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8

Molly no sabía que hora era, pero tenía sed. El pollo había quedado demasiado condimentado, y entre dormida, se debatía en la posibilidad de levantarse para ir hasta el refrigerador y servirse un vaso de jugo, o aguantarse hasta el día siguiente. Estaba muy cómoda, la posición del cuerpo era la perfecta e ideal la temperatura de las mantas, pero también sentía que no dormiría muy placida si continuaba ignorando la sed, así que dando un resoplido, apartó las mantas y acomodándose la tira del hombro derecho en su vestidito de dormir, salió de la habitación rumbo a la cocina. Abrió el refrigerador, tomó la caja de tetrapack de jugo de ananá y dio unos cuantos buches profundos, dando una exhalación al terminar. Volvió a cerrar el empaque, dejó la caja en la puerta del refrigerador y la cerró sin mirar atrás, volviendo a su habitación. Al pasar por la puerta cerrada de su hijo, decidió echar un rápido vistazo, por simple costumbre. Tomó el picaporte en su mano, lo giró con suavidad y empujó la puerta lo suficiente como para que se entornase, y ver hacia adentro.

Jake no estaba.

Molly dio un empujón a la puerta abriendo de golpe, temblando de pánico. La habitación apestaba al olor de la Sylva Americana, y al encender la luz, pudo ver un pajarillo muerto en el suelo. Sintiendo que las lágrimas le afloraban como manantiales, giró sobre sus pies y corrió hacia el living, abalanzándose encima del sillón, apoyando ambas manos en los hombros de Ryan y sacudiéndolo tan fuerte como podía, al mismo tiempo que gritaba y lloraba, todo a la vez. Él abrió grandes los ojos y dio tal sobresalto que por poco se cae a un lado.

—¡Que! ¡Que! —exclamó, confundido.

—¡Jake no está! ¡Se lo llevó! ¡Se lo llevó! —gritó.

—¡Mierda! ¿Cómo que...? —preguntó, atontado. Apartó las mantas de un tirón y se calzó las zapatillas deportivas con rapidez, corriendo luego hacia la habitación. Al entrar, vio lo obvio. El olor, el animal muerto. Había sido esa cosa, otra vez.

—¡Haz algo, por favor! —gritó de nuevo, al mismo tiempo que lloraba.

—¡Tenemos que ir al bosque, va a llevarlo allí! ¡Es la única entrada y salida que tiene! —aseguró.

Ryan volvió corriendo al living, seguido de cerca por la propia Molly, quien lo vio ponerse la camiseta de manga corta con rapidez, tomar las llaves de la camioneta, su arma y el teléfono celular. Salieron de la casa sin mirar atrás, ni siquiera preocupándose en cerrar la puerta con llave. Además, Molly estaba descalza y en vestido de dormir, pero tampoco le importó, a pesar de que la noche estaba un poco fría. Ambos subieron a la camioneta con prisa, Ryan encendió los faros largos y el motor del vehículo, y pisando acelerador a fondo, arrancó por la solitaria calle haciendo chirriar los neumáticos contra el asfalto.

—Dios mío, Dios mío... —murmuró ella, consternada y con miedo.

—Vamos a encontrarlo, confía en mí —dijo Ryan, intentando darle ánimos. Sin embargo, no estaba tan seguro de ello. ¿Y si ya habían cruzado? Se preguntó. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que Jake había desaparecido, y como reacción innata, pisó acelerador a fondo, pasando de ciento diez a ciento sesenta kilómetros por hora. En breve ya habían recorrido casi la mitad del trayecto en el camino rumbo al bosque, y no había ni noticias de Jake. Tanto Ryan como Molly no cesaban de mirar a ambos lados de la calle, esperando verlo por algún sitio, pero no había éxito. Por fin, fue ella quien lo vio casi llegando a los accesos del camino principal, por el cual se bajaba a la ensenada del río y luego al bosque profundo. Su mano temblorosa señaló a través del parabrisas.

—¡Ahí, ahí está! ¡Lo veo! —exclamó.

