2
Con lentitud llegó el mediodía, y luego la hora del almuerzo. La jornada pasó rápido, el servicio forense llegó casi enseguida ante el llamado de los agentes y en menos de lo que pudieron darse cuenta ya habían retirado el cuerpo del lugar. Pasadas las dos de la tarde, luego de que Gendry ya había almorzado, salió a la acera para fumarse un cigarrillo y allí vio a Ryan, apoyado en el morro de su camioneta, con los ojos fijos en su carpeta de documentos. Más precisamente, en una foto de su hermana.
—Ryan, ¿estás bien? —Le preguntó, en cuanto terminó de acercarse a él. Lo vio cerrar la carpeta de un golpe, y mirarlo directamente.
—Teníamos una oportunidad perfecta para saber adonde había estado, que había pasado, adonde mierda había ido. ¡Y el maldito imbécil decide pegarse un tiro! ¡Con mi arma! —exclamó, frustrado.
—Estaba en shock, lo viste. Al menos tenemos que agradecer que se pegó un tiro a sí mismo y no a cualquiera de nosotros.
—Ya, supongo... —consintió.
—¿Vas a almorzar? Aún no comiste nada. Puedo encargarte algo, si quieres.
—No, gracias. No tengo hambre.
Gendry examinó por un instante el semblante de su compañero. La barba que poblaba su mandíbula comenzaba a crecer más de la cuenta, y el cabello castaño le caía en mechones desprolijos a los lados de la cabeza. Lo peor era su actitud, parecía el tipo más derrotado del mundo.
—Creo que deberías tomarte un descanso, Ryan. ¿Cuánto hace que no duermes más de dos o tres horas seguidas? —Le preguntó.
—Eso no importa.
—Claro que importa, si no tienes la cabeza bien no puedes pensar con claridad, y la gente que ha desaparecido te necesita lúcido para que los encuentres. Yo te necesito lúcido.
Ryan miró a su compañero, lo vio pitar su cigarrillo y entonces suspiró.
—Habló de ella.
—Ryan, eso no lo sabes...
—Sí, sí lo sé. Lo sé aquí —insistió, golpeándose con el índice en el pecho, del lado del corazón—. No puedo desistir ahora, tengo que continuar, aunque sea lo último que haga. Siento que estoy muy cerca.
Gendry permaneció unos momentos en silencio observando a su compañero. Dio una larga pitada más a su cigarrillo y lo arrojó al suelo, pisándolo después.
—¿Cuál será el siguiente paso? —preguntó.
—Me gustaría ver el informe del forense.
—No podemos hacer eso, Ryan. Somos detectives federales, pero no tenemos jurisdicción en esta zona.
—De todas maneras me gustaría intentarlo, algo se me va a ocurrir.
Gendry resopló por la nariz, metiendo las manos en los bolsillos.
—No sé porqué presiento que te vas a meter en un buen lio.
—Solo si nos descubren —aseguró. Saludó con un gesto de la mano a los agentes de la guardia costera, y mientras los veía retirarse continuó hablando—. Esta noche iremos a la oficina de investigaciones forenses, el caso de Grelendale puede esperar un día más.
*****
Ryan y Gendry se apostaron a una distancia prudente del edificio de investigaciones criminales, con la Cherokee apagada y a buen resguardo bajo un frondoso árbol de tilo, ubicado a un costado de la calle que lindaba con el parque. Gendry masticaba con parsimonia un poco de maní pelado, su aperitivo favorito cuando andaba de vigilancia, mientras que Ryan no apartaba la mirada de la puerta principal del establecimiento, reclinado en el asiento del conductor y con las manos apoyadas en la nuca. Eran las ocho y media pasadas, y comenzaba a ponerse impaciente. Aún había luz adentro, y podía ver algunos guardias que salían a fumar cada tanto. Nunca una oficina del gobierno permanecía en funcionamiento hasta tan tarde, y esperaba que el turno de aquellos oficiales terminara pronto, porque no le apetecía en lo absoluto tener que pasarse toda la noche sin dormir.
Una hora y media después, por fin, el último de los oficiales se retiró del lugar. Aún en la distancia, Ryan lo vio despedirse de un colega y luego acercarse hasta su coche estacionado. En la sede de investigaciones criminales de Carston tan solo permanecieron encendidas las luces de la fachada, y nada más. Dio un golpe en el brazo de Gendry, que había comenzado a dormitarse, haciéndole dar un leve salto en su asiento. Luego revisó en la guantera de la camioneta para sacar una linternita de bolsillo y un juego de ganzúas.
