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01




                    Muchas veces Felisha se preguntaba si su 'yo' del pasado huiría de su 'yo' del presente. Quizás si hubiese previsto el tipo de persona en la que se convertiría podría dar algunas opciones, pero la realidad y verdad del asunto era desconocida para ella en su totalidad. Y ni siquiera era completamente su culpa. Jamás tendría la oportunidad de saber qué habría hecho o cambiado. De haber tenido la posibilidad de predecir sus numerosos errores o escasas victorias... no, para nada. Ella era inteligente, pero no un genio. Seguía siendo humana y su habilidad para arruinar las cosas sobrepasaba el promedio.

          Así que era verdad que nadie podía escapar de su pasado por completo, especialmente si trataba de hacerlo con malos hábitos y una que otra conducta poco recomendable. Pero como se dijo antes: no era su culpa; no del todo. A ella le gustaba ponerla en algo o alguien más, dependiendo del momento y su humor. Le era suficiente con que el pasado todavía no llegase a morderle el trasero, pidiendo cuadrar cuentas que ella sabía no podría nunca remediar.

          Eventualmente, había llegado a una conclusión, resaltando que fue la más básica de todas, y no lo pensaba solo porque había dejado de existir durante cinco años. Era una situación que llevaba sobre sus hombros desde hace poco menos de una década, pero como el universo se había encargado de cagarle la existencia en cada posible oportunidad, aquella situación se había convertido en la primera ficha que movió su existencia a un efecto dominó. El golpe, el arrastre, lo efímero y súbito, todo aquello que componía tal caída, una interminable, era una de la que no podría salvarla nadie, ni siquiera ella misma aunque lo intentara.

          Aunque tampoco es como si se hubiese esforzado más allá por cambiar aquel fatídico destino. Tal vez eso se debía a la pereza y a la facilidad que el anonimato actual le regalaba. Pero más pereza y conformidad que otra cosa.

          Si fuera otro momento, Felisha podría haber intentado siquiera convencerse a sí misma que miles de millones de personas más estaban pasando por un mal día o año. Justo como ella. De manera que creía que podía sacar la excusa perfecta para tener una actitud de mierda hacia cualquier persona que tuviera las agallas de siquiera acercarse a hablarle. No obstante, el problema de no poder cumplir con eso comenzaba y terminaba en que había decidido tener un empleo en un cómodo y pequeño café en la zona más concurrida de la ciudad.

          Y por si aquello no fuera suficiente, el lugar tenía un constante flujo de clientes.

          En verdad no le quedaba de otra más que tragarse sus groserías a como diera lugar, domar su expresión de culo y sonreír con hipocresía para ganar mejor propina y no la miseria que se encargaban de dejar algunos adolescentes. Ya después se encargaría de vaciarla en el bar más cercano en el que se encontrase luego de su turno en el trabajo. Pero para eso en verdad necesitaba una buena propina y el día de hoy estaba siendo bastante decepcionante.

          —Puedes quedarte con el recibo, ¡gracias! —dijo la joven recogiendo su pedido del mostrador y dando media vuelta para salir del café. La mano de Felisha se quedó estirada al frente con el papelito entre los dedos.

          —Bien, lo voy a agregar a mi jodida colección de recibos. Qué generosa —rezongó con ironía entre dientes al tiempo que arrugó el material y lo tiró a la caneca, la cual se encontraba a su derecha.

          Reintegrarse a la sociedad era complejo luego de cinco largos años —que en realidad se sentían como tres segundos o, en el caso más cotidiano, una siesta inicial de quince minutos que se convirtió en una de cinco horas y despertó en un universo totalmente diferente—. 'Lanzarse de nuevo al mundo' resultaba incluso más complicado cuando ni siquiera podía hacerlo por completo. Además, las personas en verdad querían que ella rozara su límite diario de paciencia, la cual era casi nula.

          » Juro que si alguien más me deja con su estúpido recibo, como si fuera su más grande muestra de generosidad, me molestaré tanto que se lo meteré por la... —Sus palabras quedaron en el aire al segundo en el que escuchó que alguien carraspeó.

          Tensó sus hombros y giró su rostro con lentitud hacia su izquierda. Sus ojos oscuros se detuvieron en la persona que se encontraba al otro lado del mostrador, donde estaba su puesto en caja.

          La neoyorquina no era alguien que se arrepintiera muy fácilmente de sus palabras o acciones, algo que le tomó años de experiencia e incluso aceptación, pero eso no quería decir que estuviera por encima de sentir vergüenza. Estaba casi segura del todo que no era bueno decir esas cosas frente a un desconocido, mucho menos si tal persona no resultaba siendo cualquiera sino Capitán América. Alto, cuerpo trabajado, piel morena junto a una cuidada barba y ojos cafés claramente demasiado amables y amistosos.

