4
Para cuando las primeras horas de la mañana despuntaron y el doctor Reynolds salió de nuevo a la sala de espera pediátrica, Ryan y Molly dormían profundamente recostados en sus sillas, cada uno apoyado en el otro en un semi abrazo ladeado. El médico les habló un par de veces, pero al no obtener respuesta de su parte, tocó suavemente en el hombro a Ryan, dándole una ligera sacudida. Este se despertó con brusquedad, y al moverse, también despertó a Molly.
—Siento despertarlos, pero quería darle las novedades acerca del pequeño —dijo el doctor. Molly fue la primera en ponerse de pie, y Ryan lo hizo por último, frotándose los ojos con lentitud. Aún tenía pegado el trozo de papel en la mejilla manchada de sangre reseca.
—¿Cómo está él? —preguntó ella, impaciente. El médico asintió con la cabeza.
—El niño se encuentra bien. No tiene lesiones internas, las radiografías y el electroencefalograma dieron buenos resultados, se le rehidrató y también comió un poco de papilla vitamínica. Se ha atendido la herida en la pierna y también ya tiene una habitación designada para su internación, la cinco ce, a mitad del pasillo —señaló en esa dirección—. Al mediodía vendrá el equipo de salud mental pediátrica para evaluar su estado de shock y tomar acciones al respecto, pero en líneas generales, se encuentra muy bien.
—Cielo santo... —murmuró, resoplando con alivio. Entonces le extendió la mano al doctor, el cual se la aceptó de buena gana. —¡Gracias, muchas gracias! ¿Puedo verlo?
—Preferiría que esperemos al diagnostico del equipo de psiquiatría. Más que nada para tener una primera impresión, y luego seguir los pasos que nos recomienden. Pero en breve podrá verlo y charlar con él, eso se lo aseguro.
—Gracias, doctor Reynolds —consintió Ryan. El médico entonces le miró la mejilla.
—Venga conmigo, agente. Voy a derivarlo a un colega, para que le atienda esa herida.
Ryan miró a Molly, quizá no queriendo dejarla sola, pero ella le asintió con la cabeza.
—Ve, aprovecha a curarte, yo llamaré al padre de Jake. Estaré bien.
Molly vio como Ryan era conducido de nuevo al ascensor por donde habían venido, y una vez a solas volvió a sentarse en una de las sillas de metal, sosteniéndose la frente con las manos. Por fin tenía a su niño consigo, sano y salvo, pero toda la alegría que eso implicaba era opacada por el simple hecho de tener que hablar de nuevo con Charles. Sin embargo, Ryan tenía razón. Él era su padre —más para mal que para bien—, y tenía que cumplir con la obligación legal de avisarle cualquier inconveniente que implicara a su hijo, de modo que sin más dilación, buscó en la agenda de contactos de su teléfono el número de Charles, y lo llamó para comunicarle la noticia.
Ryan, por su parte, no volvió hasta pasada casi la hora y media. Para cuando salió de la sala de urgencia general, tenía tres hilos de sutura cerrando la herida de su mejilla, la cual se había profundizado debido a la hinchazón, y también le habían llenado la espalda de banditas autosuturantes en la mayoría de rasguños y picotones. Cuando estaba esperando el ascensor para subir de nuevo a pediatría, vio a Charles preguntando en la recepción donde estaba su hijo. No fue difícil reconocerlo: el tono elevado de su voz, la camisa remangada hasta los codos, y el aspecto nervioso que siempre parecía acarrear adonde quiera que fuese. La chica de la recepción le dio las indicaciones y vio como caminaba a paso rápido hacia el ascensor, el cual ya se había abierto. Ryan ingresó primero, puso un brazo en la puerta magnética y esperó a que Charles subiera.
—Buenos días —saludó Ryan, con cortesía.
—¡No puedo creer que mi hijo haya aparecido, gracias a Dios! —exclamó el hombre. Luego le ofreció la mano. —¡Muchas gracias, en verdad!
—No se preocupe —Le respondió, aceptándole la mano.
