
Capitulum XVII
Me había encerrado en casa desde entonces. El período de una semana era lo que a duras penas había pasado y el mes de abril asomaba a la vuelta de la esquina.
El mundo siguió girando, hubo un momento en el que llegué a pensar que se detendría y ese momento sería crucial en mi existencia porque eso significaría que Jimin, habría muerto.
Las pesadillas se volvieron constantes con las escenas del mayor falleciendo de diferentes formas pero con la misma causa, y esa ya la conocían de sobra.
Pero, cuando despertaba, bañado en sudor y el temor a que fuese cierto susurrándome en el oído, ese mismo día horas después, recibía una llamada del más bajo contándome sobre su día y preguntando por el mío, o pidiéndome vernos porque, según él, me echaba de menos.
Me tranquilizaba oír su voz a través del teléfono y más verlo en persona, pero la inquietud de que en algún momento, el castaño se esfumase de mi vida dejando una herida sin poder cerrar tras su partida, estaba ahí, dispuesta a no dejarme descansar en condiciones y haciéndome realizar mi trabajo con dificultad.
Pero, dejando eso a un lado, mi cabeza formulaba recuerdos con aquel pequeño niño, Mochi era el apodo que yo usaba pero no su nombre real, ese no lo recordaba. Momentos vividos a su lado y la manera en la que conocerlo influenció en mi forma de ser en la actualidad.
No me gustaba verlo llorar, sinceramente, no recordaba haberlo visto nunca y por eso, pensar que podría haber derramado lágrimas tristes como en mi visión con el mayor, por esos diminutos ojitos, me hacía entristecer. Lo poco que recordaba era lo bueno que era aquel pelinegro y con eso en mente, no le deseaba ningún tipo de mal.
Llegué a plantearme buscarlo pero descarte esa idea rápidamente. ¿Cuánto tiempo podría haber pasado desde la última vez que lo había visto? Fácilmente, trece años. Lo conocí antes de sufrir de misofobia, con apenas tres primaveras y aquel muchacho con alguna más, era mayor que yo. Había algo que me atormentaba desde que empecé a recordarlo y eso era que nunca llegué a despedirme de él. Poco después de la partida de mis progenitores a un lugar mejor, mi hermana y yo nos vimos obligados a mudarnos por una temporada con unos parientes en Gangweon-Do, al otra extremo de Corea del Sur, de Busan de donde Mochi y yo procedíamos y nos conocíamos. No tuve la oportunidad de decirle a donde me dirigía o siquiera decirle que algún día me gustaría volver a verlo, tampoco tuve el animo por lo destrozada que resulto mi vida de una mañana a otra y como estaba intentando recuperarme poco a poco, aunque nada fuese el resultado de intentar sobrellevar todo a esa temprana edad y con los traumatizantes acontecimientos recientes.
Pensé en contarle de esto a Jimin, de que recordaba a mi primer amor de la infancia y que me gustaría buscarlo para al menos saber que estaba bien pero, claro, ¿Cómo le dices a la persona que te gusta y con la cual mantienes una relación de coqueteo que quieres buscar a otro hombre del que no sabes ni su nombre y que es posible que ni siquiera te recuerde? Mi vida estaba resultando tediosa estos últimos días y la situación con el mayor no ayudaba mucho.
Pero seguía ahí, adelante en aquel camino de rocas y sin mirar para atrás en ningún momento o pararme para tomar un descanso. El camino de mi existencia había tenido algunos baches y desvíos estos últimos meses. Desde tomar el desvío de los sentimientos por el mayor hasta dejar ser tocado por él. Algunos baches emocionales como llorar al enterarme de la relación de mi jefe o los nostálgicos sentimientos por mis padres fallecidos. Habían sucedido muchas cosas en menos de un mes, demasiadas diría yo para lo que mi pobre y frágil corazón podía aguantar. Pero aquí estaba, superando una etapa más con la cabeza en alto y buscando por encontrar la felicidad en la mayor parte del recorrido de la vida posible. Y eso, aguardaba al castaño con ello.
—¿En qué piensas?
—En nada importante, sigo pensando en intentar hacer deporte pero no tengo idea de donde, ¿Querías algo?— respondí con sutileza.
Como pueden imaginar, a pesar de todos los problemas respecto al psicólogo, y que yo aún no tuviese la valentía de volverle a besar o dejarme besar, me encontraba a su lado en un parque de la ciudad.
Me sentía mejor. No dormía lo suficiente por las constantes pesadillas donde el mayor desaparecía para siempre de mi vida y mis días no eran nada productivos cuando lo único que hacia era pensar en Jimin y en la posible localización de aquel pequeño niño con quien yo pase la mayor parte de mi infancia. Pero a pesar de todo, mi condición mejoró y ya no me sentía morir a cada instante.
Esta vez había sido yo el que requería de la presencia del más bajo para distraerme un poco del trabajo, buscando consuelo al hablar con alguien y haciendo mi animo aumentar con la brisa primaveral azotando mi rostro. Como amaba la primavera.
—No. Últimamente estas perdido en alguna parte, ¿Estás bien?— me preguntó mientras caminábamos juntos, observando la vegetación del lugar.
Negué con la cabeza y sonreí al ver como un pequeño lago con patos se alzaba ante nosotros.
—No, todo está bien, solo estoy algo cansado por el trabajo, Tae no quiere darme días libres— fruncí un tierno puchero mirándolo y el chico sonrió por mi acto infantil.
—Seguro podrás descansar dentro de poco. Le diré a Kim que te dé menos trabajo o se las verá conmigo— alzó su brazo, haciendo que sus músculos resaltasen por debajo de las prendas de ropa, aparentando ser más fuerte que el mundo entero.
Reí enternecido por lo adorable que lucía y deseé tirarme a su cuello y repartir besos por toda su carita tierna hasta terminar uniéndonos en unos solo y juntando nuestras almas a través de nuestros labios. Una vez más, el miedo a dañarlo me consumió y terminé por sonreírle tristemente al no ser capaz de realizar lo que quería.
—Eso espero— despejé mi mente de cualquier pensamiento triste y me esforcé por que este paseo a su lado cumpliese mi objetivo. Disfrutar de un rato agradable al lado del castaño.
—Por cierto— ladeó su cabeza contento—, hablando de lo de entrenarse. Estuve pensando y en el gimnasio al que asisto se permiten un número de visitas a los miembros. Podemos llevar a un familiar o un amigo y me preguntaba si tal vez querrías venir conmigo y probar para ver si te gusta o no, ¿Qué dices?— lo miré sorprendido.
—¿Lo dices en serio?— el mayor asintió— ¡Claro! Eso sería genial— exclamé brincando en mi lugar.
La brillante idea del más bajo fue algo impensable para mí. Me gustó, debía admitir que pasar tiempo a su lado me agradaba aunque ya no compartiésemos las caricias de labios que antes solíamos.
—Entonces vayamos un día— comentó contento. Esa idea no me parecía del todo mala.
[...]
Ahorrémonos la semana de preparación a lo que sería una sesión de deporte junto al castaño y pasemos directamente a lo que se convirtió en una especie de infierno para mí.
Cómo había confesado, aquella proposición no me pareció una mala, al contrario, solo vi puntos que ganar a pesar de que estaba nervioso por lo que pudiese suceder.
Nunca había puesto un pie en un gimnasio, pensaba que estos contenían un nivel altísimos de gérmenes al, las máquinas del lugar, ser usadas por todo el mundo. Las duchas y los vestuarios también eran lugares llenos de bacterias y me prometí desde niño no pisar nunca los cambiadores de un centro deportivo.
Lo bueno era que yo podría ejercitarme usando los prototipos del establecimiento sin después hacer uso de sus duchas poco higiénicas. Más tarde necesitaría de un baño, pero no sería allí sino en mi propio hogar, lejos de los parásitos de otros o sentirme incómodo al encontrarme rodeado de puro hombre desnudo y musculoso.
Creo que podrán imaginarse que yo no poseía de ningún tipo de prenda o material deportivo a mi disposición, por ello, me vi obligado a salir de compras y obtener algunas prendas como camisetas aireadas o una bolsa de deporte. Pero, lo que realmente fui a comprar, fueron unos guantes deportivos que me protegiesen sutilmente del contacto directo con los objetos del centro pero que no llegasen a verse raros al ser especiales para realizar actividad física. Era extraño portar unos guantes que cubrían poco más de la mitad de tus dedos además de la palmas, y es que estos no cubrían la punta de los dedos para permitir el movimiento libre de las falanges.
Me resultaron ridículos al principio. Unas prendas que dejaban al descubierto parte de la zona de se suponía que estaban hechos para proteger. Luego más tarde entendí que solo se utilizaban para que, a la hora de tener que agarrar unas pesas o alguno de los manillares de las máquinas, no te hiciesen rozadura.
Ese no iba a ser el uso especial que yo les daría aunque lo tendría en mente de todas formas. Lo que yo quería, era alejarme de cualquier roce con objetos de ese lugar lo más que se me fuese posible.
