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2

Durante el camino, ella no dijo nada. Solamente se limitó a permanecer en silencio, mirando la pequeña gorra sujeta en sus manos como si de repente todo su mundo se comprimiera en aquel objeto tan cotidiano. Ryan, preocupado, no cesaba de mirarla de a ratos, como si temiera por su salud emocional y mental. Finalmente, en cuanto llegó a la puerta de su casa, estacionó frente a ella y sin apagar el motor, la miró una vez más.

—Molly, ¿estás bien? —Le preguntó.

—No —respondió, con un susurro.

—¿Quieres que me quede un rato contigo?

Ella dio un resuello cansado, como si de repente estuviera agotada de sentir tantas emociones a la vez.

—Quiero estar sola, Ryan. Perdóname.

—Lo entiendo, cualquier cosa puedes llamarme, estaré revisando mis archivos.

—Gracias por todo —dijo, y repentinamente, se inclinó en el asiento para darle un beso en la mejilla.

Él no se movió, solamente la observó bajar de la camioneta, atravesar el pequeño patiecito delantero y abrir la puerta, metiéndose luego a la casa. Solo allí fue cuando emprendió nuevamente el camino hacia la posada.

Grelendale se hallaba tranquilo teniendo en cuenta que aún faltaban un par de horas para el mediodía, poco transito, casi nadie de gente en sus calles, salvo algunos vecinos que iban y venían rumbo al parque o al mercadillo más cercano. Y aunque se prometió comenzar a trabajar ni bien llegase a la posada, lo cierto es que su mente no paraba de elucubrar interrogantes. ¿Qué era esa voz? ¿De donde había salido esa gorra? Y por sobre todo, ¿Qué rayos tenía que ver el perfume de esa planta con las desapariciones? ¿Sería algún tipo de droga que alguien más estaba utilizando para secuestrar a las personas? Se preguntaba una y otra vez, sin hallar la más mínima teoría.

Estacionó minutos después frente a la posada, apagó el motor, descendió del vehículo y caminó directamente hacia la entrada del establecimiento, saludando con un gesto de la mano al recepcionista, al pasar. Una vez en su dormitorio se quitó la chaqueta, dejó el arma encima de la mesa y sentándose frente a ella, abrió la carpeta de archivos, desplegando los documentos y las fotos encima. Apoyando los codos encima de la mesa, miró todos los informes intentando buscar un patrón, una similitud, por mínima que fuese.

Lo único que pudo encontrar al respecto, al menos de forma notoriamente visible, es que al menos cada una de las desapariciones contaba con un bosque, río —o cualquier otro afluente de agua natural—, o ambas cosas cerca. Mia Jhonson, desaparecida en el parque nacional Willmouth. Jacob Turner, en el bosque Ackerwine, James Weiner, quien fue hallado en el río Hudson, su hermana Emily en la comunidad indígena de las Rocosas, delimitada por frondosos bosques naturales a todo su alrededor, y ahora Jake Anderson, en el bosque Wirmington, que además tiene su río propio. El patrón estaba en la propia naturaleza, aunque de momento no lograse entender como ocurría.

De pronto sucedió, aquel olor dulzón y metálico se hizo presente en la habitación. Lo reconocía, era la Sylva Americana, más conocido como roble gris. El aire se tornó denso y frío, tanto que incluso de su boca comenzó a salir un rastro de vaho, y la lamparita del techo titiló un par de veces. Al levantar la vista de los papeles, con expresión extrañada, miró hacia la ventana. Del otro lado del cristal no había más que una vacuidad inmensamente negra, lo cual era extraño, ya que no era ni siquiera mediodía. Sin embargo, afuera era noche cerrada, por completo. Se levantó de su silla, avanzó hacia la ventana y oteó afuera. No había nada, ni estrellas, ni vegetación, solamente césped y oscuridad hasta donde la vista alcanzaba a vislumbrar.

—Dios santo, que está pasando... —murmuró, de forma inaudible. Estaba seguro que había hablado, pero el sonido de su voz no se hizo escuchar. Como si las ondas de sonido no fueran compatibles con aquella demente pesadilla.

De repente, el perpetuo silencio se vio interrumpido por algo. BUM y de nuevo otra vez, BUM. El sonido de su propio corazón latiendo llenó la habitación, resonando de manera desproporcionada, y Ryan se llevó una mano al pecho, asustado, pero pronto se dio cuenta que aquel ruido no provenía de él. Al levantar la mirada, vio que una pequeña mariposa gris revoloteaba cerca de su lampara, encima de su cabeza, y cada batir de alas era un nuevo golpe en el aire, lo que ocasionaba ese BUM una y otra vez, de forma perturbadora. La observó con recelo, porque algo en la forma en que la mariposa danzaba en el aire le resultaba muy inquietante, como si estuviera dotada de una inteligencia inusual para un insecto, tal vez. La siguió con la mirada hasta ver como se posaba en uno de los archivos, frente a él, y en cuanto sus alas se aquietaron también lo hizo aquel sonido latente.