—¿Estaba herido? ¿Cómo se encuentra?
—Está en estado de shock, como es lógico, pero por lo demás se encuentra bien. Creo que va a pasar unos cuantos días aquí, y luego le harán un seguimiento —Ryan dio un suspiro, recordando a su hermana—. Ha tenido suerte de volver con vida, no todos lo hacen.
En aquel momento, el ascensor se abrió en el tercer piso. Molly se paró de su silla esperando ver llegar a Ryan o quizá algún otro médico, pero se paralizó en cuanto vio que junto con Ryan, también llegaba su ex esposo. Aún así, se esforzó en mantener la serenidad. Charles salió desbocado a su encuentro, mientras que Ryan caminó con lentitud, por detrás de él y a una distancia prudente. Los vio hablar, escuchó parte de la charla mientras comentaban cosas acerca de Jake y Molly le ponía al tanto de todo, y luego, en un determinado momento, él la abrazó de forma repentina, permaneciendo aferrada a ella durante unos segundos. Molly solo atinó a abrir los brazos y mirar a Ryan en cuanto Charles la soltó, y él le sonrió, asintiendo con la cabeza y bajando la mirada al suelo. Está bien, era lo más lógico, pensó. Habían sido marido y mujer, las cenizas estaban ahí, era el padre de su hijo y también era el orden normal de las cosas, que en momentos de caos los sentimientos de alguno de los dos siempre aflorasen. No tenía porque afectarle, y así se repitió mentalmente hasta convencerse de ello.
El padre del niño vio como hablaba con él, al mismo tiempo que miraba a Ryan, y en un momento Charles se giró, para mirarlo. Entonces caminó hasta su posición.
—Molly me dijo que arriesgó su vida para encontrarlo, y que si no fuera por eso, Jake no estaría aquí —dijo—. Sé que ya se lo he dicho, pero nuevamente, estoy en deuda con usted.
—No se preocupe, es mi deber. Me alegra que el niño esté a salvo.
—Es un buen hombre, agente. Siento mucho cualquier altercado que haya podido haber entre nosotros.
—Sí, es un buen hombre —convino ella, mirándolo tras la espalda de Charles. Ryan dio un leve asentimiento de gratitud.
—No se preocupe, lo que haya pasado entre nosotros está completamente zanjado. Ahora deben preocuparse por Jake. Los necesita a ambos —dijo.
Charles se volvió a girar de cara a Molly.
—¿Puedo hablar con el médico un momento?
—Claro, vamos a buscarlo —dijo ella.
Ambos se alejaron rumbo a las salas de administración del ala pediátrica, y mientras caminaban, Molly se giró un instante para mirar a Ryan por encima del hombro. Él asintió con la cabeza y volvió a tomar asiento en una de las sillas de metal de la sala de espera. Apoyó los codos en las rodillas y entrelazando los dedos de las manos, dio un suspiro. Había cumplido uno de sus objetivos, que era rescatar al hijo de Molly con vida, pero al mismo tiempo no cesaba de sentirse vacío, incluso mucho más vacío y desolado que al principio. Aún le faltaba otro niño por recuperar, Hosea Matthews, y además su hermana había muerto en horribles circunstancias. La había visto, había hablado con ella, la había abrazado, y también la había visto morir. El único motivo por el cual se había abocado de lleno a la investigación de personas desaparecidas en el cuerpo del FBI ya no existía para él, y ahora no sabía que hacer. ¿Volvería al sector de criminología? ¿Se convertiría en agente general de campo? No lo sabia.
Y también, mas allá de eso, había otra cuestión en el medio. Aún faltaba mucha investigación por delante: todavía no había encontrado al otro niño, aún no había charlado con Jake ni había encontrado una forma de detener a esa entidad maldita que amenazaba con volver en cualquier momento, pero ya quedaba mucho menos que hacer. Si no lograba encontrar a Hosea, tan solo debía detener o sellar el acceso de Nawathenna a este plano de la realidad y asunto zanjado. El viejo cacique le había dicho que no había forma de detener a la criatura, que no se podía detener el viento o los mares, y entendía eso, pero también comprendía que Debía existir una forma de impedir que cruzara a sus anchas, llevándose a personas inocentes. Lo mejor sería que hablara con él, e intentara descubrir una manera de impedirle el paso. Luego de eso, se marcharía de Grelendale en cuanto su trabajo haya terminado, y hacer eso implicaba dejar a Molly atrás, algo que en lo más profundo de sí mismo, no quería hacer.
