Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1

Tal como le había dicho, la posada se hallaba aledaña a la avenida principal, por lo que no le fue difícil encontrarla. Estacionó la camioneta frente a la portería, apagó el motor y descendió de la misma, sosteniendo la carpeta con documentos bajo el brazo. Al empujar la puerta principal de la posada, las campanillas ubicadas detrás tintinearon alertando al posadero, un veterano de sesenta y largos, quizá, que dormitaba con un periódico entre sus brazos.

—Buenos días, siento molestar —dijo Ryan. El hombre se incorporó rápidamente en su silla giratoria y lo miró, al tiempo que se colocaba los anteojos y dejaba el diario a un lado.

—En absoluto. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Necesito alojamiento, no sé por cuantos días, pero creo que mínimamente una semana. Soy investigador del FBI y estoy atendiendo el caso de la señora Anderson.

—Oh sí, sí... es horrible lo ocurrido, pobre niñito. ¿Se sabe algo, señor? —preguntó el dependiente, con cierta congoja en el tono de su voz.

—Nada aún, apenas acabo de llegar a la localidad.

—Lo entiendo, claro. Ojalá pronto se solucione todo. ¿Prefiere alguna habitación en especial? Las más económicas están a razón de quince dólares la noche, y las más confortables a unos cuarenta.

—No, cualquiera donde pueda dormir y revisar mis apuntes, está bien —consintió Ryan—. ¿Acepta tarjeta gubernamental?

—Claro que sí.

—Perfecto, entonces.

El dependiente se giró sobre sus pies, tomó de una estantería de cristal la llave con el numero diecisiete y abriendo un acta de ingreso, le preguntó:

—¿Podría permitirme su documento de identidad y el número de tarjeta, por favor?

—Claro ­—respondió. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón, sacó la billetera, y mostró su documento dejándolo encima del escritorio lustrado. El dependiente copió su nombre, apellido y el número de tarjeta, y señalándole en un renglón en específico, le pidió una firma, a lo cual Ryan garabateó con rapidez. Terminados los formalismos, el dependiente tomó la llave y le hizo un gesto con la mano—. Pase por aquí.

Ryan lo siguió a través de un largo pasillo amueblado como si fuera una sala de estar, con algunos sillones de un cuerpo a los lados del mismo, y revisteros a un lado con magazines de moda, deportes y crucigramas. A medida que caminaba, sintió un tono de notificación en su teléfono celular por lo que con rapidez lo sacó del bolsillo de la chaqueta y miró: era la señora Anderson, pasándole por mensaje privado el número de teléfono del padre de Jake. Bien, bien, pensó. Ya lo llamaría luego.

Tras unos instantes caminando y atravesando puertas cerradas, por fin llegaron a la que correspondía a la llave, la habitación número diecisiete. El dependiente abrió, y haciendo un gesto del brazo, le indicó que pasara. Ryan así lo hizo, y entonces se giró de cara hacia él.

—Muchas gracias, ha sido muy amable.

—No hay de qué ­—respondió—. Si necesita recambio de sábanas o algún producto de baño, solo pídalo. Junto al teléfono hay un sticker con el número de la recepción.

Dicho aquello, el dependiente se alejó, silbando entre dientes con las manos a la espalda. Ryan cerró la puerta tras de sí, y observó la habitación. Era modesta, sencilla pero acogedora. Tan solo consistía en una pequeña salita principal donde estaba la cama de dos plazas, una televisión de pantalla plana empotrada en la pared, un ropero vacío a excepción de algunas mantas de repuesto, pulcramente dobladas, y girando por el recodo de la pared estaba el acceso al baño privado. Caminó hacia la ventana, descorrió la cortina para permitir que la luz entrara al recinto, y miró hacia adelante, donde se extendía toda la extensión de bosque natural a la distancia, lindando con la localidad. Dio un resoplido al mismo tiempo que sacaba el dibujo del niño de la solapa interior de su chaqueta, observando todo con detalle, los trazos negros y carentes de emociones. Por más que estuviesen acostumbrados a ello, ¿Cómo podía ser posible que siendo tan pequeño, lo hubiese dejado jugar solo en semejante lugar? Se preguntó mentalmente. Sin embargo, lo hecho estaba hecho. De momento se tomaría un descanso para ducharse, comer algo y pasar apuntes en limpio, más que nada cuando volviese a escuchar la nota de audio de la señora Anderson. Dejó el dibujo del niño encima de la mesa, junto a su carpeta de documentos. Luego su pistola, comprobando que tuviera el seguro puesto, y por último tomó su teléfono, llamando directamente al número enviado por la madre del chico. Del otro lado hubo unos cuantos tonos, hasta que finalmente, una voz de hombre atendió el llamado.

—¿Diga?

—Buenos días, mi nombre es Ryan Foster, del departamento de personas desaparecidas del FBI. ¿Estoy hablando con el padre de Jake Anderson?

Silencio sepulcral del otro lado durante unos segundos. Por fin, habló.

—Sí, soy yo.