Intrigado, Ryan se acercó. La mariposa estaba posada encima de la fotografía de Emily, su hermana, y había un detalle macabro en ella. Su rostro estaba deformado por el dolor y la tristeza, como si estuviera gritando. Ya no era la imagen que tantas veces había visto, junto a él en su graduación, sino que ahora la cara de su hermana parecía denotar verdadera angustia. Lo que era aún más siniestro, era que su propio rostro estaba deforme. Ryan no podía verse a sí mismo en aquella fotografía, tan solo era una cabeza sin facciones, retorcida y en constante transformación.

Se retiró hacia atrás asustado, respirando agitadamente. Al hacerlo, se dio cuenta que cada paso que daba resonaba en la habitación, creando una cacofonía de pisadas que no coincidían con sus movimientos, como si la realidad misma estuviera sufriendo algún tipo de distorsión a su alrededor. Repentinamente, la mariposa volvió a levantar vuelo abalanzándose hacia su pecho, y en cuanto impactó contra sus ropas, Ryan despertó. Dio tal sobresalto en la mesa que incluso sus rodillas golpearon bajo ella, y confundido, miró hacia la ventana. Aún continuaba siendo de día, y con rapidez, miró la hora en su teléfono celular. Eran las cuatro y veinte de la tarde.

¿En qué momento se había dormido? Se preguntó. Ni siquiera tenía sueño, de hecho, no era su intención dar una cabezada. ¿Qué había pasado entonces? ¿Cómo había perdido tanto tiempo? Sus ojos saltaron de nuevo a la fotografía de su hermana, la cual estaba sonriendo, junto a él, con su sombrerito cuadrado de la graduación y el diploma en sus brazos. Ambos rostros sonreían, ambos rostros estaban normales.

Sin dudarlo, se levanto de la silla y tomando su teléfono y el arma, salió al pasillo cerrando la puerta de la habitación tras de sí. De repente, tuvo la imperiosa necesidad de salir a tomar aire, por lo que se fue de la posada tan rápido como pudo, sin darse cuenta que del lado de afuera de la ventana, una mariposa monarca revoloteaba contra el vidrio.



*****



Aquella noche, Ryan casi no pudo dormir.

Cada vez que cerraba los ojos e intentaba conciliar el sueño, volvía a repetir aquel momento en el bosque donde la risa de los niños sobrevolaba la brisa húmeda. Luego, como si fuera una tenebrosa diapositiva, rememoraba aquel incidente en su habitación, vinculado a aquella extraña mariposa y el enorme sobrecogimiento que le generó el hecho de mirar por la ventana y ver todo negro, absolutamente oscuro, como bien había dicho tantas veces el señor Weyner, antes de volarse la cabeza frente a sus ojos.

No fue hasta casi las cuatro y veinte de la madrugada en que el sueño logró vencerlo, por lo que se levantó mucho más tarde de lo que tenía pensado, casi a las diez de la mañana, provocando que lo hiciera con un leve dolor de cabeza debido al desajuste de sueño. Sin embargo, trabajo era trabajo, por lo que se bebió un café tan cargado como fuese posible, comprobó el nivel de batería de su grabadora de mano y saliendo de la posada, se dirigió rumbo a la casa donde Molly, el día anterior, le había dicho que vivía uno de los amiguitos de su hijo.

Podría haber ido en la camioneta, pero le apetecía caminar. La mañana estaba un tanto fresca pero soleada, pintando las calles de un agradable color dorado, haciendo que la temperatura fuese la idónea para hacer un poco de ejercicio. La localidad de Grelendale comenzaba su rutina diaria: las señoras salían a hacer los mandados con las bolsas de víveres bajo el brazo, los niños correteaban en las calles, los vehículos transitaban a baja velocidad, y algunos peatones lo saludaban al pasar, reconociendo que no era alguien nativo de allí. Casi que incluso hasta le provocaba un buen humor, teniendo en cuenta la extraña experiencia vivida el día anterior, formando así un contrapunto de emociones que lejos de disgustarle, le brindaban una serenidad casi perfecta al propio Ryan, quien caminaba a buen ritmo.

Llegó varios minutos después a la casa indicada, una amplia vivienda de ladrillos rojos a la vista, con un seto perfectamente recortado que lindaba con ambas casas vecinas, techo a dos aguas, porche de entrada, ático y cochera. Este último tenía las puertas abiertas, y Ryan pudo ver todo tipo de enseres dentro: un tablero de herramientas, una podadora de césped en un rincón, manguera de riego, palas, rastrillos, bolsas con materiales de construcción, y un Mercedes clásico, gris, con el espolón levantado. Desde allí podía oír el ruido característico de una llave dado mientras giraba, atornillando algo.

—Buenos días —llamó, en voz alta. El cricket de la llave se detuvo, y por un costado del espolón asomó el rostro de un hombre cercano a los cincuenta años, con profundas entradas de calvicie, que lo miró asombrado.

—¡Un momento, por favor! —exclamó. Instantes después rodeó el coche, frotándose las manos con un paño para quitarse las manchas de aceite de motor de los dedos. —¿En qué puedo ayudarlo?

—Soy Ryan Foster, agente del FBI, y me encuentro investigando la desaparición de Jake Anderson. Por lo que entiendo era amigo de su hijo, de hecho estaban jugando juntos cuando desapareció. Me gustaría hablar un rato con Sam, si no es molestia. Usted es su padre, ¿verdad? —preguntó.

—Sí, soy su padre. ¿Puedo ver su identificación?

—Bueno, es una historia un tanto complicada, pero no la tengo aquí ahora mismo. En cualquier caso, puedo llamar a la señora Anderson para que venga a asegurarle que soy quien digo ser, si es necesario —dijo, encogiéndose de hombros.

Aquel hombre permaneció un instante en silencio, y al fin se acercó al portoncito de madera blanca, abriéndolo hacia atrás y extendiéndole la mano derecha.

—No, está bien. Soy Andrew Jones. No estamos acostumbrados a ver mucha gente nueva por aquí, como comprenderá. Pero con todo esto que ha ocurrido... no es para menos.

—Lo entiendo —dijo Ryan, aceptando la mano que le ofrecía—. ¿Han venido muchas personas más, aparte de mí?

—Lo típico, solo agentes de la policía del condado, guardabosques vecinos para peinar la zona y no mucho más. De hecho, usted es el primer federal que viene —El señor Jones giró sobre sus pies y le señaló la casa—. Venga, pase adentro por favor.

Ambos hombres ingresaron al salón comedor, una amplia estancia con colores claros y el suelo alfombrado, donde sentado en uno de los sillones centrales había un niño de cabello lacio y rubio, bastante rechoncho, que miraba absorto un episodio de Tom y Jerry. Más adelante y dividido únicamente por un pasaplatos de madera, se hallaba la cocina, donde una mujer con el cabello recogido, oscuro y ondulado, picaba algo en una tabla sobre la mesada. La casa estaba impregnada al aroma de la cebolla y algunos vegetales fritándose. La mujer levantó la vista en cuanto los vio entrar, y preguntó:

—¿Quién es?

—Es un agente del FBI, Alice. Viene por lo de Jake.

Asintió con la cabeza y siguió afanada con su cocina. No respondió nada, pero a Ryan no le fue difícil para darse cuenta de que la mujer se hallaba profundamente consternada con todo aquello, como casi siempre pasaba con los vecinos de una localidad donde todos se conocían mutuamente.

—Intentaré no tardar mucho, imagino que tienen cosas que hacer y esto no debe ser fácil para ustedes —dijo Ryan, intentando tranquilizar al hombre. Él asintió con la cabeza enérgicamente.

—En realidad nunca pasamos por una situación parecida. Grelendale es una localidad de lujo, siempre lo ha sido. Apacible, limpia, con buenas personas. Incluso mucha gente de las grandes ciudades viene aquí a vivir sus años de jubilación.

—Lo imagino ­—consintió. Luego miró al niño, e hizo un gesto con la cabeza­—. Si me permite...

—Claro, claro. Adelante.

Ryan caminó hacia el sillón de tres cuerpos donde estaba sentado el pequeño, tomó asiento a su lado y se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en las rodillas. Miró un instante al televisor, donde Jerry golpeaba a Tom con una maza de madera en la cabeza, dejándole un prominente chichón rodeado de estrellas multicolores, y sonrió. Luego miró al niño.

—Hola Sam. ¿Quién te gusta más? ¿Tom o Jerry? —preguntó. Pasaron unos segundos interminables, creyendo que no le contestaría, pero luego se volteó a verlo.

—Jerry. Es más gracioso —dijo, con su tenue y afinada voz infantil. Ryan sonrió.

—Tienes razón. Y además hace un buen dúo con Tom, porque son buenos amigos, aunque vivan peleando. Me dijeron que eres un buen amigo de Jake, ¿cierto?