—¿Eh? ¿Qué? —balbuceó.
—Andando, ya se fueron todos.
—Estoy seguro que aún debe haber algún guardia de vigilancia adentro, esto me huele a que es una mala idea, Ryan.
—Claro que hay guardias adentro, pero vamos a dar un rodeo. Entraremos por la puerta de emergencia, o la de servicio, lo que encontremos primero. Lo ideal sería entrar por el acceso donde ingresan los cuerpos a la morgue, pero sería extraño si no está trancada. Vamos.
Ambos descendieron de la camioneta y caminaron hacia el sitio, cruzando la calle con rapidez. A simple vista, solo parecían dos hombres caminando con las manos en los bolsillos, nada de lo que preocuparse, pero en cuanto alcanzaron el edificio Ryan dio una rápida corrida colándose por el acceso del costado, cerca del callejón, seguido muy de cerca por su colega. Avanzaron unos metros hasta por fin situarse tras la puerta de la salida trasera, donde normalmente se sacaba la basura y también los desechos biológicos de las autopsias. Con cuidado de no hacer ruido comprobó el picaporte y efectivamente, estaba cerrada, por lo que echando mano al bolsillo del interior de su chaqueta, saco las ganzúas para hacer palanca en la cerradura. Gendry, mientras tanto, echaba rápidas miradas hacia la boca del callejón, por si acaso alguien aparecía de improviso. Con un clic sordo, la puerta cedió, momentos después.
—Ya está, vamos —susurró Ryan.
Empujó suavemente la puerta, adentro se extendía un pasillo oscuro con una escalera de acceso a los pisos superiores, doblando el recodo de la pared. Ryan entró primero, Gendry detrás, y caminando con suavidad volvió a meter las herramientas al bolsillo interno de su chaqueta, cubriéndose siempre con la pared. Sus ojos escudriñaron hacia los rincones del techo en penumbras, intentando buscar los puntos de luz roja de las cámaras de seguridad, pero allí no había nada, de modo que aún podía confiar en su buena suerte.
A medida que subían las escaleras, sacó la linterna de bolsillo de su chaqueta y encendiéndola, cubrió parcialmente el haz de luz con la mano, para que no fuera tan evidente. Lo que menos quería era que si alguien estaba merodeando por ahí le viera gracias a la linterna, por lo que solamente se iluminaba de a ratos, lo suficiente para guiarse a través de las escaleras para no tropezar, además de ir leyendo los carteles indicadores. En la segunda planta estaban las salas necrósicas, en la tercera las cámaras refrigerantes y en la primera todas las oficinas médicas y periciales concernientes al sector policial. Al leer esto, Ryan miró a su compañero, le hizo un gesto con el dedo índice levantado y le susurró "Un piso más".
Por fin, luego de la segunda escalera, un largo pasillo se extendió por delante, con el suelo inmaculadamente blanco al igual que las paredes, carteles lumínicos indicando los diferentes sectores y lo que temía: cámaras de seguridad. Apagó la linterna al mismo tiempo que daba una maldición por lo bajo, acuclillándose tras el recordó de la pared.
—¿Qué pasa? —susurró Gendry.
—He visto un par de cámaras en el rincón del pasillo.
—Mierda. ¿Y ahora qué hacemos?
—Ya estamos aquí, hay que continuar. Con suerte el guardia puede estar dormido, o quizá no nos detecte si vamos lo suficientemente despacio por la oscuridad. Hay que pegarnos a las paredes.
—Va, cuando quieras... —respondió, no demasiado convencido. Sin embargo conocía a su compañero, el semblante ceñudo de Ryan le era suficiente para saber que no iba a detenerse ni volver sobre sus pasos, lo había visto muchas veces en esa postura y ya lo conocía casi como la palma de la mano, luego de seis años trabajando a su lado.
Ryan respiró hondo, tomó aliento y entonces abandonó su escondite, con la espalda bien pegada a la pared. El lado bueno de todo aquello es que al menos no tenía que encender la linterna para poder ver los carteles, porque ya tenían luz por sí mismos. El lado malo era que estaba tan enfocado en vigilar las cámaras de seguridad y los pasillos de acceso al sector, que temía tropezarse con algo y hacer un escandalo de los mil demonios. Había sillas metálicas, las mismas que se solían ubicar en las salas de espera de los hospitales, arrinconadas a las paredes. También había máquinas expendedoras de café y refrescos, y el sonido de sus zapatos en cada paso parecía retumbar en el silencio sepulcral del establecimiento.
Avanzó con rapidez hacia la tercera puerta ubicada a la derecha de la gran sala central, la que según los carteles indicadores del techo decía "SALA DE NECROPSIAS Nº1", se asomó por el rectángulo de cristal de la misma y observó hacia adentro. Las dos camillas de metal estaban vacías y en los refrigeradores horizontales no había etiquetas visibles. Con rapidez y casi que a gatas, cruzó el pasillo hacia la segunda puerta situada enfrente de la misma, observó hacia adentro y de nuevo, nada en lo absoluto. No fue hasta la tercera puerta en donde pudo ver justamente el indicador lumínico del refrigerador encendido, y dando un resoplido, volvió a echar mano a las ganzúas de su bolsillo.
—¿Lo encontraste? —susurró Gendry, junto a él.
—Creo que sí —respondió, sin mirarlo. Estaba concentrado en hacerle palanca a la cerradura, tanto que incluso una gota de sudor pendía de la punta de su nariz. Por fin, el clic de la victoria se oyó, giró el picaporte, y entró.
Adentro la sala estaba en perfectas condiciones higiénicas, lo típico de cualquier morgue. No quería encender la luz, porque se vería el haz a través del cristal de la puerta, pero caminó con prisa hacia la etiqueta del refrigerador y leyó: "Weyner, James". Ryan entonces miró a su compañero, y con un gesto de la mano le señaló al mobiliario de la sala.
—Busca el informe forense, debe estar por aquí, en algún lado. Revisa todos los gabinetes y estanterías que encuentres, yo examinaré el cuerpo, por las dudas —dijo.
Gendry puso manos a la obra, mientras que Ryan tomó el asa de la portezuela del refrigerador, el cual emitía un leve pero notorio zumbido, y abrió. Adentro pudo ver la silueta del cadáver, y aunque estaba acostumbrado a ver todo tipo de cosas, siempre se sentía extraño cuando tenía que presenciar un muerto tan de cerca. Sin embargo había que echarle coraje al asunto, por lo que sin dudar, tomó la cabecera de la camilla corrediza de metal y jaló hacia afuera. Luego tomó la linterna y la encendió, apuntando con ella hacia el cadáver cubierto por la bolsa plástica.
Abrió la cremallera y miró hacia el interior. El cuerpo del señor Weyner tenía la caja torácica abierta hasta la pelvis, con las costillas troceadas, y le faltaban todos sus órganos internos. Un procedimiento normal de cualquier autopsia, al igual que el cuero cabelludo remangado hacia atrás el cual le cubría el rostro hasta la punta de la nariz como si fuera un extraño guante rosado. Su cráneo vacío no tenía el cerebro, evidentemente, y a simple vista parecía que todo estaba normal, a excepción de un detalle en particular.
El olor.
Ryan frunció el ceño, acercó la nariz al rostro de Weyner como si este quisiera contarle un secreto, y dio un par de inhaladas rápidas. No tenía olor a conservantes, formol y químicos como cualquier otro cuerpo en condiciones de haber transitado una necropsia, sino que más bien olía extraño, como al agua estancada de una alcantarilla mezclada con un cierto rastro de algo azufrado, que no podía definir. Sin embargo, no era lo único que podía identificar. Hizo una nueva inspiración, esta vez más larga, y a su mente vinieron imágenes de otros aromas: a hierbas como el romero, y un leve olor dulzón.
—Sylva americana... —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Gendry, volteando a verlo.
—El cuerpo tiene olor a un árbol indígena. En realidad tiene olor a muchas cosas, pero...
—Mira, lo tengo —dijo, interrumpiéndolo. En su mano sostenía una tablilla con varias hojas amarradas a una pinza de metal.
Ryan se giró para mirar a su compañero, y le extendió el brazo.
—Dame —pidió. Alumbró la hoja con su linterna y comenzó a leer entonces mientras murmuraba entre dientes—. Doctora Olivia Rodríguez y Samuel Hastings a cargo, hombre caucásico, cuarenta y nueve años, bla bla bla, muerte por disparo con arma de fuego, orificio de entrada en maxilar superior...
De repente se interrumpió, frunciendo el ceño. Gendry lo miró sin comprender.
—¿Qué?
—En varias instancias, se experimentaron cambios abruptos en la temperatura de la sala de autopsias, sin explicación lógica. Los registros térmicos revelaron fluctuaciones significativas, incluso cuando el entorno circundante parecía constante —comenzó a leer, citando textualmente—. También, durante la autopsia, se registraron fluctuaciones en los niveles de energía de la sala haciendo parpadear las bombillas de techo. Estas variaciones no tenían origen eléctrico conocido y coincidieron con momentos en los que los investigadores notaron otras características inexplicables. También se documentaron casos de objetos dentro de la sala de autopsias moviéndose de manera inexplicable, tales como los fórceps para las arterias yugulares y algúnos bisturíes. Instrumentos médicos, frascos de muestra y equipo forense fueron encontrados fuera de lugar sin intervención humana. Los doctores reportaron... —Se interrumpió de nuevo. —¿Qué demonios?
—Que dice.
—Los doctores reportaron una serie de incidentes en los que parecían recibir mensajes o impresiones no verbales. Estos eventos se manifestaron como impresiones de ideas, sombras en movimiento por la periferia ocular y algúnos episodios de disociación de la realidad en breves segundos, en los cuales parecían quedar absortos para luego volver en sí. Todos coincidían en lo mismo, describiendo destellos fugaces de un lugar semejante a una pradera o valle completamente vacío y oscuro.
—El señor Weyner habló de ello, antes de darse el disparo.
—Sí, lo recuerdo. No entiendo...
No pudo terminar de hablar. A unos metros de su posición sintió que alguien hablaba, y las luces se encendieron en toda la sala.
—¡Quietos, no se muevan!
Gendry sintió que se le helaba la sangre en las venas. Ryan, sin embargo, y aprovechando que su compañero estaba frente a él para cubrirlo, levantó la vista al mismo tiempo que sacaba discretamente la hoja documentada del sujetador de la planilla. En la puerta de la sala de autopsias había un guardia uniformado, apuntándolos con su pistola calibre treinta y ocho.
—Tranquilo amigo, somos detectives —dijo, mientras hacia una bolita con la hoja y la metía en el bolsillo trasero de su pantalón, levantando la mano que sostenía la planilla. Gendry también se giró, con las manos en alto.
—Me importa un comino quienes sean, esto es un lugar restringido.
—Podemos mostrarle nuestras identificaciones —dijo Ryan. El guardia sonrió, asintiendo con la cabeza.
—Claro que me la van a mostrar. Ahora salgan, vamos —ordenó, haciendo un gesto con la pistola—. ¿De qué dependencia son investigadores?
—Departamento de desapariciones del FBI.
—Bien, denme sus identificaciones, las manos donde pueda verlas y despacio —indicó, una vez que salieron de nuevo al pasillo. Tanto Ryan como Gendry hicieron lo que les pedía, y luego de revisar a golpe de ojo los nombres de cada uno, se llevó una mano a su intercomunicador y presionando un botón, habló—. Freddy, contacta al FBI, diles que tenemos a dos de sus chicos metidos sin autorización en la sala de necropsias... —hizo una pausa y agregó. —Ryan Foster y Gendry Adler.
Emprendieron la marcha a punta de pistola durante unos interminables diez minutos a través de pasillos y puertas aledañas en completo silencio. Aunque no llevaban ya las manos en alto, Ryan no dejaba de sentirse incomodo con aquella situación, mientras sentía la mirada de reproche de su compañero. Arthur Carter, su director adjunto, no estaría nada contento con aquello, y ambos lo sabían perfectamente. Sin embargo, lo hecho hecho estaba y al menos habían podido rascar algo, el qué precisamente, aún no lo sabía, pero Ryan conservaba en su corazón el presentimiento de que había algo importante en aquel informe, además de un montón de curiosidades bastante interesantes.
Por fin, llegaron a una sala destinada a reuniones o similar, ya que veía un montón de sillas en un rincón, empotradas una de otras, y también un proyector apagado en la pared opuesta. Miraron a su alrededor con aire de resignación, mientras el guardia cerraba la puerta una vez que los hombres estuvieron dentro. Sin nada mejor que hacer, Ryan caminó hasta las sillas, tomó una y se sentó en ella, cruzándose de brazos y piernas. Gendry lo miró con recelo.
—Te dije que esto sería una mala idea —dijo.
—Relájate chico, hemos sacado algo en limpio, te lo aseguro.