Después de esta aclaración, una semana después de lo hablado con el mayor, el día en el que pasaríamos una tarde juntos, ejercitando nuestros cuerpos y sudando por ello, llegó tras una impaciente espera cargada de nervios. No iba a mentir si les dijese que no tenía miedo. Lo tenía. Temía que pudiésemos contraer alguna enfermedad al estar allí y eso solo hacía que un angustia profunda me consumiera cada vez que lo pensaba. Pero ya estaba hecho. Yo le había confirmado al castaño sobre mi asistencia la tarde anterior y no podía echarme atrás ahora.
Jimin estacionó su coche frente a mi departamento y nos guió a ambos al lugar donde nos entrenaríamos. Este se encontraba algo alejado de mi hogar y por ello se requería el uso de vehículos para llegar.
Mordía mi labio inferior a lo largo de todo el trayecto en el auto. Estaba desbordándome en nerviosismo y juraría que portar aquella camiseta de deporte y los pantalones algo ancho para que no me incomodasen en el proceso, me estaba haciendo sudar más de lo que estaría cuando el entrenamiento acabase. Moría de nervios.
—¿Estás nervioso?— preguntó el psicólogo mirando al frente en la carretera.
Él estaba ahí, se encontraba a mi lado y estaba seguro de que me protegería de cualquier cosa que quisiese dañarme.
Jimin estaba a mi lado, justo en el asiento a mi izquierda tomando el volante y volteando a ver mi rostro cada segundo que podía. Era tierno de su parte el preguntarme. Sabía que estaba notando la forma tensa en la que jugaba con mis dedos en mi regazo y en como mi vista se perdía por la ventanilla del vehículo, haciendo que mi mente divagase ida en el paisaje en busca de encontrar la paz y librarme de mi actual estado.
Pero él estaba aquí y, escuchar su voz preguntarme me lo confirmaba. Eso consiguió calmarme de alguna forma y me brindó de la fuerza que necesitaba para poder respirar profundamente.
—Un poco, sí—afirmé—. Nunca antes he estado en un lugar como ese— el chico levantó sus cejas sorprendido sin apartar la vista del frente.
—¿De verdad?— asentí— Vaya... ¿Qué más cosas no has hecho?— preguntó cambiando la marcha.
No esperaba esa cuestión y por ello tuve que pararme a pensarlo. Mi condición no me había permitido realizar la mayoría de cosas que los adolescentes hacían, como ir de excursión al campo o visitar un parque de atracciones por la poca distancia que se mantenía ente los desconocidos y tú.
—No pude hacer muchas cosas que los adolescentes y universitarios normales harían— comenté sin interés—. Nunca salí a embriagarme o jugué a verdad o atrevimiento—concluí y el chico bajo me dió una corta mirada.
—¿Nunca has jugado?—negué— Entonces debemos hacerlo un día— me sonrió cálidamente mientras aquel hacía que me perdiera en su angelical rostro y lo mirase, embobado.
Llegamos con el pasar de los minutos y el mayor estacionó su choche en el aparcamiento del lugar como miembro que era. Entramos y una amable recepcionista saludó a Jimin. Parecía que el castaño era alguien regular en el centro y aquello me lo demostró las sonrisas y saludos que recibía el bajo cada segundo. Admiré el lugar. Altas paredes y varias salas a lo largo de un pasillo con destino a la zona de máquinas. Había varias personas teniendo sus clases de zumba y otras realizando spinning. El mayor no perdió un segundo en prestarle atención a aquellas actividades, dirigiéndose directamente a las máquinas pesadas y las cuales tenía entendido que el más bajo solía frecuentar. No me imaginaba a Jimin haciendo una clase de zuma. Reí internamente al pensar en como debería verse el castaño siguiendo una coreografía mientras llevaba unas mayas de deporte que hacían resaltar sus glúteos. Caliente.
—Muy bien— nos detuvo en la gran sala. Hombres musculosos habitaban el lugar ejerciendo cada uno su practica y demasiado centrados en lo que hacían como para notar nuestra presencia. Me alivió saber que no tendría ojos curiosos puesto en mí, no era de mi agrado ser observado todo el tiempo— ¿Por dónde quieres empezar?— habló emocionado.
—¿Qué sueles hacer tú?
—Varios tipos de sesiones. Son algo duras así que primero empecemos por algo que no te destruya en cinco segundos— afirmó el castaño, dándome la espalda en busca del ejercicio por el que empezaríamos y observando cada detalle con precisión.
—¡Oye!— me quejé— No soy un flojo— crucé mis brazos sobre mi pecho y el mayor se giró a mirarme con sus rostro reflejando diversión al yo fruncir un puchero.
—No, claro que no— me sonrió de lado insinuando que solo decía aquello para molestarme más. Iba a reclamarle, mi intención era demostrarle al más bajo que yo no era una persona débil y que podría soportar cualquier rutina deportiva por muy brusca que fuera. Mi orgullo valía más que un dolor en el cuerpo más tarde que se pasaría con el tiempo. Pero mis palabras quedaron ahogadas al ver como los ojos del castaño se iluminaban al visualizar algo a mi espalda y me giré para comprobar de que se trataba—¿Por qué no corremos un rato?— esta vez me miró a mí y lo observé asustado.
¿Me imaginan corriendo en una cinta? ¿A mí? ¿A Jeon Jungkook quien no ha realizado deporte en su vida y que ahora se arrepentía profundamente de habérselo planteado siquiera? Sentía que ese día, sería el último de mi existencia porque sí, iba a morir de cansancio o por falta de oxígeno.
Estaba aterrorizado, más, no lo demostraba. Las cintas de correr tenían un punto bueno y este era que no se requería de ningún contacto para realizar el ejercicio. Pero no creía que aguantase mucho realizando la carrera y no deseaba quedar mal frente al chico. Con ello en mente y mi orgullo de por medio—no olviden lo del orgullo, todo lo hacía por él— asentí y ambos comenzamos a correr en nuestras respectivas máquinas.
Al principio fue bien. Me sentía ágil como un felino y ligero como una pluma. El aire no me faltaba a pesar de que ya llevaba más de diez minutos corriendo y mis pies parecían moverse por si solos. Todo estaba bien, me había preocupado por estupideces. Yo podía hacerlo. Pero no pensé lo mismo cuando ya eran los veinte minutos los que transcurrieron y el aire me faltaba de verdad. Tuve que disminuir el ritmo de la máquina y recuperar algo de aliento para poder seguir en pie y no verme como alguien flojo. Era difícil no lucir débil cuando Jimin —quien había estado llevando un ritmo tres veces mas rápido desde un inicio— lucía como si en realidad el esfuerzo que estaba haciendo no fuese nada. El sudor caía por la frente de ambos, la diferencia era que Jimin se veía jodidamente caliente con él en su rostro y, la forma en la que fruncía sus cejas al estar concentrado pensando en a saber qué, era tentador de hacerme detener las cintas y tirarme a besarlo. Claramente no lo hice y solo aguanté en silencio hasta que los treinta minutos de carrera continua se marcaron en el reloj de la máquina y Jimin decidió detenernos.
—¿Estás bien?— me preguntó mientras bebía agua de su botella.
—Claro que sí, ¿Por quién me tomas?— solté un bufido de incredulidad simulando estar ofendido cuando en realidad hacía lo posible por recuperar la respiración. Hoy definitivamente sería el día de mi muerte.
—¿Entonces seguimos?—cuestionó.
—¿Seguir?— hablé alterado. Pensaba que ya habíamos terminado y nos íbamos— ¿Con qué?— sonrió y dejó la botella a un lado para señalar un lugar con pesas.
Barras y hierros enormes se encontraban algo apartados del resto de máquinas y hombres rudos, con unos brazos increíbles, esculpidos en piedra, era el tipo de persona que se encontraba en esa zona. Palidecí de inmediato, yo no sería ni por asomo capaz de levantar algo con esos bracitos delgados y sin músculos que poseía. Era hombre muerto si decidía intentarlo y alguna de esas pesas me llegaba a caerme encima.
—Ya...—reí con nerviosismo, sobando mi nuca— Verás, no sé si seré capaz de levantar algo, Jimin.
—Estoy seguro de que si— agarró mi muñeca y me guío al lado de las máquinas de peso—. Inténtalo al menos— me sonrió para luego sentarme en uno de los aparatos y se paró detrás de este, manipulándolo, suponía que el nivel de dificultad. Solo me senté en el asiento almohadillado y esperé por sus ordenes—. Bien— habló—, inténtalo ahora— asentí y agarré ambos manillares a mis extremos.
Aquel artefacto estaba diseñado para que impusiera la fuerza en la zona del torso y los brazos al estos tener que llevarlos a tu pecho para así levantar el peso cargado a la espalda.
Como el castaño indicó, hice la fuerza necesaria para poner en funcionamiento mis músculos, sorprendiéndome notablemente cuando la tarea del levantamiento de peso no resulto difícil y sonriendo por ello.
—Es más sencillo de lo que pensé...— comenté al oír como el mayor manipulaba de nuevo el aparato.
—Por supuesto, solo llevabas una pesa de un kilo, se irá dificultando a medida que añada peso— se paró frente a mí y lo miré aterrado, él me sonrió tiernamente—. Hagamos un par de sesiones y luego entrenemos abdominales— el psicólogo preparó la máquina a mi lado a su gusto y se acomodó en ella para comenzar a trabajar sus brazos.
Yo solo me limité a realizar la misma acción. El problema fue cuando de pronto, la ligereza con la que había levantado el anterior peso impuesto por el chico bajo, resultó volverse más pesado, haciendo que mis brazos temblasen débiles y tuviese que verme obligado a realizar un esfuerzo sobrehumano para levantar aquellas pesas.
Oí al castaño reír a mi lado. Maldito enano, lo ha hecho a propósito. Bufé con molestia, no quería que Jimin saborease su victoria antes de tiempo y pondría todo de mi parte por borrarle esa sonrisa de superioridad, destrozándome los brazos y espalda. Ganaría esta pequeña competición por ver quién tenía razón y Park Jimin aprendería con qué o quién no se debe jugar. Estaba decidido a superar ese entrenamiento de prueba.
[...]
—¡Dios! Siento que voy a morir— me quejé frotando mi hombro adolorido. No había parte en mi cuerpo que no ardiese en dolor y ahora me arrepentía de haber aceptado.
Como pueden imaginar, perdí en esa especie de apuesta con el castaño, viéndome obligado a desistir en mitad de la sesión de levantamiento de peso y rogándole al bajo por un descanso en busca de aire para mis pulmones.
El mayor de verdad se preocupó por mí, incluso me preguntó si debíamos llamar a una ambulancia o si necesitaba de asistencia médica. Fue muy divertido ver todas sus expresiones nerviosas pero no me divertí sabiendo que él estaba sufriendo en preocupación por mi culpa. Le aclaré que estaba bien, que solo necesitaba un descanso y nada más. Jimin soltó un suspiro aliviado y se sentó a mi lado para no dejarme solo mientras yo me recuperaba poco a poco.
El día de deporte terminó mejor de lo que esperaba. De ante mano, Jimin me avisó de que era posible que a la mañana siguiente yo despertase sin poder mover mi cuerpo y por un momento llegué a asustarme de que fuese una parálisis. Luego, me explicó que era normal si no estabas acostumbrado a realizar ejercicio y que se pasaría en unos días.
Fue ameno el tiempo a su lado y lo disfruté a pesar de que sentí que mi corazón sufriría un paro por el esfuerzo que le estaba ejerciendo, o mi cuerpo no soportaría más y se desplomaría en medio de la sala. Pero nada de eso sucedió y me sentía orgulloso de mí mismo al haber realizado algo que siempre había querído pero nunca tuve el valor de intentar. Estaba feliz conmigo mismo.
El psicólogo no tardó más de cinco minutos en salir de las duchas del gimnasio con su pelo castaño húmedo y completamente libre de rastros de sudor. Por obvias razones, yo no haría uso de aquellas regaderas. Ya saben, todos los gérmenes y bacterias que se concentraban en lugares como ese más los hongos por causa de la humedad. Tampoco tenía ganas de que ojos de hombres ajenos observasen mi cuerpo desnudo sin pudor como si yo fuese un trozo de carne.
Así que, con eso en mente y mi cuerpo aún sucio por el esfuerzo físico, nos subimos al auto del castaño y nos dirigimos a mi departamento. Ya me ducharía una vez llegásemos para más tarde pasar otro par de horas al lado del chico bajo.
— Y, ¿Qué opinas?— preguntó el mayor mientras conducía. Se refería a la experiencia de hoy.
—Estuvo mejor de lo que creí pero no volvería a hacerlo. ¡Casi me muero!— hice una mueca molesta al oírlo carcajear. En el fondo me alegraba escuchar su risa amena y con solo eso mis oídos se sentían saciados con la melodía de la voz del mayor.
—No exageres, yo lo hago seis horas a la semana y no me quejo— me dió una corta mirada, sonriendo. Pero yo no tuve tiempo de procesar sus palabras con coherencia.
—¿¡Seis horas!? ¿Y sigues vivo?— el castaño carcajeó más fuerte— Desde ahora creo que mereces más respeto por soportar esa tortura semanalmente. Yo no pienso volver a pisar un gimnasio jamás— declaré con el orgullo algo tembloroso pero firme. Estaba seguro de que no volverían a ver mi rostro en ningún centro deportivo por lo que restaba de mi vida.
Llegamos a mi departamento y dejamos nuestras cosas a un lado de la sala. Le pedí al mayor que se acomodara donde gustase y esperase a que terminara de ducharme para deshacerme de los rastros de sudor en mi cuerpo. Al estar en la estación de primavera, el anochecer iba retrocediendo su llegada y las horas de luz en el día aumentaban a medida que nos acercábamos al verano. El reloj a penas marco las 19:45 p.m. cuando escuché sonar mi teléfono en la sala y gruñí con molestia al no poder responder.
—¡Jimin!— le grité desde el cuarto de baño— ¿¡Puedes responder por mí!?
—¡Si!— le agradecí por hacerlo y me apuré en salir.
No tenía idea de quién podría ser el remitente de la llamada. Solo tenía tres opciones posible y uno se encontraba en mi sala de estar contestando a una de las otras dos posibles persona, mi hermana —que no creía que fuese ella por las horas— o mi jefe, algo que no me sorprendería pero que también sería de extrañar por las horas de igual forma.
Tratando de pensar en quien se trataba al emisor de la llamada que el mayor se encargó de responder, me vestí con ropa casual y me dirigí a la sala secando mi cabello negro con una toalla. Cuando llegué Jimin acababa de colgar y se disponía a acercarse a mí para informarme.
—¿Quién era?— le pregunté.
—Era Kim, hablaba sobre el caso 4-0-3-9, un tal Sr. Cho y dijo que es urgente— informó y mi sangre se heló al oírlo—. Pidió que te dijese eso y que lo llamases cuanto antes, parecía nervioso— concluyó.
Mi cuerpo fue recorrido por una descarga eléctrica. Esto no podía estar pasándome justo hoy, ¿Cierto? Todo estaba bien y el Sr. Cho saldría adelante después de haber estado varios años internado en la UCI. Él no podía abandonarme. No ahora cunado las cosas parecían ir mejor y yo necesitaba que él viese de mi mejoría.
—¿Jungkook?— el mayor me llamó al ver el estado de trance en el que me sumí por sus palabras. Él sabía que había algo mal con lo que mi superior le había dicho y estaba confuso seguramente.
—¿Podrías acercarme al hospital?— le pregunté, corriendo a mi escritorio y rebuscando entre todos los papeles y documentos que disponía sobre el caso de aquel hombre anciano al que tanto cariño le tenía.
—Si, por supuesto— respondió sin entender. El problema era que un estado de crisis me estaba consumiendo y no tenía tiempo que perder porque la vida de ese hombre corría peligro.
—Gracias, te lo agradezco— Jimin asintió y corrí a calzarme ignorando si mi atuendo era el indicado o no para la situación. Era urgente y debía salir de casa cuanto antes.
Nos subimos al auto del mayor y este empezó a conducir rumbo al centro hospitalario. Disponía de unos diez minutos para revisar toda la documentación recogida respecto a la condición del Sr. Cho y buscar soluciones para esta con la poca información que Taehyung le había mandado al más bajo transmitirme.
Como era costumbre y en una muestra de desespero, recogí mi pelo en la coleta alta que utilizaba para trabajar y que Jimin ya conocía. Ahora no me importaba si todos en el hospital me presenciaban con coleta o no.
Releí y volví a leer los papeles. Llamé al pelimenta como él había solicitado y me envió por correo los asuntos del caso actual. Volví a leer las hojas impresas con el informe y luego el correo telemático con la información. Gruñí al encontrar la posible solución. Tal vez sonó cómo un quejido de molestia pero es que ahora no tenía tiempo para alegrarme al haber resuelto el problema.
—¿Hola? Sí, soy el Doctor Jeon, ¿Pueden pasarme con Lee Jogin? De mi equipo, gracias— hablé con la recepcionista del hospital por teléfono— Lee, quiero que imprimas los últimos dos informes del caso del Sr. Cho y que salgas con ellos a la entrada. Iré en un auto negro marca Toyota camry— informe a través de la lineal y mirando por la ventanilla—. Sí, prepara también la sala de operaciones para cuando llegue, debemos actuar rápido.
—Pero, ¿usted esta en condiciones de operar, Dr. Jeon?— preguntó el muchacho perteneciente a mi equipo de médicos.
—Lo haré de todas formas, así que hazlo.
El joven no tardó en asentir. Conocí a aquel chico de cabellera roja cuando una vez tuve que darle unas practicas y el muchacho resultó encariñarse conmigo en exceso. No le di importancia, eran asuntos profesionales y yo solía mantener mi vida laboral lejos de la privada. Este caso era una excepción al tratare especialmente del Sr. Cho.
Jimin no comentó palabra en todo el camino, le agradecí internamente que no lo hiciera porque juraría que explotaría en llanto si alguien se ponía a interrogarme sobre lo que pasaba. Le debía una explicación y se la daría cuando todo el problema se resolviese.
Llegamos a la entrada del hospital, mi corazón latió furioso al pensar en que el Sr. Cho podría estar falleciendo en este instante y no tardé en salir del coche al ver al muchacho pelirrojo con el nombre de Jogin sosteniendo las hojas que había solicitado. El joven se acerco con rapidez y reverenció en muestra de respeto. Lo saludé de igual forma y revisé el papeleo entre mis manos.
—Esta todo lo que me pidió ahí, Dr. Jeon.
—Gracias, vamos, no tenemos tiempo que perder— antes de entrar al edificio que se convertiría en mi infierno personal por unas horas, giré sobre mis talones para observar al mayor aún en su auto esperando por una señal de mi parte.
Me acerqué a él, rodeando el coche y dejando un corto beso de labios al encontrarse la ventanilla del conductor bajada por mi petición minutos atrás.
—Gracias Jimin— le agradecí y pude observar el asombro por la muestra de afecto que yo mismo había rehuido durante esta semana—. Vete a casa, estaré aquí toda la noche— informé con desgano. El castaño frunció su ceño, disconforme.
—¿Trabajarás toda la noche?
—No me queda de otra, es el Sr. Cho del que hablamos— reprimí un sollozo cuando la mención de que hombre que esperaba por mí se implantó en mi garganta—. Lo siento, tengo que irme.
—¿A qué hora terminarás?— me pregunto, deteniéndome.
—Sobre las siete de la mañana— respondí.
— Está bien, entonces vete, cualquier cosa llámame— asentí y corrí con el muchacho pelirrojo siguiéndome por detrás.
Al cruzar las puertas de aquel hospital, sin mascarilla, sin guantes que cubriesen mis manos y sin desinfectar los pasadores previamente, me estaba exponiendo a cualquier enfermedad. Pero eso ya no importaba, ahora lo que de verdad importaba era la vida del Sr. Cho.
[...]
Fue una noche difícil. Nada más entrar a quirófano, Taehyung estaba esperándome con el resto de mi equipo para informarme de la situación. Me cayó una lluvia de ideas y teorías que hicieron doler mi cabeza más de lo que esta ya estaba doliendo y tuve que respirar hondo varias veces para calmarme y poder continuar.
Acepté las sugerencias de mis compañeros, pero ellos mismos votaron por mi idea cuando expuse esta y a todos les pareció la mejor opción. No dudé en lavarme y prepararme para comenzar con la operación donde era una de la personas más importantes para mí a la que había que salvar. Por ello, los nervios, el miedo y la angustia estaban carcomiendo mi corazón con cada segundo que transcurría en ese centro.
Para mi fortuna, todo fue bien, puede salvar a aquel hombre mayor que ahora descansaba con sueros en una habitación y conseguí respirar bien al fin cuando salí del hospital con los primeros rayos de luz del día azotando mi rostro y el silencio de la mañana inundándome por completo. Había sido difícil y cansado, pero había merecido la pena.
Mi animo se levantó de repente cuando un castaño con un par de vasos de café y una bosa de bollos apareció en mi campo de visión a las siente en punto de la mañana, hora que yo le había dicho que saldría ayer e, inconscientemente, sonreí acercándome a él a estar apoyado en su coche.
Llegué a su altura y me tiré a sus brazos, comenzando a derramar las lágrimas de miedo que había estado reprimiendo toda la noche. Mi corazón se contrajo al pensar que pudo perder a lo que se comparó a un padre durante todos estos años y mi alma lloró de felicidad al saber que lo había salvado. Una mezcla de bienestar y terror eran las lágrimas que bañaban mis mejillas y se perdían en la camisa negra del más bajo.
—Tranquilo pequeño, tranquilo...— Jimin me brindó del consuelo que anhele durante la noche complicada y, finalmente, partimos en su auto a mi departamento para desayunar algo. Si que tenía hambre.
[...]
—Gracias otra vez por esto, Jimin— le agradecí por venir a recogerme a tan altas horas de la mañana—. De verdad no era necesario— probé del pastel de zanahorias que había traído en la bolsa junto con las bebidas calientes.
—No lo agradezcas, quería estar contigo— sonrió con calidez y la culpabilidad punzó en mi pecho.