—Charles, lamento comunicarle que estoy ahora mismo en Grelendale, y acabo de charlar con la señora Anderson. Su hijo, Jake, ha desaparecido hace algunas semanas. Me encuentro investigando el hecho, y quería que tuviera conocimiento de esto —dijo.

Del otro lado hubo un nuevo silencio, pero esta vez Ryan podía escuchar perfectamente el sonido a su respiración agitada.

—Que... ¿Cómo dice? ¿Que Jake ha desaparecido?

—Lo siento mucho, en verdad. En cualquier caso, aún no hay necesidad de alarmarse, estamos trabajando en ello —aseguró, para calmarlo. Sabía por experiencia que lo primero en que solían pensar las personas allegadas a un desaparecido, era en la muerte del mismo.

—¿Hace unas semanas que mi hijo desapareció, y tengo que enterarme por un agente de campo, en lugar de que su madre me avise? ¡Esto debe ser una especie de broma, una puta broma de mierda! —exclamó.

—Bueno, ella me pidió expresamente que fuese yo quien se comunicara con usted, debido a los antecedentes en su relación. Es tan simple como eso, nada más.

—¡Claro, es muy simple, super simple! Me va a escuchar... —murmuró.

—Señor, lo mejor sería que se calm...

Sin embargo, no pudo continuar, porque del otro lado solo escuchó el clic al cortar la llamada. Ryan permaneció mirando el teléfono unos instantes, hasta apagar de nuevo su pantalla y dejarlo encima de la mesa. Luego volvió a tomarlo para agendar el número de contacto de la señora Anderson y poder enviarle un WhatsApp.


"Sra Anderson, soy el agente Foster. Acabo de hablar con su ex esposo, y no se ha tomado nada bien la noticia. Lo escuché un tanto agresivo, por lo tanto, tenga cuidado. Si surge cualquier inconveniente, no dude en contactarme, sabe donde estoy alojándome. Saludos".


Dejó el teléfono encima de la mesa, y sus ojos no pudieron evitar desviarse hacia el dibujo del niño, más precisamente, hacia esa oscura masa negra con forma casi humana, que parecía cubrir todo el paisaje.

Y sin poder evitarlo, un escalofrío le recorrió la espalda, sin saber muy bien porqué.


*****


Durante todo el resto del día, Ryan se dedicó a revisar sus notas, comparando apuntes con respecto al informe forense que había "tomado prestado" por tiempo indeterminado, y también con el dibujo del niño, además de volver a escuchar una y otra vez la grabación de audio entrevistando a su madre. Sin embargo, no había ningún punto en conexión, para su desgracia, salvo el hecho de que ambos decían lo mismo: hablaban de un valle, o pradera, completamente oscuro, donde había mucha gente. También parecían hablar de algo, o alguien, que los perseguía.

A duras penas comió un par de bocadillos para la cena, ya que le urgía darse una ducha tan extensa como fuera posible, antes de dormir. De hecho, el acostarse por fin en una cama normal le pareció lo más cercano a la gloria absoluta, luego de días de estar de aquí para allá, durmiendo en su camioneta. Tanto así que en cuanto tocó el colchón de espuma, se estiró tanto como pudo haciendo sonar sus vertebras, y prácticamente enseguida, el sueño le venció.

Despertó pasadas las nueve de la mañana, se dio una nueva ducha para acabar de despabilarse, y luego se dirigió al pequeño hall de la habitación para revisar su arma encima de la mesa, colocarse el soporte a su cintura, tomar la grabadora de voz, su pequeño block de apuntes y la chaqueta. Su idea era ir a revisar el bosque y la ribera del río, ya que habían sido los últimos sitios donde el pequeño Jake había estado jugando con sus amigos, cuando el teléfono sonó. Solo dos tonos, y entonces colgó, justo cuando iba a tomarlo para responder. Extrañado, miró la pantalla: era la señora Anderson.

Le pareció un poco raro que solamente lo llamara para colgar enseguida, y no fue hasta que recordó el hecho de la noticia que le había dado a su ex marido el día anterior, en que relacionó una cosa con la otra. ¿Estaría en apuros? Se preguntó. Por si acaso, metió su teléfono al bolsillo, tomó las llaves de la camioneta y salió de la posada con rapidez. No estaba lejos de la casa, por lo que subió al vehículo y encendiendo el motor, giró en U y pisó el acelerador moderadamente.

Frunció el ceño en cuanto vio la escena, llegando casi a la esquina de la calle, momentos después. Algunos vecinos estaban asomados al patio mirando, mientras que frente a la casa de la señora Anderson había un Nissan deportivo azul, estacionado con la puerta del conductor abierta. Ella estaba de pie en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados por encima de los pechos, sujetando las mangas largas de un saquito de paño, en vaqueros y aún en pantuflas. Frente a ella, se encontraba un hombre casi tan alto como el propio Ryan, quizá metro noventa o poco más, con una camiseta Polo entallada, cabello rubio cortado al ras y recto encima de la coronilla, y pantalón cargo negro. Ambos parecían tener una acalorada discusión, pero quien más gesticulaba de los dos, era él.

Ryan estacionó detrás del coche, apagó el motor y descendió del mismo, caminando hacia la casa, a medida que prestaba atención a los gritos de ambos. Cuando ella lo vio, dio un paso hacia atrás y sus ojos le delataron miedo, no le fue difícil adivinar que de hecho, le tenía pavor a aquel hombre.

—...Jugando solo en el bosque, Molly! ¿Cómo se te puede ocurrir semejante estupidez? —Le gritó él.

—¡Ya te lo he dicho, la vida aquí es distinta a la ciudad!

—¡Eso no justifica que eres una imbécil! ¡Si Jake hubiera estado conmigo, esto no habría pasado!

—¡No, porque seguramente lo habrías matado antes, a golpes! —Le recriminó ella. Él dio un paso hacia adelante, dando un palmetazo en la pared, junto a la puerta.

—¡Como se te ocurre decir una cosa...!

Ryan intervino, entonces, con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—¡Buenos días, señora Anderson! —exclamó. Aquel hombre se giró sobre sus pies, con la mirada furibunda. —¿Todo está bien?

—¿Y usted quien mierda es? —preguntó, de mala manera.

—Soy el detective Ryan Foster, quien lo llamó ayer. Usted debe ser Charles, ¿cierto?

Se apartó las manos de los bolsillos para ponerlas tras la espalda, y al hacerlo, dejó entrever la culata de la pistola asomando en su soporte, a la cintura. El gesto fue natural, pero la actitud fue totalmente intencional, y los ojos de Charles se desviaron enseguida hacia allí, como bien había pensado. Fue como si le hubieran puesto un balde de agua fría a sus emociones.

—Sí... sí. Soy yo —dijo, bajando notoriamente la voz. Ryan asintió con la cabeza, mirando por encima de su hombro hacia la mujer en el umbral de la puerta.

—Vuelva adentro, señora Anderson, yo me ocupo a partir de ahora, gracias —dijo. Ella asintió con la cabeza, dio un paso atrás y cerró la puerta de entrada. Desde allí, Ryan pudo escuchar el sonido de la cerradura. Solo entonces miró de nuevo al hombre frente a él, haciéndole un gesto con la cabeza para que saliera de la propiedad—. Justo iba de camino al bosque, a investigar un poco el último paradero de su hijo, le puedo asegurar que haré todo lo que esté a mi alcance para encontrarlo.

—Gracias, lo cierto es que estoy muy nervioso —dijo, saliendo de nuevo a la acera—. Si tan solo yo hubiese ganado la custodia de Jake, estaría a salvo ahora.

—Bueno, pero no lo ha hecho. ¿No creé que la señora Anderson ya está teniendo demasiado con todo esto, como para que usted venga a gritarle a la puerta de su casa? —Le preguntó, hablando por lo bajo, como si fueran dos íntimos amigos chismorreando un secreto. Charles lo miró con los ojos muy abiertos, y el ceño fruncido. Comenzaba a enojarse de nuevo, aquel hombre era pólvora pura, pensó.

—¿Cómo dice? —preguntó, incrédulo. Ryan lo miró, a su vez, de forma apacible.

—Lo que escuchó, mi amigo. Imagino que para los tipos como usted, el hecho de gritarle a una mujer o incluso intimidarla, debe brindarle un subidón de testosterona increíble. Pero no va a hacer tal cosa mientras yo esté aquí, ¿comprende? —Le aseguró. —Si acepta un buen consejo, le diría que suba a su coche y no vuelva a no ser que tenga realmente intenciones de ayudar, calmado y con la cabeza en claro. Si lo vuelvo a ver por aquí con una actitud igual o peor a la de hoy, haré que lo arresten, ¿lo entendió? Comprendo su dolor y preocupación, pero no es forma de tratar a su ex mujer, y no voy a permitir que la agreda.

—¿Creé que puede inmiscuirse en mi relación con Molly solo porque tiene una placa federal y un arma a la cintura, pedazo de infeliz? ¿Quién mierda se creé que es? —Lo insultó, acercándose a Ryan. Él lo miró directamente, pero no se movió. —Quítesela y demuéstreme que es un hombre, ya que tanto le preocupa la seguridad de mi ex mujer.

Ryan lo miró unos segundos y sonrió, luego le hizo un gesto con la cabeza hacia el coche, y le palmeó suavemente un brazo.

—Súbase a su coche, créame que no va a querer problemas peores de los que ya tiene. Que tenga buen día —respondió, dándole la espalda para caminar hacia la entrada de la casa.

No se volteó a verlo, pero pudo escuchar un resoplido tras él, y luego un portazo. Acto seguido, el motor encenderse y los neumáticos chirriar un instante debido al acelerón repentino. Solo en aquel momento se giró para ver como el Nissan se alejaba por la calle. Entonces golpeó la puerta dos veces con los nudillos, y un momento después, la señora Anderson abrió.

—¿Se encuentra bien? —Le preguntó.

—Sí, gracias por venir... —balbuceó ella, bajando la vista al suelo. —En cuanto lo vi parado frente a mi puerta no supe que hacer. Por suerte tenía el teléfono cerca, solo atiné a llamarlo y colgué enseguida en cuanto me vio, creyó que estaba llamando a la policía, y ahí fue cuando comenzó a gritarme.