          Un momento. Esos en definitiva tenían que ser los brazos de América.

          Sí, ya le quedó claro que esos sonidos constantes y molestos eran los latidos de su corazón retumbando en sus oídos.

          —¿Es autoservicio, o...? —El hombre hizo un gesto alrededor y la castaña oscura parpadeó confundida, cayendo en cuenta que se había quedado paralizada más tiempo del que debió permitirse.

          —Oh. No, ojalá —contestó ella con un gesto de su mano derecha que hizo sonreír al pelinegro. Se puso justo detrás de la caja y fingió no notar lo atractivo que le parecía. Pero nadie podía culparla. No todos los días un héroe se presentaba en la tienda —. ¿Qué deseas?

          —Café, negro —dijo él sacando su billetera —. Y me quedaré con el recibo —completó con una media sonrisa ladeada que terminó siendo demasiado para una apenada, pero no arrepentida, Felisha.

          Los dedos de la fémina dejaron de presionar los botones del aparato y apretó los labios. Cerró los ojos por un segundo, mordiéndose parte del labio superior lo suficientemente fuerte como para que le doliera. En ese instante se preguntó si era demasiado tarde para pedirle a Dios, o a lo que fuera que existiera, enviar algún tipo de desgracia o tal vez un francotirador en su camino. De esa forma podría ser una víctima y no un desastre andante de vergüenza. El nuevo hijo favorito de América debía estar decepcionado.

          —Lamento... eso —se disculpó arrugando la nariz y tomando su pedido, haciendo el menor contacto visual posible.

          No lamentaba su elección de palabras para expresar algo que le molestaba, pero por una parte sí lo hacía cuando justo el hombre que se hacía llamar Sam Wilson estuvo presente para escucharlas. Ella era consciente de que no había susurrado.

          —No hay problema. —Se encogió de hombros y apoyó su antebrazo izquierdo sobre el mostrador. Se le veía relajado y casual, algo que ayudó a los crecientes nervios de la trabajadora, quien evitó observar su bíceps y concentrarse en la tarea actual —. No quisiera ser acusado de ser demasiado generoso.

          Felisha en verdad estuvo a punto de decir algún comentario al respecto, pero estando sobria conocía los límites. Solo asintió en silencio y le dio el cambio para después girarse a preparar el pedido.

          No podía estar segura —de hecho habría sido demasiado engreído de su parte siquiera considerarlo—, pero creía que el pelinegro lucía entretenido observándola. Error. Aquella sensación no hizo nada más que hacerla demasiado torpe en sus acciones, mucho más que de costumbre. Sus ojos fueron a parar en el termo cerrado que guardaba cerca y tragó saliva antes de desviar sus orbes. Dudaba que los clientes pudieran apreciar el olor a whiskey en el aliento de la persona que los atendía.

          Paciencia, paciencia, paciencia.

          Miró el reloj que llevaba en una de sus muñecas y quiso gritar de frustración. ¿Desde cuándo el tiempo era tan lento? ¡Desapareció cinco años sin siquiera notarlos! ¿Por qué las jornadas laborales tenían que ser tan dolorosamente lentas?

          En cuanto se giró para dejar el café listo en el mesón de granito oscuro, tapado y con servilletas que con orgullo llevan el logo del local, se dio cuenta que el hombre tenía su atención puesta en su celular. Tenía el ceño fruncido y lucía bastante concentrado en él. Ella misma aclaró su garganta, llamando su atención. Respetó la privacidad del hombre, a pesar de que ganas no le faltaban de querer estirar el cuello a chismosear.

          —Gracias. —Otra sonrisa fue regalada en su dirección y la castaña pudo sentir el momento exacto en el que sus mejillas tomaron un color rosado. Cuántos años tenía, ¿quince?

          —De nada. Y no te olvides de tu recibo —puntualizó arrancado el papelito de la caja y arrastrándolo sobre la fría y lisa superficie hacia él.

          —Ni siquiera lo soñaría. —Sam asintió guardando su celular y yendo a tomar el café.

          —¡Espera! —Lo detuvo antes de que se lo llevara a la boca, ganándose una mirada confundida de su parte —. ¿No deberías tener a alguien que lo pruebe primero por ti o algo? ¿Qué tal que esté envenenado?

