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1. Inicio.

AGOSTO

La oscuridad la invadió una vez más cuando ella menos la creyó capaz de soportar. Atormentada y herida, Molly Davies se puso de pie llena de barro. Los ecos de murmullos de batallas perdidas y acabadas la perseguían alentándola al final de esa guerra. Esa batalla perdida, esa guerra por ganar. Sus pies descalzos una vez más, llenos de lastimaduras y vidrios incrustados. La sangre malgastada de la salvadora de Farewell, esa sangre que no debía desperdiciar pero había sido esparcida por todo Farewell, dejando las piezas de su corazón junto a ellas. Molly lo había dado todo por Farewell una vez más y, a pesar de eso, aun temía por su vida. Morir era inseguro, un incógnito en su mente. No sabría qué pasaría al día siguiente y eso atormentaba tanto como los sueños.

Las paredes se abrían y se cerraban, los muros crecían de una manera fuera de la realidad, pero ella aún seguía moviéndose entre la oscuridad y el frío. Apoyando sus manos en las inseguras paredes, corrió hasta que consiguió ver luz en el exterior. No tenía miedo a lo que sucediera. Lo había perdido todo desde el día que abrió los ojos a la realidad. Había nacido para servirles, para morir por ellos. Había cometido errores como humano que lamentablemente era, pero ahora no iba a cometerlos nunca más. Para eso estaban los errores: para cometerlos una vez y aprender de ellos.

Molly había aprendido de ellos. Se había enamorado de la persona equivocada, aquel que la miraba con ojos llenos de tristeza, pero en cada ocasión lograba lastimarla. Con palabras, con filos y con todo lo que pudiera y encontrara en sus manos. Había dejado morir a su mejor amiga, a la mujer que había curado tantas heridas que había podido y Molly le había devuelto el favor con la muerte. Le había quitado la vida. Si bien no era ella quien disparó el arma que acabó con Lisa, si fue ella la razón. La novia, casi esposa, de Went Morton le disparó para que sufriera lo que era perder a las personas que amaba. Y Molly lo sintió. Aun lo sentía.

Lo sintió cuando escuchó su nombre en medio de la oscuridad.

Cerró sus ojos sintiendo el pequeño escalofrío por su cuerpo, comenzando por su espina dorsal hasta terminar en la punta de sus dedos. El miedo era su compañero de lucha y si bien había crecido aún era una niña miedosa que no conocía el mundo en su totalidad. Alguien la llamaba y Molly temía.

Su cabello fue lo primero que reconoció en las penumbras. Rubio y platinado. Parecido al sol que no había conocido. Al reflejo de unos ojos que conoció en algún momento. Luego, pudo ver su rostro. Aquel rostro amigable y amoroso. Sus ojos la miraron con la ternura que sólo ella podía expresar y la imaginó levantando sus brazos esperando que el abrazo las uniera. Quería envolverla con sus brazos hasta sentir su cuerpo real. Añoraba sus dedos aferrando su cuerpo delgado, sintiendo cada pequeña parte del abrazo de dos personas que se necesitaban. Sin embargo, sólo necesitó ver su rostro para comprender que el abrazo era un sueño bastante lejano.

Ella la miraba llena de odio. Sus ojos claros, antes bañados de amor y cariño, ahora flameaban de odio. Alzaban una bandera y hacha de guerra frente a ellas. Molly pasó saliva lentamente, dispuesta a enfrentarse a su némesis. A la derrota que merecía. Porque lo comprendió: Lisa estaba ahí por revancha. Por su culpa ella no estaba con vida. Por su culpa moría llena de gusanos, en la tierra, pudriéndose lentamente. Mientras Molly dormía con el hombre que ella amó alguna vez. Eso eran las amigas.

—Me mataste —susurró la voz de Lisa, quebrada, pero real. Ella lucía real frente a Molly. Con sus ojos clavados, bañados de horror. Molly no comentó nada, simplemente se mantuvo firme sintiendo las lágrimas cayendo por sus mejillas con hoyuelos—. Molly Davies —la llamó. La visión cambió frente a sus ojos, pudo comprobar que Lisa ya no llevaba la bata blanca sino que ahora aquella bata estaba empapada de aquel rojo que Molly conocía. Sangre. Su mejor amiga bañada de su propia sangre—. Acabaste con mi vida.

