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04





                    —Capitán América Falcon —balbuceó sorprendida.

          Felisha se sostuvo de la barra y se inclinó hacia atrás, paseando su mirada por el lugar, pero el mareo y el cansancio no le permitieron distinguir mayor cosa. El alcohol consumido le hacía sentir la lengua pesada y lenta, cualquier movimiento mínimo dejaba un huracán de borrones en su visión y la herida de su pierna había dejado de ser una molestia de la que fuera consciente en todo momento. No sabía si él estaba solo. Ni siquiera quería pensar que había dejado un mapa del tesoro con su sangre hasta ese lugar, pero no le quedaba de otra más que suponer que así fue.

          —Solo Capitán América —cedió Sam Wilson, inclinando la cabeza hacia ella a forma de saludo, aunque pronto volvió a tomar distancia y Fel contuvo la carcajada.

          «Así que hasta el olor es donde un héroe dibuja la línea» pensó con diversión. Se volvió a inclinar y encorvar hacia la barra y su mano derecha acarició el borde del vaso vacío. Esperaba que Eric no olvidara volver a llenarlo.

          —¿Todavía usas las alas esas con el escudo? —inquirió a medias.

          —Sí...

          —¡Exactamente mi punto! —exclamó como si aquello fuese lo más obvio. Al momento regresó Eric con la cerveza fría y la dejó en frente de Sam. Si Felisha no se sintiera tan mareada como seguramente estaba, juraría que vio las manos de su nuevo amigo temblar ligeramente—. No te veas tan estrellado, Eric —dijo con una pequeña risilla que terminó siendo un hipo—, no trajo el escudo con él.

          —¿Se le ofrece algo más, señor? —preguntó el barman, luego de haberle dirigido una corta mirada de reojo que Felisha apenas tomó en cuenta.

          —Eso es todo, gracias —concluyó sacando su billetera para pagar de una vez por la bebida.

          La castaña por un momento se preguntó si siempre sería así de educado. Parecía ser genuino, aunque de seguro eso era lo que su reputación exigía, al ser una figura de esperanza en la nueva etapa del mundo. Apoyó el codo sobre la barra para recortar su mejilla sobre la mano y los observó a ambos en silencio. Ya no se sentía tan animada en tener que lavar los trastes de Billy, menos cuando sentía que en cualquier momento caería dormida. ¿Su cuerpo siempre estuvo así de pesado? Tal vez podría recordarlo si no hubiese sido por el ardor de la herida que no le dejó fijarse en nada más hasta hace unos minutos.

          Decidió descansar los ojos un momento mientras Eric terminaba de babear ante el Capitán.

          —... tu trabajo, Sabrina.

          —¿Qué? ¿Qué pasó? —inquirió a medias y tratando de volver a abrir los ojos, pero no se esforzó lo suficiente. Quizás ellos no se darían cuenta que los tenía cerrados si les contestaba con normalidad.

          —No, su nombre es Mily —escuchó que intervino el barman, el tono de voz mezclado con confusión.

          —Estoy bastante seguro de que sé leer, y su nombre es Sabrina —insistió el Capitán.

          La expresión de Sam dejó de ser tan relajada como momentos antes y su postura cambió por completo. Giró su cuerpo hacia el de la mujer, solo para darse cuenta que se estaba quedando dormida ahí sentada. Se debatió entre removerla o simplemente hacerle una señal a su acompañante, pero al final se encontró a sí mismo estirando su brazo hacia el hombro ajeno.

          —Ese es uno de los tantos nombres por los que respondo —aclaró ella de repente, provocando el que Capitán alejara su mano de golpe y ladeara la cabeza con una mueca de consternación.

          Quizás ella no escuchó lo que dijeron antes cuando por poco pierde la conciencia, empero eso no le impidió saber que Sam Wilson había llegado hasta su lado por respuestas. Lo sucedido en su anterior trabajo saldría en primera plana en el periódico de mañana y los noticieros apuntaban sus cámaras hacia el local destruido. El solo hecho de siquiera recordar a Kelsey la ponía de mal humor y el estómago se le revolvía, su interior exigiendo otro vaso de whiskey. Ser egoísta era una de las tantas nuevas falencias que decidió adquirir con los años, aunque eso aumentase su disgusto hacia sí misma.

          —Lamento mucho lo que sucedió en tu trabajo y lo de tu compañera, Sab-Mily... —repitió Sam Wilson, con el mismo tono paciente y amable.

          Felisha abrió los ojos y los clavó con fijeza sobre los oscuros del capitán. Su expresión era cansada, de eso estaba segura. Sus orbes estaban enrojecidos y su piel seguramente brillaba con un poco de sudor, pero eso no le impidió sentir el escozor de lágrimas acumuladas ni el nudo en la garganta. El sonido del cristal, madera y cerámica estallando se coló en sus recuerdos, sin embargo, antes que la fatídica memoria de ese día se materializara en gotas saladas resbalando por sus mejillas, restregó sus ojos e inhaló profundo, ignorando por completo la expresión suavizada y empática que adornó los rasgos de Sam.

          —Supongo que cualquier local tiene su basura escondida, sin ofender —aclaró dirigiéndole una rápida mirada al barman, solo para darse cuenta que se había alejado a atender otros clientes—. Oh, bueno... sabes a lo que me refiero, las deudas son peligrosas.

          —Tendría sentido si el negocio hubiese sido en verdad el blanco.

          Aquello la heló y, a pesar de que intentó no verse afectada por ello, sus reacciones, palabras y acciones eran ralentizadas por el licor ingerido sin descanso desde la mañana. La bilis subió demasiado pronto por su garganta y el calor la comenzó a sofocar. Perdió el enfoque de la conversación por unos segundos, lo que hizo que no pudiera contestar de inmediato. Lo más seguro es que hubiese tenido un nuevo tiempo récord en el que aguantaba más tiempo con pensamientos que fueran más controlados y lógicos, pero Felisha logró ser lo suficientemente consciente de que la caída que tantos años había querido evitar había empezado.

          Algunos secretos tendrían que permanecer enterrados si no quería sentirse despellejada viva y dejada a la misericordia de quien decidiera confiar. La realización de eso despertó su instinto de huida. No obstante, incluso en ese estado, sabía que no llegaría muy lejos.

          —Voy a vomitar —balbuceó estirando una mano a ciegas hacia una botella cercana al otro lado de la barra. No le importaba qué era, solo deseaba seguir ahogándose, pero su estado apacible fue reemplazado pronto, porque en definitiva se molestó cuando la bebida fue arrebatada de su alcance.

          —Creo que es suficiente —dijo el capitán llevándose el licor hacia su izquierda.

          —¿Cómo es que dicen? ¿Una vez al año no hace daño? Además, no creo que quieras saber lo que le sucedió a la última persona que intentó impedir que bebiera.

          «Murió... Kelsey hizo eso y murió...»

          «Cállate. No es como si hubiera apuntado el rifle hacia ella y disparado.»

          «Eso no la deja menos muerta, ¿o sí»

          Si todavía podía mantener conversaciones mentales consigo misma, en definitiva no estaba lo suficientemente borracha.

          —Me arriesgaré.

          Felisha volvió a mirarlo a los ojos, con una súplica silenciosa que Sam comprendió a la perfección. Aún así, no acercó la botella hacia ella, incluso cuando comprendió que en el estado en el que se encontraba la fémina, las posibilidades de ser atacado de manera física subían a medida que pasaban los segundos. Necesitaba respuestas, pero también pensaba conservar la paciencia y entenderla. Si el tiempo gastado en ese bar lograba ser fructífero, él estaba casi seguro que Sabrina... Mily, quienquiera que fuera ella, estaba más envuelta en lo sucedido de lo que trataba —y fallaba— evitar demostrar.

          Fuera costumbre, habilidad, reconocimiento u otra cosa, Sam reconocía esa expresión en cualquier persona. La culpa que la castaña cargaba sería el primer obstáculo que le ayudaría a superar si eso significaba sinceridad por parte de ella.

          —Es mejor que no —determinó rendida y se bajó del taburete, pero por poco pierde el equilibrio por el corrientazo de dolor que la recorrió por completo.

          —¿Estás bien? —preguntó el moreno girándose hacia ella.

          —Siempre.

          Pero su cuerpo contradijo sus palabras totalmente cuando, en medio del mareo, calor y agitación, logró ver el piso mucho más cerca de lo deseado. Ni siquiera sintió el golpe, aunque sí escuchó las exclamaciones de los presentes más cercanos. Se sentía tan mal que no tuvo la energía suficiente para cubrirse el rostro de la vergüenza, pese a que no se sentía capaz de siquiera mover los brazos.

          Su mejilla derecha quedó en el suelo pegajoso, su cabello quedó regado también. No pasaron muchos segundos cuando unos zapatos oscuros aparecieron en su campo de visión. No pudo alzar la cabeza ni reconocer la voz cuando el desconocido habló.

          —Creí que dijiste que era alguien decente.

          —Lo es. O al menos lo era la semana pasada. Tenemos que llevarla a un lugar seguro y esperar a que se le pase la borrachera.

          —Está herida, tenemos que llevarla al hospital —contestó el extraño moviéndose, por lo que Felisha dejó de ver su calzado.

          —Hospital, no —trató de sonar convincente y quizás dar una orden, pero en esa posición, incapaz de moverse, fue imposible.

          —Hospital, sí —escuchó que el Capitán le contradecía.

          Para cuando quiso arrastrarse lejos del dúo, las fuerzas la abandonaron por completo y Felisha se dejó arrastrar por las olas de la inconsciencia.



          Lo malo de despertarse sobrio era la resaca. Lo que resultaba para ella incluso peor era tener pensamientos claros y recuerdos nítidos, los cuales despertaban en ella ese tipo de sensaciones y emociones que deseaba borrar a toda costa.

          Se pasó la lengua por los labios resecos y la sensación de tener la boca pastosa le disgustó hasta tal punto que se sentó de golpe, siseó con incomodidad por el pinchazo que sintió en el brazo izquierdo y luchó por mantener los ojos abiertos. Un suave pitido comenzó a sonar repetidas veces y llevó la mirada hacia la fuente. Se encontró con una máquina que soltaba información que no se molestó en leer, pero no tardó en entender de qué se trataba. En cuanto bajó la cabeza notó el catéter.

          La confusión e irritación duraron poco cuando la puerta se abrió y una luz intensa blanquecina se encendió. Una enfermera entró a la habitación y no tardó en comenzar a hablar, pero Felisha estaba demasiado concentrada en el hecho de que estaba en un hospital. De todos los lugares a los que podría haber escogido, nunca habría sido un jodido hospital. ¿Acaso no fue clara con su negación de querer ingresar a uno?

          La audacia... las personas deberían respetar los deseos de una mujer hecha y derecha que escogió tomar la siesta en el piso de un bar.

          —¿Ya me puedo ir? —le interrumpió a la enfermera de golpe, quien dejó de hablar lo que fuera que hubiera estado hablando y la miró.

          —El doctor todavía quiere hacer unos últimos exámenes antes —contestó la mujer terminando de ponerse unos guantes de látex.

          —Eso no es lo que yo quiero, me quiero ir —insistió observando cómo le retiró la aguja del brazo e hizo presión sobre el punto con un pedazo de algodón. Tragó saliva, procurando que eso no le trajera otros recuerdos que tanto le gustaba fingir que no existían.

          —Doble el brazo, señorita —le ordenó y a la castaña oscura no le quedó de otra más que hacerlo.

          En cuanto la enfermera fue a por su brazo derecho, Felisha lo recogió de repente y la miró con ojos acusadores. La mayor soltó un suspiro e insistió en que la castaña oscura estirase su brazo para volver a canalizarla, pero Fel se resistió con terquedad.

          —Solo quiero ir al baño antes —pidió y, sin siquiera esperar por alguna respuesta, se apuró a retirar la sábana de cubría sus piernas.

          La enfermera resopló y salió del cuarto, no sin antes avisarle que traería al doctor y sería canalizada con su ayuda. Si aquella no era una amenaza de muerte, entonces Felisha ya no sabría cuál sería.

          Se pasó la mano por la cara y luego descartó al suelo el algodón manchado con un pequeño punto de sangre. Observó la venda que cubría su pierna para luego balancear las dos por el borde de la cama y ponerse en pie. El dolor no fue tan severo como creyó en un principio, seguramente por los medicamentos, aunque prefirió no confiarse y se sostuvo de toda superficie que encontró en su trayecto al baño.

          Una vez abrió la puerta, tuvo que prender la luz. La imagen inmediata que le devolvió la mirada a través del espejo era una lamentable, pero claramente más limpia. La bata que llevaba tenía un largo hasta por debajo de las rodillas y la ropa interior dispareja que tenía sobre salía incluso por debajo de la tela. Su mejilla no estaba hinchada, pero el color rojizo fue indicador suficiente. El cabello lo llevaba suelto y enmarañado, pero había visto días peores, por lo que solo se limitó a lavarse la boca y la cara.

          En cuanto salió de nuevo hacia la habitación, Felisha tuvo que retroceder y sostenerse de la pared cuando dos figuras que antes no habían estado sentadas en las dos sillas, la sorprendieron. Ella estaba menos que presentable y ellos eran unos desconocidos. A medias, pero desconocidos al fin y al cabo.

          —Vaya.... Ni siquiera yo fui así de acosadora con mis crushes —exhaló clavando su mirada en el moreno—. Y eso es mucho decir, considerando que husmear en la privacidad de las personas es mi...

          —¿Estilo? —se aventuró a sugerir el ojiazul, cuya expresión denotaba que deseaba estar en cualquier otro lugar menos ahí. Felisha esta vez sí recordó su voz. Era el tipo de los zapatos oscuros y, al bajar la mirada a su calzado, lo pudo corroborar.

          —El historial de búsquedas por internet de alguien dice mucho —se excusó encogiéndose de hombros—. Esas apps de citas están sobrevaloradas.

          —Supongo que tu habilidad para husmear digitalmente explicaría la razón por la que al parecer no existes —presionó Sam levantándose de la silla.

          Felisha deseó poder fusionarse con la pared en ese instante, y aquellos deseos fueron en aumento cuando vio al pelinegro acercarse a ella. No sabía qué esperar de él, por lo que decidió agachar la mirada como niña regañada. En cuanto los segundos siguieron pasando y no hubo ninguna otra recriminación, alzó la cabeza solo para encontrar al capitán sosteniendo una bolsa.

          —Es algo de ropa —comenzó a explicar apenas distinguió la confusión en el rostro femenino. Desvió la mirada en aras de regalarle algo de privacidad, empero a ella poco le afectó—, no sabíamos qué preferías, así que buscamos algo neutro, dado que tu uniforme...

          —Lo tiramos a la basura —completó el acompañante del capitán, ganándose una mirada molesta por parte de ella. Él la ignoró con naturalidad mirando con enojo las persianas de la ventana.

          —¿Siempre es así? –inquirió recibiendo las prendas y haciendo un gesto hacia el hombre de ojos azules y chaqueta de cuero.

          Sam giró la cabeza para ver al soldado de reojo y luego la regresó a Felisha.

          —Tiene buenas intenciones, y... ya te acostumbrarás.

          Fel pasó la lengua por sus labios, volviendo a sentirlos resecos de repente y abrazó el plástico con la ropa hacia su pecho. Intensificó el agarre una vez sintió sus manos temblar de manera involuntaria. Se preguntó cuánto tiempo habrá pasado inconsciente, aunque si el dolor de cabeza y el temblor eran indicadores suficientes, Felisha casi aseguraba que más de veinte horas habían transcurrido. Detestaba todo lo que implicaba estar sobria.

          —Bueno, espero que su gesto de caridad les haga sentir bien el resto del mes —se despidió volviéndose a girar tan solo un poco hacia la entrada del baño.

          —No ha sido caridad, Felisha —la detuvo el capitán, pronunciando su verdadero nombre por primera vez desde que se conocieron.

          Ella se quedó congelada en su lugar. No les había dado la espalda por completo, dado que ella sabía que la bata estaba abierta por detrás, y aquello permitió que pudieran ver su rostro afligido. Deseó poder tener su termo consigo para tomar whiskey barato a temperatura ambiente. Terrible, pero efectivo. Se mordió la lengua en un inútil intento por distraerse y quizás ganarse un poco de tiempo antes de tener que contestar.

          —Quién les dijo eso —exigió con un tono de voz parejo.

          Sam y el ojiazul compartieron una mirada rápida entre sí. Cuando el moreno regresó su atención a ella, el otro hombre se dirigió a la puerta de la habitación para salir al pasillo.

          —No estábamos seguros que ese sería tu nombre —confesó—, pero tuvimos que considerarlo cuando más personas llegaron al bar preguntando por ti mientras sostenían una vieja fotografía tuya.

          A modo de respuesta, su cuerpo se tensó por completo. Aquello no pasó desapercibido para el contrario.

          —Esas son personas peligrosas —advirtió en un murmullo, pero gracias al silencio del lugar, Sam la escuchó a la perfección.

          —Hemos lidiado con cosas peores.

          Eso fue todo lo que temía y quería escuchar. La contradicción en su interior tan clara como sus ganas de reír y fingir demencia. El pasado había venido pidiendo sangre y a cobrar cuentas en la forma de un pago que ella literalmente robó frente a sus narices, aquella noche hace muchos años atrás. Felisha no tenía adónde correr, ir y esconderse por el resto de su existencia. Mientras Sabrina estuviera viva, estaría en peligro. Mientras ella viviera, Sabrina estaría en peligro.

          Cuando sus orbes chocaron con los ajenos y algo muy parecido a la confianza pareció calmar su respiración, fue cuando tomó la decisión.

          ¿Qué era lo que hacía de una persona un héroe? Dándole alguien a quien salvar.




Y así es como termina la primera parte de esta historia (:

¿Qué tal les ha parecido hasta ahora?
Parece que Felisha guarda muchas cosas (por si no se había notado ahre)

Lamento la demora, pero creo que gasté mi magia los años anteriores cuando actualizaba semanalmente xdd Quien sepa cómo recuperarla, que me mande un mensaje. Aquellos eran buenos tiempos...

¡Feliz lectura!




a-andromeda

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