A pesar de no saber el motivo por el que me había alterado, sin conocer la razón por la cual había corrido al hospital, lugar al que tanto temía, y luego me había lanzado a llorar frustrado en sus brazos, Jimin estaba aquí, acompañándome en una mañana más de primavera para él pero que, para mí, se volvería una que recordar por el gesto tan amable que había tenido el mayor conmigo. Lo agradecería siempre y por eso quería abrirme una vez más con el bajo y compartirle de pequeñas cosas de mi insignificante vida.
—Cuando pasó todo lo de mis padres—sujeté con ambas manos el vaso de café y miré el oscuro contenido en su interior— el Sr. Cho fue uno de los oficiales de policía que se encontraban en mi casa cuando llegué ese día— comencé y pude notar la mirada interesada del mayor sobre mí—. Él me informó de la manera más calmada posible lo que había sucedido y luego me abrazó cuando me puse a llorar— apreté el vaso con nostalgia—. Mi hermana y yo nos quedamos huérfanos a una temprana edad. Min Hwa no tenía la mayoría de edad para hacerse cargo de nosotros y costaría unos meses quedarnos con un familiar. La policía quería enviarnos a un orfanato mientras tanto pero aquello no era compatible conmigo cuando la misofobia comenzó— aclaré y levanté la vista para mirarlo. Mis ojos estaban cristalinos reteniendo las lágrimas —. El Sr. Cho fue una de las primeras personas en saber sobre mi fobia y me entendió, por ello nos dió un techo y comida por el tiempo que tenía pensado la policía mandarnos al orfanato. Fue como un padre para mí en ese entonces. Me ayudó con la tarea, me dejaba ver la televisión y me regañaba si no recogía mis cosas— sonreí triste al recordarlo—. Luego, nos mudamos a la otra punta de Corea por unos familiares que nos acogieron y regresamos a Busan cunado mi hermana fue mayor de edad y consiguió un trabajo— suspiré con pesadez, me estaba costando seguir narrando la historia—. Claramente, no teníamos mucho dinero pero vivimos con ello. Yo conseguí graduarme en la preparatoria con grandes calificaciones y entrar a la universidad con una beca, ayudé a Min Hwa con la renta del apartamento donde vivíamos con una trabajo de cuidador de niños por las tardes. El Sr. Cho nos ayudó una que otra vez y se preocupaba en preguntarnos si necesitábamos algo o si estábamos bien. Pero él era un hombre mayor y hace unos años tuvimos que internarlo en el hospital por problemas con su sistema funcional—el primer sollozo escapó de mis labios—. Pedí su caso, quería saber lo que sucedía con él y ayudarlo con todo lo que p-pudiese— tartamudeé roto—. Cuando Taehyung llamó, estaba diciendo que el Sr. Cho había tenido una recaída y que necesitaba entrar a la sala de operaciones de inmediato. Ahí me asusté— hice una breve pausa, desviando mi vista a la gran ventana de la sala donde se encontraba la maceta floreciente que el castaño me había encargado cuidar como pago a las sesiones. Sonreí mirándola—. Conseguí salvarlo Jimin, pero eso no quita que aún tema porque pueda sucederle algo. Y-ya perdí una vez a mi padre, no quiero volver a hacerlo...
— Y no lo harás, estoy seguro de que hiciste bien tu trabajo y el Sr. Cho estará bien— se acercó a mí y rodeo mi cintura con sus brazos, apoyando su cabeza en mi hombro.
Eso era justamente lo que necesitaba. Calor, consuelo y compañía, nada más.
—Gracias, Jimin...
—No hay de que, Kook.
Después de eso, me quedé dormido en su regazo en el cómodo sillón de la sala. El castaño acariciaba mi cabello aún recogido en aquella coleta y yo solo descansaba los ojos después de no haber dormido nada aquella oscura y tediosa noche. Le ofrecí al mayor que se fuera a casa pero el chico negó diciendo que no tendría nada mejor que hacer y decidió dejarme descansar a su lado. Definitivamente el amor recíproco que sentimos Jimin y yo era algo grandioso y deseaba no perderlo nunca, aquello me destrozaría.
Buenas ^^
Les dejaré por aquí este cap. Siento si a partir de ahora mi forma de narrar/describir cambia, estoy intentando mejorar a base de críticas constructivas y eso (. ❛ ᴗ ❛.) me esforzaré al máximo así q espero q lo disfruten.
Gracias por leer, votar y comentar la historia, muchísimas gracias!! (≧▽≦)
Nos vemos en el siguiente.
( ◜‿◝ )♡
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