­—Descuide, no hay problema. Estaba por ir al bosque a mirar un poco el sitio, a ver si encontraba algo más.

—¿Quiere un café? Es lo menos que puedo hacer después de todo esto —Le ofreció. Ryan asintió con la cabeza.

—Gracias, de hecho no he desayunado, así que me viene de perlas.

—Venga, siéntese.

La siguió hasta el living en cuanto ella se hizo a un lado, para que entrara, cerrando la puerta tras de sí. Ryan tomó asiento en una de las sillas, mientras la veía llenar de agua la jarra eléctrica y tomar las mismas dos tazas del día anterior. Luego de preparar todo, llevo panecillos de anís a la mesa.

—Gracias, es usted muy amable —consintió él.

—Al contrario, si no fuera por usted... —ella negó con la cabeza, y entonces por primera vez vio rabia en su semblante. —¡Los malditos vecinos estaban disfrutando del espectáculo, claro! ¡Pero de intervenir ni hablamos!

—Esa mierda siempre pasa, si me permite la expresión. Llámeme Ryan, puede tutearme si quiere. Vamos a tener días largos por delante, creo que va a ser mejor que nos acostumbremos a la cercanía mutua.

Ella asintió con una sonrisa, mientras que se giraba de nuevo hacia las tazas, para verter el café instantáneo dentro.

—Gracias, Ryan, eres muy gentil. Puedes decirme Mary, o Molly, como mis amigos.

—¿Él siempre es así contigo? Anoche lo llamé y me pareció bastante alterado pero bueno, es lógico, si vamos al caso.

—Era peor, de hecho. Nunca me imaginé que fuese a venir aquí tan rápido —Molly hizo una pausa mientras vertía el agua caliente en cada taza—. Antes era un amor de persona, los primeros dos años que fuimos novios era el mejor hombre del mundo. Luego todo fue a peor. Poco a poco, pero en aumento. Hasta que un día me desperté, y me dije a mi misma que no quería terminar muerta, o de hospital, por culpa de un hombre. Jake no se merecía eso, y debía protegerlo a él también. Así fue que me alejé de él, y comencé a denunciarlo en cuanto comenzaron las amenazas telefónicas.

—Lo siento mucho, no imagino el terror que debías sentir —respondió.

—Verlo me daba pánico, principalmente cuando llegaba la noche y me forzaba a... —hizo una pausa y negó con la cabeza, mientras revolvía el café. —No importa. Aún así podía soportarlo. El problema era Jake. En cuanto escuchaba la puerta abrirse y el tono de su voz, se orinaba encima. Si Charles veía un solo juguete en el suelo, lo azotaba con su cinturón. En el mejor de los casos no lo azotaba, pero lo mandaba a dormir sin cenar hasta el día siguiente.

—Mierda... —murmuró Ryan.

—Sí, era una mierda. Una vez sola intenté llevarle comida a su cuarto, luego de que él se acostó. Creí que estaba dormido, pero me pilló a mitad de camino. Me arrebató el plato de las manos, lo lanzó contra una pared y luego me abofeteó, gritándome que no debía desautorizar su castigo. La marca de su anillo permaneció dos semanas en mi mejilla.

—Siento mucho todo lo que has pasado, Molly. Mientras yo esté aquí, te prometo que no va a agredirte —asintió con la cabeza en silencioso agradecimiento cuando ella le dejó la taza frente a sí—. Y si me permites que te de un consejo, te diría que renueves la orden de restricción contra él. Este tipo no puede acercarse a ti bajo ningún concepto, y yo no voy a estar en Grelendale para siempre.

—Lo sé, gracias. Eres un buen hombre, Ryan.

—Eso trato —sonrió, en tono de broma.

—¿Hace mucho que trabajas para el FBI? —Le preguntó, envolviendo la taza en sus manos y mirándolo fijamente. Ryan se encogió de hombros.

—Poco más de ocho años, y esta es mi segunda suspensión.

—¿Y cual fue la primera?

—Digamos que tuve una fuerte discusión con uno de mis directores adjuntos.

—¿Solo eso? —Lo miró ella, de forma extrañada.

—Le dije que era un bastardo hijo de puta.

Molly abrió grandes los ojos.

—Oh, eso explica muchas cosas. ¿Y por qué discutían? Si puedo saber, claro...

—Estaba haciendo diversos abusos de poder en nuestro sector. En aquel entonces yo estaba en el departamento de delitos organizados, y varios colegas teníamos la sospecha de que era alguien corrupto que trabajaba a dos vías, ya que ocultaba algunos datos vitales de investigaciones a una red de crimen global que estábamos persiguiendo —explicó—. Luego de ese altercado, a mi me suspendieron dos semanas por insubordinación y me transfirieron aquí, al departamento de personas desaparecidas. Con el tiempo, finalmente se comprobó que ese director adjunto era corrupto en verdad. De hecho, uno de nuestros agentes lo mató, antes de desaparecer.

—¿Lo mató? Dios santo... No imagino la clase de condena que le tuvieron que haber dado... —murmuró ella. Ryan negó con la cabeza.

­—No está confirmado, solo lo encontraron muerto en su casa con una bala en la cabeza y signos de haber recibido una golpiza, pero siempre se rumoreó que fue él. Hasta donde sabemos, el agente que lo hizo abandonó la carrera y se fue a otro estado, para unirse a una pandilla de motociclistas y traficantes —Se encogió de hombros—. Ironías de la vida, supongo.

—No puedo ni imaginarme la de cosas que debes tener para contar —opinó, antes de darle un sorbo a su taza de café—. Anécdotas, peligros, quien sabe...

—Tengo unas cuantas anécdotas, sí, pero no es momento para contarlas ahora —Ryan miró con fijeza a Molly, con sus ojos azules grandes y vivarachos, que parecían siempre tristes, haciendo contraste con su cabello cobrizo y su tez perfectamente blanca, y una parte de sí mismo sintió un poco de sincera empatía por esta mujer—. Me preocupa más lo que acaba de pasar con el padre de Jake, sinceramente. ¿Cuánto hacía que no venía por aquí?

Ella dio un leve suspiro.

—Tal como lo conté ayer, desde que rehízo su vida con otra mujer, luego de la restricción de acercamiento que le impuse.

—¿Crees que pueda volver a molestar? Parecía muy irascible.

—No lo sé, en realidad lo dudo pero...

—No estás demasiado convencida —dijo él. Molly negó con la cabeza.

—No, la verdad es que no.

Ryan permaneció pensando unos momentos, hasta que entonces asintió, como si estuviera contestándose a sus propias ideas.

—Hagamos una cosa, si vuelve a aparecer por aquí con actitudes hostiles o te sientes amenazada de alguna manera, solo avísame. Como la madre de un niño desaparecido, digamos que puedes tener ciertos beneficios gubernamentales, como el anonimato y la negación a notas de prensa, e incluso una custodia personal en caso de posible secuestro. Podría ayudarte con eso, si fuera necesario.

Molly lo miró con los ojos realmente iluminados. Levantó la mirada de la taza y sonrió, de forma incrédula.

—¿En verdad? ¿Se puede hacer eso?

—Eres familiar directa de una persona desaparecida o presuntamente secuestrada. Si necesitas protección, el estado debe protegerte mientras dure todo este proceso, así que sí —Le aseguró.

—Yo no... no sé que decir.

—No digas nada, es lo menos que puedo hacer. Sé lo que se siente —Al decir aquello, Molly lo miró de forma extraña, y justo cuando ella iba a preguntar a que se refería, él continuó hablando como si quisiera sacudirse la pena de encima—. En fin, creo que lo mejor va a ser que continúe con mi trabajo aquí, aún tengo que ir al bosque y al río —Apuró el resto de su taza de café, aunque se quemase un poquito la garganta, y chasqueó la lengua contra el paladar—. Muchas gracias por el recibimiento.

—Oh no, no hay problema. Aunque aún no has tocado los panecillos. ¿Quieres llevártelos? Imagino que la jornada será un poco larga.

Ryan se percató de que era totalmente cierto aquel detalle, estaba tan concentrado en charlar y beber el café, que ni siquiera había tocado los alimentos. Antes de que pudiera responder algo, Molly se puso de pie y buscó el rollo de papel de cocina, para envolvérselos de forma prolija y fácil.

—Gracias —consintió.

—¿Podría pedirte otro favor, si no es mucha molestia?

—Claro, adelante.

—¿Podría ir contigo a revisar el bosque? No he ido desde que pasó todo esto, no he tenido el valor y tampoco quiero quedarme sola en la casa, por las dudas.

Normalmente, Ryan no era un tipo que dejara participar a un civil en sus investigaciones, pero pensó que quizá por una vez, podía hacer una excepción. No creía que ella fuese a darle muchos dolores de cabeza entrometiéndose en una posible escena del crimen, y además, tenía toda la razón del mundo. Lo mejor era que pasara algunas horas fuera de la casa, en compañía de alguien.

—Claro, no hay drama.

—Gracias, en verdad. Necesito sentirme útil en algo, y todo sea por encontrar sano y salvo a mi hijo.

—Bien, andando entonces —dijo, levantándose de la silla.

Molly metió los panecillos envueltos en una bolsita de nylon transparente, se dirigió a la habitación para cambiarse de ropa, y minutos después, Ryan la vio salir con una chaqueta beige, un suéter de lanilla y cuello alto, unos pantalones jeans y unas botas de media caña. Tomó las llaves de la casa, abrió, y fue él quien salió primero, rumbo a la camioneta. Mientras subía a la Cherokee, no pudo evitar vigilar a ambos lados de la calle solo por si acaso, pero no había ni rastro del Nissan azul que conducía el padre del niño, así que de momento no estaba acechando. Más le valía, pensó.

Mientras encendía el motor, Molly cerró la puerta con llave, salió a la calle y subió del lado del acompañante, cerrando luego tras de sí. Dio un suspiro al mismo tiempo que miraba hacia adelante, casi apreciando el tablero de la camioneta, y entonces le indicó.

—Si sigues por la principal, vas a cortar camino. Te diré el camino exacto que hacía Jake cuando salía a jugar, ¿de acuerdo? No son más de cuatro calles.

—Perfecto, gracias —consintió él.

Ryan puso primera y avanzó con suavidad. La camioneta no hacía ningún ruido y él fue quien encendió la radio, con el volumen casi al mínimo en una estación de rock de los 80's. Molly lo observó de reojo, viéndolo conducir con la mirada al frente y una mano en el volante. Sus ojos recorrieron el borde de la barba, perfectamente recta y poblada contra el mentón, y apartando la vista con rapidez, preguntó:

—¿Por qué decías que lo sabías por experiencia? Si puedo preguntar. No quiero sonar entrometida, pero me di cuenta que es algo un tanto difícil, ¿no?

Ryan no respondió nada, al menos durante unos segundos. Era difícil, sí, no iba a negarlo. Pero lo hecho, hecho estaba.

—Yo también tengo un familiar desaparecido, en casi las mismas circunstancias.

—¿Ah sí? —preguntó, con los ojos muy abiertos.

—Sí, mi hermana menor. Por eso me estoy dedicando exclusivamente a investigar este tipo de casos. Quiero encontrar alguna conexión, algo, lo mínimo que sea, que pueda llevarme hasta Emily.

—¿Y has tenido algo de éxito hasta el momento?

—El hombre que se suicidó frente a mí, la nombró. Habló de un valle oscuro, igual que tu hijo, y también dijo que la vio allí, entre toda esa gente. No sé a qué se refiere o si era un delirio de alguien completamente desquiciado, pero si la vio, es porque está viva, y si está viva tengo que encontrarla como sea posible —aseguró. Ella lo miró con cierta congoja.

—Lo siento mucho, en verdad.

—Gracias.

Permanecieron unos momentos más en silencio, hasta que ella volvió a hablar, señalando hacia una modesta casa con jardín floreado, a la derecha de la calle principal.

—Allí es donde vive la familia de Sam, uno de los amigos de Jake.

—Él era uno de los que estaba jugando con el niño cuando desapareció, por lo que dijiste.

—Sí, así es.

—Hazme un favor, abre la guantera. Hay una libreta de notas, apunta el número de puerta. Me interesa hablar con su familia, indagar más datos, a ser posible —pidió.

Molly así lo hizo, abrió la guantera, encontró la libreta de tapa dura con el bolígrafo enganchado dentro del espiral, y entonces rebuscó una hoja en blanco para anotar el número de puerta. Luego volvió a dejarla en su sitio, mientras que sus ojos se desviaban hacia la ventanilla a su lado, con aire pensativo. Recorrer el mismo camino que su hijo hacía tarde tras tarde para ir a jugar, le llenaba de congoja.

—Si pierdo a Jake, ya no me va a quedar nada. Nada en lo absoluto —murmuró, con la voz quebrada. Ryan la miró de reojo, sintiendo sincera empatía. Él también creyó que iba a morir cuando se enteró de que Emily había desaparecido, pero al final no lo hizo. El ser humano tenía esa cualidad casi innata, sea lo que sea que le ocurra, siempre encuentra la manera de salir adelante.

—No debes pensar en eso, lo vamos a encontrar, te doy mi palabra —respondió.

Dobló a la derecha apartándose de la calle principal, siguiendo un cartel a un lado de la misma, con la señalización que indicaba el acceso a la bajada del río y la entrada del bosquecillo natural. El ruido a la gravilla bajo los neumáticos todo terreno de la Cherokee se hizo escuchar, al mismo tiempo que avanzaban en completo silencio. Por fin, Molly le señaló a un claro más adelante, donde el camino ancho terminaba y comenzaba un acceso mucho más angosto en comparación.

—Detente ahí, a partir de aquí se va a pie.

—De acuerdo —consintió.

Dejó la camioneta a un lado, apagó el motor y le quitó las llaves. Ambos bajaron del vehículo, cerró tras de sí y pulsó el botón de la alarma automática. El aire estaba fresco, mucho más de lo normal, pero Ryan pensó que seguramente debía atribuir aquello a la espesa vegetación que parecía poblar todo. El sendero natural que se extendía por delante tenia un pequeño cartelito pintado en madera, con una leyenda bastante simpática:


"Por favor, no tires basura aquí. Nuestros pescadores utilizan el camino para poder trabajar, y nuestros niños para jugar. Recuerda que tú también fuiste un niño!

Muchas gracias 😊"


—Bueno, a partir de ahora necesito que prestes especial atención a lo que voy a decirte, Molly.

—Dime —respondió ella, mirándolo fijamente y levantando un poco la cabeza, debido a la diferencia de altura con respecto a Ryan.

—Camina siempre por donde yo camino, este lugar no es una escena del crimen pero presuntamente podría serlo. No queremos alterar huellas ni nada similar, así que cuando yo me freno tú te detienes también. No importa lo que veas, no debes dejar que las emociones te venzan. ¿Crees que podrás con ello?

—Sí, eso creo...