          —No está envenenado —detalló como si fuera lo más obvio del momento —. Además, ¿por qué alguien haría eso? ¿Por qué lo harías tú? —preguntó parpadeando confundido.

          —No lo sé, es la primera vez que preparo café a un superhéroe. Entré en pánico —se excusó torpemente, encogiéndose en su sitio.

          Antes de que el moreno pudiera decir algo más al respecto, un tercero irrumpió.

          —Sabrina, te llaman al teléfono. —La mujer de mayor edad asomó su cabeza por la puerta de su oficina —. Kelsey tomará tu lugar mientras tanto.

          Primero frunció el ceño en confusión mientras procesó las palabras escuchadas, empero luego una luz se encendió en su cabeza. Verdad que ese era su nombre en el empleo actual.

          Apretó los labios queriendo contener la mueca. No había sido creativa al escoger un nombre diferente al propio y fue justo el primero que se le ocurrió. No obstante, resultaba siendo mil veces mejor de esa manera.

          Le ofreció una última sonrisa al Capitán —quien no dudó en corresponder, alzando su café con un gesto gracioso— antes de girarse hacia la gerente de la tienda, asintiendo en su dirección. Tomó su solitario termo y dejó que su compañera tomase su sitio, para atender a los otros clientes que no habían dejado de ingresar al local.

          Caminó detrás de Carla, quien la condujo hasta el teléfono de pared colgado al interior de su cómoda oficina. La mujer le ofreció una pequeña sonrisa antes de dejarla a solas en el lugar. Felisha se removió, pasando su peso corporal de un pie al otro con inquietud. Destapó el recipiente que llevaba y le dio un largo trago a la bebida, agradecida con el ardor que pasó por su garganta y se asentó en su estómago vacío. Luego tomaría un café negro para ocultar el olor.

          Alzó el auricular y se lo llevó a la oreja.

          —¿Quién es?

          —La encontré.

          Las buenas noticias tendrían que haber llegado tarde o temprano. Aunque el tiempo nunca habría sido suficiente para haberla preparado ante tal respuesta.

          —Me estás jodiendo, ¿verdad? —Se pasó una mano por el cuello y lo movilizó. Ya podía sentir la tensión comenzar a acumularse en esa zona.

          —¿Por qué lo haría? Me pagaste para investigarlo. Además, no somos desconocidos.

          —Solo porque tuvimos sexo no nos hace conocidos —refunfuñó entre dientes, apoyando la cadera sobre la pared. Se cruzó de brazos y volvió a tomar la bebida alcohólica de su termo —. ¿Cuál es la dirección?

          —La misma de hace cinco años.

          —Ahora sí que me estás jodiendo —discutió poniéndose de mal humor. Odió la respuesta.

          —Ya te dije que no —se quejó y la fémina pudo escuchar el resoplido al otro lado de la línea —. Quieres la dirección, sí o no.

          —Mándame un mensaje de texto.

          —Ni siquiera tienes celular.

          —Eso no importa, tengo mis maneras. —Le quitó importancia con un gesto de hombros, a pesar de que no era vista por la otra persona —. Cuando te llegue mi mensaje, sabrás a qué número enviar la ubicación.

          —Y... ¿hay alguna manera de que nos volvamos a ver?

          —Ajá.

          —¿Quieres que solo mande la dirección en el mensaje o algo más? —inquirió con voz sugestiva.

          Felisha torció los ojos y negó con la cabeza. No entendía de dónde venía todo eso. Ella apenas podía recordar que había amanecido en la casa de una persona desconocida. Simplemente había deducido que habían tenido relaciones por la falta de ropa, pero dudaba que hubiera sido memorable. Ni su 'yo' más borracho podría olvidar un buen polvo.

          —Solo la dirección, no te molestes.

          —¿Segura?insistió.

          —Mira: fue genial. No me llames, yo te llamo. Blah, blah, blah. Adiós.

          Sin esperar respuesta del otro lado, colgó el teléfono.






¿Me creen si les digo que este primer capítulo ha sido el más corto que he escrito en MESES? Es que en verdad estoy sorprendida jajajaj Espero que los demás no se alarguen con el tiempo, pero conociéndome: sí.

¿Qué les ha parecido?
Hemos introducido a la loquita de nuestra protagonista y ha tenido su primer encuentro (no tan al azar como parece) con Sam *-*
Además, si pusieron atención en la parte de personajes, se darán cuenta que no está usando cualquier nombre falso :o

Espero que les haya gustado. No olviden dejar sus maravillosos votos y/o comentarios (: Me encanta leerles y contestarles.

¡Feliz lectura!






a-andromeda

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