05
(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: ►)
► Felisha Bodecker había determinado una sencilla lista de pasos a seguir y reglas a cumplir durante su alianza con Capitán América Falcon y el Soldado del Invierno, el cual ahora se hacía llamar Lobo Blanco. El tiempo de compañerismo iba a durar poco, de eso estaba segura, pero así era como lo prefería. El simple hecho de pensar en alguna idea o forma de salir del hoyo al que ella misma se tuvo que lanzar, le hacía doler la cabeza y se ponía irritable. Al menos ya no se encontraba tan triste y sola como antes. Bueno, en realidad seguía triste aunque no pensaba admitirlo.
Lo peor de todo lo anterior, es que Sam parecía notarlo con facilidad y rapidez. Tenía esa energía especial que hacía que las personas se acercaran a él voluntariamente; sabía qué decir, cómo decirlo y lucir increíblemente bien con el ceño fruncido en consternación por una total desconocida. En medio de aquella desinteresada amabilidad a la que ella no estaba acostumbrada, Sam ofreció un sitio en el que quedarse y ese resultó siendo su mismo apartamento, alegando que mientras estuviera cerca, estaría segura. Aún no lograba verlo sin camisa, pero no perdía las esperanzas todavía.
Habían días en los que deseaba gritarle que dejara de ser como era. Por algún milagro se aguantaba y repasaba en su cabeza su lista de pasos y reglas para no caer en la trampa de contarle todo al hombre.
Primer paso: decir la verdad, pero no toda.
—Sí, mi nombre verdadero es Felisha Bodecker y soy una alcohólica consciente. No tengo celular porque son ridículamente sencillos de hackear, en verdad, y... estado civil: soltera.
Guiñar el ojo al decir esa frase no hace daño a nadie, ¿verdad? Y menos cuando el ojiazul resopla y el otro falla en ocultar su sonrisa.
Regla #1: no mencionar a su ex bajo ninguna circunstancia. No era como si Sam hubiese dado señales de interés, pero Felisha se negaba a considerarse una mujer normal si no fantaseaba de vez en cuando con los brazos de América.
Segundo paso: mantener comunicación preventiva con Brett o Brandon —no lograba recordar su nombre—, quien sí tenía muchas computadoras a su disposición y le ayudó a averiguar en dónde se encontraba Sabrina luego de cinco largos años.
Regla #2: no mencionar a Mily ni a Sabrina. Nunca, jamás. Prefería morir que traicionarlas y decepcionarlas, otra vez.
—No tengo familia viva, amistades que valgan la pena presentar y mi única y última compañera de trabajo acaba de morir. —Chasqueó los dedos como si acabara de recordar algo—. Mi jefa sigue viva, pero debe tener una deuda gigante para los arreglos de su local.
Tercer paso: ayudarles a encontrar a los hombres que preguntaron por ella en el bar en el que trabaja el guapo Eric.
Regla #3: no dejarse ver por esos hombres. Corría el riesgo de ser reconocida.
—Si convencemos al dueño del bar que nos deje ver las grabaciones de las cámaras de vigilancia, lo demás será pan comido. Aunque siento que debo recordarles: a los soplones les va mal.
Cuarto paso: abandonar la ciudad, posiblemente el país, cambiar su nombre y conseguir un perro que se llame Quién.
—Cuando todo esto quede solucionado, el trato es que no nos volveremos a cruzar en el camino del otro.
Regla #4: no formar lazos que la obliguen a caer en la estupidez de contarle a alguien el cuarto paso. Primer sospechoso de ser ese alguien: Sam Wilson.
—Creí que la persona más solitaria que conocía era él. —Señaló al ojiazul—. Estarás a salvo y un trato es un trato —cedió el moreno, asintiendo con la cabeza.
La fémina se mordisqueó el labio inferior y detalló a Sam con la simple y sencilla excusa de parecer que estaba evaluando la situación. No era por nada más, claro que no...
Maldición, en definitiva tenía que tomar distancia. No podía dejar que eso se convirtiera en costumbre. Se negaba a manchar la luz del bueno con su desastre. El neutro tenía el suyo propio gracias a su pasado oscuro, algo que tenían en común pero que el primer acuerdo silencioso al que llegaron con dimes y diretes fue no reconocerlo.
¿Era su impresión o Sam Wilson protegía bajo su ala a los perritos abandonados?
—Supongo que llegamos a un acuerdo —suspiró ella, recostándose en la silla—. Ahora, con respecto al trago...
—Alcohólica consciente, ¿eh? —inquirió Bucky achicando los ojos en su dirección.
—Querían sinceridad —les recordó encogiéndose de hombros, sin sentir una pizca de ofensa.
Ambos hombres se miraron entre sí. Ella se aguantó el impulso de tirar la taza de café que le habían servido y se puso a tamborilear con los dedos de su mano derecha sobre la mesa. Alzó una ceja a la espera de la respuesta de ellos, viendo la manera en que algo muy parecido a una competencia de sostener seriamente la mirada del otro se llevó a cabo. Cuando los dos volvieron a verla al rostro, solo uno asintió de acuerdo. Esa fue la única luz verde que ella necesitó.
Pronto podría ir al supermercado de la siguiente calle y volver a ser la Felisha normal. Se pasó una mano por la frente para quitarse el exceso de sudor de la misma. La abstinencia era una mierda y no faltaba mucho para que comenzara a perder el hilo de la conversación por pensar en que todavía no había tomado nada. ¿Cuál era su récord de sobriedad?
—Buck, tú rodearás el local del café. Quizás necesites un área abordando las calles Madison, Monroe, Market y Catherine —indicó el Capitán a lo que el contrario asintió en concentración—. Hay una guardería infantil al sur, así que será mejor mantener las cosas lo más alejadas posible de ahí.
—Así será —aseguró el hombre levantándose de su asiento—. Estaré atento a cualquier cambio.
Introdujo sus manos enguantadas al interior de la chaqueta que llevaba puesta y, después de sólo dirigir una mirada seca en dirección a Sam y Felisha, se retiró en total silencio.
—¿Terminaste? —preguntó el pelinegro, haciendo un leve gesto hacia la comida de la castaña.
Fel observó su plato casi lleno e hizo una mueca. No tenía hambre y el olor a esa carne asada le provocaba náuseas. Suspiró pesadamente y llevó su mirada hacia el supermercado por milésima vez desde que se sentó en la cafetería.
—Pediré que empaquen esto para llevar.
—Quita esa cara, Capitán Falcon. No soy tu responsabilidad.
La sonrisa en su rostro era imposible de siquiera intentar ocultar. Se sentía mucho mejor ahora que por fin había tomado y que tenía para el resto del día. Aunque la expresión de Sam no demostraba sentirse cómodo con su estado, Felisha estaba convencida de que él reconocería a un adicto con facilidad, especialmente uno que no se molestaba en ocultarlo.
Además, ni siquiera Felisha misma quería tener que tratar con su 'yo' sobrio.
—No es por eso... tal vez debamos considerar en el acuerdo un espacio para que tú...
—Woah, para tu vuelo, guapo. —Dejó de caminar para enfrentarlo, provocando que él también detuviera sus pasos y soltara un suspiro—. Nada de interacciones que no tengan que ver con el actual problema, no tenemos tiempo ni yo las ganas para eso.
Tal vez lo último era una mentira, una que se encargaría de ignorar. El mundo era mejor borroso y carente de sentido. De cierta manera, lo último era una cruda verdad.
Él la observó en silencio, sopesando las limitadas opciones que tenían por el momento. Nada de lo sucedido tenía lógica alguna para él y la presencia de Felisha en medio de todo eso cruzaba sus cables y pistas aún más. Se consideraba un hombre paciente, pero no ignorante. Reconocía que lo dicho por ella era lógico; no había tiempo. Y ese era un pequeño precio por el que estaba medianamente dispuesto a pagar.
—Tienes razón, pero aún así siento que eso no es lo correcto.
—Lo correcto es relativo.
Felisha chasqueó los dedos para después hacerse a un lado y retomar el camino. Dio un largo trago al nuevo termo que poseía y soltó un suspiro satisfactorio en cuanto el ardor del licor se asentó en su estómago. Eso era lo conocido y con lo que sabía lidiar, la forma perfecta de torear sus crecientes miedos. Mily podría estar retorciéndose en su tumba, pero nadie podía negar que estaba cumpliendo con su promesa.
Mantener secretos era más sencillo cuando una de las personas implicadas estaba muerta y la otra, ajena al asunto, tan desaparecida que ni siquiera Felisha misma sabía dónde estaba.
El resto del camino fue en silencio y no tardaron en llegar una vez más al bar, a pesar de que la fémina cojeó gran parte del trayecto hasta que el alcohol inició su efecto. Después de todo, las pastillas recetadas para el dolor y posibles infecciones descansaban completas en el nochero de la habitación de invitados en la que dormía esos días.
La castaña oscura agachó la cabeza y se encargó de ponerse la gorra que Sam le entregó junto a unos lentes oscuros. Tratarían de recolectar más pistas sobre los hombres de la noche pasada mientras esperaban el reporte de Barnes.
Cruzaron la entrada y fueron directo hacia la barra. La sonrisa de Felisha se borró cuando se dio cuenta que Eric no estaba trabajando y una chica de cabellos cortos a la altura de los hombros, de contextura firme y atlética lo reemplazaba. Se movía con agilidad por el lugar, como si pasara todos los días haciendo la misma labor una y otra vez. Tal vez el barman solo tenía turnos en las noches, empero era muy peligroso para ella pasearse en el local luego de la puesta del sol.
Sam y ella compartieron una corta mirada antes de tomar asiento en los taburetes. Aún así, la mujer no se había girado para siquiera verlos o atenderlos. Organizar las botellas de los licores en los estantes parecía más importante que cualquier cosa. Tal vez no tenía nada más en qué preocuparse, dado que el lugar se encontraba casi desierto por completo, un gran contraste con la última vez que estuvieron allí. Hasta el piso estaba limpio de cualquier rastro de comida o bebida que lo hiciera pegajoso. Casi cedió al impulso de regar un poco de su whiskey sobre el cemento pintado de terracota.
—¿Crees que debamos decir algo primero o mejor dejamos que note nuestra existencia? —inquirió acercándose al moreno con el ceño ligeramente fruncido.
Antes de que Sam pudiera contestarle, la mujer se giró de repente y los sobresaltó a los dos. Fel se enderezó en su lugar, aunque no pasó por alto la manera en que el Capitán Falcon pareció reconocerla de inmediato. Su rostro tranquilo se transformó. La expresión del hombre era de clara sorpresa pero también afecto. Tragó saliva y miró hacia otra parte, incómoda por el silencio que se formó en aquel momento.
Pudo sentir cómo los ojos de la fémina la detallaron con intensidad, de modo que no sintió otra salida más que devolverle la mirada al tiempo en que Sam pronunció su nombre. Se le hacía... conocida.
—Alexandra... —soltó el pelinegro, poniéndose de pie—. Ese nuevo corte te hace casi irreconocible.
Tragó saliva con dificultad sintiendo la garganta reseca de repente, al igual que pensamientos rebosantes de pánico atacaron su mente. Miró a Sam y el agarre en su termo se intensificó. Estaba lista para salir corriendo y tirar el plan y acuerdos a la basura. Ahora comprendía por qué se le hizo conocida cuando le pudo echar un segundo vistazo.
Alexandra Pierce, ahora Steiss, no debía formar parte de nada de eso. No debía. Desde que desapareció luego de que el anterior Capitán América irrumpiera en la prisión que supuestamente era de alta seguridad en medio del océano, nadie nunca pudo dar con su paradero, ni siquiera ella. Cuando reapareció en la batalla contra Thanos en Wakanda y luego en la de la sede de los Vengadores, Felisha siguió su rastro de cerca nuevamente, incluso cuando el gobierno se negó a concederle un perdón como sí se lo dieron al Soldado del Invierno. Luego de eso, desapareció y no supo encontrarla.
Pero ahí estaba. Real y viva. De no ser por sus iris verdes, era la perfecta imagen de...
—Creí que se demorarían menos en llegar aquí. Llevo rastreándolos algunos días —contestó acercándose hasta que apoyó sus manos en la barra—. Necesitan ayuda...
—¿Para encontrar los baños? Nos leíste la mente —interrumpió Felisha deslizándose fuera de su asiento, pero antes de que pudiera reaccionar, la botella fue arrebatada de su mano—. ¡Oye!
—Creímos que estabas en Madripoor —intervino Sam acercándose a la castaña oscura. Hizo una indicación para que se quedase allí donde estaba.
En contra de todos sus instintos, permaneció ahí de pie, aunque incapaz de quedarse quieta. Por supuesto que la americana que todavía era considerada una criminal luego de una década, se escondería en la única ciudad-estado que era un refugio diplomático para criminales. Si antes pensaba que su vida era un desastre, se retractaba.
—Y así era, hasta que escuché un nombre que creí haber enterrado en Sokovia.
—¿Cuál? —preguntó Felisha cruzada de brazos. Su corazón martilleaba con fuerza en su pecho.
Alexandra la miró con fijeza.
—Sinclair.
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro