5
Tardó un poco más de lo esperado en volver al centro médico, ya que de camino, Ryan se detuvo en un mercadillo para comprar un par de refrescos medianos, comerse una porción de tarta de pollo con verduras y además comprar una extra, para Molly. Mientras comía, dejó la camioneta estacionada junto a los accesos del único parque estilo plazoleta con el que contaba Grelendale, y se dedicó la siguiente hora y media a contemplar algunos de los lugareños recorrer el sitio con sus perros, algunos haciendo un poco de ejercicio, además de ver niños jugando en los columpios. Deseaba con todas sus fuerzas poder encontrar a Hosea sano y salvo, para poder largarse de allí. Estaba hastiado de todo, de viejas historias indígenas, de sentirse acechado hasta por la mínima brisa de viento, y por sobre todo, por continuar recordando esa maldita frase.
"Mejor hablemos luego, ahora no es un buen momento"
Dio un resoplido mientras se levantaba de su banquillo, arrojó la botella de refresco vacía y la bandejita de telgopor en uno de los cestos de basura de la plazoleta y se dirigió a su camioneta, subiendo del lado del conductor y encendiendo el motor. En menos de diez minutos, ya estaba aparcado nuevamente a las afueras del centro médico. Bajó del vehículo con la botella de refresco y la porción de tarta, atravesó toda la sala de recepción dirigiéndose directamente a los ascensores del fondo, y en breve ya estaba accediendo al sector de pediatría, en el piso tres. En cuanto la puerta metálica del ascensor se abrió, vio como Molly y Charles estaban sentados en las sillas de la sala de espera, y al escuchar el ruido del aparato, ella levantó la cabeza, esbozando una amplia sonrisa. Sonrisa que Charles, por supuesto, miró de reojo, sin objetar nada. Caminó hacia ellos y le extendió la bandejita con la comida y la botella de refresco, sentándose a su lado.
—Imaginé que tenías hambre —dijo.
—Gracias, de hecho estoy famélica —respondió ella, aceptando la comida de buena gana—. Muchas emociones, supongo.
—Sí, así es —convino Ryan, apoyando los codos en las rodillas y mirando hacia adelante, inclinado sobre sus piernas como si quisiera lucir despreocupado. Un silencio sobrevino entre todos, donde solo se podía oír el ruido del envoltorio transparente abriéndose.
—¿Has tenido suerte? —preguntó ella, al fin. Luego dio un mordisco amplio a la punta de la porción de tarta. —Está muy bueno, gracias —comentó, con la boca llena.
—Creo que sí.
Molly lo miró como si esperara más respuesta de su parte, pero no ocurrió. Notó que estaba muy poco comunicativo, quizá hasta parecía molesto de alguna manera, pero no iba a juzgarlo. Seguramente fuese el estrés acumulado, el cansancio de todo lo ocurrido en las últimas horas.
—¿Crees? —Hizo una pausa mientras tragaba, y luego formuló una segunda pregunta. —¿Qué fuiste a buscar, entonces?
—Quería hallar la forma de cruzar de nuevo, pero se negó. Dice que no puedo ir solo, así que intenté averiguar si había una manera de detenerlo, y creo que tengo una idea al respecto, aunque primero debo saber si Hosea sigue vivo.
Charles los miró a ambos sin entender, e intervino en la conversación.
—¿Detenerlo? —preguntó. —¿Sabe quien le hizo esto a mi hijo, agente?
Ryan lo miró de reojo. Intentaba no mostrarse hostil con él, pero no podía evitarlo. Molly respondió, en su lugar, volteándose a mirarlo.
—Es una larga historia, Ryan solo tiene una sospecha, nada más —mintió. Luego volvió a mirarlo. Ryan parecía ofuscado—. ¿Es riesgoso?
—No lo sé, Molly. De cualquier manera, ¿Qué más da?
Ella lo miró casi boquiabierta.
—¿Qué más da? ¿En serio? ¿Y que tal si algo te...? —dijo con desespero, y emitió un suspiro en cuanto él la interrumpió.
