dijo. Él la miró, le sonrió y asintió con la cabeza.

—Gracias.

—Ahora vístete, mientras aún te lo permito —bromeó, mirándolo de arriba abajo evidenciando su desnudez.

Se vistieron, se dirigieron al baño uno a uno, para cepillarse los dientes y encender el termotanque de la ducha, y luego Molly se quedó en la cocina para preparar el desayuno. Ryan, mientras tanto, comenzó a doblar las mantas del sillón —entendiendo que ya no dormiría más allí en los días siguientes—, y luego se sentó con la computadora portátil a buscar algunos datos. De camino a Grelendale había pasado por una gasolinera Shell ubicada unos cincuenta kilómetros antes de la localidad, pero si quería combustible tanto para su camioneta como para incendiar ese maldito árbol entonces tendría que buscar algo más cercano a su ubicación. Fue así como encontró una Texaco a dos kilómetros del acceso a Grelendale. Era lo más cerca que el mapa local mostraba en la ubicación por satélite, así que anotó su dirección y luego comenzó a mirar el reporte del clima para la siguiente semana, al menos. Era necesario saber si habría viento, si habría lluvia, o cuando sería el día más favorable para ir allí y acabar con toda esa historia horrenda.

—Ey, buenos días —La escuchó decir. Ryan levantó la mirada de la pantalla y vio a Molly frente a la mesada abriendo el paquete de pan, mientras saludaba a Jake, quien aún se dirigía somnoliento rumbo al baño. Esbozó una sonrisa, apagó la computadora y dejándola a un lado, se levantó del sillón.

—¿Necesitas ayuda en algo? —preguntó, acercándose a la mesada. Molly lo miró y negó con la cabeza, pero luego se arrepintió y señaló el refrigerador.

—Pon el jugo encima de la mesa, y la mermelada. Hay una de frutilla sin abrir, se me antoja esa. ¿Te gusta?

—Normalmente no, pero te acompaño con mantequilla.

—Hecho —sonrió ella. Lo vio abrir el refrigerador, sacar la caja de jugo, el bote de mermelada, dejar todo en la mesa y volver a por la mantequilla. Entonces preguntó: —¿Aún sigues con la idea de ir a la reserva?

Ryan la miró, y negó con la cabeza. Al hacer eso, notó que ella respiraba un poco más aliviada, estaba preocupada por su decisión, y tenía razón en hacerlo.

—Creo que no, y tienes razón cuando dices que no debería arriesgarme más de la cuenta. Así que voy a ir a la casa del señor Matthews para darle la noticia acerca de su hijo. Es lo más justo —respondió.

—Yo te acompaño.

—¿Y por qué mejor no te quedas aquí? Va a ser un momento difícil, y además la casa del señor Matthews tampoco va a ser el único sitio al que voy a ir. Quiero pasar por una gasolinera a un par de kilómetros de los accesos a Grelendale, para llenar un par de bidones de combustible, y también por una farmacia. Tardaré un poco.

—¿Una farmacia? ¿Para qué?

Ryan la miró como si fuese obvio.

—Píldora del día después, Molly. ¿Cómo que para qué? —preguntó, sonriendo.

—No hace falta, hace mucho que tomo las anticonceptivas. Puedo mostrarte el blíster de este mes a medio terminar, si quieres.

—No es necesario, entonces solo será la casa del señor Matthews y la gasolinera —consintió, apoyándole una mano en la cintura para darle un beso en el hombro.

Molly terminó de preparar el desayuno y luego de servirlo cada uno en su plato, se sentó a la mesa justo cuando Jake salía del baño. Ryan se acercó a una de las ventanas del living, para mirar hacia afuera, en cuanto sintió el graznido de algunos pájaros rondando la propiedad. Miró durante unos momentos con expresión preocupada, y obviamente, Molly vio aquello.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada, solo me había parecido escuchar algunos cuervos, pero no ocurre nada. El día está un poco nublado. Quizá llueva.

—Esperemos que no. ¿Cuándo tienes planeado ir al bosque?

—Si todo sale bien, esta misma noche.

—¿Y luego?

Ryan se acercó a la mesa y tomó asiento frente al plato y su taza de café. Molly estaba ansiosa, podía notarlo por la seguidilla de preguntas, y era entendible. Luego de haber pasado una noche como aquella, tener que hablar acerca del momento de su partida era algo muy incomodo para ambos.

—Luego me tomaré un par de días para redactar un informe final, pasar las notas del registro de voz al archivo, y luego volveré a Manhattan —La vio asentir con la cabeza en gesto de pesadumbre, y entonces levantó su taza de café como si quisiera hacer un brindis con ella, antes de beber un sorbito—. Desayunemos, Molly. Luego tendremos tiempo para todo lo demás.

Dieron buena cuenta de la comida al mismo tiempo que charlaban de cosas más triviales, no solamente por ellos, sino para también evitar poner nervioso a Jake, que ya había pasado por demasiadas cosas. Luego del desayuno, Ryan ayudó a Molly a levantar la mesa y lavar los platos, y luego tomó ropa limpia con la cual entrar a ducharse. Al meterse bajo el agua, entrelazó las manos por detrás del cuello y bajó la mirada al suelo, pensando en todo lo que venía por delante. Ya estaba a dos pasos de terminar con aquello, y no veía la hora de poder lograrlo. No solo por un hecho de volver a su casa, a su sentido de pertenencia y su lugar familiar, sino por poder vivir en paz sabiendo que la tranquilidad y seguridad de Molly y su hijo estaban aseguradas.

Sin embargo, lo que más le orbitaba alrededor de la cabeza era toda la situación con ella. Si se iba, ¿Cuándo podría volver a verla? Se preguntó. Grelendale no estaba tan lejos de Manhattan, no más de seis horas de conducción si lo hacía a buen ritmo. Siempre podía asegurarse un par de fines de semana al mes para volver, pero también había otra cuestión que era propia de la psicología del ser humano: con el tiempo, aquello implicaría formar una relación. Y si se formaba una relación amorosa, era lógico que ambos sintieran la necesidad de compartir mucho más tiempo juntos, y Ryan no sabía si era algo de lo que estaba dispuesto. No por una cuestión de no sentir amor, sino por la implicancia de seguridad hacia ella. ¿Realmente quería ofrecerle una relación estable, teniendo en cuenta que su vida consistía en pasarse horas en la oficina, o viajar de aquí para allá durante semanas?

Sin embargo, ya lo resolvería. Ahora tenía que ensayar mentalmente varias cosas, primero que nada, cómo le diría al señor Matthews que su hijo ya no estaba con vida. Sabía que se lo tomaría a mal, pero lo que más le jodía era el hecho de no tener ni siquiera una miserable prueba, nada que pudiera ofrecerle al padre del niño más que unas condolencias, y sanseacabó. Una parte de sí mismo sentía incluso que había fallado como investigador, que podría haber hecho mas, quizá, pero lo cierto es que nunca se habría imaginado que acabaría todo aquello enfrentando a una entidad de vaya a saber que horrible naturaleza.

Se duchó hasta haber agotado por completo el agua caliente, se secó, se vistió y luego de salir del baño, se colocó su chaqueta y tomó las llaves de la camioneta. Se despidió de Molly con un rápido beso en los labios, salió a la acera y subió a la Cherokee del lado del conductor, arrancando con rapidez. La casa no estaba lejos, de modo que atravesó las calles en pocos minutos y estacionó en su puerta, sin apagar el motor. Miró a la izquierda viendo la puerta cerrada de la humilde casa, y dejó escapar un profundo suspiro. Nunca le había sido fácil, ni mucho menos de algún tipo de agrado, dar una mala noticia, pero tenía que hacerlo. Era su deber, así que se desabrochó el cinturón, bajó cerrando la puerta tras de sí e ingresó al patio, golpeando levemente con los nudillos en cuanto llegó a la puerta de madera. Escuchó un "¡Ya voy!" desde adentro, y unos momentos después, allí apareció el padre del niño, con un delantal de trabajo y restos de aserrín en la ropa.

—Buenos días, señor Matthews. Siento si estaba ocupado —saludó Ryan, ofreciéndole la mano. El hombre negó con la cabeza, y se la aceptó.

—No se preocupe. ¿Hay noticias de mi hijo? —preguntó, casi de forma desesperada.

—Sí, me temo que sí. Lamento tener que decir esto, señor Matthews, pero Hosea no está con vida —hizo una pausa y le apoyó una mano en el hombro en cuanto vio que el hombre frente a sí daba un ligero tambaleo al costado, mirándolo con los ojos anegados en lágrimas—. Lo siento mucho.

—Cielo santo... —murmuró, cubriéndose el rostro con las manos. —No... ¿Cómo? ¿Dónde lo encontraron?

—No lo sabemos, no hay cuerpo.

—¿Y cómo sabe que está muerto?

—Lo ha confesado el cacique de la reserva indígena Arapahoe, quien fue responsable de todas las desapariciones —mintió. Le jodía un poco tener que usarlo de chivo expiatorio, pero cualquier cosa era mejor que explicarle el hecho de una entidad ancestral a un padre que estaba sufriendo—. Él ya está detenido, de hecho, probablemente muera en la cárcel.

—Y me alegro por ello —respondió, mirándolo con furia en sus ojos rojizos debido al llanto—. ¿Qué le hizo? ¿Qué le hizo a mi niño?

Ryan lo observó con cierta pesadumbre.

—¿En verdad quiere saberlo, señor Matthews?

—Sí.

—Lo utilizó para uno de sus rituales.

Le jodía mentir así, pero era mejor que explicar muchas cosas. Cosas que obviamente, le sonarían a locura y casi con toda seguridad haría que lo destituyeran del cargo. El hombre frente a él se tomó el rostro con las manos y dejó recostar su cuerpo junto al marco de la puerta, como si tuviera que sostenerse con algo.

—Cielo santo... —balbuceó.

—¿Quiere que le llame una asistencia médica? —preguntó Ryan, apoyándole una mano en el brazo. Él negó con la cabeza.

—No, estoy bien... —Lo miró con el aspecto más derrotado que Ryan había visto en su vida, y entonces volteó a mirar hacia adentro de la casa—. Si no le importa, me gustaría estar solo en un momento como este.

—Claro, no hay problema. Lamento tener que traerle estas pésimas noticias, pero no quería demorarlo mucho más. Ni bien la investigación se cerró, vine aquí directamente.

—No se preocupe, ha hecho bien. Gracias por todo, agente —dijo, estrechándole la mano por segunda vez.

Ryan lo vio girar hacia la puerta, caminando despacio, como si de repente le hubiesen caído encima veinte años de un plomazo. Cerró la puerta tras de sí y entonces el más absoluto silencio, el cual permaneció atento, escuchando, por cualquier crisis que pudiera sufrir el señor Matthews y tuviese que derribar la puerta para socorrerlo. Pero al ver que no era así, volvió a su camioneta caminando de forma taciturna, subió a ella y antes de emprender el retorno, dio un suspiro cansado. Estaba deseando terminar con toda aquella pesadilla horrible, que Grelendale y Nawathenna no fuesen más que un horrible recuerdo, y punto. Y una parte de sí mismo incluso envidió sanamente al señor Matthews. Él nunca sabría con verdad qué había pasado, no como el propio Ryan, quien el recuerdo de los gritos de su hermana al ser destrozada por aquella criatura le perseguirían cada vez que cerrase los ojos.

Giró en U y emprendió la marcha rumbo al mercadillo, donde compraría algunos bidones sin etiquetar antes de ir a la gasolinera. No acostumbraba a conducir con bidones propios de gasolina en el maletero de la Cherokee, por una cuestión de seguridad a la hora de tener un accidente, por lo que caería en la necesidad de tener que comprar al menos un par. En cualquier caso, aún le quedaban algunos cuantos cientos de dólares en efectivo, para solventarse tanto en los días extra que se quedase en la casa de Molly, como al regreso por la carretera.

Mientras conducía, notó que además de estar bastante nublado, el airé estaba pesado, denso, como si se anticipara una tormenta y hubiese un alto valor de humedad, a pesar de que el reporte del clima coincidía que no llovería hasta dentro de unos cuatro o cinco días. Por inercia, levantó los ojos al retrovisor y al mirar hacia atrás, vio algo espeluznante. La enorme presencia de Nawathenna, aquella forma humanoide, altísima y oscura, estaba de pie en medio de la calle observándolo. Abrió grandes los ojos, y un potente bocinazo se escuchó delante. Al volver a mirar hacia el parabrisas, vio que se había cambiado de carril sin darse cuenta de ello, y un camión de productos chacinados venía frente a él, haciendo pitar la bocina como un loco.

Ryan volanteó entonces a la derecha, con el tiempo justo de que el camión pasara a su lado, con la bocina berreando a todo volumen. Se aferró con ambas manos del volante al mismo tiempo que respiraba agitado, casi sin atreverse a volver a mirar por el retrovisor. Sin embargo, al levantar la vista, vio que aquella cosa ya no estaba.

—Te voy a joder, hijo de puta, ya lo verás... —murmuró, de forma nerviosa.

Esperaba, por el bien de todos, que en cuanto quemase ese maldito árbol, aquella cosa dejara de acecharlo, tanto a él como a Molly y su familia, incluso al resto de los habitantes de Grelendale, que desconocían toda aquella situación. Nunca en su vida había creído en fantasmas, entidades, cosas extrañas, por locas que parecieren, y sin embargo ahí estaba, con una anécdota de los mil demonios para contar, donde muchas veces hasta se había cuestionado su propia cordura. Recordó con una sonrisa como cuando al principio de todo aquello, había teorizado la idea de que la Sylva Americana actuara como una especie de alucinógeno para las víctimas, creando estados alterados de conciencia donde vieran claramente a una criatura como aquella entidad.

Hasta que le tocó vivir la experiencia por él mismo, claro. Ahí la situación había sido completamente diferente.

Llegó al minimarket, estacionó en uno de los lugares libres, apagó el motor y bajó de la camioneta mirando a su alrededor. Ver a aquella cosa de pie en medio de la calle le había generado muy mal cuerpo, y ahora no estaba tranquilo del todo al cien por ciento. No sabía si por alguna razón, aquella entidad podía sentir que Ryan comenzaba a querer cerrarle los caminos de acceso y por eso lo acechaba, pero tampoco descartaba que no fuese así. A saber qué horrible razonamiento guiaba a una criatura de tales magnitudes, y qué clase de conocimientos tendría. ¿Sería omnisapiente, al igual que Dios? Se preguntaba. De ser así, esperaba que no, porque entonces ya sabría que iría al bosque a quemar el árbol, y entonces ya no habría nada más que hacer.

Ingresó al mercadillo, fue directamente a la parte de herramientas y materiales para la casa, y tras pasar el cesto de las escobas, encontró una góndola dedicada a recipientes de diferentes tamaños y utilidades. Tomó dos bidones transparentes, luego un Zippo de la sección de regalería, se dirigió a la caja, pagó con el importe justo y luego volvió a la camioneta, dejando los bidones en el suelo de los asientos traseros. Encendió el motor mientras se colocaba el cinturón, salió de la plaza de estacionamientos y se dirigió directamente a los accesos principales de la localidad, para emprender el camino hacia las afueras.

Mientras conducía, su mente se dejó llevar por el hecho de ver un paisaje distinto. A medida que se alejaba del centro de Grelendale, la urbanización iba haciéndose cada vez más escasa, y el paisaje propio de un paraje rural comenzaba a notarse: casas cada vez más esporádicas, campos cultivados, torres de alta tensión eléctrica y grandes molinos eólicos en los cerros y praderas, a la distancia. Sin embargo, también notó otro detalle bastante inusual.

En los postes de luz, y en los cables de suministro eléctrico, se posaban algunos pájaros negros y gordos, que lo miraban al pasar. Eran cuervos.

Lo estaba vigilando, pensó Ryan. No sabía cómo ni porqué había pensado eso con una certeza casi absurda, pero estaba convencido que ese era el motivo: lo estaba siguiendo de alguna manera, utilizando los pájaros. Y para su pesar, las palabras del cacique volvieron a resonar en su cabeza, la noche en que salvó a Jake de ser secuestrado por él.


"¿Creé que puede evitar algo? No lo hará, seguirá usando sus influencias".


Con el miedo creciendo en su interior, apuró el paso, pisando un poco más el acelerador. Por un instante estuvo casi tentado de volcar una rápida mirada al retrovisor, pero en su lugar, resistió lo más que pudo. Tenía la horrible corazonada de que si lo hacía, vería de nuevo aquella cosa de pie en medio de la calle, tan grande y oscura como solía ser. O peor, quizá estuviese acercándose poco a poco, hasta verlo dentro de la propia camioneta, mirándolo directamente con aquellos dos puntos rojizos que tenía por ojos.