—No... —se atrevió Molly a negarse rápidamente, asustada y horrorizada por las palabras con las que era juzgada. Se atrevió a negar, aun incluso cuando sabía la verdad. Por supuesto que la había matado, había acabado con la vida de Lisa y eso no solo lo sabía ella, sino todos en el cuartel. La miraban en silencio, sin culparla, pero sus ojos no decían lo mismo. La juzgaban en silencio, fríos como el hielo. No necesitaba escucharlos, con solo mirarlos sabía de qué hablaban sus miradas. Por increíble que fuera—. Lo siento.

—Tus palabras no sirven ya. Míranos... —señaló hacia atrás, haciendo que Molly se girara y se enfrente cara a cara con Black. No necesitaba un diccionario para saber que el hombre le gritaba en silencio lo que Lisa le decía con sus frías y heladas palabras. Bañado en sangre como Lisa, Black la miraba sin sentimientos. Como él siempre había sido. Pero al mirar sus ojos, podía ver a Blood. A aquella chica que consideraba su amiga, gritarle en silencio que había perdido. Molly había asesinado a su hermano. Le había disparado sin mirar hacia atrás. Le había quitado la vida sin piedad, sin compasión.

—Ni siquiera me enterraste —le reprocho Black con su voz helada. Sus ojos dejaban escapar lágrimas infinitas, cargadas de todo tipo de sentimientos que no sabía expresar de otro modo. Aun recordaba a Moritz y a Gabriel diciéndoles que ella no podía llorar. Por supuesto que podía. No podía dejar de llorar, ese era su problema. Su maldito problema.

—Por favor, basta. Lo siento. Yo no quise...

—¿No quisiste que, Molly? —le preguntó Lisa dando un paso hacia delante, enfrentándose a ella con la frialdad de un caballero de hielo—. Nos mataste. Nos quitaste la vida. A Black le disparaste. A mi me dejaste morir.

—No... yo...

—Pobrecita, Molly. —susurró Black detrás de ella mientras Molly se dejaba caer al suelo de rodillas, abrazándose como si pudiera protegerse de aquellos fantasmas que la perseguían incluso en los momentos que se consideraba segura. Necesitaba escapar, necesitaba espantarlos. Necesitaba a Owen con sus brazos para apartarla de sus pesadillas más frescas. Eso se había vuelto Molly, una niña incapaz de espantar sus propios fantasmas.

—¿Estás contenta con lo que has logrado? Nos dejaste morir. Nos quitaste la vida que teníamos, por la que habíamos luchado. Nosotros nunca pedimos morir por ti. Nosotros no queremos ser tus fantasmas tampoco, Molly, pero aquí estamos.

Llevó las manos a sus oídos desesperada por silencio, esperando que las voces se terminaran pero ahí estaban. Aun podía ver los pies de Lisa si abría los ojos, podía sentir a Black en su espalda. No podía contra ellos. Su única solución fue levantarse, ponerse de pie rápidamente y alejarse de ese lugar corriendo.

Corrió. Corrió por su vida dispuesta a alejarse de los demonios que atormentaban su vida. Sus piernas ayudaron, pero no sus pies. De vez en cuando recordaba los cortes que se había producido antes de encontrarse con sus miedos cara a cara. Las paredes volvían a abrirse y cerrarse una y otra vez, a veces dándole una leve oportunidad de pasar. Molly corrió, escuchando sus voces acusadoras como ecos en su mente... y casi juraba que ellos estaban ahí esperando a que se rindiera. Pero no lo hizo.

Por lo menos eso trató.

Su cuerpo chocó contra otro, uno más grande y enorme que ella. Fue tanto el impacto producido por la velocidad a la que iba, que se cayó al suelo sentada. Incapaz de mirar hacia arriba, simplemente observó sus pies. Aunque eso no iba a salvarla. Tenía que enfrentar sus miedos, incluso cuando sabía que esos eran los peores. Levantó la mirada lentamente para encontrarse con Went observándola. Su rostro deformado como si una bala hubiese hecho efecto en su rostro y luego, la sangre. Sus manos llenas de sangre trataron de aferrarse a ella, trataron de tomarla mientras gritaba su nombre. Gritó.

Gritó una y otra vez hasta que finalmente, despertó.



Owen no estaba acostumbrado a dormir con otra persona en la misma cama. Eso había que firmarlo en una larga lista de hechos que creaban su personalidad. No sabía cómo comportarse en una cama con otra persona, si bien ya había tenido encuentros con otras mujeres esto era diferente. Estaba durmiendo al lado de Molly y ella no era una de esas Iluminadas que extrañaban a sus maridos o novios y acudían a él. La chica que dormía plácidamente a su lado era Molly Davies, la chica que siempre le había gustado.

Se tenía que comportar como todo un señor frente a ella, tenía que tratar con todo su organismo, que Molly se sintiera cómoda a su lado. Había logrado finalmente algo con ella y Dios sabía que Owen había esperado lo suficiente por ella como para esperar una eternidad más.

Recostado sin poder dormir entre las sábanas de Molly, pensó en eso. Owen no era idiota. La conocía desde que eran pequeños y si bien no la conocía como joven, sabía que aún estaba enamorada de otra persona. También notaba que sentía por él, veía sus ojos viajar por su cuerpo o perderse en sus labios. Incluso más de una vez él trató de acercarse a ella creyendo que iban a besarse, pero ella fue la que se alejó sin mucho disimulo y luego quiso golpearse la cabeza. Porque si Molly tenía un lio en la cabeza él tenía uno aún peor.

Lisa acababa de morir de la forma más cruda que uno podría imaginar. Molly no hablaba de eso, pero una vez entre llantos le había comentado que Sarah la había asesinado por venganza. Obviamente ella se sentía culpable y lograba que el tema no fuera tocado de ninguna manera. Lisa había sido algo, su novia, su compañera, su amiga. Lo había sido todo, Y, al mismo tiempo, no había sido nada. Así era con ella, todo o nada. En eso le recordaba a Molly ya que con ella era todo o nada. A veces parecían pareja, a veces parecían desconocidos.

Como en ese momento. Estaba en la cama de la chica porque básicamente se lo había rogado esa noche, pero ni siquiera se habían hablado al recostarse. A veces creía que Molly lo usaba, pero luego veía la confusión en sus ojos. No podía culparla, la situación era un asco. Incluso él estaba confundido. Había deseado estar con esa mujer toda la vida y cuando lo lograba ella estaba enamorada de otro y él no dejaba de pensar en alguien muerto. Lisa no estaba, pero su recuerdo lo perseguía.

Eso que estaban haciendo estaba mal. Eso de dormir juntos, comer juntos. Incluso reír estaba mal. Sin embargo, no podían ir hacia atrás, estaban perdidos en aquel lugar. En ese círculo sin salida, en donde giraban y giraban dispuestos a golpearse pero sin encontrarse.

Molly comenzó a moverse cuando el reloj marcó las cuatro y quince de la mañana, primero fue unos pequeños movimientos y luego la locura tomó control. Comenzó a gritar descontrolada, de su garganta salía un ruido extraño que parecía un sollozo ahogado y agonizante. Temía que alguien entrara a la habitación dispuesto a ayudar a quien estaban matando.

—¡Molly, Molly! ¡Es una pesadilla, despierta! —la llamó Owen incorporándose para tratar de hacer lo mismo con ella tomándola por los brazos.

Gritaba enloquecida moviendo sus brazos sin darle importancia al agarre de Owen. Aullaba desesperada como si tuviera alguien frente a ella tratando de lastimarla. Lo arañó con intensidad, clavando sus uñas en su rostro y pecho, gritando y pidiendo ayuda. Owen notó algo, no sólo pedía ayuda, sino que pedía perdón. Rogaba perdón y misericordia. Era lo único que pedía en sueños. Se sintió inútil, incapaz y amenazado por un enemigo invisible que atemorizaba con métodos imposibles a la persona que quería. ¿Cómo lograba quitarle los fantasmas a alguien que había visto a sus amigos morir tan rápido? Era básicamente imposible. El recordaba sus pesadillas pero no recordaba cómo las había combatido, tal vez jamás había dejado de hacerlo.

