
CAPÍTULO 8: DE MADRUGADA
—¡Tenemos que hablar! —exclamo en cuanto Nate me abre la puerta.
—Por el amor de dios Diana son las dos de la mañana.
Entro en la casa antes de que termine la frase. El silencio es sepulcral y solo la luz de la entrada ilumina el recibidor. Me dirijo hacia el salón, está vacío.
—¿Henry está dormido? —pregunto.
—Claro que está dormido y hasta hace un momento yo también. ¿Qué mosca te ha picado?
—Tenemos que irnos —afirmo.
—¿Ya? —inquiere él, confuso.
—No, eso sería demasiado sospechoso. Nos iremos mañana por la mañana, antes de que lleguen tus padres. Ya le he dicho a mi padre que nos vamos de camping.
—Diana… Sabes de sobra que me encanta ir de acampada, ¿pero podrías pararte medio segundo y explicarme de qué va todo esto? ¿Qué has descubierto?
—Digamos que ahora mismo no quiero tener a mi padre cerca.
Nate se cruza de brazos, esperando que elabore en mi respuesta. Le cuento todo lo que he descubierto. Desde el broche en el cajón hasta la sangre en la nevera. Cuando termino me siento vacía, pero mucho más liberada. Espero que me llame loca, que piense que es todo una broma, pero, como persona adicta a Reddit que es, Nate solo asiente lentamente.
—Creo que alguna vez he leído algo sobre los Nosfe Hunters. ¿De verdad crees que son algo más que un grupo de tarados? —pregunta
—No, aunque ya no estoy tan segura. De todas formas tampoco importa. Independientemente de que sea cierto o no, si están suficientemente locos como para perseguir a Henry siguen siendo un problema.
—¿Y crees que tu padre es uno de ellos? —vuelve a inquerir.
Desvío la mirada. Es una pregunta para la que no tengo clara la respuesta.
—Creo que hay algo raro en él. Es posible que me haya estado mintiendo con su trabajo. Todas esas horas extra que hace… Seamos sinceros, Nate, este pueblo no es tán grande como para que el jefe de policía tenga tanto curro. —Me llevo la mano a los ojos y los froto con fuerza, las horas en pie me están empezando a pasar factura.
—Puede ser cualquier cosa, seguro que si le preguntas…
—Hay algo más —le interrumpo—. Creo que ha estado registrando mi habitación.
Ambos nos quedamos en silencio. Bruno nunca ha sido de esos padres helicóptero que no entiende lo que significa la palabra privacidad. Siempre llama a la puerta y no por cortesía, realmente espera a que le de permiso para entrar, nunca me ha insistido en saber porque mi última relación no funcionó y ni siquiera mira por encima de mi hombro para ver a quién estoy escribiendo cuando nos quedamos viendo una peli a las tantas de la madrugada. Y precisamente aquello era lo que lo hacía más inquietante.
—¿Estás segura? —El rostro de Nate se ha vuelto completamente serio.
Asento. Me gustaría estar equivocada, pero si no es él otra persona había husmeado en mi habitación. Y prefiero pensar que no ha sido un extraño el que ha rebuscado entre mis cosas.
—Alguien ha intentado entrar en mi ordenador —afirmo.
—¿Y cómo lo sabes?¿Alguien le ha quitado el polvo a las teclas?
No respondo.
—Oh. Así que cuando decías que estabas en un parón era literal.
Una sonrisa traviesa comienza a asomar por las comisuras de su boca. No puedo culparle, Los último días ni siquiera había tocado el portátil. Soy la primera que sabe que para escribir hay que escribir, no hay otro secreto, pero últimamente se me está haciendo bola.
—No solo es eso. No puedo estar segura, pero juraría que alguien ha movido los libros de mi estantería. No he vuelto a sacar mi novela de ahí desde que me llegó la primera copia y estoy bastante seguro de que alguien la ha tocado.
—Y… ¿lo otro? —pregunta.
—No parece que nadie haya husmeado en la nevera, pero quién sabe… —Negué con la cabeza—. Por eso tenemos que irnos cuanto antes.
Nate comienza a dar vueltas por la estancia. Mientras tanto unos pasos vacilantes comienzan a sonar sobre nosotros. Henry debe de haberse despertado por fin.
—¿Y Bruno no sospechará de que nos vayamos de un día para otro?
Me encojo de hombros.
—No es la primera vez que lo hacemos. Le he dicho que has discutido con tus padres por teléfono y que necesitas despejarte.
—¿Y se lo ha creído? —pregunta, deteniendo su recorrido y mirándome sorprendido.
—Eso parece, creo que he sido bastante convincente. El truco está en imaginarte que no estás mintiendo.
No se si la risa de Nate es de puro nerviosismo o realmente le hace gracia la situación.
—No me puedo creer que estemos siquiera valorando la posibilidad de que todo esto sea real y no una alucinación nuestra.
Henry entra en el salón antes de que pueda responder. Tiene los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, en un gesto que no tengo claro si es de enfado o de cansancio. Sus ojeras cada vez son peores y no parecen mejorar por mucho que duerma. Nate cruza una mirada conmigo y en ese momento se que no vamos a contarle todo, por lo menos hasta que no tenga más claro que es lo que está pasando.
—¿Ha pasado algo? —pregunta, mientras se despereza como un felino gigante.
—Dejo que Diana te lo cuente, yo me vuelvo a la cama… Solo espero que seas un chico de campo —afirma mi amigo.
Antes de que me de cuenta estoy a solas con él. Y por muy cara de malas pulgas que tenga me doy cuenta de que, en realidad, no tengo ningún miedo. Sea lo que sea lo que está pasando espero estar escogiendo el bando correcto. El silencio que se extiende entre nosotros empieza a ser incómodo. No sé por dónde empezar.
—He recordado algo más —afirma, rompiendo aquella especie de embrujo.
Con paso silencioso se aproxima a la pequeña estantería y vuelve a sacar el libro de “Mujercitas”. Le da un par de vueltas.
—No solo leía, sea donde sea que estuviera. Está borroso, pero sé que no había muchos libros y alguien me solía acompañar. Me gustaba inventar historias para ella, pero no logro recordar su cara. Sé que era importante, pero no…
Creo que puedo distinguir una lágrima asomando entre sus pestañas y comienzo a sentirme culpable por la punzada de envidia que siento hacia esa chica misteriosa. Desecho aquella sensación enseguida. «Ni siquiera sabes si es de fiar», me reprendo.
—Espero que puedas encontrarla —afirmo con cautela.
—Yo también… Tengo la sensación de que os llevaríais bien.
Entonces sonríe y de repente es como si todo aquel cansancio no existiera en su cuerpo y solo fuese un chico más sosteniendo mi libro favorito.
—Ha pasado algo —comienzo a explicar. Él espera, paciente— Mañana nos vamos de acampada. Creo que no estás seguro aquí.
—Entonces me iré.
Me sorprende lo rápido y lo decisivo de su respuesta. Tanto que tardo un par de segundos en darme cuenta de que ni siquiera me ha preguntado qué es lo que sucede.
—Cada vez estás peor, no puedo dejar que te vayas como si nada.
—Y yo no puedo poner en peligro a las únicas personas que conozco. No sé qué es lo que has descubierto, pero es obvio que no te sientes cómoda hablando de ello, puedo notarlo. —Hace una pequeña pausa para devolver el libro a su sitio—. Sea lo que sea, salir de aquí puede que no solucione nada. Puede que todavía estéis en peligro.
—Estemos —corrijo, notando como la sangre sube a mis mejillas. No me gusta que la gente me diga que hacer—. Además, no pienses que confío en ti al cien por cien. También quiero tenerte vigilado.
En cuanto lo digo me arrepiento de haber abierto la boca. Sin embargo, a él parece hacerle gracia, porque enseña sus colmillos en una sonrisa amplia y un poco traviesa.Es la primera vez que le veo sonreir así.
—Entonces supongo que no tengo más remedio que permanecer cerca vuestro, ¿verdad?
Aquello solo consigue confundirme más, pero si él lo nota no parece importarle.
—Nos vemos mañana, entonces —afirma.
Asiento con lentitud.
—Espero que no seas aprensivo con los insectos —bromeo, intentando quitarle un poco de hierro a la situación.
—Siempre que no me despierten en mitad de la noche podré soportarlo.
Me guiña un ojo y se gira para salir del salón, con la clara intención de apurar las horas de sueño que le quedan. Justo antes de que desaparezca, tragado por la oscuridad reinante en el piso de arriba se vuelve para mirarme.
—Buenas noches, Diana.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro