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2

Desde el asiento de la Cherokee, Molly no había dejado de mirar ni por un instante hacia el interior del bosque, tras ver a Ryan perderse en la penumbra del mismo, cargando con el combustible. Ahora, al menos, podía ver el resplandor a la distancia, y entonces sonrió aliviada. Estaba hecho, por fin. Aquella cosa ya no tendría forma de volverlos a molestar nunca más, ni a ella ni a nadie, la historia se había acabado.

—¡Lo hizo, Jake! ¡Ryan lo hizo, acabó con esa cosa! —exclamó, feliz.

Esperó a ver de regreso a Ryan, pero aquello no ocurrió. Los minutos pasaron, tortuosos, y entonces la felicidad dio paso a la preocupación. Algo no estaba bien, hacía rato que Ryan tendría que haber vuelto con ella, y sin embargo, no lo veía asomarse entre la espesura. Resopló por la nariz, desconcertada y sin saber que hacer. No quería dejar solo al niño, afuera llovía a cantaros y además no sabía si esa criatura aún estaba merodeando por ahí, a pesar de que claramente, el árbol ya estaba en llamas —y probablemente una gran parte del bosque—. Pero tampoco quería dejar a Ryan a su suerte, de modo que debía tomar una decisión.

—Cariño, iré a ver si todo está bien. ¿Crees que puedas quedarte aquí un momento? Te prometo que no tardaré nada —preguntó, mirando a su hijo. Él le asintió con la cabeza, ella tomó de la guantera el arma y recordó la indicación que Ryan le había dado, por cualquier cosa que algo saliera mal.

Bajó de la camioneta al frío de la lluvia, cerró la puerta tras de sí y entonces corrió hacia el interior del bosque. Los gruñidos y lamentos de aquella entidad retumbaban aún a la distancia por encima del sonido de la lluvia, y era realmente digno de atemorizar al más valiente. Sin embargo, ella continuó corriendo, esperando encontrarse con Ryan de frente o alguna cosa similar.

Lo llamó por su nombre unas cuántas veces, pero él no respondió. Hasta que en medio de la penumbra pudo ver el bulto de su cuerpo, tirado en el suelo, unos cuantos metros más adelante. Sintió que el corazón se le saldría del pecho, y rápida como una centella, se abalanzó hacia él.

—¡Ryan! ¡Dios mío, háblame! —exclamó, casi gritando, en cuanto se acuclilló ante él. Lo sujetó del rostro e incluso lo sacudió de los hombros, pero no reaccionaba. Vio entonces sus heridas, y comprobó que estaba muy quemado.

Se puso de pie sin saber qué hacer, mirando hacia adelante. La criatura había dejado de chillar, y ahora tan solo se escuchaba el sonido a la lluvia y al crepitar de la madera quemándose. Molly razonó que si no intentaba despertarlo o quizá sacarlo de alguna manera, era posible que el bosque completo tomara fuego y llegara hasta él, de modo que debía hacer algo rápido. En la tormenta de sus pensamientos, recordó entonces algo vital: dentro de la guantera de la camioneta quedaban tres inyecciones automáticas de adrenalina, las mismas que Ryan había robado del centro médico, luego de usarlas contra la influencia de Nawathenna.

Corrió de nuevo al vehículo tan rápido como pudo, y al llegar, abrió la puerta del acompañante y luego la guantera. En efecto, ahí estaban, incluso las había apartado a un lado cuando sacó la pistola. Tomó dos, cerró la puerta tras de sí y volvió corriendo al bosque, respirando de forma agitada. Al llegar momentos después junto a Ryan, lo giró boca arriba, sujetó una de las dosis de adrenalina con los dientes y quitándole con rapidez el precinto a la segunda, se la clavó directamente en el brazo, haciendo saltar el resorte hacia atrás. Tomó la segunda dosis, le quitó el precinto e hizo exactamente lo mismo que con la primera. No quería sobrepasarlo, pero si era necesario o no despertaba en los próximos minutos, iría a la camioneta a buscar la última, y ya de paso llamar a la emergencia médica. Era una tonta, se dijo, sin duda eso era lo que había tenido que hacer en un principio, pero estaba tan alterada que ni siquiera lo había pensado a tiempo.

Sin embargo, Ryan dio un espasmo, abriendo grandes los ojos. Respiraba agitado, tenía el rostro sucio de tierra, además de mojado, y miró a Molly como si no comprendiera qué hacía ahí. Estaba bastante desorientado, pero era normal. Ella le acercó las manos, y él las tomó con premura.

—¡Tenemos... tenemos que salir... de aquí! —jadeó, con la voz enronquecida. El humo comenzaba a olerse desde su posición, y el fuego no tardaría en llegar a ellos si no se apresuraban.

—¿Crees que puedes caminar? La camioneta no está lejos —preguntó ella, con lágrimas en los ojos.

—Sí... —balbuceó. —Ayúdame...

Molly le sujetó por las axilas al mismo tiempo que él se aferraba de sus hombros con una mano, y se apuntalaba con la otra. Ryan ponía todo el empeño de su parte, pero estaba débil y además era un hombre que le sacaba más de diez centímetros de altura sin contar el peso, por lo que estuvo a punto de arrastrarla al suelo un par de veces, hasta que por fin pudo ponerse de pie. Al rodearle por la cintura, Molly lo sujetó con cuidado para no tocarle las quemaduras, y tan rápido como pudieron, trastabillando de a ratos, lo condujo hacia el vehículo, estacionado junto al camino de acceso. Una vez allí, lo subió al asiento del acompañante con cuidado, y cerró la puerta tras él. Rodeó la camioneta por delante, corriendo, y subió del lado del conductor, girando en U sin perder un minuto más.

—Se acabó... —murmuró. Jake lo miraba preocupado, y Molly también. —El árbol... se quemó.

—Lo has hecho bien, ahora debes estar tranquilo, no pienses más en eso. Te llevaré al centro médico ya mismo —dijo ella, apoyándole una mano en la pierna izquierda. Ryan recostó la cabeza en el respaldo del asiento, comenzaba a respirar agitado otra vez, y se sentía con taquicardia. Seguramente el shock estaba regresando a atacarle, a pesar de las dosis de adrenalina. Sin embargo, dejó caer su mano izquierda encima de la de Molly. Ella lo miró, tenía la piel ampollada en el dorso, e incluso en algunos dedos se podía ver la carne al rojo vivo.

—Gracias... —Ladeó la cabeza a un lado, y entonces comenzó a desmayarse. Molly lo palmeó.

—¡Eh, Ryan! —exclamó. —¡Mírame a mí, no te duermas, mírame! ¡Por favor, mírame! —Lo vio abrir los ojos, con torpeza, y luchar por enfocar su mirada en ella. Entonces le sonrió, con los ojos anegados en lágrimas. —¡Eso, eso! ¡Mírame a mí!

—Estoy bien... —Lo oyó murmurar.

—Sí, y te vas a poner mejor.

—¿Se va a curar, ma? —preguntó Jake, desde los asientos traseros. Ella lo miró a través del parabrisas, esbozando una sonrisa.

—Claro que sí, cariño. Ryan es fuerte, esto no es nada para él. ¿Verdad?

Al voltear la cabeza para verlo, notó que volvía a caer en la inconsciencia, por lo que pisó el acelerador tanto como pudo, buscando acortar tiempos.



*****



Cuando Ryan despertó, sentía el cuerpo muy flojo, como si estuviera flotando encima de una nube de verano. De hecho, quizá se sentía así debido a que estaba acostado en una camilla, envuelto en sábanas limpias y con una sonda de suero intravenoso. Tenía parches en la espalda, el pecho, los brazos y las piernas, con propóleo, gasa y venda. La cabeza le dolía como los mil demonios, y aún le parecía seguir oliendo a quemado, como si el humo se hubiese impregnado en sus fosas nasales. A su lado, junto a la ventana, Molly y Jake dormían plácidamente, ella abrazando al niño encima de sus piernas, y no sabía qué hora era, pero debía ser de noche, ya que afuera todo estaba oscuro.

—Molly... —murmuró. Ella abrió los ojos poco a poco, y al verlo despierto, le sonrió. Abrazando al niño, se puso de pie y lo depositó con suavidad encima del sillón de acompañantes, para no despertarlo. Luego se acercó a la cama y le tomó una mano, la tenía fría, y vendada.

—¿Cómo te sientes?

—Como si me hubieran dado una puta paliza —bromeó.

—De hecho, se puede decir que así fue.

—¿Qué ocurrió? —preguntó él, confundido.

—Cuatro hectáreas de bosque ardieron, desde la ubicación de la Sylva Americana hasta la desembocadura del río. Tuvo que venir el servicio forestal y el servicio de parques nacionales para poder hacer un cordón de contención del fuego. Armaste una buena —Le sonrió, negando con la cabeza—. Exagerado como pocos, diría yo.

—¿Pero ha valido la pena? ¿Se acabó?

Molly lo miró como si quisiera abrazarlo con el alma. Apenas empezaba a recuperarse cuando aún seguía preocupado por el resultado de todo aquello. Entonces asintió con la cabeza.

—Sí —Le dijo, acariciándole el cabello—. El árbol ardió, ya no queda nada. Esta mañana me he acercado al sitio, luego de que anoche apagaran el incendio, y lo vi con mis propios ojos.

—¿Fuiste sola, ahí? ¿Cómo puedes hacer una locura de esas?

—Tenía que comprobarlo por mí misma, y en efecto, el árbol cayó. Tan solo queda un pedazo de tronco carbonizado y sin vida, Nawathenna ya no tiene como volver.

Ryan esbozó una ligera sonrisa, y se rio levemente. Al hacerlo, tosió un poco. Sentía la garganta reseca.

—¿Y yo cómo estoy? —preguntó.

—Quizá eso pueda decírtelo el médico —respondió ella, señalando a la puerta. Mientras charlaba con él, había tocado el botón a un lado de la camilla, sin que Ryan se percatase de ello. Molly miró al doctor y luego a Ryan—. Se ha despertado recién, quiere saber como está.

—Bueno, agente. Soy el doctor Brown, y déjeme decirle que ha corrido con mucha suerte. Meterse en un incendio forestal es peligroso, entiendo su afán de salvar vidas, pero ni siquiera mucha gente capacitada puede hacerlo correctamente. Un árbol podía haberle caído encima, y con la tormenta de ayer, ni siquiera se habría dado cuenta hasta que ya lo tuviera encima de la cabeza —dijo. Ryan miró un instante a Molly, sabiendo que había mentido por él. Entonces volvió de nuevo al médico.

—Es mi trabajo, supongo.

—Bueno, usted llegó aquí inconsciente, lo trajo la señorita. Tenía contusiones en el tórax, y la cuarta costilla fisurada. Eso no es problema, el asunto más complicado estaba en las quemaduras de segundo grado. Una de ellas casi se infecta, la del pecho, de modo que tuvimos que darle una dosis de penicilina para asegurarnos que no hubiera complicaciones —El médico se encogió de hombros, y le sonrió—. Va a estar aquí al menos por una semana, quizá poco más, así que yo que usted, me voy poniendo cómodo.

—Gracias, doctor.

—Descuíde, si necesita cualquier cosa, no dude en llamarme por el timbre a su lado. Que tenga una buena noche, agente.

Ryan vio como el médico se giraba sobre sus pies, para salir de la habitación, y entonces volteó a Molly nuevamente.

—Gracias por traerme.

—Cuando te vi tirado en medio de ese bosque, inconsciente, temí lo peor... —murmuró ella, con tristeza.

—¿Cómo me reanimaste?

—Aún quedaban tres dosis de adrenalina de las que robaste. Estaban en la guantera de tu coche, así que te metí dos. Con eso caminaste hasta la camioneta, sino no hubiera podido cargar contigo, pesas como un condenado.

Ryan esbozó una sonrisa amplia, rio un poco y el pecho le dolió, por lo que se puso una mano encima, haciendo una mueca de dolor.

—Como si te molestara que esté encima de ti.

Las mejillas de Molly se encendieron, al mismo tiempo que no pudo evitar reírse por el doble sentido de la situación. Al reírse, Jake despertó y miró a ambos, desde su sillón. Al ver que Ryan estaba despierto, se puso de pie aún somnoliento, y caminó hasta situarse junto a su madre. Ryan entonces lo miró, estiró un brazo y le dejó la mano encima de la cama, para que la chocara.

—Hola, campeón —saludó. El niño le chocó la mano, y lo miró sonriendo—. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Excelente. No creas que me olvidé de tus penaltis. No me iré hasta que me muestres tu técnica —bromeó. Jake esbozó una risilla, y entonces asintió con la cabeza.

—Está bien. ¿Y si luego comemos tarta de dulce de leche? Puedo pedirle a mamá que nos prepare una —dijo.

—Claro, me parece un excelente plan —convino Ryan. Sus ojos se elevaron hasta Molly—. ¿Por qué no van a la casa, a dormir? Está muerto de sueño.

—¿Seguro?

—Claro que sí, vayan a descansar. Yo estaré bien. Ni modo que pueda escaparme —bromeó.

—Más te vale, o te juro que volveré a replantar ese maldito árbol solo para hacerte la vida imposible —respondió ella.

—Ve, nos veremos luego.

Molly se inclinó en la camilla, le dio un corto beso en los labios y luego lo miró con ternura.

—Te quiero —dijo. Él también sonrió, a su vez.

—Y yo a ti.

Ryan la vio retirarse de la habitación y entonces se durmió profundamente, arrullado por la tibieza de la cama y el perpetuo silencio del entorno. Luego de aquello, los días fueron sucediéndose de forma apacible, donde no tenía nada más que hacer que mirar la televisión, ir al baño y volver a la cama. Dos veces al día, una enfermera venía a la habitación para cambiarle las vendas y revisar sus heridas, junto con el médico a cargo, y también Molly aparecía a visitarlo todas las tardes. Charlaban mucho, Jake le mostraba sus nuevos dibujos, e incluso Molly trajo consigo una baraja de póker, para jugar a los naipes con Ryan durante los últimos tres días que duró su internación.

Por fin, una mañana de viernes, Ryan fue dado de alta del centro médico. Aún permanecería con una férula torácica durante el siguiente mes y medio, para que la costilla se curase correctamente, y también estaría con algunas zonas del cuerpo vendadas, debido a las quemaduras, pero nada que no pudiera ser atendido de forma domiciliaria. Le quedaría cicatriz en muchas de ellas, era inevitable, pero al menos estaba vivo y eso era lo único que importaba. Con las últimas indicaciones del médico, y varias recetas prescriptas de medicación para el dolor, Ryan, Molly y Jake salieron del establecimiento rumbo a la Cherokee estacionada. El clima era excelente, hacía buen sol y el cielo estaba despejado, e incluso a juzgar por su criterio, hasta el aire parecía distinto, como si estuviese más liviano, de alguna manera.

Volver a la casa de Molly no fue fácil, principalmente para ella, quien lo ayudó a empacar sus cosas. Lo vio guardar de nuevo la computadora portátil en su empaque de encomienda, grabar los últimos registros en sus notas de audio narrando todo lo acontecido, ordenar los documentos de la investigación en la carpeta, e incluso consolarle cuando en ese ínterin se cruzó con la fotografía de Emily, su hermana. Aquel día, Molly preparó la tarta de dulce de leche que Jake le había pedido, y a la noche cenaron una carne al horno, la última porción de pollo que Ryan había comprado con la tarjeta gubernamental en el primer día que compartieron una rutina en familia, cuando el le pidió quedarse en su casa. Compartieron el vino que Ryan había comprado y que aún estaba sin abrir, y aunque durante la cena el ambiente fue agradable y armonioso, lo cierto era que en realidad la congoja afloraba por parte de ambos, más que nada por ella, quien sabía la inevitable verdad: a la mañana siguiente, emprendería camino de nuevo a Manhattan, con la primera luz del amanecer.

Una vez que ambos acostaron a Jake y Molly hubo lavado los platos, ayudada por él, se cepillaron los dientes y se fueron a dormir. Aquella noche no hubo sexo, más que nada por el estado de salud de Ryan, quien necesitaba reposo debido a la costilla fisurada. Pero en cambio de eso, permanecieron abrazados uno del otro en un secreto intimismo, que en cierta manera, incluso fue hasta mejor que haber hecho el amor. Molly lloró, lloró muchísimo al mismo tiempo que era abrazada por detrás, envuelta en los brazos de Ryan. Le dijo cuanto lo quería, que nunca lo olvidaría y que había salvado tanto la vida de su hijo como la suya propia, y siempre le estaría agradecida por ello. Él le respondió entonces que era una mujer maravillosa, que volvería a visitarla cada vez que pudiese, y que se mantendrían en contacto siempre por teléfono. Y entonces le dijo algo que le rompería el corazón, al mismo tiempo que la llenaría del amor más profundo que podría sentir jamás: "A pesar de todo lo que hemos pasado, me has hecho un hombre muy feliz, y una gran parte de mí siempre te va a pertenecer adonde quiera que yo vaya".

Entre susurros, palabras de amor, bromas íntimas y arrumacos, cayeron dormidos profundamente, amparados por el calor de ambos al abrazarse. Seis horas después, la alarma en el teléfono de Ryan fue quien rompió la burbuja, ya que estaban tan cómodos que así como se habían dormido, se despertaron al día siguiente. Molly abrió los ojos, vio a Ryan girándose para apagar la alarma, y entonces se aferró a él un instante más, como si quisiera alargar la partida aunque sea quince segundos. No quería comenzar el día llorando, pero asumía que no tardaría en hacerlo. Ryan le acarició el cabello, le dio un rápido beso en los labios y entonces se levantó de la cama, con un quejido de dolor y sujetándose el pecho.

Se vistió, Molly también se levantó a su vez y lo observó calzarse, sentado al borde de la cama. Dio un suspiro largo, y entonces dejó caer una solitaria lágrima.

—¿No quieres desayunar antes? —preguntó.

—Te agradezco, Molly. Quiero llegar a la interestatal cuanto antes, cuanto más tráfico de hora pico pueda evitar, mejor. Ya me tomaré un café por el camino, no te preocupes —Le sonrió.

—De acuerdo.

Salió de la habitación seguida de Ryan, quien se dirigió al baño para cepillarse los dientes y mojarse un poco el cabello y la cara. Necesitaba un afeitado urgente, se dijo. Nunca en su vida había tenido la barba tan mal recortada como durante ese tiempo.

Cuando salió del baño, tomó el bolso con su ropa, salió al patio y luego a la acera, y lo cargó en el maletero de la Cherokee. Al girar hacia la puerta, vio que Molly estaba allí de pie, bajo el porche de la casa, con Jake por delante. Caminó hacia ellos, y se inclinó, acuclillándose frente al niño, que aún estaba vestido en su pijama de dormir.

—No creas que me olvidé de los penaltis, solo deja que me recupere —Le dijo, señalándose su propio pecho, envuelto en la férula.

—¿Ya te vas a ir?

—Tengo que volver a casa, hay cosas que hacer.

Para su sorpresa, Jake comenzó a hacer pucheros.

—No quiero que te vayas... —murmuró. Ryan lo envolvió en un abrazo, acariciándole la nuca con una mano.

—Y yo tampoco quiero irme, pero así es la vida de adulto. Vendré dentro de poco, a ver que tal vas, te lo prometo. Solo no estés triste, ¿de acuerdo? —No lo vio, pero lo sintió contra su hombro, mientras asentía con la cabeza. —Cuida de mami, hombretón.

Ryan se irguió, apoyándole una mano en la cabeza del niño, y entonces miró a Molly. Lloraba en silencio, tenía las mejillas húmedas, y la punta de la nariz enrojecida. Sus labios, que normalmente poseían un hermoso color rojizo natural, estaban pálidos. Le apoyó una mano en la mejilla, y entonces ella lo miró directo a los ojos.

­—Llámame cuando llegues —Le pidió, con la voz quebrada.

—Lo haré —Ryan dio un suspiro, y entonces sonrió, nervioso—. Nunca fui bueno con esto de tener que despedirme, lo siento.

—Ya, yo tampoco —bajó la mirada, y entonces comenzó a llorar con un poco más de fuerza—. Gracias por todo, de verdad. Jake y yo te debemos mucho.

—Me alegra que ahora estén a salvo.

No dijo "Adiós", entendía que no había necesidad. Le enmarcó el rostro con las manos, le dio un beso en la punta de la nariz y luego otro en la frente, mucho más largo y de ojos cerrados, y entonces giró sobre sus pies, caminando hacia la acera. Subió a la Jeep Cherokee del lado del conductor, dejó su arma en la guantera, dio un medio giro de llave y encendió el motor. Apoyó ambas manos en el volante, como si quisiera reunir el coraje de poner primera y avanzar, y entonces se volteó a verlos. Molly y Jake de pie, bajo el umbral del porche, observándolo con el llanto en el rostro...

Sintió que se le empañaban los ojos, y entonces levantó una mano al mismo tiempo que tocó dos veces la bocina, con la otra. Ambos levantaron una mano, saludando, y entonces Ryan avanzó, mirando hacia adelante. Avanzó observándolos por el retrovisor de la camioneta hasta que se hubieron perdido de vista en cuanto regresaron al interior de la casa, y entonces solo allí se permitió llorar. Siempre había querido ser policía, luego un buen agente federal, después un investigador de campo, más aún cuando ocurrió la desaparición de su hermana. Amaba a su carrera casi tanto como a él mismo, pero había veces que por momentos la odiaba, y ese era uno de esos momentos.