Las puertas de la habitación que Molly compartía con Blood se abrieron y la segunda chica nombrada entró preocupada como una fiera. El arma en mano, dispuesta a dispararle a lo desconocido aunque al ver a Owen tratando de calmar a Molly notó que nada desconocido se encontraba ahí. Aunque, claro, tal vez el estado de Molly.

De un día para el otro, Molly básicamente le imploró a Owen que durmiera con él. Convenció a Blood que le diera su cama y el chico le hizo caso, aun así, e pidió a su compañera que durmiera en la habitación contigua. Owen comprendió que de algo temía, pero nunca le explicó el porqué. Ni quería explicarle. siempre temía que Molly le dijera algo que él no estaba preparado para escuchar. No quería vivirlo, no quería vivir lo que temía.

—¿Qué diablos sucede aquí? —preguntó ella a los gritos, para poder escucharse sobre los chillidos y aullidos de Molly. Owen trató de explicarse pero la joven Davies lo paraba y tuvo que detenerse cuando casi perdía un ojo en un puñetazo. Blood fue simple. Caminó hasta la mesada, tomó una jarra de agua y la lanzó sobre la chica. Un poco de agua bañó a Owen, pero no se quejó de tal acción porque Molly había despierto.

—Hola, ¿no? —exclamó enojada Blood, llevándose las manos a la cadera y esperando explicaciones por parte de Molly. La chica miraba asustada cada rincón de la habitación, buscando por todos lados con la mirada algo que Owen ni Blood conocían. Owen no la abrazaba, pero aún estaba entre sus brazos y podía notar como temblaba. La cubrió envolviéndola con sus fuertes brazos y se ocultó como una niña pequeña entre ellos desesperada por contacto. No sabía que estaba sucediendo, pero era mejor dejarlo para la mañana—. No sé si sabes, pero algunos queremos dormir. Me habías prometido nada de gritos, porque si tu no gritas yo no grito, ¿de acuerdo?

—Blood... —la regañó Owen abriendo los ojos para que comprendiera que Molly no estaba entre ellos.

—Blood nada. Si yo no puedo acostarme con nadie y gritar... ustedes tampoco...

—Te daré una granada si te marchas y no le cuentas a nadie de esto —la interrumpió furioso cuando notó que Blood tenía la oportunidad de hablar de su vida privada. La castaña le regaló una sonrisa llena de victoria y se alejó del lugar como si eso fuera todo de ella por esa noche. Owen esperó a que cerrara la puerta para observar a Molly, aquella chica que se ocultaba debajo de su cuerpo empapada y asustada—. ¿Me contarás?






—Nombre completo, ahora.

Una luz brillante cegó sus ojos cuando logró abrirlos después de tanta oscuridad. Trató de acostumbrarse pero ellos esperaban su respuesta y un Guardián no tardaba en responder. Mucho menos algo tan simple como su nombre completo.

—Wentworth Leon Morton —respondió automáticamente por no decir mecánicamente. Todo Guardián sabía su nombre, su identidad. Salvo los niños, pero ese era otro tema complicado en donde el virus los afectaba más que a los adultos. Él había sido un niño conflictivo y problemático con respecto al virus, pero había sido arreglado. Ya no era un proyecto roto, era uno nuevo.

—¿Porque se encuentra aquí, señor Morton?

—He vuelto a mi ciudad natal luego de haber fallado en mi misión —admitió sin problemas ya que todos sabían eso. Went había fallado como Guardián por el virus, pero no pasaría lo mismo una vez más.

—¿Cuál era su misión, agente Morton?

Analizó la pregunta, porque cuando había estado infectado había olvidado cual era la respuesta. El virus había acabado con su vida, lo había consumido. Aun así, eso no pasaría otra vez. Golpeó los dedos en escalera sobre la camilla de metal en la que se encontraba recostado observando esa luz cegadora. Podía escuchar la voz del comandante y a pesar de no oírlo sabía que su familia estaba ahí escuchándolo todo. Llevaba varios días dormido, recibiendo suministros del antivirus y básicamente mirando el techo sin pensar. Esa era una prueba de muchas, lo sabía, si pasaba esa tal vez lo conseguiría. No. Lo conseguiría. Un Guardián conseguía todo lo que se proponía.

—Mi misión era infiltrarme en el Cuartel de los Iluminados como uno más de ellos y asesinar a Molly Davies luego de entregarla.

Un hormiguero creció cuando dijo su nombre. Se odió. No podía demostrar eso frente a los Guardianes.

—¿Y qué ha sucedido, agente Morton?

—Fallé.

El peso de la vergüenza y la humillación llegó tan rápido como sospechaba que iba a hacerlo. Había pasado esos días peleando contra todo eso y nuevamente lo sentía. No. No lo sentía. Él no sentía. Era un Guardián y no debía demostrar aquello, pero pensar que una niñita había logrado escapar de sus manos era humillante.

—¿Usted sabe quién es Molly Davies?

—Sí, señor, La salvadora.

—¿La salvadora? ¿Cómo salvará al mundo? ¿Qué sabe usted de eso, señor Morton? —preguntó el general con un tono diferente. Sonaba molesto, pero los Guardianes no sentían así que Went dudó.

—Vamos, Priest, ellos no saben lo que tienen —dijo una voz que Went conocía bien. Era como un susurro con respecto a la voz del general. Went no sintió nada cuando la escuchó, porque la conocía bastante bien. Su comprometida Sarah estaba junto a él general como sospechó—. No se lo han dicho a Wentworth porque no lo saben. Sino la chiquita se lo hubiese comentado, eran casi amantes.

¿Amantes?

—¿Amantes ha dicho?

Incluso el general sonaba sorprendido y confuso. Went sintió el hormigueo una vez más aunque esta vez no se trataba de humillación. Sarah había contado algo que solo ellos dos sabían. Él había engañado a Molly Davies enamorándola, no era su plan principal pero lo había logrado desde el primer día que se conocieron. Lo admitía con honor. La muy tonta había caído con la misma rapidez que un ratón muerde el queso en su trampa. Él pensaba solo enamorarla, pero la cosa se había salido un tanto de control cuando el virus comenzó a afectarlo y se habían besado varias veces. Sin embargo, de ahí a llamar todo eso una relación o amantes, era extremista. Solo habían sido besos que aun recordaba, según el hormigueo ahora en sus labios.

—¿Está usted enamorado de Molly Davies, agente Morton?

Silencio.

—Porque si lo está...

—Él no lo está —interrumpió con firmeza la voz de su padre, sonando serio ante todos. Went no tembló, él ya no estaba infectado y no sentía ese miedo al escuchar su voz—. Era parte de la misión, general.

—El señor Morton no me ha respondido, coronel. ¿Está usted enamorado de la chica Davies?

No había remedio para la memoria. El virus había afectado demasiado su cuerpo cuando lo atacó y había vivido momentos en donde se vio realmente eso de Molly. Los recuerdos lo bombardearon tan rápido que no pudo detenerlos. La sonrisa de la chica, con aquellos hoyuelos pequeños que se le hacían en las mejillas apareció en su mente. Sus ojos azules y grandes, que expresaban todos esos asquerosos sentimientos que sentía por él.

—Por supuesto que no lo estoy.

Maldita sea. El latir exagerado de su corazón casi logra arruinar su tono de voz. Aún seguía infectado.




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¡Nuevo capitulo de lunes! ¿Quien está emocionado de al fin leer la segunda parte de Farewell? ¿Que piensan de los personajes ahora que podemos saber que están pensando? Cada capitulo tiene la visión de los tres personajes y eso me encanta. Me acuerdo que me gustó mucho poder escribir lo que sentían mis niños. ¿Que creen que sucederá? ¿Volverá Went? ¿Les gusta más Owen? ¡Quiero leerlos! Nos vemos el bello viernessss

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