CAPÍTULO 10: ¿QUÉ ERES?
Tras las palabras de Henry el silencio cae a plomo sobre nosotros. En cuanto se da cuenta del temor en nuestros rostros retrocede un par de pasos y baja la cabeza. Su respiración se vuelve más acompasada.
—Lo siento… yo no….
—Henry. ¿Sabes lo que eres? —La voz de Nate es firme y como siempre la pregunta está fuera de lugar.
Suspiro en cuanto veo su cara de confusión. Hemos introducido el tema de la peor manera posible.
—Siéntate —afirmo—, te explicaré lo que sabemos.
Cuando todos volvemos a estar sentados alrededor de la hoguera comienzo a hablar. Creo que será mejor que sea yo la que dirija la conversación. Nate nunca ha sido una persona con demasiado tacto.
—He investigado un poco y aunque no estoy segura al cien por cien de quién te busca —Decido omitir lo que he encontrado en el cajón de mi padre hasta que Henry esté un poco más calmado—, creo que puede ser por que tu eres… diferente.
—¿En qué sentido?
Parece suspicaz. Creo que una parte de él ya lo sabe, por lo menos hasta cierto punto. Me levanto con cuidado, temiendo asustar a aquel animal hambriento. De entre los hielos de la nevera desentierro la bolsa térmica que traía la primera vez que lo vi. Se la lanzo y la coge al vuelo. Una chispa de reconocimiento cruza su rostro mientras la recoge, pero se extingue por completo al abrirla.
—¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? —pregunta mientras saca la bolsa repleta de líquido rojo.
Su voz suena tosca, como si le desagradara la idea de sostener aquel líquido. Sin embargo, su expresión es completamente opuesta. Tiene el rostro echado hacia delante, en un rictus que solo puedo describir como de adoración. No puedo distinguir sus pupilas entre la noche de sus ojos, pero estoy segura de que están dilatadas al máximo.
—Sabes lo que tienes que hacer —afirmo.
—No pienso beberla —Niega con la cabeza, pero sus manos siguen sosteniendo la bolsa con fuerza.
—Ah, entonces sí que sabes lo que tienes que hacer, supongo —La voz de Nate corta la noche, aliviando la tensión que hay entre nosotros.
Henry levanta la vista hacia él, que mira con interés la escena. En sus labios hay una media sonrisa, sé que en el fondo desea que mi teoría sea cierta. Lleva demasiado tiempo leyendo teorías conspiranoicas en internet como para desperdiciar este momento. Henry parece relajarse ante la naturalidad de Nate y se acerca la bolsa a la nariz. Tensa la mandíbula, aunque la bolsa está tan bien sellada que dudo que haya podido oler nada. Entonces se levanta sin previo aviso.
—No miréis, por favor —Se le rompe la voz mientras nos da la espalda.
Bajo la mirada al suelo y le doy un codazo a Nate para que haga lo mismo, aunque dudo que me haga caso. El silencio se alarga lo que me parecen horas y cuando vuelvo a mirar al frente Henry está sentando de nuevo. No sé cuánto tiempo llevará en aquella posición, quieto como una estatua.
Sus labios tienen un tinte rojizo que es hipnótico y una única gota de sangre mancha su comisura. Los recuerdos de aquella noche inundan mi mente. Había mucha más sangre, pero para mi esta pequeña gota es mucho más significativa, es la prueba de que estaba haciendo lo correcto.
—Lo recuerdo —Es casi un susurro, pero en el silencio de la noche su voz suena como si estuviera amplificada por un millón de altavoces— No sé quienes eran, pero experimentaron con mi cabeza. Querían saber cuánto se podía regenerar mi cerebro.
Nate está a punto de decir algo pero le clavo el codo en las costillas tan fuerte que noto como el aire escapa de sus pulmones en un grito sordo. Henry continua.
—Escapé después de una intervención gracias a ella… Mi madre me sacó de ahí. Es todo tan… confuso.
Para unos segundos, conteniendo el aliento para evitar que las lágrimas que asoman entre sus pestañas caigan al suelo.
—Soy más fuerte que vosotros —continúa—, no enfermo y mis heridas se curan rápido. Soy tan pálido que el sol me podría quemar con facilidad, como si fuera albino. Puedo oler vuestro miedo… y también vuestro interés. ¿Qué… qué soy?
Le tiembla la voz, pero todo en él permanece rígido como una estatua de mármol.
—Lo sabes —afirmo—. Lo recuerdas.
Cierra los ojos, sé que la palabra ya está rondando sus labios, pero necesito que lo diga en voz alta. Necesito saber que no estoy loca, que todas las pistas que he seguido son correctas y que no me lo estoy inventando todo solo por escapar de la monotonía.
—Dilo —Prácticamente suplico.
El silencio se alarga tanto que empiezo a pensar que tal vez no me haya escuchado. Sin embargo, veo cómo su mandíbula se tensa y se relaja repetidamente mientras le da vueltas a mi petición, hasta que por fin empieza a hablar. Su voz suena fuerte y decidida. Tanto, que sé que tiene que estar diciendo la verdad.
—Un vampiro.
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