—¿A costa de qué? ¿De que nos sancionen a ambos? ¡Nos van a suspender, Ryan, estamos jodidos! Yo estoy jodido, muy jodido... —murmuró, mientras bajaba la mirada hacia el suelo.
—Tranquilo Gendry, tengo un plan. Hablaré con Arthur y le explicaré todo, te mantendré por fuera —Le aseguró.
—Oh sí, tu siempre tienes un plan, Ryan. Tú y tus benditos planes, los cuales te da exactamente igual si salen bien o mal porque eres un maldito solitario al que no le afecta nada. ¡Pero que le diré a mi esposa! ¡Cariño, me han suspendido porque seguí un plan de Ryan, el cual salió mal, así que de ahora en adelante tendremos que ajustarnos los bolsillos y no podremos comprar los Zucaritas de los niños!
—Deja de hacer berrinche, Gendry. Saldremos adelante, como siempre lo hemos hecho. Sabes que esto es importante para mí, y no voy a descansar hasta resolver las desapariciones —respondió, mirándolo fijo—. Así que ahora toma una silla, siéntate y tranquilízate, puta madre.
No ganaba nada con seguir la discusión, lo sabía perfectamente, así que solamente se limitó a resoplar y hacerle caso. Casi unas dos horas después, y cuando ya comenzaban a dormitarse del aburrimiento, ambos escucharon la puerta abriéndose otra vez. Al mirar, vieron a su director adjunto ingresar al recinto vestido con una chaqueta informal, de cuero marrón gastado, un suéter escote V por fuera del pantalón y unos vaqueros negros junto con los mocasines clásicos de andar por casa. A todas luces lo habían pillado a mitad del sueño, pensó Gendry. Su expresión era hosca, tenía el cabello entrecano un poco despeinado en los costados, y Ryan se levantó de la silla con rapidez.
—Siento la molestia, Arthur —dijo—. Yo...
Sin embargo no lo dejó hablar.
—¡Señor Carter para ti! —exclamó. —¡Por un carajo, que mierda hicieron! ¿Son conscientes de la hora que es? ¡Tuve que conducir durante casi una hora y media, para venir a recibir la noticia de que se infiltraron sin autorización en una morgue estatal, que ni siquiera tiene nuestra jurisdicción! ¿Acaso son conscientes de lo que eso implica?
Gendry miró a Ryan con reproche, y luego a su jefe, asintiendo con la cabeza.
—Sí, señor.
—Te he tenido mucha tolerancia, Ryan. Entiendo todo lo que te ha sucedido, de verdad que lo entiendo, pero no por eso voy a permitir que traspases ciertos límites. Has llegado muy lejos, has actuado con imprudencia e incluso te has salteado normas legales que podrían costarte la carrera. ¿Lo entiendes?
—Señor, si usted supiera la pista que...
—¿Lo entiendes o no? ¡No lo volveré a preguntar! —casi gritó. Ryan contuvo el aliento y asintió con la cabeza.
—Sí, señor.
—Bien, me llevaré sus placas. Tú estás suspendido dos semanas —dijo, señalando a Gendry, luego miró a Ryan—, y tú un mes. Agradezcan que no les inicie un sumario administrativo con un expediente en contra, o estarían destituidos antes del próximo semestre. Denme sus armas, ahora.
Gendry miró con rabia contenida a su compañero, mientras se llevaba la mano a la cintura y entregaba su arma de reglamento. Ryan se encogió de hombros.
—Mi pistola está en la guantera del coche.
—Bien, andando entonces —Arthur miró al guardia que los había pillado, aceptando las identificaciones que él le ofrecía, y asintió con la cabeza—. Gracias, yo me encargo a partir de ahora, siento mucho las molestias.
—Descuide.
Los tres caminaron hacia la salida, y luego, al salir nuevamente al frío de la noche, apuraron el paso hasta el coche de Ryan. Este abrió la puerta del acompañante en cuanto llegó, abrió la guantera y sacó su 9mm, dándosela en la mano extendida de su superior.
—Si te vuelves a meter en líos otra vez, estás fuera Ryan, ¿me oyes? —Le dijo.
—Arthur, Escuchame. ¡Arthur! —insistió, apoyándole una mano en el antebrazo en cuanto vio que se giraba dándole la espalda. Cuando su jefe se volteó, siguió hablando—. Tú no has visto lo que yo vi, ese pobre fulano estaba alterado, se voló la puta cabeza frente a mí.
—¿Y?
—La nombró, Arthur. Habló de Emily, dijo que la vio, y si la vio es porque está viva. Necesito encontrarla.
—Mierda, Ryan... —dijo, resoplando por la nariz. —Tu hermana ha desaparecido hace mucho, y tú sabes bien que mientras más pasa el tiempo, más difícil es que aún continúen con vida.
—¡Cuatro meses, estuvo desaparecido cuatro meses, Arthur, y volvió! Sí, es cierto, volvió más loco que una cabra, ¿pero y qué? Lo hizo vivo. Si él pudo, Emily también. Y no puedo encontrarla sin tu ayuda.
Arthur pareció meditar un segundo las palabras de Ryan, mientras miraba hacia el suelo con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Sin embargo, negó con la cabeza.
—Lo siento, Ryan. Te he intentado cubrir en todo lo que he podido, y lo sabes, pero esto acaba de traspasar mis manos. Si lo de esta noche llega a oídos del consejo, estás fuera. Reza para que eso no ocurra —dijo.
Se giró sobre sus pies y caminó con lentitud hacia la Ford estacionada a un lado. Ryan resopló por la nariz y se rascó la nuca, sabiendo que estaba más jodido de lo que pensaba. Sin embargo, rodeó el coche hasta la puerta del conductor, y antes de subir a la camioneta, miró a Gendry.
—Puedo llevarte, si quieres.
—Déjalo, caminaré hasta la próxima parada de autobús o qué sé yo, me apetece volver solo.
Su compañero tenía una rara mezcla de emociones que oscilaban entre el cansancio, la frustración y la rabia contenida. Ryan solo se apoyó del techo de su camioneta y lo miró encogiéndose de hombros.
—Escucha, lo siento, ¿sí? Lamento haberte arrastrado a esto. Pero debíamos hacerlo.
—¡No, tú debías hacerlo! —exclamó. Luego pareció calmarse. —Mira, olvídalo, ya no importa. Ya no puedo continuar con esto.
—¿Qué quieres decir?
—Estoy suspendido dos semanas, así que me las tomaré como unas vacaciones forzadas, supongo. Puedo ir con mi familia a Michigan, tengo unos parientes que quiero visitar desde hace más de un año y por falta de tiempo no he podido hacerlo.
—¿Y qué pasa con la investigación?
Gendry lo miró como si estuviera de broma.
—Estamos suspendidos, Ryan, ¿acaso lo puedes comprender? La investigación se fue al diablo, se acabó. ¿Quieres seguir persiguiendo pistas sin ningún tipo de autorización legal para ello?
—Siempre se puede tirar de algún hilillo sin que el Tío Sam se entere, ¿no crees?
—No, no lo creo. No voy a arriesgar mi empleo ni mi carrera, lo siento Ryan. Me gustaría decir que fue un gusto trabajar contigo, pero lo cierto es que a veces no lo era. Que tengas suerte, hombre.
Se giró sobre sus pies y comenzó a caminar por la acera de la calle, alejándose bajo la atónita mirada de Ryan. Este abrió los brazos y lo miró, incrédulo.
—¡Eh! ¿Esto es en serio? ¿Vas a largarte? —Lo vio hacer un gesto con el brazo como si no le importase, y entonces dio un palmetazo en el techo de la camioneta, en gesto frustrado. —¡Ah, puta madre!
Abrió la puerta del conductor, se sentó tras el volante y estirando un brazo bajo el asiento sacó una Beretta 9mm que siempre llevaba de repuesto. Al principio le había parecido una idea un tanto paranoica, pero ahora agradecía muchísimo el haberlo pensado, un par de años atrás. Comprobó que tuviera el cargador lleno, al menos de momento hasta que le comprara alguna cajita de balas extra, y la guardó en la guantera. Antes de encender el motor de la camioneta, revisó de nuevo su carpeta de documentos, añadiendo la hoja robada del informe forense, y también su libreta con anotaciones personales. Sería un largo camino a Grelendale, pero algo le motivaba, algo que no podía comprender y que tan solo se limitaba a sentir. Y que una parte de sí mismo, la que reconocía la corazonada, le suplicaba dentro de su fuero interno que por favor, al menos esta vez estuviese en lo cierto.
—Bueno, hay que continuar... —dijo, en un suspiro. Dio medio giro de llave encendiendo el motor, puso primera y avanzó por la calle, solitaria a esas horas.
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