Fue así como poco a poco, la mañana transcurrió lentamente. Ryan interrumpió su línea de pensamientos en cuanto Charles y Molly volvieron a la sala de espera, sentándose cerca de él. Ambos hablaban acerca de un montón de cuestiones, tanto del estado clínico de Jake como su recuperación, evaluando que tanto demoraría, si volvería a ser un niño enérgico y feliz como antes. También hablaron de ellos, poco a poco la charla se derivó a cuestiones más personales. Charles le comentó que quizá todo aquello había sido una prueba por la que tenían que pasar, y que si la vida les había dado una segunda oportunidad salvando a su niño, entonces ellos también tendrían esperanza de volver a ser la familia que eran en un principio. Molly evadía el tema, mirando furtivamente a Ryan, pero él no quería hacer contacto visual con ninguno de los dos, solamente miraba hacia el suelo, o leía por enésima vez los carteles clínicos de las paredes. Charles le prometió que podría cambiar, que incluso podría empezar un programa de ayuda para el manejo de la ira, si ella estaba de acuerdo. Molly respondía entonces que no era un buen momento para hablar de ello, que más tarde podrían volver a tocar el tema, y fue allí cuando Ryan se levantó de su asiento para caminar hasta la máquina de café, y servirse un vaso.
Desde la distancia, vio que Molly lo miraba un tanto preocupada. Cuando ya había bebido la mitad, tiró el resto en la bandeja de la propia máquina y arrojó el vasito a la papelera, para dirigirse al ascensor. Al ver que se iba, Molly se excusó con rapidez, se levantó de su asiento y lo alcanzó casi trotando.
—Ryan —Lo llamó. Él se giró hacia ella luego de pulsar el botón en la pared—. ¿Te vas?
—Voy a ir a la reserva, quiero hablar con el cacique.
—Pero, ¿vas a dejarme sola aquí?
—Vendré antes del mediodía, te lo prometo —respondió. El ascensor se abrió e ingresó rápidamente al cubículo—. Estarás bien. Aprovecha y habla con él, tienen muchas cosas que arreglar.
—Pero Ryan, yo no... —dijo ella. Sin embargo, no pudo terminar de responder, porque la puerta metálica del ascensor se cerró paulatinamente. Él no la vio, pero Molly no pudo evitar cerrar los ojos y dar un suspiro frustrado.
*****
Ryan salió del centro médico caminando con prisa. La mañana estaba soleada, aunque no hacía calor, y en otro momento quizá fuese un clima que le provocaría un muy buen humor, pero en aquella situación, la verdad era que le generaba todo lo contrario. Sabía que no debía molestarse, a fin de cuentas y como bien había pensado, era normal que en situaciones de extrema tensión dos personas que habían compartido una historia en común volvieran a unirse, más si había un niño de por medio. Sin embargo, no dejaba de sentirse mal. Cuando Jake desapareció, no hizo más que insultar a Molly, decirle un montón de improperios y tratarla mal. Y ahora que todo comenzaba a marchar bien, venía con el papel de buen padre pintado en el rostro. Era inadmisible, injusto y caradura. Y por el bien de Molly, esperaba que no se fuera a creer esa historia.
Subió a la camioneta estacionada a un lado, bajó la ventanilla a su lado y encendiendo el motor, arrancó rápidamente rumbo a los accesos de la avenida principal, para dirigirse a la reserva Arapahoe. No encendió la radio, en su mente tan solo repicaba aquella frase: "Hablaremos de esto más tarde, ahora no es un buen momento". Hablarían más tarde, se dijo una y otra vez. Más tarde... Más tarde.
—¿Con qué puto derecho? ¿Qué maldito derecho tiene él? —preguntó, sin apartar los ojos de la carretera, y en un arrebato, golpeó bruscamente con la palma de la mano en el volante unas dos o tres veces, exasperado.
Respiró hondo intentando controlar sus emociones, dio un suspiro largo y resoplando por la nariz, se concentró en enfocar su mirada delante del morro de la camioneta y pensar en cosas más productivas que Molly y el infeliz de su ex marido. Sin embargo, le era imposible. Su imaginativa mente, propia de un detective experimentado, recreaba la mayor cantidad de escenarios posibles a largo plazo. Imaginaba la posible charla que tendrían, seguramente cuando él ya estuviera fuera de Grelendale a cientos de kilómetros. Imaginó también la reconciliación, como él le haría el amor y si cabría la posibilidad de que ella lo recordase en un momento como aquel. Probablemente no, seguramente lo ayudaría en su maldito tratamiento contra la ira, serían la familia que antaño no pudieron ser e incluso adoptarían un perrito. Y todos felices y contentos.
Sus pensamientos eran tantos y tan concretos, que casi sin darse cuenta se disoció en el tiempo, conduciendo como un autómata durante todo el camino. Perdió tanto el sentido del tiempo que lo único que lo apartó de sus especulaciones internas fue el hecho de ver el vallado de acceso a la reserva frente a él. Apagó el motor, se quitó el cinturón de seguridad y bajó de la camioneta. El mismo guardia de siempre levantó una mano desde su caseta de vigilancia, en silencioso saludo, y Ryan bordeó el vallado, ingresando a la reserva. Mientras caminaba, notó que a la distancia, el viejo cacique indio estaba sentado en el porche de su cabaña, fumando la misma pipa de siempre, como si todo el tiempo lo estuviera esperando. Aquello, lejos de confortarlo, en realidad lo incomodó mucho más de lo que ya estaba. Al aproximarse a la cabaña, notó que el anciano se ponía de pie, para salir a su encuentro.
—Veo que ha vuelto, pero veo que viene solo. ¿Qué pasó con los guerreros que lo acompañaron? —preguntó, con la calmada parsimonia que lo caracterizaba. Ryan negó con la cabeza.
—Lo siento mucho. Esa cosa los masacró frente a mí, no pude hacer nada.
Hinono'eitiit entonces bajó la mirada, murmuró una palabra en su idioma, y entonces volvió a mirarlo.
—Una lástima, una verdadera pena.
—Lo sé. De todas formas, pude rescatar a uno de los chicos perdidos, si le sirve de consuelo. Sus muertes no fueron en vano.
—Me alegra oír eso, agente. ¿Puedo preguntarle por qué ha venido de nuevo?
—¿Podemos charlar adentro?
—Claro, venga conmigo —respondió el anciano.
Juntos ingresaron a la cabaña, y una vez dentro del living, el cacique le ofreció un te de hierbas, a lo que Ryan rechazó con cortesía, argumentando que hace no mucho había bebido un café. El cacique se sirvió una taza para él, apagó su pipa y entonces tomó asiento en la mesa central del recinto, frente a Ryan.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó.
—Necesito volver a ese sitio.
El cacique hizo una pausa pensativa, y entonces negó con la cabeza.
—Me temo que esta vez no puedo hacer eso, agente. Los hombres que lo acompañaron eran los últimos cuatro guerreros Espirituales con los que contábamos, capacitados para cruzar al otro lado e incluso hacerle frente a Nawathenna. Usted no puede cruzar solo —dijo.
—¿Hacerle frente? —preguntó Ryan, exasperado ante la negativa. —Vi como esa cosa los despedazaba sin que opusieran la mínima resistencia, a excepción de cantar y vocalizar cosas que no entiendo. Discúlpeme, pero no vi una gran batalla de su parte —Al hacer una pausa, vio la mirada de tristeza que pareció inundar la mirada del cacique, y entonces negó con la cabeza levantando las manos—. Escúcheme, lo siento, no debí decir eso. Pero usted no ha sido el único que ha perdido algo, yo pude encontrar a mi hermana, y también tuve que verla morir frente a mí sin poder hacer una mierda al respecto. Y ahora que recuperé a uno de los niños, su padre...
Se interrumpió antes de decir nada. Por poco y se le escapaba todo aquel asunto con respecto a Molly. Tenía que controlarse, se dijo. Aquello era impropio de alguien como él, y era un agente del FBI en pleno procedimiento, tenía que actuar como tal y olvidarse de cualquier estupidez sentimental que pudiera nublar su buen juicio.
—¿Qué sucede con su padre? —preguntó el cacique. Ryan negó con la cabeza.
—Nada, olvídelo —dio un suspiro, y entonces intentó por otra vía—. Escuche, aún queda otro niño desaparecido que necesita ser encontrado, y no sé cómo volver allí sin tener que pedirle a usted. Ayúdeme, aunque tenga que cruzar solo. ¿Qué más da? Si tengo éxito genial, y si me muero, entonces no tendrá que soportarme otra vez.
—Lo siento, agente, pero me es imposible cumplir con lo que me pide. Piénselo bien, haber encontrado a uno de los niños ha sido una suerte tremenda, y encima ambos pudieron salir con vida de allí. Hágale caso a alguien que conoce bien las antiguas leyendas, y no tiente a la suerte dos veces.
Ryan dio un suspiro profundo. Sentía que esa charla no estaba conduciendo a ningún lado, y una parte de sí mismo se sentía como si estuviera perdiendo el tiempo de forma considerable. Aún así, estar sentado frente al viejo cacique escuchando patrañas de antiguas leyendas era mucho mejor que estar con Molly y su ex esposo.
—¿Qué es el árbol del bosque? —preguntó, de repente. —¿Qué implica?
—Usted ya sabe eso, es una entrada y una salida. Lo ha visto.
—¿Y hay más?
—¿A qué se refiere?
—Digámoslo así, Nawathenna puede cruzar a este lado por cualquier sitio, sea un árbol, un cauce de un río, no lo sé, cualquier cosa natural supongo. ¿No? —preguntó. —¿Hay más árboles o sitios como ese donde pueda traspasar?
—En realidad no. Solo puede cruzar en ciertos lugares marcados por los antiguos ritos de los pueblos indígenas que hayan habitado el lugar. El árbol que usted vio, la Sylva Americana, es uno de ellos.
—¿Y hay más pasajes marcados? —insistió Ryan.
—No que yo sepa, al menos aquí.
Ryan detuvo la línea de sus pensamientos un instante para razonar lo obvio: el árbol era lo único que lo conectaba a Grelendale. Si lograba destruirlo, entonces esa maldita criatura ya no tendría otra forma de volver a asolar a los habitantes de la localidad, y por sobre todo, tanto Molly como su niño no correrían más peligro.
—Digamos por ejemplo que el árbol ya no existe, y la entidad ya no tiene forma de acceder aquí. ¿Los habitantes de Grelendale estarían a salvo? —preguntó. El viejo cacique lo miró de forma suspicaz.
—En teoría, sí. Pero su influencia seguirá actuando en los animales, los vientos, los ríos y las plantas. No se puede destruir a Nawathenna, es como intentar detener la luz del sol o el agua de la lluvia, ya se lo he dicho.
—Gracias por la información —respondió, retirando la silla hacia atrás, para ponerse de pie. El anciano entonces le hizo una seña con la mano, para que esperase.
—¿En qué está pensando? —preguntó, de forma suspicaz. Ryan evaluó si decirle o no, pero al final volvió a sentarse.
—Esa maldita cosa asesinó a mi hermana, y aún no he podido encontrar al segundo niño perdido. Si logro traerlo de nuevo de alguna forma, tenga por seguro que destruiré ese puto árbol sea como sea, pero esa entidad no vuelve a salir de su sitio como que me llamo Ryan. Hay una mujer y un niño en Grelendale que se merecen vivir en paz, y me interesa protegerlos —respondió, de forma determinante. El cacique entonces sonrió, asintiendo con la cabeza.
—Ah, sí, la mujer que lo acompañaba cada vez que venía. La recuerdo. Ella lo mira con los ojos repletos de amor, es imposible no percibirlo. Y entiendo que quiera protegerla, cuando el amor es correspondido, sin duda es un regalo de la vida.
—Va más allá de eso. Ella se merece vivir en paz.
—¿Y usted no se ha cuestionado hasta ahora, por qué está aquí? —preguntó el anciano, señalándolo con un dedo. —He visto el tatuaje en su espalda cuando le hacía las marcas sagradas, antes del ritual. ¿Sabe lo que significa el fénix, según algunas culturas?
—No, no lo sé. Solo me gustó el diseño, y ya.
—El fénix simboliza la esperanza, el aplomo, la memoria y el renacimiento. Es un ave milagrosa, que siente la muerte y la prepara con mimo y serenidad, para después resurgir de sus cenizas incólume y vigorosa. El sueño imposible del ser humano, pero que usted lleva en su espalda y que al mismo tiempo está viviendo en carne propia —explicó el anciano, deteniéndose solo un instante para darle otro sorbo a su té—. Usted no es el mismo agente que vino aquí el primer día, arrogante y descreído de todo. Ha visto cosas, ha comprobado que hay un mundo más allá del mundo tangible, y eso forma parte de un renacimiento. Su viejo yo ha muerto para convertirse en lo que es ahora, y en lo que será cuando termine toda esta historia. Sin embargo, no es lo único que lo conduce a todo esto.
—¿Ah, no?
—No, claro que no. También ha perdido una persona muy cercana en manos de Nawathenna, usted conduce una Cherokee, cuyo nombre también pertenece a un pueblo ancestral, y cada pista que fue hallando en su búsqueda desembocaba en Grelendale y en ese árbol que ahora quiere destruir. Quizá sean tonterías, o lo crea así, pero todo lo que ha sucedido lo ha conducido de alguna manera u otra hasta este lugar, a este punto.
Ryan lo miraba en silencio. Era cierto, en otro momento de su vida todo aquello le sonaría a charlatanería barata, pero luego de ver lo que vio... se permitía creer.
—¿Y usted qué opina, entonces? ¿Que de alguna manera estoy destinado a cerrarle el paso a esa criatura? —preguntó. El cacique se encogió de hombros.
—No lo sé, Ninguno de los dos lo sabremos hasta que pase.
—¿Y está de acuerdo en que derribe ese árbol? A fin de cuentas es su deidad.
El cacique sonrió, negando con la cabeza.
—No es mi deidad. Los Arapahoes no tallamos ese árbol para convocar a Nawathenna, o al menos, no fuimos los únicos. ¿Creé que nosotros no hemos perdido gente por su causa? Claro que sí. Apenas quedamos aquí unos pocos cientos, muchos de nosotros ya bastante mayores para continuar con la sangre. ¿Creé que me preocupa si una vieja entidad ancestral puede asomar la cabeza en Grelendale o en cualquier otro sitio del mundo? ¿Eso contesta su pregunta, agente?
Ryan pensó un instante, dando un resoplido. Se sentía abrumado, demasiada información, demasiado ruido en su cabeza. La entidad, las palabras de aquel anciano, Molly, su ex marido, todo era un tornado dentro de las cuatro paredes de su mente.
—Sí, supongo que sí —Se puso de pie, y asintió con la cabeza—. Siento mucho haberlo molestado, creo que ya no nos volveremos a ver.
—Quizá sí, quizá no. Nadie lo sabe —caminó con Ryan hasta la puerta de la cabaña, se la abrió, y le sonrió—. Ha sido un placer, agente.
Salió hacia el porche de madera con una sensación extraña, como si de repente ese viejo cacique supiera más de lo que le había dicho. Y no sabía porqué, pero tenía el leve presentimiento de que aquella no sería la última vez que lo vería, de modo que a paso rápido, se dirigió por el camino principal de tierra hacia la portería de la reserva, esquivando gallinas y gansos al pasar.
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