Un pequeño incentivo
Nathalie se dejó caer de espaldas en la cama de sábanas desordenadas.
Estaba sudada y jadeante y sentía el cuerpo laxo. Cada terminación nerviosa le temblaba y vibraba por el esfuerzo del explosivo orgasmo que acababa de recibir. Se sentía en una nube, o más bien como caramelo; toda fundida y calientita. La mente aún le daba vueltas y su corazón estaba intentando recuperarse de los latidos fuertes e irregulares.
Sonrió bobalicona y satisfecha, con los ojos cerrados.
—Ven aquí...
Sintió unas fuertes manos arrastrar su tembloroso cuerpo. Cuando estuvo entre los brazos del hombre que amaba, se las arregló para juntar suficiente energía y trepar sobre su cuerpo. Por el esfuerzo, fue recompensada con un beso en lo alto de la cabeza y una larga caricia por su espalda desnuda que hizo que se estremeciera contra el pecho de su amante. Se quedó allí, escuchando los latidos de su corazón y cada respiración que daba, absorbiendo la cálida caricia post coital y sintiéndose amada y protegida. Cerró los ojos con inmensa felicidad y mientras comenzaba a relajarse, la mano de Gabriel apartó el cabello de su rostro, acariciando su mejilla.
—¿Deberíamos pedir servicio a la habitación? — susurró sin dejar de tocarla.
Nathalie asintió con un suspiro, pero sintió la risa grave que repercutió desde el fondo del pecho de Gabriel, bajo su mejilla.
—¿Sabes que para ello tienes que moverte fuera de mí?
—Estoy cómoda — musitó, arrucucándose más todavía.
—Sí, ya lo creo — contestó por lo bajo.
Las caricias sobre su espalda se detuvieron y Nathalie no pudo evitar tensarse al sentir la punta de los dedos de Gabriel bajar lentamente, por toda su espina dorsal, hasta su cadera y antes de poder evitarlo, se vio envuelta por un ataque de cosquillas. Se apartó como pudo de su pecho, revolviéndose entre sus manos, riendo con escándalo mientras intentaba con toda su fuerza y energía, quitarlo de encima. Pero Gabriel la tenía ahora acorralada contra el colchón, sin darle tregua alguna a pesar de sus súplicas.
—¡Por favor! ¡Por favor! — jadeó en medio de la risa —. Para. Por favor...
—Yo creo que no — atacó sin descanso, viéndola retorcerse alborotada.
Su risa era fuerte y descontrolada y estaba sin respiración, mientras intentaba defenderse.
—¡Gabriel, para! ¡Por favor! ¡Haré lo que sea! — chilló.
Y, así como así, Gabriel apartó las manos de Nathalie, dejándola jadeante y alterada. Él mismo se encontraba sin aliento, mientras la miraba incorporarse y lanzarle una mirada de advertencia y molestia.
Nathalie se secó el par de lágrimas que se le habían escapado y se sentó en el borde del colchón.
—Eso fue... — dijo dandose un momento para respirar profundo —, fue muy infantil...
—Lo sé — sonrió con tal orgullo cómico que a ella no le quedó más que reprimir su propia sonrisa, a pesar de querer mantenerse enfadada —. Pero funcionó.
—Señor — dijo con toda solemnidad y seriedad en el rostro sonrojado —, para tener sesenta años, es usted un niño.
Y ante el jadeo escandalizado de Gabriel y el pasmo evidente en su rostro, Nathalie saltó de la cama antes de que él pudiera atraparla. Tomó la bata esponjosa que estaba tirada en el suelo y se cubrió con ella.
—¿Quién diablos te crees para decir que tengo sesenta años? — inquirió ofendido.
—Creo ser la mujer que se acuesta contigo, querido — sonrió altanera, mientras apretaba el nudo de la bata.
—Pero, ¿sesenta años? ¿No crees que es mucho aumentarme la edad de manera tan cruel?
Gabriel se acercó al borde de la cama y se sentó.
—Oh — Nathalie le miró batiendo las pestañas con inocencia, mientras fingía detenerse a pensar —. Mi error, señor — dijo con toda dulzura —. ¿Tal vez le acomodaría tener cincuenta y nueve?
—Ven aquí... — gruñó, alargando la mano y atrapando su brazo.
Nathalie rió bajito mientras quedaba de pie entre las piernas de Gabriel. Bajó la mirada para ver su rostro fruncido y tuvo que morderse el labio inferior para ocultar la sonrisa insolente.
—Amaneció usted particularmente bromista, señorita Sancouer — masculló, soltando su brazo y pasando las manos desde sus caderas hasta sus nalgas, tirando de ella más cerca y besando su vientre sobre la tela de algodón —. ¿Debería castigarla y atarla lo que resta del día a la cama por ser tan insolente con su jefe?