—Bien, eres muy valiente, Molly. Si crees que no vas a estar bien, prefiero que me esperes en la camioneta, en verdad.

—Descuida, vamos allá —Le aseguró, respirando hondo. Ryan asintió, y giró de nuevo hacia el bosque.

Enfilaron por el camino agreste que se extendía pasando el camino de tierra. Lo único que se escuchaba en el silencio de la mañana era el sonido de la brisa que acariciaba las hojas de los árboles, rozándolas entre sí, además de sus pasos en la tierra y las hojas secas. Cada tanto se escuchaba algún pájaro, pero ni siquiera una decima parte de toda la fauna silvestre que debía rondar por allí. Era como si la misma naturaleza estuviera enmudecida, intentando no despertar cosas tan antiguas como la tierra misma, y pensar en aquella idea descabellada hizo que Ryan esbozara una leve sonrisa idiota, aunque Molly no lo hubiera visto.

Sus ojos no dejaban de escudriñar todo a su alrededor, principalmente el suelo, intentando buscar algún rastro. Sin embargo, aquello era tarea imposible. La tierra era demasiado fina, había muchas hojas caídas y teniendo en cuenta que aquel era el camino principal de acceso a la ensenada del río, habría muchísimas huellas mezcladas entre sí como para buscar una en particular. Sin embargo, hizo una pregunta, de todas maneras.

—Todos vienen por aquí, siempre, ¿no? No hay otro camino o algo que se le parezca.

—No —aseguró ella—. Uno siempre se puede meter entre los árboles, claro, pero corre riesgo de tropezar con alguna raíz al descubierto, y la gente del lugar usamos este camino desde que tenemos memoria.

—Bien —respondió Ryan, sin dejar de caminar. A lo lejos podía sentir el murmullo del agua fluyendo en el río, que viajaba hasta sus oídos en suaves oleadas, junto con la brisa—. ¿Cuánto calza tu hijo?

—Un cinco.*

Ryan no respondió, continuó mirando en todas direcciones, con los ojos agudizados tanto en el camino como en los alrededores. Por fin, pudo ver que unas huellas pequeñas se apartaban del sendero rumbo a la derecha, por entre los árboles. Había tres pares de huellas distintas, que como bien pensó, coincidían con él y sus dos amigos. Al notar que abandonaba el sendero y se acuclillaba a ras de suelo para ver mejor una de las huellas, Molly sintió que el corazón le daba un brinco en el pecho.

—¿Encontraste algo? —preguntó, ansiosa.

—Salieron del camino, y caminaron por aquí —indicó, señalando. Molly se esforzó en prestar atención, pero no veía nada—. Ten cuidado de ahora en más, siempre avanza por donde yo voy. No hay que alterar nada.

—Lo sé —aseguró ella.

Se alejaron del sendero agreste poco a poco, caminando muy despacio. Ryan no apartaba los ojos del suelo, y Molly alternaba miradas entre él, y el terreno adonde pisaba, casi intentando imitar sus pasos tanto como fuese posible. Finalmente, se detuvo en seco, tan repentinamente que incluso estuvo a punto de chocar contra su espalda.

—Las huellas se dividen —dijo, acuclillándose para ver mejor, mientras el olor a musgo y hojas húmedas le impregnaba la nariz—. Hay cuatro que se mantienen aquí, pero hay otro par que se aleja, hacia allá —Ryan señaló con el índice y entonces volteó para mirarla—. Ven por mi izquierda, no las pises. Vamos.

Continuaron poco a poco, con lentitud, haciendo zigzag entre la espesa vegetación a medida que caminaban. Ryan alternaba miradas entre el rastro, y la extensión de bosque más adelante, que era tan espesa y cerrada como se la imaginaba. Había arbustos espinosos, gruesos árboles casi tan altos que fácilmente podían llegar a los diez o quince metros, sería muy difícil para un niño pasar más de una noche entera completamente solo en aquel lugar, por no decir imposible. Sin embargo, ¿Por qué había solo un rastro y no tres, como al principio? ¿Por qué motivo los niños se habrían separado? Se preguntaba. Tal vez Jake habría visto algo que le llamó la atención, pero lo dudaba, teniendo en cuenta que estaba familiarizado con el lugar. Aunque de todas maneras, la interrogante no podría ser descartada de momento. ¿Lo habría atraído alguien?

Casi a los ciento veinte metros de abandonar el sendero, Ryan volvió a detenerse en seco. Miró el suelo, se acuclilló por tercera vez y con su dedo índice recorrió una marca profunda en la tierra mohosa y oscura.

—¿Qué? ¿Qué hay? —preguntó ella.

—Las huellas del niño terminan aquí, y empiezan otras. Pero...

—¿Qué? —volvió a insistir, ansiosa.

—Son huellas diferentes, de al menos cuatro o cinco veces más grandes. Mira, aquí —indicó, señalando—. Es como si fuera una pezuña, pero tiene incisiones mas profundas en la parte de adelante, como si tuviera garras y hubieran penetrado más hondo el terreno. Imagino que no hay registro de osos, o pumas en la región.

—Dios mío, no. Además las huellas no coincidirían, ¿no crees?

—Claro que no, pero no perdía nada con preguntártelo. Lo que sí está claro es que se trata de una especie de animal.

—Oh no... —murmuró ella, al mismo tiempo que la barbilla comenzaba a temblarle ligeramente. Estaba al borde del llanto. —Por Dios, no...

De repente hubo un siseo entre las copas de los árboles, como si algunas ramas se hubieran sacudido al unísono, haciendo ruido. Ambos lo escucharon con claridad, tanto que incluso la propia Molly dio un respingo, incorporándose rápidamente. Ryan también se alertó, mirando en todas direcciones.

—Tranquila... —susurró. Hizo un gesto con la mano para que no se moviera, y rápidamente se llevó la mano a la cintura, donde estaba el soporte del arma. Sacó la Beretta y amartillando la corredera con un chasquido, le quitó el seguro.

Ambos miraron a su alrededor con los ojos muy abiertos. Molly respiraba agitada, mientras que Ryan estaba atento al más mínimo movimiento que pudiese percibir. Sin embargo, el bosque se hallaba tan silencioso y sereno como de costumbre, aquietado, ni siquiera la brisa del aire corría, tornando el ambiente denso y húmedo debido a la vegetación. Los olores propios de la hierba los envolvían, a excepción de un perfume ligeramente dulzón que el propio Ryan supo reconocer casi enseguida: la Sylva Americana.

La misma planta que había olido en el cadáver del señor Weynes.

De pronto, una risilla infantil se dejó escuchar. Fue como si un grupo de niños se estuviera divirtiendo a lo lejos, jugando entre sí, no demasiado fuerte para alterar el ambiente pero si lo suficiente como para que tanto Molly como Ryan lo escucharan a la perfección. Ella abrió grandes los ojos y lo miró con aprehensión, al mismo tiempo que las lágrimas se le desbordaron de los ojos. Ryan pudo ver como dos grandes gotas desbarrancaron por sus mejillas.

—¡Es él, es su risa! ¡Dios mío, es su risa! —exclamó, y entonces dio un paso hacia adelante para correr rumbo al sonido—. ¡Jake, cariño! ¡Soy mamá! —gritó.

Ryan la sujetó del brazo con fuerza, reteniéndola.

—¡No, alto! —ordenó. —¡Mantén la calma, aún no sabemos que es eso!

—¡Ryan por Dios, es él, lo reconozco! —Rogó ella, intentando zafarse de la manaza que le aprisionaba el brazo.

De repente, algo cayó impactando en la cabeza de Ryan, tan sorpresivamente que incluso hasta él mismo se encogió debido al susto. Al mirar hacia un lado, vio lo que había caído, y que ahora reposaba encima de la hierba del suelo: una gorra de beisbol bastante mugrienta, verde y amarilla, con dos bates cruzados en su frente.

—Pero que mierda... —murmuró. Molly, por su parte, prácticamente se abalanzó de cuclillas para tomar la gorra en sus manos.

—¡Es la gorra de Jake, Dios mío, con ella fue que salió de casa la última vez que lo vi! —y dicho aquello, soltó el llanto, incontenible.

Ryan miró hacia arriba, confundido. Por encima de su cabeza no había más que las copas de los árboles, verdes y frondosos, que se entrelazaban entre sí. No había animales, tampoco escuchaba los pájaros, por lo que no entendía de donde había salido aquella gorra. Podría estar enganchada a alguna rama, quizá, y la brisa del viento la acabó por tirar, pero tampoco había viento. Exasperado y quizá hasta temeroso, ayudó rápidamente a Molly a ponerse de pie, y poniéndola detrás suyo, apuntó con la pistola hacia adelante.

—¡Soy agente federal, si hay alguien aquí, quiero que salga con las manos en alto y donde pueda verlas, ahora! —gritó. Espero unos momentos, apuntando en todas direcciones hacia donde sus ojos recorrían, atento al más sutil movimiento, pero nada ocurrió, así que intentó otra vez. —¡Jake, si estás aquí y puedes oírme, quiero que grites! ¡Estoy con tu madre, y podemos ayudarte!

Pero nada ocurrió. Solamente estaban ellos, el bosque en el más perpetuo silencio, y aquel aroma vegetal a la Sylva Americana. Dando una honda inspiración, Ryan volvió a guardar el arma en su cintura y entonces sacó su teléfono celular. Tomó dos fotografías, una a la enorme huella animal en el suelo, y luego una panorámica a los árboles frente a sí. Guardando el teléfono en el bolsillo, rodeó la espalda de Molly con su brazo, para volver sobre sus pasos. Ella se aferraba a la gorra con los puños cerrados, como si fuese a temer que desapareciera repentinamente.

—Vámonos, será mejor que vayas a descansar —dijo.

Y en el más absoluto silencio, solamente entrecortado por los sollozos de Molly, emprendieron la marcha de nuevo hacia el sendero agreste, mientras que Ryan no dejaba de sentirse extraño con todo aquello, como si tuviera una muy mala sensación que no sabía definir.


*Equivalente a 35-36 dependiendo de crecimiento, horma y altura. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro