Capitulum IV
No sabía en que momento ni cuando pero el cielo parecía que se partiría en dos y de el caerían rayos abrasadores a su paso.
El diluvio impactaba con fuerza sobre el asfalto y mojaba todo a su paso abrumador. Los charcos en las aceras podrían considerarse lagunas y si no hubiese visto con mis propios ojos aquella esfera luminosa apenas hacia una semana, no creería nunca la existencia de aquella.
Tan oscuro, tan gris, tan deprimente.
Todo a mi alrededor podría describirse con esas palabras con un significado nada agradable y, para mi infortunio, tuve que atravesar aquella tempestad mientras se encontraba en su mayor esplendor.
Hacia apenas unas horas, había huido de la casa del rubio cuando sentí que mi cuerpo reaccionaba de nuevo a las señales que mi cerebro mandaba y me había largado de aquel lugar que ahora, con solo recordarlo, mi cuerpo era recorrido por escalofríos desagradables.
La angustia que sentía al ser conocedor por la propia boca del mayor que sus preferencias eran los hombres y, aquella demostración por parte del desconocido quién interrumpió nuestra conversación, eran sensaciones que sabía de sobra que a nadie le gustaría sentirlas nunca.
De todo este incidente, le agradecí internamente al moreno quien intentó besar al chico de bajos complejos, por hacerme ver con el tipo de persona con la que yo me estaba abriendo y en la que, supuestamente, se convertiría en mi apoyo para superar mi desgraciada condición.
Aún podía sentir el roce de pieles en aquel supermercado semanas atrás, y cada vez que lo pensaba, debía ir a al lavabo para enjabonar el lugar que estuvo en contacto con aquel, sintiendo las náuseas instalarse en mi garganta y reteniéndolas a duras penas.
A pesar de la tempestad en el exterior, salí de la casa del rubio y cerré la puerta como él había pedido. El diluvio no tardó en empaparme completamente como si fuese un perro abandonado, y no me quedó de otra opción que correr bajo el manto de nubes grises, esperando por regresar a mi residencia y darme una cálida ducha para calmar el frío que había calado hasta mis huesos.
El baño de agua tibia fue lo único que consiguió tranquilizarme mínimamente, y mi organismo se sintió limpio de nuevo. Pero hilos de pensamientos se enredaban en mi mente, volviendo a pensar en el psicólogo de baja estatura.
Tenía claro que no quería volver a verlo. Más bien, no podía, por la sencilla razón de que mi razón y cuerpo no lo toleraban y no estaría bien ante su presencia ahora que conocía de su paradero.
La hora del almuerzo había llegado poco después de que mi baño concluyese, entrando a la sala de estar con una toalla alrededor de mi cuello, vistiendo ropa cómoda de andar por casa.
Chisté la lengua molesto al haber perdido cualquier indicio de hambre por lo sucedido y decidí dormir por un rato más para calmarme del todo.
Mi pelea con el castaño me había dejado dolido y, el descubrimiento de la sexualidad del rubio, no ayudó a mi pobre alma que sufría en silencio en lo absoluto.
Una siesta arreglará todo, fue lo que pensé.
[…]
Ese día, el sol brillaba resplandeciente. Los pájaros podían ser escuchados junto con la risa de algunos estudiantes y la sonrisa en mi rostro mostraba a la perfección como me sentía. En paz y calma, sumido en la felicidad típica de un niño de mi edad.
Estaba contento porque mi nota en un examen de matemáticas había sido excelente y, orgulloso de mi resultado, salí corriendo en busca de mis padres quienes vendrían a recogerme.
Uno de mis compañeros se despidió de mi cuando su progenitor pasó a recogerlo en la entrada del colegio y el adulto me preguntó por mis padres.
"Ellos vendrán pronto", recuerdo contestar.
El edificio estudiantil fue vaciándose con el pasar de los minutos y, en cuestión de una hora, yo era el único en el lugar junto los conserjes.
—¿Tus padres no vendrán por ti, joven?—uno de los conserjes se acercó a mí, sosteniendo una escoba entre sus manos.
— Deberían haber llegado hace una hora...¿Usted cree que se habrán olvidado de mí?— con la mira en el suelo, le pregunté al hombre.
Aquel señor, se arrodilló a mi lado, mirándome con lástima, como si yo fuese un niño vagabundo sin padres que me quisiesen cuando eso no era así.