—¿Pasarme por veinte años merece tal castigo, señor Agreste? No es como si años más, años menos hagan mucha la diferencia — sonrió irrespetuosamente.
—Se está ganando una buena azotaina, señorita Sancouer — le susurró.
Nathalie se mordió el labio un segundo, sintiendo un delicioso estremecimiento recorrerla ante aquella amenaza.
—Sí, por favor, señor — suspiró, mientras él seguía acariciándola.
Gabriel se detuvo un momento y alzó una ceja.
—¿Quién es usted y qué ha hecho con mi perfeccionista, controladora y seria asistente? — cuestionó con la frente arrugada.
Aquello hizo reír en toda la regla a Nathalie. Alcanzó los fuertes hombros de Gabriel y subió las manos por su cuello, hasta hundir los dedos en su pelo rubio salpicado de canas que se encontraba húmedo por el sudor del esfuerzo. Ni siquiera perdió detalle de sus ojos claros y entornados.
—Esta. Todavía sigue por aquí — luego se inclinó hacia adelante y le dio un beso breve en los labios, para luego susurrar contra su boca —. Y si no te pones en movimiento ahora mismo, aparecerá y pondrá todo su maldito mal humor en ti.
Intentó alejarse, pero él fue rápido y tiró de ella hasta tenerla a horcajadas sobre su regazo. Rodeó su cintura con los brazos y hundió su rostro contra el escote que dejaba la bata, para luego ir subiendo beso a beso por su cuello.
—¿Sabes? Puedo despedirla — murmuró.
—Puedes — suspiró Nathalie, inclinándose contra él para darle más acceso a su piel —. Pero ella trabaja de maravilla y me han dicho que es muy eficiente.
—Puedo contratarte — musitó.
Y Nathalie pudo jurar sentir la sonrisa de Gabriel contra su piel.
—Me encantaría trabajar para ti, pero ya tengo empleo.
—¿Y quién es ese cabrón con suerte que puede tenerte todo el día? — se apartó para mirarle el rostro con los ojos entrecerrados.
Nathalie no le miró a los ojos, sino que se preocupó en acariciarlo. Tomando especial atención en acariciar cada línea de sus músculos definidos.
—Oh, nadie especial — dijo despreocupada, pasando los dedos de arriba abajo sobre los brazos que la rodeaban —. Es un tipo feo y malhumorado. Se la pasa ladrando órdenes todo el día. Cree que el mundo gira a su al rededor y tiene un estúpido y horrible gusto por la moda.
—¡Hey! ¿Cómo que feo y malhumorado? — alegó y le hizo brevemente cosquillas.
Nathalie rió con escándalo, pero apartó las manos de Gabriel de su cintura. Suspiró profundo, intentando recobrar de nuevo el aliento.
—Solo digo la verdad...
—Mmmh... — murmuró desde el fondo de su garganta —. La verdad te voy a dar yo cuando te tenga atada y a mi merced, por decir esas barbaridades.
—Sí. Sí... promesas, promesas — sacudió la cabeza con una sonrisa irreverente —. Pero mientras lo haces, hay que ponernos en marcha.
Él entrelazó sus dedos y luego volvió a abrazarla, atrayéndola para comenzar a besarla.
—Faltemos — pidió mordisqueándole el cuello.
—No. Hay un día ocupado por delante — se rió ligeramente y encogiéndose por las cosquillas —. Tú pides el desayuno y yo iré a preparar el baño. Tenemos que deshacernos del olor a sexo antes de planear hacer cualquier otra cosa.
Gabriel pasó la nariz por su cuello e inspiró profundamente.
—Me gusta cuando hueles a mí...
Nathalie se apartó, sujetándolo por los hombros. Subió una de sus manos hasta acariciar su rostro con dulzura.
—También me encanta cuando huelo a ti — le dio un dulce beso en los labios, antes de ponerse de pie —. Pero tenemos cosas que hacer.
Gabriel refunfuñó e intentó atrapar su cuerpo en fuga cuando ella se apartó de su regazo.
—Cancelaré todo — afirmó con convicción —. Sin malditas visitas de extranjeros. Así podré quedarme contigo durante todo el día.
—No puedes hacer eso — sacudió la cabeza —. Esta cita con los Tsurugi lleva semanas agendada.
—Odio esto.
—No. Lo amas. Amas trabajar y yo amo trabajar contigo... además, ¿qué hay de un día sin incentivos?
La mirada de Gabriel se iluminó al oírla
—¿Qué clase de incentivos me vas a dar? — preguntó entusiasta y Nathalie sintió su mirada sobre la espalda.
Contuvo la sonrisa insolente y, al llegar al umbral del baño, lo miró sobre el hombro.
—Encarga la comida, ven al baño, y tal vez te dé un adelanto de cómo puede acabar el día...
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Nota:
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