3
En cuanto llegaron a la casa, Jake estalló en un llanto horrible, liberando las tensiones del trauma vivido como un torrente de emociones. Al principio Molly no pudo evitar asustarse, pero Ryan la calmó diciéndole que era algo completamente normal y previsible, muchas cosas habían sucedido y en un niño de su edad, era normal que canalizara la experiencia de aquella manera. Entre ambos lograron tranquilizarlo, y al entrar a la casa, lo primero que hicieron fue desvestir al niño, bañarlo y revisarle las heridas. Jake tenía un corte en la pierna no demasiado profundo, pero que por suerte no estaba infectado, al menos aún. Sabrá Dios con qué se lo habría hecho, pero cualquier cosa era posible en aquella dimensión distopica y horrenda. Ryan aún continuaba sintiendo el olor a muerte impregnado en sus poros y en sus fosas nasales, y probablemente aquel recuerdo sería algo difícil de erradicar de su mente, se dijo.
Le pidió a Molly que permaneciera con Jake mientras él se limpiaba tanto la sangre del cuerpo como la tierra y las marcas de pintura indígena, y además, también le indicó que le diera agua y algo de comer. No demasiado, algunas galletitas saladas y medio vaso de agua, que tomara en pequeños sorbos para evitar que vomitara, al menos para hidratarlo un poco antes de ir al centro médico. Ella así lo hizo, además de vendarle la pierna luego de lavarle la herida, y mientras atendía a su hijo al mismo tiempo que escuchaba el sonido de la ducha desde el baño, no pudo evitar llorar de agradecimiento por tener de nuevo a su niño sano y salvo, tras tantas penurias. Muchos no contaban con la misma suerte, pero ella sí la había tenido.
Ryan salió del baño poco tiempo después, con el cabello mojado cayéndole en mechones sobre la frente y a los lados, y con sus heridas aún abiertas, pero que al menos habían dejado de sangrar. Molly le miró la mejilla, no creía que le dieran puntos, pero al menos un par de banditas de autosutura le pondrían, casi con toda seguridad. Jake, mientras tanto, comía sus tres galletas al agua con una lentitud increíble, los ojos muy abiertos y perdido en sus propios pensamientos. Lo mismo había visto de James Weyner, el pescador que habían encontrado semanas atrás, y el cual se había pegado un maldito disparo en la sien.
—¿Cómo está? —Le preguntó, sin dejar de mirarlo. Molly volteó a verlo, y le sonrió. Tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar, las mejillas sucias de polvo y tierra, y algunos arañazos y picotones en el dorso de las manos. Aún así, no dejaba de acariciarle el cabello a su niño.
—Todavía no habla, apenas siquiera se mueve.
—Aún permanece en shock, es normal.
—Pero está aquí, eso es lo importante —consintió ella, volviendo a mirar a su hijo.
—Vamos a llevarlo al centro médico, deben hacerle estudios, tomografías, hay que comprobar que no tenga una lesión en el cerebro o algo.
—Sí, vamos. Tú también debes revisarte eso —dijo Molly, señalándole su propia mejilla.
Ryan se encogió de hombros, tomó sus documentos, la chaqueta y las llaves de la camioneta. Vio como Molly tomó su teléfono celular, los documentos personales del niño y luego le hablaba con paciencia, diciéndole que irían a ver al doctor para que se recuperase, pero él no le respondió. Aún así, se dejó llevar dócilmente por la madre, como si fuera un muñequito que respiraba y caminaba por su cuenta. Era horrible, pensó.
Salieron de la casa cerrando tras de sí. Ryan sentó con cuidado al niño en los asientos traseros de la Cherokee y luego rodeó el vehículo por detrás, subiendo del lado del conductor, mientras que Molly ya había subido al otro lado. Metió la llave en el contacto, encendió los faros y emprendió el camino con rapidez. Eran casi las dos de la madrugada, de modo que no habría casi trafico y podía permitirse un acelerón prudente. En efecto, unos momentos después ya estaban estacionando en la zona reservada del centro médico, y luego de apagar el motor y bajar de la camioneta, fue el propio Ryan quien sacó al niño del vehículo y lo aupó hasta la sala de recepción. Dentro, las luces blancas no dejaban sombra en el suelo, y no había casi enfermeros ni doctores en los alrededores, solo una solitaria recepcionista que tomaba una taza de té y jugaba al mahjong en línea. La chica levantó la vista en cuanto sintió la puerta corrediza abrirse, y los miró con atención.
—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarlos? —preguntó.
—Soy Ryan Foster, detective del FBI. Este niño estaba desaparecido en el bosque y acabo de encontrarlo, necesita atención médica urgente, está en estado de shock y no sabemos si tiene una contusión, además de una herida en la pierna derecha —respondió él, con rapidez. La chica miró a Molly.
—¿Usted es la madre del menor?
—Sí —Al decir aquello, comenzó a llorar otra vez, conmocionada por todo.
—Bien, llene esta forma por favor. Enseguida vendrá el médico de sala —dijo la recepcionista, extendiéndole una planilla encima del mostrador. Molly comenzó a garabatear con rapidez en los campos requeridos de nombre, tipo de sangre, edad, enfermedades varias y demás, mientras que la chica tomó un comunicador ubicado en su escritorio—. Doctor Reynolds a recepción por favor, código veintisiete. Doctor Reynolds, código veintisiete —repitió. Esperó a ver el check verde en el segundo monitor de su computadora y asintió con la cabeza hacia Ryan—. Vendrá enseguida.
—¿Estás bien, Jake? —preguntó él, mirando al niño en sus brazos. Lo vio asentir con la cabeza, y como si de repente lo conociera de toda la vida, o quizá por instinto propiamente infantil, se abrazó de su cuello y hundió el rostro en su hombro. Molly terminó de llenar el formulario, y entonces volteó para verlos a ambos. —Todo va a salir bien —comentó Ryan, antes de que ella pudiese decir nada.
En menos de cinco minutos, un ascensor al fondo se abrió, y por el pasillo asomó caminando con rapidez un hombre de unos cincuenta y pocos, envuelto en su bata blanca y arrastrando una silla de ruedas por delante. Ryan no esperó a que se acercara a la recepción, sino que caminó a su encuentro, acortando camino y seguido por Molly.
—Buenas noches, imagino que ustedes son los del llamado —dijo el médico. Ryan asintió—. Siéntenlo aquí, le haremos un examen físico completo enseguida.
—Gracias, doctor —respondió Molly, asintiendo con la cabeza mientras que Ryan bajaba con cuidado al niño, para sentarlo en la silla de ruedas.
—¿Dónde lo encontraron?
—En el bosque Wirmington, a los límites de Grelendale —respondió Ryan.
—¿Y cuánto tiempo hacía que estaba perdido? —preguntó el doctor Reynolds, a medida que caminaba de nuevo hacia el ascensor—. Acompáñenme.
—Casi un mes.
El médico lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Ha sobrevivido durante un mes en el bosque? ¿Un niño de su edad?
—No sabemos si estaba en el bosque o lo secuestró alguien más, es algo que todavía esta sujeto a investigación por mi parte. Pero es todo un pequeño luchador —bromeó Ryan, mientras miraba a Molly, como queriendo indicarle con los ojos que no quería dar más explicaciones de las necesarias. El médico asintió con la cabeza.
—Ya veo que sí.
—¿Qué procedimientos harán, doctor Reynolds? —preguntó Molly, mientras subían al ascensor. El médico giró de cara a la puerta y tocó el botón del piso tres.
—Lo primero es un examen completo, sangre, orina, toxicología, radiografías y electroencefalograma, además de la revisión de su historial médico, para detectar cualquier lesión interna o enfermedad que pueda haber ocurrido durante su desaparición. Luego le vamos a administrar líquidos por vía intravenosa y una dieta gradualmente reintroducida para evitar problemas digestivos.
—Tiene un corte en la pierna derecha, y tampoco ha hablado desde que lo encontramos, por lo que se encuentra en estado de shock postraumático —indicó Ryan.
—No se preocupe, también vamos a limpiar la herida y a aplicarle sutura, para prevenir cualquier infección u otra complicación —El médico vio el rostro de Ryan, y le señaló hacia la mejilla con un dedo en cuanto la puerta del ascensor se abrió en el ala de medicina pediátrica—. Por lo que veo, usted también va a requerir algunos cuidados. Comienza a hinchársele.
—Olvídese de mi, Jake está primero. ¿El centro cuenta con profesionales de salud mental capacitados en tratamiento de trauma infantil? Me gustaría poder sacarlo de su shock para que me cuente lo que ha pasado, la vida de otro niño puede depender de ello.
—Sí, el centro cuenta con apoyó emocional, más en casos de situaciones violentas. Aunque déjeme decirle que no va a ser sencillo y puede tomar varios días de internación. Es más, aunque se le dé el alta, es muy posible que el niño sea monitoreado de cerca para asegurarse de que esté progresando adecuadamente en su recuperación. Es posible que necesite visitas médicas de seguimiento para garantizar que no haya complicaciones a largo plazo —respondió el médico. Molly asintió con la cabeza enérgicamente.
—Claro, lo entendemos a la perfección —dijo.
—¿Dónde está el padre del niño?
—Él no... —Molly bajó la mirada al suelo, y Ryan la vio, dudando si hablar o no. —Él no está. Lo siento.