Ryan pisó el freno y el embrague a la vez, haciendo que la camioneta volviese a chirriar, dando un coletazo a la izquierda. Volanteó en sentido opuesto hasta detener el vehículo, bajó de su asiento y extrayendo rápidamente la pistola, sujeta por su pantalón a la cintura, quitó el seguro y apuntó hacia adelante con firmeza. Molly también bajó de la camioneta, sin perder un solo instante.

—¡Alto, suelte al niño y ponga las manos donde pueda verlas! —ordenó. Su voz sonaba temible en el silencio de la noche. Hinono'eitiit entonces se giró con lentitud, sin soltar la mano de Jake, mirándolo con fijeza. Ambos lo miraban, alumbrados por los focos largos de la camioneta encendida detrás, pero no parecían estar conscientes, de alguna manera. Al ver quien era el culpable del rapto de su hijo, Molly perdió la cabeza, y se abalanzó hacia adelante hecha una furia.

—¡Maldito, adonde creé que lleva a mi hijo! —gritó. Sin embargo, Ryan apartó una mano de la culata de la pistola y sin dejar de apuntar, sujetó a Molly de un brazo, deteniéndola y apartándola hacia su espalda.

—¡Quédate detrás de mí! —ordenó. Luego volvió a apoyar ambas manos en el arma. —¡He dicho que lo suelte, o voy a disparar!

El anciano entonces pareció mirarlo de una forma más humana, y habló.

—¡Lo ayudé porque no creía que fuera a tener éxito, pero lo ha logrado rescatar, y ahora está furioso con nosotros! ¡Nawathenna ha masacrado a casi toda la reserva! —entonces pareció mirarlo como si le suplicara con los ojos. —Necesito devolvérselo, o nos matará a todos. Mi gente depende de eso.

—Suelte al niño, cacique. No lo volveré a repetir, así que termine con esto de una puta vez —respondió.

Hinono'eitiit lo miró con firmeza durante unos instantes que tanto a Molly como a Ryan le parecieron eternos. Y sorpresivamente, giró sobre sus pies, intentando correr hacia el camino que conducía al bosque.

—¡No, no puedo hacerlo! —exclamó.

Ryan disparó sin dudar. El estampido del arma sonó de forma estrepitosa en el silencio de la noche, haciendo que Molly diese un pequeño respingo. La bala entró limpiamente por la pantorrilla de la pierna derecha y salió por delante, haciendo que el anciano se desplomara al suelo en un grito de dolor. En ese momento, el airé se llenó con el hedor a muerte y tierra mojada de la entidad, que como una enorme bruma negra, aún más densa que la propia oscuridad del entorno, salió de la espalda del anciano con la rapidez de una centella, perdiéndose en la negrura insondable del bosque. Fue allí cuando Jake pareció recobrar el sentido, mirando todo a su alrededor.

—¿Ma? —balbuceó, y entonces comenzó a llorar. —¡Ma! ¡Ma! —exclamó, corriendo hacia ella. Molly también se abalanzó hacia él, levantándolo en brazos y abrazándola contra sí.

—¡Aquí estoy, estás bien! —exclamó, llenándolo de besos. —¿Estás herido? ¿Te lastimó?

—No... —murmuró. Ryan lo miró, con una sonrisa, al mismo tiempo que bajaba el arma y volvía a ponerle el seguro, para colocársela bajo la pretina del pantalón. Estaba hablando, eso era bueno. Caminó hacia el anciano, quien se quejaba de dolor al mismo tiempo que sangraba por la pierna, y luego de confirmar que no estaba herido de gravedad, fue hasta la camioneta para tomar su teléfono celular. Marcó a un número en específico, y llamó.

—Con la oficina policial de Grelendale, por favor —pidió, en cuanto lo atendió la operadora, y luego de unos momentos, volvió a hablar—. Soy el agente federal Ryan Foster, número de identificación ocho, seis, cinco, siete, tres, cero, cero, nueve, con jurisdicción en Manhattan. Tengo a un hombre herido de bala, detenido en pleno secuestro de un menor de edad, en los accesos al bosque Wirmington, a las afueras de Grelendale. Solicito una ambulancia y una patrulla para ponerlo en arresto, por favor —esperó unos momentos, y luego asintió con la cabeza, en gesto mecánico—. Perfecto, muchas gracias —En cuanto cortó la comunicación, guardó el teléfono en el bolsillo, y se acercó nuevamente al cacique—. Creo que no va a volver a la reserva por un buen tiempo.

—Da igual, para cuando salga de la prisión, ya no va a haber reserva a la que volver. Usted se encargó de eso —dijo, con pesar en el tono de su voz. Molly bajó a Jake de los brazos y se acercó a Hinono'eitiit con la furia chispeando en sus ojos.

—¡Iba a entregar a mi hijo como si fuera un puto cerdo, solo para salvar su pellejo y el de sus malditos indígenas! —Le gritó. —¿Acaso usted entiende lo que significa un hijo? ¡He vivido un infierno para poder ver a mi niño con vida, y ni usted ni ningún maldito demonio o lo que mierda sea esa cosa, va a volver a quitármelo!

Ryan se interpuso frente a ella. Molly tenía un estado tal de histeria, que no dudaba de que fuera a patearlo aún estando en el suelo, aunque se lo mereciera. La tomó por los brazos con suavidad y la miró directamente a los ojos, tenía la piel fría.

—Molly, estás congelándote. Ve con Jake a la camioneta, espérame allí y enciende la calefacción. Yo me quedaré aquí a que vengan a buscarlo, este hombre no va a ver la luz del sol por un buen tiempo —Le dijo, con paciencia—. Debes calmarte.

—Ryan, este malnacido se metió a mi casa, no sé como, y se llevó a mi hijo. No me pidas que me calme.

—Lo sé, créeme que lo entiendo, pero su situación ya está jodida. No comprometas la tuya, deja que yo me encargue, la policía no tardará mucho en venir. Lo recuperamos a tiempo, no ha pasado una desgracia. Ve a la camioneta, o van a pillar un catarro —respondió. Ella dio un suspiro, y asintió con la cabeza.

—Está bien, tienes razón... —abrazó a Jake por los hombros y se dirigió hacia el vehículo. El cacique entonces comenzó a reírse, entre los quejidos de dolor.

—¿Usted cree que acaba de impedir algo? —Le preguntó. —Nadie entra al reino de Nawathenna y sale de la misma forma.

—Cállese —respondió Ryan, mirándolo de forma despectiva.

—Intenté hacer lo mejor que pude para salvar a mi pueblo, somos los únicos que quedamos. Si estuviera en mi lugar, también haría lo mismo.

Ryan lo miró con una mueca de desagrado, se acuclilló frente a él y lo tomó de los hombros, para levantarlo un poco y hacer que lo mirase.

—¿Usted es consciente de la tremenda estupidez que está diciendo? ¿Creé que yo le rendiría culto a una cosa que devora personas sin distinción, y que destrozó la vida de mi hermana, solo para salvar a un puñado de personas? Si vuelve a decir una sola palabra, le meteré una bala directamente en la cabeza —dijo, con desprecio.

Lo soltó, dejándolo caer, y poniéndose de pie se cruzó de brazos, mirando hacia la solitaria calle. Mientras esperaba la llegada de los agentes y la atención médica, sus ojos se cruzaron con los de Molly, que desde el asiento del acompañante acababa de voltearse, luego de hablar con Jake, en los asientos traseros. Vio como se secaba las lágrimas de sus mejillas con los dedos, y luego le sonreía. Ryan también le sonrió, a su vez, y le levantó un pulgar, para darle ánimos en silencio.

Diez minutos después, la sirena de la ambulancia con sus características luces en el techo se hizo escuchar, acercándose gradualmente. Tras esta, una patrulla policial y la camioneta del guardabosque local hicieron acto de presencia. Los tres vehículos estacionaron a un lado de la calle, y los primeros que pusieron manos en acción fueron los paramédicos, bajando de la ambulancia con una camilla. Dos agentes de la policía se acercaron a Ryan, uno de ellos portando una Tablet, vestidos de azul y con sus placas brillando en la solapa de su chaqueta, seguidos por el guardabosques local, un veterano de no más de cincuenta años con espesa barba tupida y chaqueta de cuero marrón, además de pantalón militar. Los agentes le estrecharon la mano.

—Bill Keynson y Frederick Oshea —Dijo uno de ellos, señalando a su compañero también.

—Mierda, si es el cacique de los Arapahoes —dijo el guardabosque, al verlo en el suelo—. Por cierto, soy Dutch Allíster. ¿En serio secuestró un niño?

—Lamento decirle que así fue, señor Allíster —aseguró Ryan. Luego señaló a su propia camioneta—. La madre está ahí, por si quiere preguntarle algo más puntual.

—No, no hace falta. Si lo dice un agente del FBI... —murmuro el guardabosque. —Lo conocía de toda la vida, siempre me pareció un anciano pacífico y respetable, que amaba la naturaleza y a su comunidad. Es un duro golpe, he de admitir.

—¡Dígale porqué lo hice! ¡Dutch conoce las antiguas leyendas, él me va a comprender! —gritó el cacique. Ryan lo volvió a mirar con desprecio.

—He dicho que cierre la puta boca —ordenó, mientras se lo llevaban encima de la camilla.

—¿De qué está hablando? —preguntó uno de los agentes.

—Quería ofrecerle al niño como tributo a Nawathenna, una deidad de su cultura.

—Sí, protector de la naturaleza, temido por todos, conozco las leyendas tradicionales. Tras tantos años trabajando aquí, rodeado de reservas por todos lados, es inevitable no aprender ciertas cosas —consintió el guardabosque.

—¿Y usted creé que exista esa cosa? —preguntó Ryan, intentando sonsacarle información. El señor Allíster se rio.

—¿Me lo pregunta en serio, agente?

—No, claro que no. Pero nunca está demás conocer opiniones ajenas —respondió Ryan, con tacto.

—No, claro que no lo creo. Sinceramente, creo más factible que al maldito cacique se le haya ido la cabeza, que esa tal deidad sea real —El guardabosque dejó escapar un leve suspiro, y entonces miró a los agentes—. ¿Qué va a pasar con él, ahora? Es un hombre mayor...

—Es un hombre mayor que ha intentado secuestrar a un niño, punto. Sugeriría que inicien un expediente a fiscalía e inicien un juicio abreviado. Fue detenido por un agente in fraganti en pleno acto del crimen, no tiene muchas maneras de escapar de ese argumento, a decir verdad —respondió Ryan, encogiéndose de hombros.

—En cualquier caso, es posible que en un futuro se le pida declaración —El agente Keynson tocó un par de veces la pantalla de su tablet, y comenzó a tomarle todos los datos a Ryan, así como su número de agente, la declaración previa, y demás datos útiles. Quince minutos después, todos se despidieron estrechándose las manos, y volviendo cada uno a su vehículo, tanto la ambulancia como la patrulla y la camioneta del guardabosque, emprendieron camino volviendo sobre la calle y perdiéndose en la distancia. Ryan subió del lado del conductor, y dio un ligero estremecimiento. No se había dado cuenta de que estaba muerto de frío, allí parado a la intemperie, hasta que subió a la camioneta y sintió como la calefacción lo cobijaba. Miró a Molly a su lado, y preguntó:

—¿Cómo estás?

—Aún continúo luchando por calmarme.

—Le van a meter unos cuantos años, ese hombre está jodido —volteó sobre su asiento y miró a Jake. El niño parecía más pálido de lo normal, estaba ojeroso y tenía las mejillas un poco húmedas, de tanto llorar—. ¿Cómo estás tú, campeón? ¿Te encuentras bien?

—Sí —consintió.

—Es bueno oírte hablar de nuevo. ¿Vamos a casa?

—Sí —repitió.

Volvió a mirar a Molly, ella le sonrió a su vez, con los ojos llenitos de cansancio. Estaba agotada de toda aquella pesadilla, podía notarlo en la expresión de su mirar, y Ryan sintió que el corazón se le estrujaba de la pena. Sin embargo, mañana sería otro día, por lo que puso primera y girando en U, volvió a emprender el camino rumbo a la casa de Molly, a velocidad moderada.

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