CAPÍTULO 7: PARA HENRY
Utilizo la linterna de mi móvil para iluminar el escritorio. Realmente mi padre nunca me ha prohibido entrar en su despacho, pero husmear con la luz encendida me parece demasiado obvio. Aquella habitación siempre me ha parecido un lugar hostil. Cuando mi padre se enfada siempre acaba en el despacho y creo que desde pequeña he asociado el lugar a sus cambios de humor. Aún con el paso del tiempo no soy capaz de discernir qué es lo que va primero: su entrada en aquella estancia o su enfado.
Sé que en cualquier momento puede entrar por la puerta principal, así que empiezo a formar una excusa en mi cabeza. Da igual lo bien que vuelva a colocar todo en su sitio o lo silenciosa que sea, sé que se dará cuenta. Cuando era pequeña siempre me gustaba jugar al escondite con él, porque parecía tener un sexto sentido para encontrarme, incluso cuando me escondía en los rincones más recónditos de la casa. Ya de adolescente aquella habilidad no me hacía tanta gracia.
Ni siquiera intento entrar en su ordenador de sobremesa. Ni sé la contraseña ni tengo tiempo para intentar adivinarla. Voy directamente a los papeles que están esparcidos por la mesa y los que encuentro entre los cajones. La mayoría son anotaciones de casos policiales en sucio, notas rápidas de cosas sin importancia que en su mayoría ni siquiera puedo entender por la mala caligrafía y algún que otro objeto de papelería como un rollo de cinta adhesiva, un sacapuntas y una cantidad ingente de bolígrafos que podría haber abastecido un oficina entera.
Finalmente abro el último cajón. Me tiemblan las manos, se que no debería estar invadiendo su privacidad de esa manera, pero la curiosidad es más fuerte que mi sensatez. Está extrañamente vacío, apenas un par de papeles, por lo que no me cuesta encontrar lo que andaba buscando. Es una especie de broche circular, con aquel extraño símbolo grabado en el gastado metal. Un círculo perfecto, con una cruz debajo y una medialuna encima, como si fueran cuernos. Le saco una foto mientras sopeso si debería llevármelo para examinarlo más de cerca.
Antes de que tenga tiempo para decidirme, el sonido de la puerta principal me eriza la piel. Cierro el cajón a toda prisa y me alejo del escritorio. El corazón me va a mil por hora. Justo cuando abro la puerta de la estancia, cuando creo que lo he conseguido, mi padre aparece subiendo las escaleras.
—Anda, que pronto llegas hoy. ¿Te apetece hacer una maratón de Colmillos y Hombres Lobo? Podemos pedir unas Pizzas, Nate me ha dado un código de descuento. —Intento sonar lo más despreocupada posible a pesar de que una gota de sudor me recorre la nunca. Me sorprendo de lo bien que se me da mentir.
La inicial duda de mi padre se disipa un poco y hasta puedo notar un esbozo de sonrisa, pero sus cejas se arquean, interrogantes, mientras dirige la mirada hacia la puerta de su despacho.
—Ah, sí, te he cogido prestada la grapadora, espero que no te importe —Alzo el artefacto metálico frente a mí, casi como si fuera un preciado trofeo y no el primer objeto que encontré a mano.
Esta vez sonrío genuinamente, esto no se me da nada mal. Podría hacerme espía profesional o algo así si lo de la escritura no tiene futuro.
—No le quedan grapas —afirma Bruno.
Se me cae el alma a los pies. Agarro la grapadora con ambas manos para intentar evitar que empiecen a temblar por culpa de los nervios. Puede que no se me dé tan bien después de todo.
—Ah, no me había dado cuenta.
—No te preocupes, llevatela que ahora te busco un recambio. Pero lo de la película no va a poder ser. Solo vengo a coger un par de cosas y me marcho.
Sé que mi excusa no le ha convencido al cien por cien, pero para mí es suficiente.
—Pensaba que hoy no trabajabas de noche —afirmo mientras me alejo de la puerta para que él pueda pasar.
—Ya, pero tengo papeleo pendiente. No te preocupes, no tardaré mucho, pero no hace falta que me esperes para cenar. Por cierto, ¿para qué necesitas ese cacharro? ¿Has conseguido escribir algo? —inquiere mientras entra en su despacho.
Aprovecho que estoy fuera de su rango de visión para ir alejándome poco a poco, si se da cuenta de que algo está fuera de lugar prefiero no estar presente.
—Sí, más o menos —improviso—. He apuntado un par de cosas y quiero tenerlo todo junto, aunque no sé si me valdrá de algo.
—Bueno, poco a poco. Ahora te llevo las grapas.
Antes de que acabe la frase me escabullo a mi cuarto. Para cuando vuelve con las dichosas grapas yo ya he reunido varias hojas. En algunas he garabateado lo primero que se me ha ocurrido y otras simplemente las he cogido de las notas que tenía de mi primera novela.
Por fortuna parece que tiene bastante prisa, así que después de darme un beso en la coronilla se marcha sin hacer más preguntas sobre el tema. Suspiro aliviada en cuanto oigo la puerta cerrarse.
No pierdo un segundo y vuelvo a su despacho. Sea lo que sea aquel broche ya no está donde lo había dejado. Decido no permanecer mucho más tiempo rebuscando. No merece la pena.
Como ya no tengo acceso a aquel objeto lo único que me queda es utilizar la foto que he tomado, así que hago una búsqueda rápida en internet y, aunque la mayoría de resultados son sobre alquimia y tratados antiguos de tradiciones paganas, hay varios que me llaman la atención,
Nosfer Hunters, Caza Vampiros, saca colmillos… Todas tienen algo en común. Buceo por las numerosas páginas de carácter esotérico y en la mayoría encuentro el mismo símbolo que ha dibujado Henry. El mismo que pertenece a mi padre. Muchas tienen un tono conspiranoico que no me gusta nada, pero otras tratan el tema con mucha más seriedad, como si realmente creyeran que ahí afuera hay un problema al que se debe de poner fin.
No empiezo a preocuparme enseguida, aunque noto como me empiezan a sudar las manos. Bruno es una persona racional, no puede ser que crea en nada de esto, ¿verdad? Seguramente tiene una explicación mucho más sencilla, aunque no la encuentro por más que rebusco entre los innumerables resultados que escupe la pantalla de mi teléfono.
Recuerdo la oscura mirada de Henrry, el metal del andamio subyugándose a su fuerza y su debilidad a lo largo de los días, acompañada de cambios de humor. Se me enfrían las manos y algo pesado se asienta en mi pecho. Me empieza a faltar el aire y recuerdo las palabras de Nate: ¨¿Y si es de él de quien deberíamos huir?”
Sin embargo, él usó su fuerza sobre humana para protegerme, aunque se moviera por instinto. Entonces recuerdo sus manos examinando el libro que le regalé a Nate y la delicadeza con la que lo estudió casi como si fuera un viejo amigo. Noto que mi cuerpo recupera un poco de temperatura y tomo una bocanada de aire.
—Todo está bien —murmuro, sin saber muy bien si creer mis propias palabras.
No puedo evitar retrotraerme al día que lo encontramos. Estaba tan débil… tan solo. La pena inunda cada fibra de mi ser. Nadie se merece un destino así. Hay algo de ese día que prácticamente había olvidado, pero el recuerdo se enciende como la hojarasca en un incendio de verano.
Me levanto de un salto y prácticamente me abalanzo contra la neverita de mi habitación. De ella saco la bolsa de sangre, mientras mi cerebro empieza a trabajar a toda velocidad, juntando dos más dos. Es posible que lo haya malinterpretado todo.
La sangre no es de Henry.
Es para Henry.
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