—Mira hijo— comenzó —, a veces, los padres tienen muchas cosas en la cabeza, el trabajo, hacer la comida, comprar. Ellos tienen que pensar en muchas cosas durante el día. Pero, algo de lo que estoy seguro, es que ellos nunca quieren olvidarse de sus pequeños—hizo una corta pausa mirando hacía el cielo—. Pero los niños, tienen que saber que aunque sus padres se olviden de ellos por unas horas, nunca olvidaran el cariño fraternal que sienten hacía vosotros. Eso tenlo por seguro—concluyó sus palabras y se giró para mirarme, una sonrisa se hayaba en sus labios.
Aquel anciano tenía razón. Yo era consciente de la cantidad de cosas que mis padres tenían que hacer y muchas veces había presenciado como ellos eran olvidadizos con algunas cosas.
Me sentí culpable por haber pensado que ellos se habrían olvidado de mi para siempre porque fue su elección. Pero aún así, no podía evitar sentir algo de enojo al saber que posiblemente no se acordasen de que debían pasar por mi escuela antes de regresar a casa y eso me molestaba.
Era egoísta de mi parte por sentirme abandonado por mis progenitores cuando sabía que ellos habían acabados exhaustos después de nuestro viaje de apenas una semana atrás y que, los últimos días, ellos no habían dormido en condiciones, quedándose desvelados a altas horas de la madrugada, finalizando documentos y papeleos que no habían realizado por su descanso laboral.
—Tiene razón, ellos vendrán por mí, esperaré un poco más, gracias.—convencido de que mis adultos llegarían en mi busca en cualquier momento y se disculparían por su olvidadiza cabeza invitándome a un gran helado, sonreí, despidiéndome de aquel hombre quien me había hecho recuperar la esperanza de que mis padres vendrían en mi busca, y se retiraba para continuar su trabajo en la limpieza de las aulas.
Pero poco duró mi esperanza cuando ya eran tres horas las que pasaban desde que yo había estado solo, esperando por ellos, sentado en el frío bordillo en la vereda frente a mi institución, sintiendo como la ira y el enojo florecían en mi piel por todo el tiempo desperdiciado y, perdiendo las ilusiones de que mis padres me recogiesen, decidí regresar por mí mismo a mi hogar.
El sol apenas mostraba sus últimos rayos y las estrellas en el firmamento comenzaron a ser visibles pocos minutos después de emprender mi caminar.
Pateé y maldije en voz alta durante los primeros minutos de regreso por la calle desierta de personas, introduciéndome poco después, por uno de los callejones que a veces tomábamos de atajo para regresar antes.
Grave error.
Lo que yo no esperaba era que uno de los seres más repulsivos de este universo se encontrase escondido bajos las sombras en ese callejón que en cuestión de segundos odié hasta la muerte.
Estaba sumido en soltar mi frustración mientras caminaba mirando al suelo que, una voz fuerte y masculina que desconocía por completo, me hizo temblar y detenerme en seco.
—Hey muchacho, ¿Qué haces tan solo por aquí?—el desconocido preguntó mientras se acercaba peligrosamente a mí.
Sentí un escalofrío recorrer cada parte de mi cuerpo al ver como aquel individuo, con un brillo que no me agradó en lo absoluto, esbozaba una sonrisa malévola en sus secos labios tras observarme de pies a cabeza.
—¿Estás perdido?— volvió a preguntar. Pero, mi estado de miedo, no me dejaba articular palabra, tragando saliva a duras penas.
—N-no, voy a casa...— logré contestar al fin.
—¿A casa? ¿Dónde están tus padres?
—E-ellos tenían cosas que hacer y-y no vinieron a recogerme...
El hombre misterioso sonrió aún más ampliamente y llevó una de sus manos a mi cabello para acariciar uno de los mechones negros que caían por mi frente.
Volví a tragar saliva, mirándolo con miedo.
—Así qué, una cosita pequeña como tú, está solo a estas horas de la noche, ¿No tienes miedo?—negué con mi cabeza, alejándome ligeramente de él.
Aquello pareció molestarle.
—Pues deberías.
Tras soltar eso, el hombre de unos 50 años y con arrugas por todo su rostro, sostuvo una de mis muñecas con fuerza, haciéndome gemir de dolor, estampando mi espalda con brusquedad contra la pared más cercana.
Consiguiente, llevó su mano libre hacía mi rostro, sujetando mi mentón para que lo mirara y temblé cuando se acercó a mi oído, provocando que sus secos y agrietados labios rozasen mi lóbulo.
—Si no te mueves, no te dolerá.— susurró lascivamente.
Las primeras lágrimas brotaron de mis ojos al saber que era lo que sucedería conmigo si nadie venía en mi ayuda y solo recé para que nada ocurriese y aquel hombre no me lastimase.
Había escuchado hablar a mis padres sobre el tema de las violaciones y abusos a menores y mujeres, sintiendo completa lástima y un ahogador nudo en el estómago al apreciar las espantosas imágenes del reportaje.
Nunca pensé que aquel tipo de casos se daría en mi y lo viviría con una experiencia en primera persona. Siempre estaba acompañado de mis padres o iba con un grupo de amigos a parques en los que el tránsito de personas era alto.
Pero fui ingenuo en pensar que, si alguna vez la ocasión se daba, yo podría defenderme y correría, escapando de la situación desafortunada. Ahora que la vivía en persona, podía comprender el por qué las víctimas de los reportajes no hacían nada por defenderse y lo entendía mejor que nadie, por qué mi cuerpo no reaccionaba a nada ante el miedo y se limitaba a temblar, acompañado de mis sollozos desesperados. Ni siquiera pensar podía y eso se debía a que, en mi mente, no había nada. Estaba en blanco, poseyendo un estado de sumisión y negación al mismo tiempo.
—P-por favor...—rogué entre sollozos, viendo al hombre desabrochar con desesperación el cierre de sus pantalones.—P-por favor, n-no me haga daño, se lo suplico...
—¡Cállate!—me estremecí por su grito—Como se te ocurra hacer algo te mataré aquí mismo, niñato.
Sollozando aún más alto, llevé ambas de mis manos a mi boca para que no se escuchasen alto mis lamentos y, así, ese hombre no se enfadase más de lo que parecía. Aprecié el olor a alcohol que emanaba de su cuerpo, dándome a entender que el extraño no se encontraba en sus cinco sentidos y que, cualquier movimiento por mi parte seguramente lo enfureciese de sobremanera.
Terminó de desabrochar el cierre de sus vaqueros holgados y mi vista, nublada por las lágrimas, se dirigió a aquel lugar que el hombre acababa de liberar. Su miembro erecto por la excitación del sufrimiento ajeno, empujaba contra su bóxer y me sentí asqueado ante tal presencia.
No entendía y nunca lo haría el cómo personas miserables, como aquel lo era, podían excitarse con el sufrimiento de las personas frente a ellos quienes parecían que iba a romperse en cualquier momento y comprendía aún menos cual era la necesidad de sus malévolas acciones.
Mientras que yo sufría y buscaba en silencio la forma de librarme de aquel, el hombre me observaba lujurioso como si de un juguete me tratase.
Mi mente divagaba, cuestionándose el por qué aquel hombre podía sentir calor en su cuerpo mirándome, cuando ambos éramos hombres.
Mis padres siempre me habían educado y enseñado que mi destino era estar con una mujer y tener niños para traspasar el apellido Jeon y, a mi parecer, aquello estaba bien. Nunca me había fijado en ninguno de mis amigos como algo mas que eso, amigos, y nunca me imaginaba que, con ver el cuerpo de alguien de mi mismo sexo, la excitación me golpease. Para mí estaba bien lo que la sociedad impartía como algo bueno y no tenía ningún deseo de romperlo. Incluso me gustaba una de las chicas que había en mi clase por lo inteligente y graciosa que aquella era.
Pero ahora me encontraba frente a uno de los casos en los que un hombre se excitaba con la vista vulnerable de otro hombre —en este caso, un niño— y no veía el momento en el que pudiese escapar de sus asquerosas manos que con el pasar de los segundos, me provocaban náuseas.
El desconocido introdujo una mano dentro de su bóxer, en el que su miembro palpitaba por salir, masturbándose por segundos con mi vista puesta en sus lascivas acciones.
Oí los gruñidos roncos del hombre al poco tiempo, y como este mordía su labio inferior conteniendo sonidos a causa del éxtasis.
Tras un suave masaje de su próstata, el cincuentón regresó su mirada a mi cuerpo tembloroso, deteniendo sus movimientos para dirigir su mano —que anteriormente se encontraba masturbándolo— al cierre abotonado de mi pantalón.
—¡No!—grité pegándome más contra la pared, intentado que aquel no me tocase con sus sucias manos.
Todo mi cuerpo sintió asco y repudió y mis lágrimas, que no habían dejado se brotar, intensificaron su fluido.
— Tú, rata miserable—gruñó tras mi acción, levantando su mano cual iba a golpearme en la mejilla.
Pero antes de que esta impactara contra mi rostro, se detuvo y de un brusco movimiento, volteó mi tenue cuerpo, pegando mi pecho contra los duros ladrillos de la pared, sintiendo como la piel de mi mejilla se raspaba ante el contacto con un saliente del muro.
Sus dos manos se dirigieron hacía mis pantalones, lo cuales consiguió bajar a la altura de mis rodillas junto con mi bóxer de un solo tirón y comencé a gritar desesperado en busca de ayuda.
—¡Cállate!—gritó.
Quitó su cinturón, azotando la parte lumbar de mi espalda con aquella prenda de cuero, ocasionando que una jadeo de dolor se escapase de mis labios antes de que solo fuesen audibles mis sollozos después.
El lugar golpeado por el agresor ardió. Como si de una vara de hierro encendida en las brasas se hubiese posado contra la pálida de mi piel y mis manos se encontraron atadas detrás de mi espalda por la misma correa.
Lloré aún más fuerte, asustado. Con mi pecho siendo dañado ante el duro contacto de los ladrillos y la piel áspera de las manos ajenas recorriendo todo mi cuerpo, manoseándolo y siendo tocado sin ningún tipo de consentimiento.
Me sentí asqueado. Cada trozo de mi piel que fue rozado por las sucias manos del hombre, provocó que náuseas fuertes se instalasen en mi garganta y apenas podía mantenerme en pie ante el temblor de mis rodillas por el miedo e impotencia.
Pero más que miedo, el asco se apoderó de mí y sentí como mi cuerpo desfallecería si eso no terminaba pronto.
Nadie había acudido en mi ayuda y daba por sentado que no lo harían. Me sentí sucio y abandonado. Decepcionado de que mis padres se hubiesen olvidado de mí y que nadie notase mi ausencia en mi hogar.
Me lamentaba por no haber vuelto antes a casa y también me culpaba por haberle echado toda la culpa a mis progenitores cuando ellos no sabían de nada de esto y nuca lo harían.
Y deseaba con todo mi alma que esto solo fuese un mal sueño y en realidad yo me encontrase sentado en los sillones rojos de la sala de estar, riendo y charlando en los brazos de mi madre, observando como mi padre pasaba las hojas del periódico, disfrutando y leyendo un artículo sobre deportes.
Pero nada de eso era un mal sueño y nunca me olvidaría de ello. Porque, al sentir como el individuo entraba en mi interior de una sola estocada brusca, dando comienzo a un vaivén que a su paso desgarraba mi interior mientras mis gritos salían de mi boca por el dolor y sentía como la sangre caliente se deslizaba por mis muslos, pude comprobar que no era una pesadilla y que todo lo que pasaba era la realidad. La cruda, fría y dolorosa realidad.
El hombre introdujo su miembro duro en mi trasero, interrumpiendo mis pensamientos y lamentos, haciendo que un desgarrador dolor se alojase en aquella parte.
La sangre brotó de mi entrada, escurriéndose por mis muslos tembloroso y tiñendo de rojo a su paso.
Y dolió.
Dolió como si acabasen de introducir un palo lleno de espinas y filos cortantes por mi agujero.
Y todo eso, me asqueó.
Y ahí, empezó mi asco hacía las personas y mí miedo incontrolable hacia los homosexuales.
Mis gritos agonizantes fueron reducidos cuando las mano rugosa del agresor se posaron sobre mis labios, haciéndome callar y su otra mano era posada en mi cadera, impulsándose con más brusquedad, buscando alcanzar el clímax de la eyaculación.
Y lloré.
Lloré tanto a medida que los segundos y minutos transcurrían, yo con aquel hombre dentro de mí, desgarrando mi interior y haciendo doler mi alma en impotencia.
Lloré tanto que en el momento en el que sentí como aquel expulsaba su semilla dentro de mí, junto con un gruñido grave por su parte y seguido salía de mí, tirándome al suelo y acomodando sus pantalones apresurado, no supe que más hacer a parte de seguir llorando sin consuelo, con la cabeza gacha para no mirarlo.
Y aquel hombre desapareció como si lo que acabase de hacer no fuese un delito y seguramente volviese a su casa junto con su familia, sintiendo nada. Absolutamente nada.
Mis lágrimas brotaron con más furia, haciendo que mis ojos ardiesen aún más, junto con el agonizante sollozar que mi corazón producía al bombear sangre.
Aquella sangre que ahora estaba contaminada.
El asco se apoderó por completo de mi cuerpo y las arcadas se instalaron en la boca de mi garganta, encontrándome segundos después despojando todos los alimentos ingeridos ese día, inclusive el rico batido de plátano que mi amigo me había obsequiado como regalo.
Ese día.
Intenté calmarme una vez que todo había sido expulsado y el mal sabor se quedase en mis fauces.
Todo en mi vida se había desmoronado en cuestión de minutos. Solo deseaba que mis padres estuvieran allí para ayudarme siquiera en mantenerme en pie porque, del dolor, apenas podía.
Puse todo el esfuerzo del mundo en no volver a vomitar cuando recordé todo lo que había sucedido apenas segundos atrás porque estaba seguro que lo siguiente que echaría serían mis órganos enteros y, arrastrándome, con ayuda de una pared, me posicioné de pie, colocando mis prendas en su sitio de nuevo.
Mi bóxer se habían manchado de la sangre y una parte de mis pantalones también. Eso haría sospechar a mis padres que algo había ocurrido cuando lo único que quería era darme una ducha y borrar cualquier rastro de aquel hombre sobre mi piel. Cogí la chaqueta que llevaba, anudándola en la cintura, cubriendo los rastros de sangre que comenzaban a secarse y, cojeando por el dolor de mis muslos y trasero, caminé al final de aquel callejón en el que mi virginidad e inocencia como niño, fue robada.
Donde toda mi cordura fue arrebatada por el hombre borracho, y en donde mi misofobia hacia los seres humanos y mi abominable miedo contra los homosexuales— en especial los gays— era grabado en mi cerebro como un disco duro al que le pasabas información para funcionar y nunca ser borrada. Un nuevo programa instalado que te alertaba de los virus posibles que el sistema podía extraer en un futuro.
Dejé todo en aquel oscuro callejón que solía usar como atajo, asegurándome que nunca olvidaría esto porque había sido el 18 de noviembre de 1997 en Busan, mi ciudad natal donde mi fobia se desarrolló cuando yo, Jeon Jungkook de 10 años, fui víctima de una
Violación.
Después de todos esos sucesos, regresé —sin a pensás andar y apoyándome en los objetos a mi alrededor— a mi hogar, en busca de mis progenitores, cuando entonces, la descomunal noticia que terminó de romperme, me sumió en la completa desesperación, al ver mi residencia rodeada de policías y uno de los agentes me informaba sobre la reciente muerte y el posible motivo por el que que mis padres no hubiesen aparecido ese día.
Y me odié. Me odié tanto al verme de pronto tan débil y necesitado de lo que ahora eran fantasmas, que me desplomé en la alfombra del living, llorando descontroladamente mientras uno de los agentes trataba de calmarme.
Aquel día, mi vida terminó y mi espíritu roto se apoderó de mi cuerpo, controlándolo y poseyéndolo, dejándome en claro que Jeon Jungkook había muerto como humano y que ahora solo era un cuerpo latiente que era poseído por un alma muerta.
Yo había vuelto a aquel trágico día de mi infancia de nuevo.
—¡No!—bañado en sudor frío y lágrimas en los ojos, desperté de la pesadilla, recordando aquello.
Lo que sucedió ese día, era algo que prometí no olvidar pero que esperé que no interfiriese en mi vida cómo, 11 años después, lo estaba haciendo.
No solía recordar aquel momento sumido en angustia y desesperación a excepción de cuando mis defensas estaban bajas y un virus entraba en mi cuerpo, como ahora estaba.
Mi cuerpo ardía y el roce que mi piel tenía contra la tela del pijama me hacía estremecer. Escalofríos recorrían mi columna y mis mejillas poseían un rojo intenso en señal del calor que emitía mi débil ser.
Me costaba abrir los ojos y las fuerzas faltaban. Todo en mí estaba entumecido y a penas podía moverme.
Tenía frío. Como si me encontrase a cinco grados bajo cero, estando en traje de baño. Y podía calcular que mi temperatura corporal era mínimamente de 39º C, dándome a entender que estaba enfermo.
Me sentías como la mierda y mis ganas de levantarme siquiera, se habían esfumado.
Tanto mi endeble cuerpo falto de fuerza, como la agonía que estaba impresa en mi cabeza por el reciente sueño, habían conseguido terminar con cualquier rastro de ánimo y ahora si parecía como si estuviese deshabitado por completo, convirtiéndose en un ser poseído por fantasmas y que realmente estaba falto de vida.
Bufé molesto al recordar que nadie se encontraba ahí para cuidarme y que yo debía tratarme a mi mismo.
Sabiendo que la atrocidad que el hombre ebrio había cometido en un pasado no se repetiría, reuní todas las fuerzas para levantarme del colchón y separarme de las cálidas mantas que me aislaban del frío que sentía.
Saliendo de la burbuja de calor que los edredones retenían, miles de escalofríos recorrieron mi piel y caminé tambaleándome hasta la cocina.
Náuseas se instalaron en mi garganta y esófago, respirando hondo varias veces para calmarlas. Aunque mi cuerpo amenazase con deshacerse de todo lo que mi estómago contenía, era consciente de que no había nada allí más que el vacío y los pocos restos del té que había ingerido la noche anterior. Actualmente, el reloj le la sala marcaba las 8 p.m. Eso significaba que había estado durmiendo desde que llegué a mi hogar a la hora del almuerzo, donde mi angustia pudo conmigo y el hambre se esfumó de mi organismo.
Me paré, apoyándome en el borde del fregadero aún sintiendo las arcadas y ese agrio sabor en el paladar, intentando agacharme para coger uno de los barreños que poseía en el armario inferior al lavabo de trastes y así poder llenarlo de agua helada para bajar mi fiebre con un paño húmedo. Porque sí, aunque no hubiese tomado mi temperatura, sabía con certeza que el calor de mi cuerpo era demasiado elevado como para no darme cuenta.
Maldije cuando, al intentar inclinarme, un fuerte mareo se apoderaba de mí y rápidamente volvía a sujetarme contra la pila, bufando molesto e impotente una vez más y pensando en posibles soluciones.
No conocía a nadie más que a Taehyung que se encontrase cerca para ayudarme y esa opción, significaba llamar al castaño, dejando mi orgullo atrás y pedir el favor de visitarme para tratarme aunque fuesen las primeras horas del resfriado. Luego ya me las arreglaría solo.
Chistando la lengua al saber que esa era la opción más viable porque, la otra que se me ocurrió, fue llamar al hospital y que ellos me llevasen allí para ponerme una inyección y que mi temperatura disminuyese —cosa que me negaba a pisar un hospital como enfermo y sin ninguna protección— regresé a mi habitación, usando las paredes de apoyo y desbloqueé el teléfono, quedando sorprendido al ver 5 llamadas perdidas por parte del castaño.
¿Habrá pasado algo urgente?
Sin más rodeos, y obviando el motivo de las llamadas de Taehyung, marqué a este último, siendo segundos los que tardé en ser respondido, escuchando la voz de angustia de mi jefe al otro lado del teléfono.
—¿¡Jungkook!? ¿Por qué no cogías el teléfono? Estaba preocupado...—aquel pregunto a través de la línea telefónica sin siquiera saludar. Rodé los ojos.
—Estuve durmiendo y no lo escuché, perdona.
—¿Estás bien? Suenas enfermo—preguntó aun más preocupado y reí con sorna al ver como aquel daba en el clavo sin haberle dicho siquiera el motivo de mi llamada.
—Por eso te llamaba. Necesito tu ayuda Taehyung. Correr bajo la lluvia cuando esta diluviando es una buena forma de coger un resfriado— reí ante mis palabras, oyendo como el castaño bufaba molesto por mi irresponsabilidad.
—¿Por qué corrías bajo la lluvia?—tras oírlo, tragué duramente.
Las imágenes del callejón oscuro hace 11 años, golpearon mi mente y mis rodillas volvieron a temblar como en aquella ocasión, haciéndome caer sentado sobre la cama y mi respiración se entrecortó. Las imágenes horribles de aquel día, fueron sustituidas por los pocos momentos vividos con el rubio y me estremecí una vez más cuando mi mente fusionó ambos sucesos. Ahora, era el psicólogo el que se encontraba ese día en el callejón, acorralando mi pequeño cuerpo contra la pared y haciéndome sollozar de dolor.
—Está bien, iré en cuanto termine el trabajo, pero aún me quedan dos horas, ¿puedes esperar?—tras oír mi silencio, Taehyung preguntó.
Nunca había compartido con nadie mi trágica historia y el castaño no era una excepción respecto al motivo de mi fobia.
—Claro, date prisa, por favor— asentí ante su pregunta y me dispuse a colgar el teléfono en espera de que el castaño terminase su turno y así venir a cuidarme.
—¡Jungkook!— lo oí gritar a través de la línea antes e colgar e hice un leve sonido en señal de que lo escuchaba. La cabeza empezaba a matarme y las náuseas regresaron junto con un mareo. El castaño hizo una pausa antes de seguir— Tenemos que hablar— dijo al fin. Suspiré cansado y asentí.
—Lo sé.
—Bien.
—Te esperaré.
Tras decir aquello, colgué pulsando el botón rojo de la pantalla, recostándome en la cama y cubriéndome con las mantas, entrando en calor de nuevo a pesar de que mi cuerpo ardía como si de un volcán en erupción se tratase.
Ahora solo quedaba esperar al castaño de mi jefe para que me ayudase a mejorar y regresar a mi estado normal.
[…]
Desperté una hora después al sentir como alguien cambiaba un trapo húmedo bañado en agua helada posado sobre mi frente y lo escurría para colocarlo de nuevo sobre mi piel.
Las náuseas se habían ido y el dolor de cabeza había disminuido un poco, pero aún me dolía el cuerpo y mi temperatura parecía elevada.
Recordé entonces mi conversación telefónica con el castaño y, con los ojos aún cerrados, hablé con mi voz raquítica por el resfriado.
—Gracias por venir Tae y... siento lo de esta mañana, pero sabes que no puedo hacerlo, no todavía...
Esperando por una respuesta y al oír el silencio por parte de mi acompañante, intenté incorporarme en la cama, despegando los párpados lentamente, parpadeando para enfocar la vista y visualizar a la persona frente a mí.
Me horroricé en cuanto le vi.
Aquel me miraba con un brillo apenado en sus ojos avellanas, jugando con sus dedos nervioso sobre su regazo, mirando a aquellos y sentado sobre el borde de la cama.
Como si acabase de ver al mismo demonio, mi cuerpo tembló —esta vez de miedo— y mi piel comenzó a hiperventilar, soltando gotas de sudor frío por todo mi cuerpo y apreté fuertemente las mantas intentando calmarme ante aquella presencia.
El rubio —quien resultó ser la persona frente a mí— levantó su vista de su regazo para explicarme el por qué de su presencia en lugar del castaño y el simple hecho de ver como movía su cabeza para mirarme me hizo sollozar una vez más en agonía.
Me sentí aún más vulnerable y mi alma rompiéndose, recordándolo todo, hizo un sonido similar al de los vidrios partiéndose contra el suelo.
Como si el de cabellos claros leyese mi mente, se levantó del colchón, colocándose a ciertos pasos de mí. Pero todo aquello no bastó para tranquilizarme y las lágrimas repletas de miedo se aproximaron en salir, siendo retenidas en mis orbes oscuros con un brillo agonizante en mis últimas fuerzas.
—Lo lamento— comenzó a excusarse.
Su voz que antes cuando hablábamos me perecían relajante y liberadora. Ahora, me recordó a la de aquel agresor, volviendo a temblar.
— Sé que usted no quería verme y no entiendo el por qué. Pero el señor Kim me llamó diciendo que usted estaba enfermo por la lluvia y que él no podría cuidarte hasta dentro de unas horas. Me sentí culpable porque yo fui la causa de ello. Lo siento Jungkook, no sé que fue lo que le ocurrió realmente en el consultorio pero me gustaría saber, creo que es la causa de-
—Cállese—interrumpí bruscamente al rubio a mitad de su hablar.
No quería seguir escuchando su odiosa voz que ahora hacía sangrar mis oídos. No. No podía seguir escuchando la voz de alguien perteneciente a ese colectivo endemoniado y solo quería que aquel se largase de mi casa.
—¿Me teme? — preguntó.
Aquella pregunta golpeó fuertemente mi corazón y, la pregunta que el extraño formuló más de una década atrás de forma diferente pero mismo significado, azotó mi mente. Con lágrimas en los ojos que ya a no fui capaz de retener y sonriendo con sorna, contesté, mirándolo directamente.
—Si le digo que no, ¿me golpeará? ¿Me dirá que debo tenerle miedo y luego me dejara sangrando en el suelo? ¿Es eso lo que pregunta? Si, si le tengo miedo Dr. Park, ahora y siempre.
—¿Por qué? —confuso por mi respuesta, volvió a cuestionar.
El malestar que cada vez crecía más y más, estaba comenzando a herirme con gravedad y lo sabía. Era consciente que, mirando a la cara al mayor, yo no estaría bien y menos con un virus en mi organismo. Pero no tenía las fuerzas para escapar y solo me quedó contestarle a aquel quien preguntaba.
—Porque todos ustedes son igual de repulsivos.
—¿Me tiene asco por que me acuesto con hombres?—desviando la mirada al colchón, asentí. —Tuvo alguna experiencia traumática entorno a esto, ¿No es así?— débilmente, volví a asentir.
Aquella pregunta me hizo perder mis fuerzas completas, rompiéndome frente aquel engendro al que tanto miedo y asco le tenía por su preferencia sexual y no comprendí el por qué mi corazón buscaba el consuelo en él si era el causante de un nuevo agonizar. Algo en mí, me decía que abrirme con el rubio era lo correcto y que nada malo pasaría si lo hacía. Pero mi desconfianza era más fuerte y mi parte racional le negó el deseo a mi corazón.
Y volví a sentirme de aquella manera, tan delicado y frágil, esperando por lo peor, rogándole al sol que por favor el individuo se fuera.
Pero todas mis plegarias entre sollozos, fueron rechazadas y el rubio se acercó de nuevo al borde de la cama para sentarse en este y mirarme con serenidad.
Me alejé centímetros del lugar donde él se encontraba, mirando hacia otro lado de la habitación en busca de una escapatoria.
—Puedo ayudarle si me dice lo que pasó, Jungkook—aseguró.
Oírle decir aquello, me hizo reír fastidiado por lo sincero que sonaron sus palabras y lo miré con lágrimas.
—¿Por qué le diría lo que sucedió? Solo me hará mas daño y-
—Quiero ayudarlo—declaró, interrumpiéndome.
Mis ojos quedaron deleitándose por el brillo de los orbes avellanas del rubio, absortos en su mirada y atraídos por esta. Tragué saliva duramente al verme tentado en contarle sobre mi traumática experiencia homosexual, la cual destruyó mi vida en un pasado y que ahora, mi boca y alma pedían a gritos ser compartida con el mayor de ambos.
Si no supiese que el trabajo del rubio fuese ese, el de escuchar los problemas ajenos de la gente y ayudarlos, estaría seguro de que aquel tenía un poder para sacarle la información a cualquiera que lo mirase y se sintiese tentado a contarle hasta sus secretos más ocultos.
No estaba seguro de si decirle al chico bajo sería de ayuda o solo se burlaría de mí por mi pasado. Pero, algo que había aprendido de él, era que en todo este tiempo escuchándome, nunca se había reído o burlado por pequeñas cosas más insignificantes pero de igual forma importantes para mí.
Muchos pensamientos rondaban en mi mente, estresados en una red de confusión e indecisión mientras mi mirada era sujetada por la avellana ajena y, con una pizca de esperanza en que aquella persona no fuese igual de horrible que el resto, suspiré rendido, abriéndole mi alma y corazón a un extraño al que le temía y del cual no estaba seguro de que sería capaz de ayudarme.
—El día de la muerte de mis padres, horas antes, la causa de mi fobia se creo ahí...
Y en ese comienzo, en esas palabras que ardían en mi tráquea y las cuáles habían estado ocultas en recuerdos por años, le narré al rubio todos los acontecimientos de ese desmesurado día que con ansías habría accedido gustoso a borrar de mi mente.
Rompí el llanto, sollocé dolido y temblé agonizando una y otra vez frente al chico quien me escuchaba en silencio, analizando mis palabras una a una y en ningún momento vi la burla en sus ojos. Al contrario, lástima y espanto fue lo que el brillo de sus pupilas demostró y por alguna razón, eso provocó una peor sensación de la que si hubiese recibido burla por mi casta situación.
Terminé de relatar todo lo sucedido y respiré liberado al haber sido la primera vez que compartía eso con alguien.
El silencio inundó la habitación, pudiendo observar al rubio de espaldas, con sus codos apoyados en sus muslos y su frente descansa da en las palmas de sus manos, observando el piso como si un universo se encontrase justo allí.
Me sentí mal de nuevo y pensé que todo el esfuerzo que puse para compartir mi agonía, habían sido en vano.
—No debería haber dicho nada...—murmuré en un susurro casi inaudible, mordiendo mi labio inferior incómodo por el repentino silencio.
—Al revés —comentó. Al parecer si me había escuchado—. Ahora puedo entenderlo mejor y creo tener una posible solución más efectiva para su fobia—confesó.
Lo miré expectante porque continuara hablando. El miedo había desaparecido —casi— por completo pero la tensión y el estado de alerta en mi cabeza aún se encontraban activos para cualquier posible ataque exterior.
Mi rostro ardía en fiebre y los escalofríos recorrían mi cuerpo cada cierto tiempo inesperado. Pero tampoco era una sensación como para urgentarse o requerir de una asistencia inmediata.
—Seamos amigos, Jungkook.
Esas palabras fueron las que me hicieron viajar en un delirio confuso. Cuestionando si la reciente proposición del más bajo se debía a una alucinación por la fiebre o si realmente aquella palabras fueron dichas en la realidad. Porque, si era así, no estaba seguro de que pudiese ser posible.
Hola, holita!! :3 quiero agradecerles a las personas que comenzaron a seguir la historia y también a los que votaron o comentaron por ella. Estoy sumamente feliz por ello. De verdad, gracias!!!
Bueno, aquí les dejo otro CAP y el siguiente tampoco tardaré en actualizarlo. Los caps que he ido subiendo, ya los tenía escritura hace unas semanas y me lo tomo con calma, pero a partir del V, no tengo más escritos. Así que, cuando terminé de revisar y corregir los CAPS ya escritos, pue de que tarde un poco más, pero esperen por ello le que las vacaciones están a la vuelta de la esquina!!!
Sin más que decir, nos vemos en el siguiente y gracias de nuevo!! :)
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