El niño no respondió, pero asintió con la cabeza, volviendo de nuevo la vista al televisor. Era como si no quisiera hablar de ello, pensó.

—Yo también soy buen amigo de Jake —comentó Ryan. Fue allí donde el niño se volteó otra vez, para mirarlo asombrado.

—No sabía que Jake podía tener amigos tan grandes —opinó, de forma sincera.

—Claro que sí, y por eso mismo estoy intentando encontrarlo. Soy Ryan, y he venido de muy lejos para saber donde está. ¿Crees que puedes ayudarme, Sam? Lo extraño mucho, al igual que tú, me imagino. ¿Lo extrañas también?

El pequeño volteó la mirada, pero esta vez no a la caricatura, sino hacia la alfombra, de forma apenada. Entonces asintió.

—Sí, extraño jugar con él —dijo.

—Lo imagino —consintió Ryan—. Estabas con él cuando desapareció, ¿no es verdad? Jugaban en el bosque.

—Sí.

Ryan sacó del bolsillo interno de su chaqueta la pequeña grabadora de mano, y entonces se la mostró.

—Quiero preguntarte algunas cosas, Sam, que quizá me ayuden a encontrar más rápido a Jake. Con esto voy a grabar nuestra charla, por si tengo que volver a escucharla después. ¿Te molesta si lo hago? Solo me tomará unos minutos.

—Guau, ¿Cómo si fueras un periodista? —preguntó, con los grandes ojos claros muy abiertos. Ryan sonrió, asintiendo con la cabeza ante su repentina motivación.

—Sí, como si fuera un periodista —aseguró. Tocó el botón de REC y entonces volvió a hablar—. Para el registro. Soy el agente Ryan Foster, miércoles, diez y cuarenta de la mañana. Me encuentro junto al pequeño Sam, amigo de Jake y testigo directo de la desaparición. Junto a mí, también se encuentran sus padres —dijo, elevando la vista hacia ellos. Su madre había dejado de picar verduras para mirar la escena, expectante, mientras que su esposo estaba cruzado de brazos detrás del sillón, a una distancia prudente—. Dime Sam, ¿Qué hicieron el día que Jake desapareció?

—Fuimos a jugar al bosque, como siempre.

—Cuéntame por donde fueron y lo que hicieron, por favor.

Sam pareció hacer memoria un momento, y luego se encogió de hombros.

—Fuimos por el sendero natural, yo llevé mi pelota, Jake llevó su Godzilla y Hosea prometió que iba a llevar su nuevo camión a batería, pero su padre no lo permitió, así que solamente llevó algunas cartas de Pokémon —Hizo una pausa y luego continuó—. El Godzilla de Jake se quedo sin pilas a mitad de la tarde, así que dejó de rugir y comenzamos a hacer el sonido nosotros mismos, pero...

Ryan entrecerró los ojos.

—¿Pero? —preguntó.

—Escuchamos algo, más allá de la zona de pesca. Como si nos estuvieran imitando los rugidos.

—¿Y qué hicieron después?

—Hosea nos dijo de ir a mirar. Yo no quería ir, y Jake no estaba seguro, pero al final nos terminó convenciendo, así que fuimos a ver. Caminamos durante un rato, y luego perdímos de vista a Jake. Lo llamamos mucho, pero él no nos habló, y ya empezaba a oscurecer.

—Entiendo. ¿Vieron algo? ¿A alguien quizá? Algún extraño merodeando... —Ryan se interrumpió al darse cuenta de que el niño había comenzado a llorar. No hacía sonidos, pero su labio inferior temblaba ligeramente, haciendo pucheros. Luego sí, un sollozo, y dos lágrimas recorrieron sus mejillas. —Tranquilo, Sam. Puedes contarme, recuerda que soy amigo de Jake. ¿Qué ocurrió?

Le hizo un gesto con la mano al padre, que ni lento ni perezoso rodeó con prisa el sillón, para tomarlo en andas y sentar al niño entre sus piernas, envolviéndolo en un abrazo.

—Tranquilo, Sammy —dijo el hombre, besándole la coronilla de la cabeza, por encima del cabello.

—Me asusté mucho... —balbuceó. —Ambos nos asustamos.

—Lo sé, y ya pasó, nada va a hacerte daño, te lo prometo. Dime que vieron, por favor.

—Cuando volvíamos había una mancha negra, detrás de unos árboles, cerca del borde del arroyo.

—¿Una mancha? ¿Cómo que una mancha? ¿Era como una sombra, o tal vez alguien vestido de negro? —preguntó Ryan, sintiendo que su corazón daba un brinco. Era un poco de información. Inverosímil, quizá, pero información al fin. Una parte de su mente recordó la fotografía que había tomado con su teléfono, el día anterior.

