8
Aquellos fueron los tres días más difíciles de toda su vida, a juzgar por Ryan.
Primero, que se estaba muriendo de hambre. Era una tentación horrible para él ver como Molly comía sus almuerzos y sus cenas de forma normal, mientras que él solo podía comer sus manzanas y los frutos secos. Con respecto a las meditaciones, era Molly quien le hacía acuerdo de ello, y para Ryan, era la hora más larga del día. Estar allí sentado, pensando en nada, sentado con las piernas cruzadas e imaginándose como el airé entraba y salía de su cuerpo, le parecía una completa tontería.
Sin embargo, comenzó a acostumbrarse a partir del segundo día. Cuando meditaba, su mente fluctuaba a los pocos minutos a recuerdos con su hermana y su familia, juegos de la infancia, las cosas tan buenas que habían vivido y lo bien que se llevaban. Fue entonces como comenzó a tomar la meditación como una forma de poder estar más cerca de ella, aunque fuese en la memoria, y para el último día Molly ni siquiera tuvo que recordarle de hacerlo, porque él ya había salido por su cuenta para el patio, a sentarse en posición en medio de la fresca hierba, hasta que anochecía.
Durante esos días, Molly no cesaba de insistirle que se cuidara, que no tenía porqué arriesgar su vida, que encontrarían otra manera de hallar a su hijo, pero él le decía que lo hecho, hecho estaba. Por algo habían volado la planta de producción de la Argos Food, por algo habían contactado al cacique indio, y por algo estaba haciendo todo aquello, de morirse de hambre solo para "purgar" su cuerpo de alguna manera. No había marcha atrás, y si todo lo que estaba dispuesto a hacer también servía para encontrar el mínimo rastro de su hermana, entonces lo haría sin dudar.
Así, el cuarto día llegó. Ambos se despertaron casi al alba, pocos minutos antes de que saliera el sol. Se vistieron en silencio, ella con un pantalón de franela rosa, zapatillas deportivas, camiseta de manga larga y con cuello largo, y una chaqueta gris estilo cazadora. Él, como casi siempre, con sus vaqueros desgastados, sus zapatillas negras, un suéter de lanilla y su chaqueta gruesa. Comprobó el arma, la dejó encima de la mesa de la cocina, y se volteó hacia las llaves de la camioneta.
—¿No vas a llevar la pistola? —Le preguntó, confundida.
—¿Para qué? Ni que pudiera pegarle un tiro a esa cosa negra, ya lo he intentado.
—Como prefieras.
Ryan vio el semblante preocupado que la inundaba. Se acercó a ella, y le apoyó una mano en el hombro.
—¿Estás bien?
—Tengo miedo por ti.
Ryan suspiró, hizo un movimiento de caricia con el pulgar, sin apartar la mano del hombro, y asintió con la cabeza.
—Ten confianza en que ese cacique sabe lo que hace, todo saldrá bien. Vamos, se nos hace tarde.
Salieron de la casa rumbo a la camioneta estacionada a un lado de la calle. Ryan subió del lado del conductor para encender el motor, mientras que Molly cerraba la puerta de entrada, y una vez que ella estaba ubicada en el asiento del copiloto, puso primera y avanzó por la solitaria calle, desierta a esas horas.
—Te diría que te comuniques conmigo siempre que puedas, pero dudo mucho que en esta especie de dimensión donde habita esa criatura, tengas buena cobertura —bromeó ella, sonriendo.
—No creo que tenga contratado Verizon. Pero prometo visitarte por las noches y jalarte de los pies, si algo llega a salir mal.
—Espero que no tengas necesidad de hacerlo.
—Yo también espero lo mismo, créeme.
Continuaron avanzando durante varios minutos, al principio en silencio, y luego fue la propia Molly quien estiró un brazo para encender la radio, al menos para intentar su alocada mente, la cual no cesaba de imaginar posibles escenarios catastróficos. Momentos después, ingresaron a los accesos de la reserva, aquel camino de gravilla que ya se estaba haciendo costumbre recorrer, y luego estacionaron frente al vallado. Apagaron el motor, descendieron del vehículo, y miraron al guardia de seguridad apostado en su caseta. Ni siquiera fue necesario decirle nada, él simplemente los miró y señaló hacia adentro. Rodearon el vallado, y caminaron por el caminito principal, mirando todo a su alrededor. Los establos estaban cerrados, también los corrales de las vacas, las cuales algunas estaban echadas en la fina hierba, dormitando o rumiando sus tiernos pastos verdes. Las aves de corral estaban sueltas, gallos, gallinas, gansos y patos, picoteando el suelo de aquí para allá, apartándose de su camino aleteando. Al llegar a la cabaña de Hinono'eitiit, subieron la escalerita del porche y Ryan llamó con los nudillos a la puerta.
El cacique indio abrió la puerta, y para sorpresa de ambos, estaba vestido de forma extravagante. Llevaba pantalones de piel de animal, sandalias artesanales, el torso desnudo y pintado con pigmentos vegetales rojos y azules, círculos que rodeaban el pecho y los brazos, también los ojos y parte de la barbilla. La cabeza estaba adornada con una corona de plumas de cóndor, hierba y huesos de aves.
—Buenos días —Los saludó.
—Wow, vaya... —murmuró Molly, asombrada. Sintió que la piel se le erizaba de solo ver la parafernalia con la que estaba vestido aquel hombre.
—Anoche hemos preparado el salón de ceremonias, así que despídanse, y comencemos cuanto antes. Es un proceso largo y agotador, y trabajar con los espíritus antiguos requiere paciencia.
—¿Qué puedo hacer yo de mientras? —preguntó ella, mirando a ambos hombres.
—Nawathenna está conectado por medio de la Sylva Americana que el agente encontró en el bosque, así que ese será su puerta de salida para este lado. Le aconsejo que vaya allá, y espere su regreso. Llévese comida, abrigo y agua, esto puede tardar varios días. No es lo usual, pero el tiempo es distinto cuando se cruza a su reino.
—No, no lo dejaré solo aquí —dijo, obstinada—. No desconfío de usted, pero tampoco quiero dejarlo a su suerte.
Ryan entonces se volteó hacia ella, y asintió con la cabeza.
—Ve, hazle caso. Yo estaré bien —metió las manos en el bolsillo de su pantalón y le extendió las llaves de la camioneta, luego rebuscó en los bolsillos de su chaqueta y le dio la billetera con los documentos—. Llévate la Cherokee al bosque, y espérame ahí.
—¿Estás seguro de esto?
—En realidad no mucho, pero... —Se encogió de hombros, esbozando una ligera sonrisa.
—Ten cuidado, por favor.
—Lo tendré.
Molly le aceptó las llaves del coche y también sus pertenencias, y entonces lo abrazó, repentinamente. Ambos se envolvieron en un profundo abrazo que duró varios segundos y luego se separaron, para mirarse mutuamente. Ryan apoyó sus manos en las mejillas de Molly, la miró a los ojos y luego a los labios, y respirando hondamente se acercó a su frente, para darle un beso allí. El cacique esperó a que la despedida acabara, y cuando vio que Ryan apartaba los labios de la frente de Molly, indicó:
—Bueno, hay que empezar.
—Vamos —consintió él.
Molly tenía los ojos llorosos, lo podía notar. Le apartó las manos de las mejillas y le acarició un brazo, asintiendo con la cabeza. Entonces, comenzó a caminar alejándose poco a poco de ella, que lo vio marcharse hasta que decidió volver sobre sus pasos, para emprender el viaje a su casa, aprovisionarse adecuadamente y luego conducir hasta el bosque, para esperarlo.
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