—Ya hablaremos de eso, Molly. Ahora no es un buen momento —dijo. Había actuado por impulso y también por revancha, lo sabía. La frase era casi la misma que ella había utilizado con Charles, y la propia Molly se percató de ello, mirándolo de forma dolida. Para su desgracia, la expresión de sus ojos al mirarlo fue mas dolorosa para el propio Ryan que la satisfacción de haberle devuelto el golpe. Entonces decidió suavizar la situación—. Jake está primero. ¿Cómo está él?
—Hace un buen rato vinieron los del equipo de psiquiatría pediátrica, lo están viendo ahora —respondió. Su voz sonaba normal, pero sus ojos estaban un poco llorosos. Ryan asintió con la cabeza, y volteó la vista hacia el suelo.
—De acuerdo, eso es bueno.
Sobrevino un nuevo silencio entre ambos, y luego de casi dos minutos sin hablar, fue Molly quien intervino, otra vez.
—Me parece una tontería que no quiera ayudarte. Él debe conocer otra manera, estoy segura. Alguien con su conocimiento... —opinó. Charles miraba a ambos sin comprender.
—Yo creo lo mismo, pero al fin y al cabo, ha tomado una decisión y sin él no puedo hacer nada. No conozco el procedimiento, así que no puedo ir y cruzar por mi cuenta. Tampoco puedo sentarme cruzado de brazos a esperar en ese maldito bosque a que el árbol se abra otra vez.
—¿Qué el árbol se abra? ¿Pero de qué están hablando? —preguntó Charles, confundido. Antes de que pudieran responder nada, una voz sonó en el pasillo.
—¿Anderson?
Molly y su ex esposo levantaron la vista, incluido Ryan. Afuera de la habitación de Jake estaba el médico a cargo, junto con dos especialistas más vestidos de particular, un hombre joven y una mujer de aproximadamente la edad de Molly. Sin duda eran los psiquiatras, pensó. Ambos padres del niño se pusieron de pie, avanzando hacia ellos, y Ryan decidió acompañarlos.
—Sí, díganos —respondió ella, con rapidez.
—Hemos evaluado al niño, y podemos confirmar que posee la gran mayoría de síntomas de un trastorno de estrés postraumático. Por suerte para él, no es demasiado grave, de modo que no va a necesitar medicación psicotrópica —dijo el médico mas joven. Molly no pudo evitar sonreír, aliviada.
—Gracias a Dios... ¿Qué terapia van a utilizar? —preguntó.
—Bueno, decidimos utilizar la terapia de juego, aprovechando que el niño ha manifestado querer dibujar. Los niños a menudo tienen dificultades para expresar sus emociones de manera verbal, por lo que la terapia de juego puede ser útil para permitirle procesar el trauma de manera más segura a través de la creatividad —intervino la doctora—. En cualquier caso, también ustedes van a recibir educación y apoyó. Necesitarán comprender el tipo de trastorno que Jake posee y también aprender estrategias para apoyar a su hijo en su proceso de recuperación. Esto va a incluir técnicas para manejar los síntomas del trastorno, cómo hablar con él sobre el trauma y cómo fomentar la resiliencia.
—¿Y cuánto tiempo puede tardar su recuperación? —preguntó Ryan.
—Bueno, la duración del tratamiento y el tiempo necesario para la mejoría pueden variar según la gravedad del trastorno, la edad del niño, el tipo de trauma sufrido y otros factores individuales —respondió el médico más joven—. ¿Días? ¿Semanas? ¿Un par de meses? Lo cierto es que no lo sabemos, al menos por el momento. Pero si me permite mi opinión médica, le diría que no creo se extienda mucho. Parece un niño fuerte. Otros infantes tardan semanas en querer tan siquiera dibujar algo.
—¿Podemos verlo ya? —preguntó Charles, con ansiedad. Los médicos asintieron con la cabeza.
—Claro, no hay problema, será bueno para él.
Molly se giró entonces hacia Ryan, sin decir nada. Él le asintió con la cabeza y se retiró de nuevo a su silla en la sala de espera. De nuevo, otro momento donde él no era necesario, se dijo. Y estaba en lo correcto, era como debía hacerse, por lo que tomó asiento en una de las sillas metálicas y se reclinó con los codos apoyados en las rodillas, mirando hacia el suelo.