—No —Y entonces comenzó a llorar con más fuerza—, era eso... una mancha. Se agrandaba y se encogía. Corrimos tan rápido como pudimos, no queríamos estar más allí, no sabíamos si eso iba a venir por nosotros al igual que se llevó a Jake.

—De acuerdo, está bien... —Ryan le acarició la cabeza, intentando calmarlo, mientras el padre del niño lo miraba preocupado. —¿Estás seguro que eso fue lo que se llevó a Jake?

—Sí...

—Bien, ya no llores, pequeño. Te prometo que voy a encontrarlo, ¿de acuerdo? —Le sonrió, intentando regular sus emociones. El niño asintió, mientras comenzaba a serenarse. —¿Puedo pedirte un último favor, antes de irme?

—Está bien.

—¿Podrías dibujarme esa mancha? Solo si quieres, y lo recuerdas. ¿Harías eso por mí, Sam?

—Creo que sí —consintió.

—Bien. Has sido muy valiente hoy —Le sonrió, palmeándole con afecto una de las piernitas. Pulsó el botón de STOP en la grabadora y luego miró al padre del niño—. ¿Podría acompañarme un momento, señor Jones?

—Por supuesto —dijo, dándole un nuevo beso a su hijo antes de levantarse del sillón. Caminó junto a Ryan hasta la puerta de entrada y a los pocos segundos también apareció su madre, junto a su esposo.

—Es claro que el niño ha sufrido un trauma, y algo vio. ¿Ustedes no han visto a nadie extraño merodeando por el lugar en los días o semanas previos a la desaparición? Imagino que como adultos, lo recordarían —preguntó. El hombre negó con la cabeza, al igual que su esposa.

—Los mismos vecinos de siempre, nada más. Estamos seguros. —aseguró ella.

—De acuerdo, ¿podrían ser tan amables de indicarme donde está la casa del otro niño?

—Allí —dijo el señor Jones, señalando por la misma calle hacia adelante—, es la casa de la esquina, no tiene como confundirse.

—Bien, gracias por su tiempo —Ryan les estrechó la mano a ambos, y entonces miró al hombre—. Estoy alojándome en la posada del señor Marston, pero puede llamarme a este número de teléfono —indicó, dándole una tarjetita— en cuanto Sam haga el dibujo que le pedí. No lo presione, que lo haga cuando él quiera, pero me sería de mucha ayuda si me lo permite ver.

—Agente... yo... —balbuceó el padre, guardando nerviosamente la tarjeta en el bolsillo delantero de la camisa. Ryan lo miró con atención.

—Dígame.

—¿Creé que haya un asesino? ¿Aquí, entre nosotros?

Ryan estudió su semblante. No parecía un Jeffrey Dahmer en potencia, actuando penosamente solo para no ser descubierto, sino que parecía verdaderamente asustado por la seguridad de su familia. Había estudiado criminología muchos años, y no tenía motivos para desconfiar de aquel hombre, al menos no aún: sus pupilas dilatadas, la sudoración en su frente, el hecho de no saber encontrar las palabras correctas para la situación, eran pequeños lenguajes corporales que mostraban un miedo real.

—No lo sé, señor Jones. No tengo la certeza aún, pero sí, alguien pudo llevarse al chico. Mantengan siempre puertas y ventanas cerradas, solo por precaución. Y por sobre todo no dejaría jugar al niño otra vez en el bosque, no al menos hasta que todo esto se aclare —respondió, con firmeza. Luego asintió con la cabeza, mirando a ambos—. Hasta luego.

Dio una rápida mirada a su reloj de pulsera. Aún estaba a tiempo para la hora del almuerzo y bien podría ir a hablar con la familia del otro chico, para aprovechar de buena manera la jornada, de modo que giró sobre sus pies rumbo a la acera y caminó hacia allá. De fondo, pudo escuchar la puerta cerrarse tras él, y con la vista fija hacia adelante, avanzó observando todo a su alrededor como si fuera un transeúnte más. Notó que a simple vista, los pocos vecinos que iban y venían en sus quehaceres diarios parecían saludarse entre sí, por lo que descartó la mala convivencia como un factor detonante de la tragedia. Además, todos parecían querer al chico. Cada vez que hablaba con alguien y le contaba que estaba investigando la desaparición de Jake, se reconfortaban en ello, deseando terminar con todo este asunto de una buena vez.

Una mancha... una curiosa mancha negra que parecía encogerse y aumentar de tamaño... ¿Sería alguien escondido, acechando? Se preguntó. Nadie había visto algún extraño merodear, todos parecían conocerse entre sí, y no creía posible que alguien hubiese viajado hasta allí solo para secuestrarse a un niño.

­Eso sin contar que también tiene similitud con el resto de casos, se cuestionó.

Más pronto que tarde, llegó a la casa situada en la esquina. Una propiedad de una sola planta, con cochera como todas las demás, un tablero de básquet en el patio principal y ventanas con postigones de madera, los cuales al parecer permanecían siempre abiertos, ya que en ellos había pequeñas macetitas decorativas, con flores de colores. Cruzó el patio, el cual no tenía ningún portón ni cerco divisor con la acera, y llamó a la puerta, golpeando un par de veces con los nudillos. Momentos después, un hombre de cuarenta y pocos años, espesa barba candado, boina campesina, pantalones vaqueros a tirantes, musculosa blanca y zapatos de trabajo, abrió la puerta. En la mano llevaba unas pinzas e hilo grueso.

—¿Sí? —preguntó, mirándolo con atención.

—Buenos días, soy el agente Ryan Foster, y estoy investigando la desaparición de Jake Anderson. Acabo de salir de la casa de Sam Jones, y por lo que tengo entendido, el pequeño Hosea también es con quien solía jugar. ¿Es usted su padre?

—Sí, yo soy. Arnie Matthews —Lo miró gravemente, con desconfianza quizá, y levantó el mentón—. Perdóneme, no soy muy letrado, pero imagino que ustedes los del gobierno siempre tienen que identificarse, ¿no? Me gustaría que lo hiciera.

Ahí vamos otra vez, pensó.

—Me gustaría hacerlo, pero he perdido mi identificación por cuestiones ajenas a mí. Si quiere, puedo llamar a la señora Anderson y al señor James, para que le aseguren que he hablado con ellos antes.

El hombre pareció meditar un instante, y entonces negó con la cabeza.

—Está bien, no hace falta. Deberá disculparme, no estamos acostumbrados a ver gente nueva muy a menudo por aquí, a excepción de los comerciantes de cangrejos.

—No hay problema. Señor Matthews, ¿podría hablar un momento con su hijo? Solo necesito hacerle unas preguntas breves, no me llevará mucho tiempo. Siento mucho si lo he pillado en mal momento —dijo Ryan, mirando sus implementos. Fue allí cuando el hombre se miró las propias manos, como si también hubiese acabado de percatarse de ello.

—Oh no, no se preocupe. Estábamos reparando una de las palangres* —Destrabó la puerta, se hizo a un lado para que entrara y asintió—. Pase.

Ryan ingresó al pasillo principal. A los lados del mismo había tres puertas, de las cuales una de ellas estaba abierta, la cual correspondía a la del baño. Las otras dos estaban cerradas, imaginaba que los dormitorios. Siguió al señor Matthews hasta el final del pasillo, saliendo a la sala principal de la casa, decorada de forma modesta. Sus ojos de investigador nato observaron todo con rapidez: los cuadros con paisajes, la chimenea con restos de leña quemada en su interior, la mesa con dos sillas a los lados, una televisión mediana encima de un modular, junto a un equipo de música y una colección de discos de blues y rock clásico. A la derecha la cocina, y al fondo, una puerta abierta, la que separaba la casa con el patio trasero. Aún desde esa distancia, pudo ver al niño sentado en una pequeña banqueta frente a un caballete, donde estaba colgada la punta de una red de pesca, anudándola pacientemente. El resto del aparejo estaba perfectamente ubicado tras el soporte.

—¿Él trabaja con usted? —preguntó Ryan, admirado. El hombre entonces asintió con la cabeza.

—Antes lo hacía su madre, pero cuando se fue, Hosea tuvo que tomar su lugar. Le hace bien, es maduro para su edad, y el trabajo dignifica. Al menos así me crió mi padre —aseguró.

—Lo entiendo. ¿Podría llamarlo, por favor?

—Sí, enseguida —El señor Matthews caminó hasta la puerta, y miró a su hijo—. Hosea, deja eso un momento y ven, hay un hombre que quiere hablar contigo.

Ryan vio como el niño dejó el nudo que estaba haciendo en las cuerdas de pesca, se levantó y caminó hacia adentro con la cabeza baja, como si fuera un pequeño adulto muy preocupado, pensando en sus cuestiones de rutina. Luego de cerrar la puerta, tomó asiento frente a la mesa, mientras que él se acercó a la otra silla, mirándolo de forma curiosa.

—Hola, Hosea. ¿Cómo estás? Soy Ryan, encantado de conocerte —Le dijo, extendiéndole la mano. El niño le ofreció su manita, y él se la estrechó de forma cuidadosa.

—Hola, señor.

—Hace un momento he hablado con Sam y sus padres, y también con la madre de Jake. Me enteré de lo que pasó, y estoy aquí para ayudar a encontrarlo. ¿Crees que puedas ayudarme?

—¿Es policía? —preguntó el niño, con total honestidad. Ryan hizo un gesto dudoso con la cabeza, de forma exagerada y graciosa, para entrar en confianza con él.

—Algo así. Mi trabajo es investigar cosas difíciles —Sacó la grabadora de mano del bolsillo de la chaqueta y se la mostró—. ¿Te molesta si grabo nuestra charla? Tengo mala memoria y a veces suelo olvidar las cosas, no quiero perderme de nada. Cosas de viejos.

La broma surtió efecto, ya que el niño esbozó una ligera sonrisa, mientras asentía con la cabeza.

—Está bien —consintió. Ryan presionó el botón de REC, dejó el aparato encima de la mesa y habló.

—Para el registro. Estoy en la casa de Hosea Matthews, el segundo testigo al momento de la desaparición y amigo de Jake Anderson. Junto a mí se halla su padre, el señor Arnie Matthews —miró al niño, y asintió—. ¿Estás listo?

—Sí.

—¿Últimamente te has sentido amenazado por algo o alguien?

—No.

—¿Has visto alguien sospechoso en las inmediaciones del bosque? Alguien que quizá no sea uno de los vecinos de siempre.

—Tampoco —negó con la cabeza.

—Sam me contó que estaban jugando con el Godzilla de Jake, y que al quedarse sin baterías, comenzaron a rugir ustedes mismos, pero que notaron que alguien más estaba imitando sus sonidos, así que decidieron adentrarse en el bosque a mirar. ¿Es esto cierto?

—Sí, señor.

—¿Puedes decirme lo que estabas haciendo justo antes de que desapareciera Jake?

Hosea comenzó a hacer memoria, al mismo tiempo que se acomodaba los anteojos encima de la nariz. Luego habló.

—Estaba con Sam, íbamos hacia el norte, porque los ruidos provenían de allí. No queríamos avanzar mucho porque no nos dejan apartarnos del sendero, pero teníamos curiosidad... —Al decir aquello, miró solapadamente a su padre como si esperase algún tipo de regaño de su parte. Sin embargo, él no dijo nada, solo miraba la escena con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—¿Recuerdas algo extraño o inusual que hayas visto o escuchado en el momento que Jake desapareció?

—Yo no, pero Sam se asustó mucho. Dijo que había visto una sombra tras unos árboles, él lo llamó...

—La mancha —dijo Ryan, acabando la frase por él—. Sí, me lo contó. ¿Tú que opinas? ¿La viste?

—No, no la vi.

—De acuerdo... —murmuró Ryan. —Dime, Hosea, ¿viste a alguien más cerca del lugar donde Jake desapareció?

—No, a nadie. Al menos que nos hayamos dado cuenta.

—Cuando salieron del bosque, luego de buscar a Jake y que no apareciese, ¿recuerdas algún vehículo cerca del lugar? —preguntó Ryan.

El niño volvió a hacer memoria. Luego de un momento, negó con la cabeza.

—No, no he visto nada.

—Bien —Ryan hizo una pausa y luego añadió—. Esta pregunta puede ser un poco personal, ¿pero sabes si Jake tenía algún problema o preocupación que le pudiera haber llevado a alejarse por su cuenta?

Formular aquella pregunta hizo que de repente, el semblante de Hosea cambiara notoriamente. Se irguió en la silla como si algo lo incomodara, y dio un breve resuello cansado.

—Me comentó de algo.

—¿Qué? Dime —insistió.

—Nos contó que había tenido pesadillas, no estaba durmiendo bien.

—¿Qué clase de pesadillas?

—Soñaba con un lugar vacío y oscuro, como si fuera un campo gigantesco donde no había nada.

—¿Cómo un gran valle? ¿No te dijo si había personas en él? —preguntó Ryan, notando la similitud con el resto de historias contadas. Al nombrar este detalle, la voz del niño pareció temblequear.

—No, las personas las vi yo...

—¿Cómo?

—Jake soñó con ese sitio antes de desaparecer, y ahora... —Hosea se quitó los anteojos y al instante, las lágrimas surcaron sus mejillas. —Ahora yo estoy soñando con ello. ¿Voy a desaparecer, igual que él? ¿Es eso? —preguntó, con miedo.

—Ya está bien, creo que hemos tenido demasiado de esto —intervino el padre, consternado debido al estado de su hijo. Ryan negó con la cabeza.

—Solo está asustado y sugestionado por todo lo ocurrido, nada más. Es normal que los niños compartan pesadillas si uno de ellos le cuenta sus sueños a otro, o si le narra una historia de terror. Debemos continuar, señor Matthews. Es vital recabar toda la información que se pueda, para poder encontrar sano y salvo al niño —aseguró Ryan, intentando tranquilizarlo. Luego miró a Hosea, quien lloriqueaba en silencio, encogido en su silla—. Nadie va a llevarte de aquí, pequeño, eso te lo aseguro.

De pronto, el niño se volteó hacia una de las ventanas de la cocina. En el alfeizar de la misma, un estornino se hallaba posado en la madera, mirando hacia adentro de la cocina con sus pequeños ojos negros y vivarachos. Hosea abrió grandes los ojos y entonces comenzó a llorar con más fuerza.

—¡Me está viendo, me está viendo! —repitió, con pavor absoluto.

—Solo es un pajarito, no te preocupes —dijo su padre, mirándolo sin comprender.

—¡No, es lo que se llevó a Jake! ¡Los pájaros también revolotearon así cuando...! —Se interrumpió. —¡Me va a llevar también! —gritó, en medio del llanto, y al instante corrió para abrazarse de su padre, envuelto en una completa angustia.

Ryan miró hacia la ventana con expresión de absoluta sorpresa. Para su asombro, vio como había un solo estornino posado frente a la ventana, pero además de él, una bandada de al menos varios cientos de aves revoloteaba en circulo alrededor de la casa, en una extraña sincronía imposible de entender.

—Pero que mierda... —murmuró, con expresión ceñuda.

—¡Viene a por mi, papá, viene a por mi! —gritó, en medio del llanto.

—¡Se terminaron las preguntas, señor! —exclamó el padre, mirando a Ryan como si hubiera sido él quien hubiese inducido al chico a un estado de alteración profunda. —Lo llevaré a su cuarto.

—Sí, me parece bien. Conozco la salida, gracias por su tiempo, señor Matthews.

Se levantó de la silla al mismo tiempo que padre e hijo desandaron el pasillo hacia una de las habitaciones. Tomó la grabadora de la mesa, detuvo la cinta, y a paso rápido se dirigió a la puerta principal de la casa, para mirar el fenómeno más directamente. Al salir al patio, corrió hasta casi llegar a la acera para mirar todo en un primer plano asombroso, casi boquiabierto, al igual que algunos vecinos que también se encontraban en la calle en ese momento y miraban de forma incrédula. El ruido al aletear de tantas alas a la vez era increíble, aún a pesar de ser aves de pequeño tamaño, las cuales giraban en círculos alrededor del techo de la casa como una oscura nube, dotada de vida. En cuanto Ryan salió de la casa y también el padre del niño, el torbellino de pájaros comenzó a elevarse rápidamente hasta disolverse en el aire, y como si cada animal hubiera decidido optar por un camino diferente de forma aleatoria, la bandada se disipó. Los ojos de Ryan volvieron a posarse en el hombre frente a la puerta, entonces.

—Guau, es increíble... Imagino que esto no pasa muy a menudo —dijo.

—No pasa nunca —respondió, de forma sombría.

—¿Cómo está el niño?

—¡Asustado, por supuesto! Usted lo ha sugestionado, ahora creé que también va a desaparecer, al igual que el hijo de Molly.

—Yo no he sugestionado a nadie, señor Matthews. Solo soy un investigador que está intentando hacer lo mejor que puede para resolver este caso, nada más, y hay ciertas preguntas que deben hacerse —explicó—. Ya le dije, es muy normal que los niños compartan temores entre sí.

—Todo esto ha alterado a la localidad —comentó, de forma pensativa. Luego apretó los puños como si estuviera frustrado a más no poder—. ¡No le hacemos ningún mal a nadie! ¿Por qué alguien se llevaría a uno de nuestros niños? Todo es tan siniestro... Es como si algo hubiese cambiado.

—Lo entiendo, señor Matthews. Por desgracia estas cosas pasan, en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos, sin distinción. No lo molestaré más —Ryan sacó una de sus tarjetitas de bolsillo, y se la extendió en la mano—, ahí está mi número de teléfono y también el de la dependencia que me corresponde en el FBI. Si tiene algún dato más que quiera compartirme, o el pequeño recuerda algo más, no dude en contactarme.

—Sí, está bien...

—Gracias, que tenga buen día.

Y girando sobre sus pies, Ryan se alejó calle abajo, mientras registraba en su grabadora de mano el extraño suceso con los pájaros danzantes, y los vecinos lo miraban al pasar, con la incertidumbre pintada en sus rostros cansados.


*Líneas largas de red con múltiples anzuelos, que se utilizan para la pesca de cangrejos en áreas especificas.

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