¿Te quedas por placer?
Nathalie tomó una gran bocanada de aire cuando el chofer le abrió la puerta del automóvil.
Su sonrisa estandarizada no tardó en tomar lugar en sus labios carmesí y, con todo el ánimo del mundo, tomó delicadamente el bajo del vestido de noche, aceptó la mano que le ofrecía el chofer y entró en la parte trasera del coche. El aroma a menta fresca inundaba el vehículo y la voz clásica de Nina Simone le hacía compañía.
—Buenas noches— murmuró con diplomacia, cuando el coche se incorporó de nuevo al tráfico.
El hombre a su lado miraba distraído por la ventana, sin tomarle una pizca de atención. Eso no solía molestarle en lo absoluto cuando se trataba de antiguos clientes que la frecuentaban, pero cuando se trataba de alguien nuevo le gustaba que la cortesía fuera parte del proceso de inicio. No solo porque la había elegido para pasar la noche, sino para que le diera instrucciones claras y precisas y, sobre todo, para poder aclarar cualquier duda que surgiera de camino al evento. No era adivina y tampoco era perfecta, pero hacía un buen trabajo. Así que la actitud tan indiferente con la que había sido recibida, la enfadó un poco. Se aclaró ligeramente la garganta dispuesta a hablar, pero fue descortésmente interrumpida.
—Manténgase a mi lado esta noche. No hable a menos que le pregunten. Si llegan a cuestionar su relación con usted, responderá que solo es una amiga con la que me he reencontrado después de largo tiempo. No haga comentarios desubicados, no utilice improperios estando cerca. Tiene prohibido beber más de dos copas. En cualquier momento de la noche, cuando quiera tomar un respiro o ir al servicio, debe informarme donde se encontrará. Odio a las personas que fuman, así que si lo hace esta noche será despedida. No coquetee con los invitados, soy yo quién está pagando por sus servicios. No me gustan las muestras de afecto, así que vamos a reducir nuestro contacto a que tome mi brazo y un par de piezas de baile. Nos retiraremos antes de las doce, pero en caso de que tenga que pasar allí más tiempo, no se preocupe por sus honorarios de horas extras, le serán pagadas íntegras a primera hora de la mañana.
La falta de gentileza erizó un poco los nervios de Nathalie. Si bien no esperaba que fuera afable, le molestó de sobremanera que fuera tan tosco. Aunque debía admitir así misma, que la forma directa de decirle las cosas, aún si no la había mirado, le agradaba.
Respiró profundo y apretó el pequeño bolso de fantasía en forma de sobre en su regazo. Su mente cien por ciento enfocada en el trabajo, dejando de lado el fastidio. Concentrada en recordar todo lo que ese hombre le había dicho y que, obviamente, no podía olvidar.
—¿Dónde se supone que nos conocimos? ¿En qué lugar nos reencontramos? ¿Hace cuánto tiempo nos conocemos y cuánto tiempo llevamos viéndonos de nuevo? — preguntó con calma.
Eran detalles que alguien preguntaría, siempre terminaban preguntando. Y le gustaba estar bien preparada para cualquier ocasión, ya había pasado su primera vergüenza en una cita, donde el hombre que la había elegido había mentido descaradamente diciendo que era soltero, que estaba allí por trabajo y que le concedió un montón de información falsa que solo la humilló frente a cientos de invitados. Dejándola, irremediablemente, como una zorra. Cosa que Nathalie no era. Porque ella no ofrecía sus servicios a cambio de sexo, sino por compañía. Ese era su trabajo; parecer bonita y un adorno digno de exhibirse, al menos a medio tiempo y solo por las noches.
Ese hombre seco, al fin se dignó a mirarla. Sus ojos grises intensos fueron como dagas al posarse en ella, sin una muestra de emoción en su apuesto rostro.
Nathalie lo estudió, tan seria como él, con las ligeras luces de las farolas de la calle que hacían de la luz intermitente dentro del coche. Su rostro perfilado, sus ojos oscuros, con largas pestañas. Cejas ligeramente arqueadas que aligeraban la dureza de sus rasgos que dejaba ver a contraluces. Sus labios un poco finos, que en ese momento solo le dedicaba una mueca apretada y sin expresión. Se dio cuenta, también, que tenía una seguidilla de cicatrices en su rostro; una larga línea que pasaba por el alto de su ceja derecha y atravesaba a través del párpado para acabar a mitad de su mejilla, de forma diagonal. También una pequeña cicatriz en su mentón izquierdo, y otra cerca de su labio en la comisura izquierda. Ambas más sutiles, pero no menos visibles.
Nathalie se mordió el labio pensativa, mientras lo observaba. No podía hacer comentarios, no era de su incumbencia. Principalmente porque solo era una noche y eran dos desconocidos que no se merecían explicaciones, sin contar de que la vida privada de ninguno de los dos entraban en la transacción económica en la que estaban inmersos. Pero, algo dentro de ella ansiaba tocarle el rostro. Una curiosidad insana se abrió paso en su mente y, mientras más lo observaba más fuerte se mordía el labio inferior para que las preguntas no escaparan de su sistema.
—No preguntarán sobre eso — se limitó a responder luego de un largo momento, su voz sonando ligeramente más enronquecida. Volvió a desviar la mirada a la ventana y a ignorarla, rompiendo las preguntas que en la mente de Nathalie estaban surgiendo —. Solo apeguese a realizar su trabajo y sonría, por favor. No quiero que me atrapen en una farsa por su culpa.
Nathalie contuvo un suspiro, aunque no sabía si era de alivio porque la intensidad que repentinamente se había despertado al mirarlo a la cara, o solo era por la ansiedad de sumergirse en un terreno donde no estaba en absoluto preparada. Lo único que recordaba vagamente del informe que le había dado Alexis, era que se trataba de una fiesta de compromiso, como debía ir vestida y a qué hora debía presentarse a las afueras del hotel donde había sido recogida.
El coche se detuvo y un par de segundos después, el hombre a su lado bajó.
Nathalie se quedó en su asiento, esperando paciente, sabía las reglas básicas de esos eventos. Y abrir la puerta por sí misma no entraba en ningún protocolo adecuado. El chofer abrió, le ofreció la mano y Nathalie le dio una pequeña sonrisa de agradecimiento cuando salió y se reunió al fin con el hombre hosco. Respiró profundo, bajo la atenta mirada de ojos grises apagados que la dejó sin respiración por un momento. Eran intensos y calculadores, incluso algo fríos, pero que prácticamente había hecho que su cuerpo vibrara de expectación con tan solo un vistazo. Tragó disimuladamente y apartó la mirada, con fingido recato, ignorando el calor sutil que inundó sus mejillas. Cuadró los hombros y alzó el mentón.
El trabajo había iniciado, debía ser la acompañante perfecta, para eso había sido contratada. Suavizó sus rasgos y evitó mirarlo directamente a la cara, menos aún a sus cicatrices toscas y notorias, pasó su mano por el brazo que él le ofrecía pacientemente y comenzó a caminar y a subir la larga escalera de la mansión.
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Nota: Este relato lo tenía guardado desde hace como un año. Nunca le hice continuación, pero me gustó la temática en sí y quise compartirlo...
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