Molly y Charles siguieron a los médicos hasta la habitación, en silencio. Primero entraron los psiquiatras infantiles, luego su madre, y por último su padre. El pequeño estaba acostado en una camilla, con las mantas hasta el pecho y un bracito por fuera de las cobijas, aún conectado al suero intravenoso. Continuaba demacrado, pero sin duda había recobrado bastante color con respecto a la última vez. Parecía adormilado, como si estuviera muy cansado, y miraba distraídamente a la televisión de pantalla plana empotrada en la pared frente a la camilla, donde se transmitía una caricatura de los Rugrats con el volumen al mínimo.
—Hola, hijo —saludó Molly, con una sonrisa ancha y visiblemente emocionada—, hemos venido a verte. ¿Qué tal te sientes?
El niño volteó a verlos, entonces, y en cuanto los vio abrió grandes los ojos. No decía nada, pero comenzó a respirar agitado y a revolverse en las sábanas de forma inquieta, como si quisiera replegarse en la cama o bajar de ella. Los médicos supieron enseguida que aquel comportamiento estaba basado en el miedo, algo lo había asustado, o como mínimo, lo hacían sentir inseguro. Por ende, la médica más experimentada se acercó rápidamente a la camilla, y le apoyó una mano en la coronilla de la cabeza.
—Tranquilo, cariño, son tus padres, nada más. Vinieron a verte porque estaban preocupados por ti. ¿Algo te asusta? —preguntó.
—Jake, tranquilo —dijo Charles—. Todo es diferente, te lo prometo, estoy aquí por ti.
Dio un paso hacia la camilla y entonces Jake dio un leve gemido, intentando refugiarse junto con la doctora. Ella vio este gesto y entonces le dio un medio abrazo al niño, al mismo tiempo que extendió su mano hacia el padre. Molly, por su parte, miraba la escena sin decir una palabra.
—Espere, no avance más, señor. Por algún motivo el niño le tiene miedo, y no queremos ponerlo peor —dijo. Charles esbozó una media sonrisa ladeada, sin comprender.
—¿Miedo? Eso no tiene sentido, yo quiero ayudarlo.
—No dudo de eso, pero por el momento, no es lo que el niño expresa —La doctora miró a Jake y le preguntó—. ¿Quieres que mamá salga de la habitación? —Jake negó con la cabeza. —¿Quieres que papá salga de la habitación? —Esta vez, asintió sin mirar a su padre, y oliendo que había algo más de trasfondo, la doctora miró a Charles con firmeza. —Salga de la sala, por favor.
—¿Cómo que...? —titubeó. —Oiga, soy su padre, y mi hijo necesita que...
—Señor, por favor, si quiere ayudar le pido que siga nuestras indicaciones —dijo el médico más joven—. Salga, ya lo llamaremos nosotros cuando el niño se calme, o quiera verlo.
Charles miró al psiquiatra de no más de veinticinco años, embutido en su bata blanca y con aquel airé de autoridad, y lo odió profundamente. Molly entonces intervino, sujetándolo del brazo para que la mirara.
—Ve, por favor. Luego podrás verlo —dijo.
Él la miró, luego miró a los doctores, y por último volvió a mirar a Molly. Dio un resoplido por la nariz, apretando los labios, y girándose sobre sus pies salió de la habitación caminando con rapidez y exasperado. En la sala de espera, Ryan lo vio avanzar a paso veloz y sin mirarlo siquiera, rumbo al ascensor, y no tardó en suponer que algo había pasado. Con el ceño fruncido, lo siguió con la mirada hasta que se hubo tomado el ascensor, y en cuanto la puerta metálica se cerró, se levantó de su asiento y caminó hacia la salita donde estaba el niño. No lo habían llamado, era verdad, pero su instinto detectivesco era más fuerte. Además, por fin Molly estaba sola, sin la molesta presencia de ese infeliz hijo de puta, pensó. Al acercarse a la puerta, notó que el médico más joven hablaba en voz baja con ella.