Condujo atravesando Grelendale sin música, solo intentando calmar sus emociones de la mejor manera posible. No fue nada fácil tener que despedirse de ellos, realmente se había encariñado con el muchacho, un niño dócil, con tantas cosas malas vividas en su corto haber por culpa de su padre, que le era imposible no haberlo querido. Molly simplemente era encantadora, una mujer cálida, leal y honesta, con esa amplia sonrisa que la solía caracterizar cada vez que bromeaban entre sí. La había conocido en lo más profundo como persona, y también en lo más íntimo como mujer, y ambas facetas eran dignas de enamorarse. De hecho, sabía bien que cualquier hombre sería muy afortunado de tener alguien como ella a su lado, emprendedora, valiente y por sobre todo compañera. No pudo evitar sonreír al imaginar como sería aquello, como lograba cada uno de sus objetivos, como abría su local de peluquería y podía cumplir su sueño de ser una buena estilista, quizá la mejor de su localidad. Imaginó como conocería a un buen hombre, como Jake crecería y se convertiría en un muchacho universitario, para luego acompañar a su madre en la boda. Habría sido un orgullo ser espectador de semejante historia de superación, pensó.

Llegó a los límites de Grelendale y se detuvo mirando hacia adelante. Frente a él se extendía el comienzo de la autopista regional, que conectaba el poblado con la interestatal setenta y dos, sin embargo, no avanzó. Su mente estaba congelada como si alguien le hubiera presionado el botón de PAUSE en el mismo instante en que se imaginaba a Molly con su vestido largo, bellísima, seguramente con alguna tiara de strass blanco haciendo juego con su cabello rojizo, de pie frente a un altar. Sí, sería un orgullo para él ser espectador de semejante historia de superación, era cierto. ¿Pero por qué debía ser un espectador? Se preguntó.

—Ni espectador ni mierdas —murmuró, pensando en voz alta.

Miró por el espejo retrovisor, comprobó que no venía tráfico a su espalda y entonces dio un giro en U por la calle, volviendo hacia atrás. Es cierto, se debía a la sociedad como agente de la ley, pero también se debía a sí mismo como persona, y como hombre. ¿Qué más le quedaba luego de aquello? ¿Una hermana muerta? Su madre había fallecido de la angustia de perder a su única hija, y su padre había seguido el camino de su esposa no mucho tiempo después. Fuera de Grelendale no tenía nada que lo esperase al llegar a su casa, más que montones de papeleo, burocracia y trabajo. Dentro de Grelendale tenía todo, y eso era lo único que importaba.

Ansioso, pisó acelerador a medida que recorría las calles de regreso, y cuando llegó a la casa de Molly, estacionó a un costado de la acera sin apagar el motor. Desabrochó el cinturón, bajó de la camioneta e ingresó al patio, subiendo los peldaños de madera del porche. De pie frente a la puerta de madera, llamó con los nudillos tres veces.

—¡Molly, ábreme! —exclamó. Hizo silencio y esperó, escuchó pasos adentro, y un suspiro sollozante que se acercaba a la puerta. Entonces abrió, mirándolo de forma extrañada.

—¿Ryan? —preguntó.

—Empaca lo más importante, tuyo y de Jake. Quiero que se vengan conmigo, ya tendremos tiempo de contratar a alguien que venga a buscar lo demás.

Ella lo miró un par de veces, parpadeando de la sorpresa. Se secó los ojos con las palmas de las manos y entonces sonrió, negando con la cabeza.

—Pero Ryan, ¿Qué...?

Sin embargo, él la interrumpió. La tomó de las manos y la miró directo a sus ojos azules.

—No puedo irme sin ti, no quiero vivir mi vida como si nada de esto hubiera pasado, y no quiero dejarte sola, aquí. A ninguno de los dos. Ven conmigo, Molly —hizo una pausa y entonces le rodeó la cintura, acercándose a ella—. ¿Aún tienes ese sueño de familia del que me hablaste, o ya es demasiado tarde para preguntar?

Lo miro anonadada, como si le costara creer que aquel momento era real, hasta que entonces dejó escapar una risilla feliz. Se aferró de su cuello envolviéndolo en un abrazo, al mismo tiempo que reía casi llorando. Apoyó su frente en la de él en cuanto se separaron un poco, y entonces lo besó varias veces, llenándole los labios con el regusto salado de sus propias lágrimas, y asintió con la cabeza.

—Nunca es tarde para lo que verdaderamente importa —respondió—. ¿Me ayudas a empacar?

—Con gusto.

Ryan solo se alejó un instante para apagar el motor de la camioneta, y al volver a la casa, ambos entraron tomados de la mano, cerrando la puerta tras de sí.

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