—Descuide —respondió el médico, comprendiendo la situación—. A partir de aquí, seguiremos por nuestra cuenta. Puede permanecer en el área de espera, si lo desea. Al fondo hay una máquina de café y otra de refrescos, esto va a llevar un buen rato, así que le diría que se arme de paciencia. La mantendremos al tanto en cuanto designemos una habitación para el niño.
—Gracias, doctor Reynolds —Molly miró a Jake, con los bracitos flacuchos apoyados en los soportes de la silla, y le agitó una mano saludándolo—. Te veremos en un rato, cariño. Mami y Ryan están aquí, ¿de acuerdo?
El niño no dijo nada. Ambos vieron como era conducido por el médico hacia la sala de estudios clínicos para las primeras radiografías y quizá una extracción de sangre, y en aquel momento fue cuando ella dio un profundo suspiro, una exhalación desde lo mas profundo del pecho, aflojando toda la tensión contenida, al mismo tiempo que bajaba la cabeza. Ryan le rodeó los hombros con un brazo, y ella se dejó recostar en él.
—Ahora va a estar cuidado, lo peor ya ha pasado.
—Lo sé... Gracias —susurró ella.
—Vamos a buscarnos un par de cafés, la noche será larga y después de haber estado en aquel sitio, muero por beber algo.
Juntos caminaron hacia la máquina expendedora. Ryan tomó un vaso descartable y metió un dólar al tragabilletes, seleccionó el expresso y dejando el vasito en la bandeja, esperó a que se llenara automáticamente. Se lo extendió a Molly y volvió a repetir el mismo procedimiento para llenar su vaso. Luego de ello, caminaron juntos hacia las sillas de espera, ubicadas a todo lo ancho de la sala con azulejos blancos y pantallas indicadoras, apagadas a esas horas. Tomaron asiento uno junto al otro, y entonces Molly lo vio sorber su café humeante.
—¿Qué ha pasado allí? ¿Qué fue lo que viste? —preguntó, casi en un susurro. Él negó con la cabeza.
—La demencia más absoluta, eso es lo que vi —dijo—. Estaba allí, con el cacique, acostado en una cama de hojas o que sé yo. No sé cuanto tiempo duraron sus cantos y sus rituales, pero de repente me dormí. Más que dormirme, fue como si se me hubiera apagado el cerebro, y cuando desperté, estaba allí, en ese lugar. Los niños tenían razón, no hay más que un valle infinito, un páramo repleto de cadáveres. Algunos son recientes, otros antiguos, pero están desperdigados por todos lados, y el olor... Dios... —murmuró. —Es como si pudieras respirar el hedor mismo de la muerte en persona donde quiera que vayas. Esa cosa... esa cosa masacró a los indígenas que me acompañaron. Los despedazó como si fueran muñecos de plastilina en las manos de un bebé.
—Dios mío, Ryan...
—Cuando vi eso corrí, corrí tanto como pude, y me tiré encima de unos cadáveres con la esperanza de no sé... —balbuceó. —Hacerme el muerto o que mierda sé. Y cuando miro hacia adelante, veo alguien que me hace señas en la distancia, agitaba sus brazos pero no gritaba. Así que cuando estuve a buen seguro de que podría emprender la huida otra vez, corrí hacia allí, y caí dentro de una especie de gruta o caverna en el mismo suelo del valle. Allí había una mujer, mucho mayor que yo. Vestida con harapos solo de la cintura para abajo, raquítica, casi famélica diría yo. Tan sucia que no se veía un ápice de piel clara en su cuerpo, y parecía demente. De pronto me miró, se puso a llorar y me dijo "eres tú" una y otra vez —Ryan hizo comillas con los dedos de una mano al decir esto último—. Y me abrazó. Allí fue cuando me di cuenta que era ella. Era Emily.
—Pero... —Molly dudó si decir aquello, pero quería comprender mejor toda aquella historia. —Me dijiste que tu hermana es menor que tú, y esa señora era mayor. No lo entiendo.
Él asintió con la cabeza, dejó caer un par de lágrimas, y entonces bebió un sorbo de café.
—Ella me explicó que el tiempo en aquel sitio transcurre de forma diferente, me contó también acerca de la red de túneles y cavernas subterráneas donde vive, y como aprendió a sobrevivir allí. Me contó de su desaparición, y me ayudó a buscar a Jake —Entonces comenzó a llorar con más fuerza—. Cielo santo, estuvo alimentándose de carroña durante años... Mi hermana, mi consentida desde que éramos críos... y ahora...
Esta vez fue ella quien le rodeó la espalda con un brazo, intentando guiarlo a que se recostara en su hombro. Le acarició el cabello de la nuca, y dio un suspiro hondo.
—¿Cómo fue que ocurrió?
—Encontramos la Sylva Americana luego de encontrar a Jake, pero no sabíamos como volver. Yo golpeé el árbol por impotencia, y escuchamos el chillido de la criatura, así que tomé un hueso que había en el suelo y comencé a dañar el árbol, a golpearle el tronco tanto como podía, para provocar a Nawathenna —explicó—. En cuanto comenzó a acercarse, vimos como el portal, o lo que sea esa mierda, comenzó a abrirse en el árbol mismo. En cuanto fue lo suficientemente ancho para cruzar, le dije que viniera con nosotros, pero ella insistió con que cruzara a Jake primero. En ese momento fue cuando esa puta cosa enorme la tomó por el cuerpo y la levantó en el airé. Sus gritos... —Ryan se cubrió los ojos con una mano, y al hacerlo, la mejilla le dolió otra vez, marcándose un hilillo de sangre ante el movimiento. —Sus gritos eran... ¡Me paralicé, Molly! ¡Quería ayudarla, pero me paralicé! Y cuando vi que no podía hacer nada, solo atiné a tomar a Jake en brazos y cruzar de nuevo al bosque. La dejé atrás... dejé atrás a mi hermana.
Molly le quitó el vaso de café de las manos, dejándolo a un lado en su silla contigua, soltó el suyo y entonces lo abrazó por completo. Él se dejó recaer encima de su hombro.
—Lo siento mucho, en verdad. Sé que todo esto lo hacías por ella, y que la hayas perdido... me duele profundamente por ti.
—Quiero acabar con esa cosa, no sé cómo, pero quiero exterminarlo... —balbuceó, con la voz rasgada por el dolor. Ella entonces se separó de él un instante, y lo miró directo a los ojos.
—Hacer eso es imposible, Ryan. Esa criatura es guardiana ancestral de la propia tierra, y a no ser que destruyas el planeta entero, difícilmente puedas matarlo, ya oíste lo que dijo el cacique. Quizá haya una forma de impedir que vuelva a regresar aquí, a Grelendale —hizo una pausa, y le limpió con el pulgar cerca del límite de la barba—. Estás sangrando de nuevo, espérame aquí.
Se levantó rápidamente de su asiento y dirigiéndose al baño, volvió con un puñado de toallas de papel. Tomó un par, hizo un doblez con ellas y se la apoyó en la mejilla cortada, presionando sobre la herida. Ryan hizo una mueca de dolor, pero aceptó de buena gana, mientras suspiraba intentando calmar su llanto. Minutos después, habló.
—Creo que deberías avisarle al padre de Jake acerca de su reaparición —dijo. Ella lo miró de forma dudosa.
—No estoy segura, Ryan... Es un momento delicado, Jake necesita tranquilidad y ahora mismo su padre es la antítesis de la calma.
—Pero es su derecho, Molly, y lo sabes. Cumple con avisarle al menos, y ya luego que haga lo que él considere mejor. En cualquier caso, sabes que no estás sola. No me voy a apartar de tu lado si las cosas se tuercen.
Ella lo miró con fijeza, sus ojos saltando desde sus iris azules hacia sus labios, y no le daba vergüenza admitirlo: lo miraba empapada en el amor más profundo.
—De acuerdo, mañana a primera hora lo llamaré, si es tu parecer —dijo. Ryan tomó la venda de papel improvisada con los dedos, para continuar presionando, y entonces se reclinó hacia atrás en la silla.
—¿Me pasas mi café, por favor? —pidió. Molly le extendió el vaso descartable, y dio un sorbo del suyo, a su vez. —¿Cuánto tiempo estuviste vigilando el bosque, esperando a que regresara?
—Tres noches.
—Mierda... Podía haberte pasado cualquier cosa estando sola en el bosque...
—Nada puede haber sido peor que casi dispararte. Gracias a Dios que el arma estaba con el seguro, y ni siquiera lo sabía.
Ryan sonrió al recordar aquello. Comenzaba a dolerle la cabeza, debido al nivel de estrés altísimo al que había estado sometido durante tanto tiempo.
—¿Alguna vez habías manipulado una pistola? —preguntó. Ella negó con la cabeza.
—La única vez que use un arma en mi vida tenía catorce años, mi padre me enseñó a tirar a un par de latas con su escopeta de perdigones.
—La clásica espantapatos. Menos mal que nunca te expliqué como usarla, entonces, o me hubieras matado a sangre fría.
Ella se recostó en su hombro, antes de hablar.
—No me lo hubiera perdonado jamás en mi vida —aseguró.
Ryan sonrió, mirando hacia el frente y distrayéndose con los carteles clínicos del centro médico.
—Bebamos el café, y tratemos de dormir un poco. Ambos lo necesitamos —dijo.
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