—Disculpen —dijo. Vio que Molly volteó a verlo, y entonces señaló con el pulgar por encima de su hombro—. ¿Qué le pasó? Lo vi marcharse como alma que lleva el diablo.
—Los doctores le pidieron que saliera en cuanto Jake se asustó, nada más —respondió ella.
—Estoy intentando que ella me explique que sucede, pero no me ha dicho nada, y...
—Solo hemos tenido algunas discusiones, nada más —respondió ella, interrumpiéndolo, pero Ryan negó con la cabeza.
—Él es violento. Ha sido violento con ella y con el niño —soltó. Molly lo miró dando un suspiro.
—¿Por qué no dejas que yo me ocupe de esto? —Le preguntó. —Sé que quieres ayudarme, pero hay ciertas cosas que no son tan fáciles de abordar, y ahora quizá...
Ryan levantó la cabeza, vio que Jake los miraba desde su camilla, y entonces rodeó a Molly por los hombros, dirigiéndola afuera de la habitación. El psiquiatra y el médico de cabecera del niño, los siguieron.
—¿Quizá qué, Molly? —preguntó Ryan, mirándola fijamente. —¿Crees que puede cambiar, o rehabilitarse, solo porque estuvo a punto de perder a su único hijo y el poder mágico del amor lo hará ser una persona distinta como en los cuentos de hadas? ¡Despabila, eso no va a ocurrir! ¡Lo he visto insultarte en el momento en que más lo necesitabas, que fue cuando Jake estaba desaparecido! ¿Y aún así estás dispuesta a creerle, o intentarlo una segunda vez? ¿Hasta cuando? ¿Hasta que logre matarte un día? ¿Es eso lo que deseas para ti y para tu hijo?
Sus palabras habían dado justo en el blanco, removiendo sus sentimientos. Ninguno de los doctores dijo nada, tan solo miraban la escena, mientras que Molly bajó la cabeza y dejó caer un par de lágrimas.
—No, claro que no...
—Entonces si no se lo dices, se lo diré yo —Ryan miró al psiquiatra—. He estudiado varias ramas de la criminología en mi carrera por el FBI, y puedo asegurarle que ese hombre es inestable, y si se vincula con Jake de alguna manera no solo va a retrasar su recuperación, sino que incluso puede hasta empeorarla. Ella no se atreve a poner una orden de restricción en su contra, como verá, es una mujer con miedo, y es entendible. Pero ustedes como profesionales de la salud pueden expedirla, al menos por cuestiones clínicas. Con el número de expediente puedo ir al alguacil local y elevarla a nivel judicial, y asunto arreglado. Estarán salvando dos vidas.
—¿Está seguro de esto, agente? —preguntó el doctor a cargo.
—Completamente.
—Bueno, entonces vamos a proceder como usted sugiere, al menos podemos aprovechar que el niño estará algunos días aquí, y podrá estar seguro. Dejaré instrucciones en recepción para que no le permitan el paso a su padre —consintió.
—Gracias, doctor —Ryan hizo una pausa, y miró hacia la puerta abierta de la habitación—. ¿Puedo verlo un momento?
—Claro, adelante.
Volvió a ingresar a la sala, y entonces el niño se volteó a verlo. Estaba mucho más sereno, para su suerte. La psiquiatra le hablaba algo, quizá indagando cosas acerca de su padre.
—Hey, ¿Cómo te sientes, campeón? —bromeó, con una sonrisa. Se acercó a su camilla y le sujetó uno de los pies por encima de la manta, sacudiéndoselo ligeramente. —No te acostumbres mucho a esta comodidad, que tu madre me ha dicho de tu buena puntería para los penaltis, y quiero comprobar que tantos goles podrías hacerme. ¿Te gustaría jugar al futbol conmigo, cuando vuelvas a casa?
Jake esbozó una tenue sonrisa, y entonces asintió con la cabeza. Molly también sonrió, a su vez.
—Bien, eso es bueno —continuó Ryan—. ¿Te duele algo?
Jake negó con la cabeza. Ryan se acuclilló a su lado, en la camilla, y le tomó la manita que estaba por fuera de las mantas.
—Eres muy fuerte, Jake, y estoy orgulloso de ti. Tu madre y yo estamos muy felices de que hayas vuelto con nosotros, y te prometo que no vamos a dejar que nada malo te pase otra vez, ¿de acuerdo? ¿Confías en mí? —Lo vio asentir con la cabeza, y entonces le besó el dorso de la mano. —Descansa, luchador. Vendremos a verte más tarde, y espero que tengas buenos dibujos preparados para nosotros.
Para su agrado, lo vio dar un suspiro de conformidad, y volvió a enfocar su atención en las caricaturas, pero esta vez con una expresión de serenidad absoluta. Ryan levantó la vista hacia la psiquiatra, la cual le asintió levemente.
—Eso ha sido muy productivo, agente. A partir de aquí nosotros vendremos a verlo cada tres horas, así que dejemos que descanse. Doctor Reynolds, ¿podría traerle algunas hojas y lápices de colores? Quizá una tablilla para apoyar tampoco estaría mal —pidió.
—Claro, vendré enseguida —consintió el médico, girándose hacia la salida.
—Vamos, dejemos que Jake se entretenga un rato —dijo Ryan, mirando a Molly.
Ambos salieron de la habitación rumbo a la sala de espera. Ryan caminó hacia la máquina de café, tomo dos vasos y llenó ambos, uno para cada uno. Entonces volvieron a tomar asiento en las sillas empotradas en la pared. Ninguno de los dos dijo nada, y luego de unos minutos, fue Ryan quien rompió el silencio.
—Lo siento.
—¿Qué?
—Siento haberte roto la ilusión de recuperar tu familia perfecta, ¿de acuerdo? Pero alguien tenía que decírtelo, abrirte los ojos.
—Oh, descuida... lo entiendo, y tienes razón —murmuró ella, mirando hacia el suelo.
—Puedo entender que no es un momento fácil para ti, que tienes las emociones a flor de piel y tal vez hayas estado esperando durante mucho tiempo que él te dijera algo así. Pero conozco a los tipos como Charles, y no quiero ver tu nombre en la crónica policial dentro de tres o cuatro años.
—De hecho sí, lo esperé mucho tiempo, pero nunca ocurrió. Y ahora creía que... —hizo una pausa, negó con la cabeza y entonces lo miró. Tenía de nuevo los ojos inundados y rojizos. —Tengo suerte de que estés aquí, conmigo, para hacerme dar cuenta de las cosas.
—Yo solo intento hacer lo correcto, Molly.
—Y yo tengo un miedo brutal.
—Él no va a tomar ninguna represalia contigo, no mientras yo esté aquí. No es tonto, y lo sabe —aseguró Ryan. Ella sonrió, y negó con la cabeza. Una lágrima se resbaló hasta la comisura de sus labios.
—No tengo miedo solo a eso.
—¿A qué, entonces?
Molly hizo un breve silencio, y entonces comenzó a sollozar con más fuerza. Se cubrió los ojos con la mano libre, la que no sostenía el vasito de café, y lloró en silencio. Su espalda subía y bajaba.
—Cuando... —balbuceó. —Cuando te vi hablarle a Jake con tanta ternura, con una ternura que nadie había mostrado jamás con él a excepción de mí, por supuesto ni siquiera su padre, yo... —dudó, y entonces lo miró a los ojos. —Yo me imaginé cosas. Imaginé que por primera vez Jake podría tener lo que siempre había merecido, alguien que lo quisiera además de mí. Imaginé una familia, así de tonto como suena y así de profundo. Y se que cuando todo esto termine, vas a irte. Y eso me aterra. Me aterra y me duele muchísimo.
Ryan la miró, enmudecido. Quería decir muchas cosas, pero no podía, tan solo podía verla llorar de una forma angustiante. Y sin decir nada le rodeó los hombros con su brazo derecho, abrazándola contra sí y dándole un beso en la corona de la cabeza. Molly se aferró de su tórax hundiendo el rostro en la solapa de su chaqueta sin dejar de llorar, mientras él le acariciaba la espalda en silencio, y compartiendo su angustia.
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