Quince minutos después, ya había llegado a la gasolinera Texaco que había visto en el mapa, por lo que se apresuró en dejar la camioneta a un lado, tomar los bidones y caminar con ellos hasta el surtidor más cercano, donde los cargó con Gas-oil casi hasta el borde. Luego de pagar, metió los bidones repletos de combustible en el maletero del vehículo y volvió a subir al asiento del conductor, para emprender el camino de regreso.

Mientras enfilaba el camino principal, subió la ventanilla a su lado, notando que el airé estaba un poco más fresco de lo habitual. El cielo nuboso había dado paso a una tormenta que sospechó iría en aumento, y esperaba que no lloviese, o de lo contrario tendría que retrasar su incursión en el bosque. Algunos truenos comenzaban a escucharse por el horizonte, y cuando ya se había alejado un buen tramo de la gasolinera, un golpe sonó en el techo de la camioneta, como si hubiera caído algo encima. Ryan se replegó en su asiento, y por instinto, pisó un poco el freno. No lo suficiente como para detenerse en seco, pero si lo ideal como para que algo resbalara desde el techo hacia el parabrisas.

Le había caído un cuervo muerto.

—Puta madre... —murmuró.

Se obligó a levantar los ojos hacia el retrovisor. En los asientos traseros no había nada, ni rastro de la entidad, y se alegró por ello, de modo que respirando hondo, se sujetó con ambas manos del volante revestido en cuero y pisó un poco el acelerador, queriendo llegar a la casa cuanto antes. Sin embargo, un kilometro después, presenció algo increíble a la par que insólito: una bandada de gorriones volaba adelante, como una enorme masa gris, rumbo a su posición. Cuando ya estaban lo suficientemente cerca, descendieron hacia la camioneta haciendo no solo que Ryan y otros coches perdieran gran parte de la visión que tenían por delante, sino que además comenzaron a estrellarse contra el vehículo como si quisieran destrozarlo de alguna forma. Dando una exclamación de terror, Ryan pulsó el botón de las balizas de posición y dio un volantazo a un lado, deteniéndose a un costado del camino. Con una mano tomó su teléfono celular, llamó a Molly, y a los tres tonos, ella atendió.

—Hola —dijo.

—¡Molly, cierra todas las puertas y ventanas de la casa, y no salgas por nada del mundo! —exclamó, temiendo que la misma anomalía estuviese ocurriendo allá.

—De acuerdo, ¿estás bien? —preguntó ella, confundida. Luego hizo una pausa, escuchando los golpeteos de las aves contra el capó, el parabrisas y el techo de la camioneta. —¿Qué es ese ruido?

—Una bandada de aves se está dando de lleno contra mi camioneta, y he visto algunas cosas más —Ryan dio un suspiro, viendo como su cristal comenzaba a mancharse de sangre y los cuerpos de los pajarillos comenzaban a amontonarse cerca de las ventilas del motor—. He visto a Nawathenna tras de mí, en la calle. Lo vi por el retrovisor.

—Dios mío...

—Creo que esa cosa sabe que voy a ir por ella. Quédate en la casa y no salgas, iré para allá en breve.

—Cuídate, por favor —Le imploró. Él asintió con la cabeza, aunque no pudiera verlo.

—Ustedes también —dijo, y colgó.

Esperó a que el aluvión de gorriones pasara, y así de rápido como llegó, así continuó su camino. Ryan miró por el retrovisor, viendo como los pájaros que aún continuaban con vida seguían volando hacia adelante, pero esta vez levantando vuelo más alto. Se desabrochó el cinturón, abrió la portezuela del lado del conductor y bajó del vehículo, viéndolo con detalle. Toda la carrocería tenía pintas de sangre, ahí donde los animalillos se habían estrellado en su alocado vuelo, y con cuidado de no mancharse las manos, comenzó a tomar por las alas y las patas los cuerpitos de algunos de ellos, para quitarlos de encima del parabrisas. El airé caliente soplaba, y los truenos encima de su cabeza fueron anunciando la posible lluvia que vendría después, y aquello no hacía más que derrumbarle los ánimos por el suelo. Estaba deseoso de poder quemar ese maldito árbol de una vez, y su idea era hacerlo esa misma tarde, pero ahora no podría hacer nada, se dijo.

Resignado, volvió a subir a la camioneta, emprendiendo de nuevo el camino de regreso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro