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🎃 Capítulo 17

Susurro escalofriantes empezaron a inundar la puerta frontal del Castillo Vulturi, logrando hacer sentir escalofríos en la guardia. Una música ligera y que parecía advertir la llegada de una persona oscura, hasta que de la nada un gran golpe de fuego se abre frente a sus narices.

Los tintes de un piano de melodía tetrica resuenan, causando estupor en la guardia, tras revelarse la figura varonil tras el fuego, un hombre alto con sombrero oscuro que impedía observar sus ojos tras la sombra que está ofrecía, piel pálida cual muerto y mejillas demacradas, en un traje negro antiguo. Éste traía un objeto alargado en vertical, resguardado por un delicada tela roja.

—Buenas noches, caballeros. ¿Me podrían guiar hacia sus reyes? Tengo una entrega especial de la Catrina —contempla el caballero con una voz ronca y digna de una presencia oscura.

Deivid en realidad era un demonio, que desde que se encontró maldecido a eatar muerto de por vida, sin querer coincidió con el camino de la Catrina quién decidió llevarselo consigo aunque la mera verdad fuera que él había sido castigado con servir a la Diosa de la muerte, dictado por Hades tras ayudar al hijo de Hermes en sus fechorías de niño malcriado.

Por eso su apariencia y voz, era de espanto y horror únicos en el mundo mortal, también conocido como el mundo humano.

—Adelante. —decidió guiar Demetri tras abrir la puerta principal del Castillo, sin embargo, tragó seco cuando vio que desde la nada se hacía presente una llama de fuego en el hombro de la figura varonil.— No se permite llevar fuego dentro.

No soy solo fuego. —susurró la llama, tomando una forma de loro flameante.

—Es mi compañero. Sin él no puedo cruzar dentro, es la condición de la Catrina. —aclara el hombre demacrado.

Sin embargo, al notar que los vampiros no le darían paso siendo fuego, el fenix decide cambiar su apariencia a un cuervo negro de anchas alas.

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—Perfecto. —contribuye Deivid tras dejar más presencia con esa compañía.

Demetri y Afton los dirigen a la sala de trono, donde los Reyes se encontraban haciendo un juicio. O terminándolo.

Las pisadas de aquellos zapatos negros dejaban a la figura masculina mucho más elegante tras cada paso. Hasta que ambos vampiros se detienen frente a una puertas dobles, pesadas y tras este solo se escucha gritos de angustia hasta que solo se escucha el resquebrajamiento de vidrios y poco después el aroma a cenizas inunda el ambiente, dejando claro que todo lo que se estaba desarrollando dentro había acabado oficialmente.

—Pueden pasar. —una voz aterciopelada ofrece un permiso.

Dejando paso a los vampiros para abrir la puerta y Deivid junto al cuervo pasar. Quedando totalmente divertido al ver las apariencias de los tres gobernantes que pertenecían a su querida Catrina, tres apariencias muy singulares: Un presumido, un avaricioso y vikingo emo. Sin duda, hombres hechos por la sociedad dignos de su propia época.

—Vaya, han traído a un visitante... —comentó interesado el de cabello negro, mientras se acomodó en su trono puesto en el medio de los otros dos.

«Este debe ser Aro»pensó Deivid.

—Con una compañía extraña. ¿De parte de quién vienes?—exige saber serio el rubio de barba tupida.

«Este el tal Caius...»reflexionó.

—Estás unido a ella. ¿Cómo esta nuestra compañera? ¿porqué no ha venido contigo?—pregunta el vampiro con aspecto digno de un vikingo.

«Y ese el más cercano a ella, Marcus»expresó seguro.

Por lo que tan solo dejó ver una clara sonrisa de orgullo, era más sensible a los muertos de lo que podían ser los otros dos. Este vampiro si podría agradarle, sin embargo, metería un poco de fuego al asunto.

—La Catrina Laice os envía un regalo. Se encuentra descansando luego de un viaje agotador, por eso no ha venido. —expresó correspondiendo al bárbaro.

Aro se acercó emocionado tras ver como Deivid dejaba varado el objeto, con aquel velo rojizo.

—¿Un regalo? —preguntó curioso, olfateando el aroma de su compañera provenir del velo.

Caius ansioso se acercó y sin esperar mucho, desliza el velo hacia sus manos, dejando ver completamente el espejo de pie en forma de feretro de marco color negro, totalmente extraño.

—¿Para qué necesitaríamos un espejo? Soy hermoso pero no necesito de esto para serlo mucho más, la necesito aquí a ella —gruñe soberbio Caius.

Deivid sonríe al ver que ninguno entendía el motivo por el cuál podrían utilizar dicho objeto por lo que, con delicadeza ubica este a un costado donde ninguno pudiera romperlo.

—No lo rompa. Ni descuide, este será el medio por el cuál podrán conectarse con ella, es el medio de comunicación más directo que podrán obtener para hablar con ella. —contesta el hombre demacrado— Pero deberéis ofrecer algo a cambio por la entrega, este regalo no es gratis.

Es un portal, los espejos son portales a otros mundos. Vosotros no podréis cruzar pero ella si podrá, en caso de entera necesidad. —interviene la voz rasposa del cuervo, quién presiona la tensión asombrada en todos los cercanos en la sala.

—¿El cuervo ha hablado?—preguntó con el ceño fruncido Caius.

—Lo ha hecho, si. —contesta Aro totalmente asombrado.

—Si se rompe, ¿Tendremos alguna maldición puesta encima?—preguntó Marcus con seriedad.

—Así mismo, sus almas serán castigadas con lo que más quieren, será rota y torturada, la perdición les llegara si llegan a romperlo —contesta con una voz seria y malévola.

—¿Quién eres como para que te creamos por tales artificios que dices?—pregunta Caius totalmente molesto ante la advertencia notoria de lastimar a su compañera tras esas palabras.

Nadie podía verle la mirada, y esa oscura mirada brillaba con sed de sangre, esbozando una sonrisa muy divertida y petulante para muchos. Tanto que alertó a Jane quién no dudó en hacerlo caer de dolor al suelo.

El cuervo gritó de horror tras verlo quejarse en el suelo, pero soltar una gran carcajada en medio del dolor.

—Jane. —nombra Aro sorprendido por verla a la defensiva.

—Soy Deivid Demonium, soy quién sirve a Madam Laice y he venido a advertiros una sola cosa. Si rompen todo tratado de enlace con nuestro mundo, cualquier ofrecimiento de paz tan siquiera por error... Nunca más verán a la Catrina. Yo especialmente me encargaré de haceros sufrir. —expresa Deivid levantandose del suelo con una queja notable en los espasmos de su cuerpo por el dolor que padeció por la rubia de ojos rojos— Hace mucho tiempo que no recibía un dolor tan ridículo como este. ¿es esto todo lo que tienes mocosa?

Jane da un paso molesta hacia Deivid, buscando acabar con él, pero es Aro quién la detiene con la mirada.

—Querida Jane, por favor, no cedas a esto. Tratemos esto con calma —pide con ceremoniosa tranquilidad.

Jane asiente ligeramente avergonzada por caer tan rápido a una provocación, pero aquello había herido su orgullo.

—¿Quién te crees para amenazarnos?—pregunta Caius, que tras un parpadeo tiene entre sus manos el cuello de Deivid, alejándolo unos centimetros de la altura del suelo.

—Pretendiente de Madam Laice, no os cederé tan fácil a la Catrina. Deberán exponer todas sus mejores habilidades para convencerme de que protegerán y velarán bien por nuestra Reina. —corresponde mientras trata de liberarse con aquella postura petulante.

Tu no puedes ser ningún pretendiente. Solo nosotros existiremos en su vida, ninguno otro más. —gruñó totalmente molesto Caius.

Arrojandolo al suelo, pero en cuánto iba a saltar contra él para matarlo, una cúpula de fuego protegió al hombre endemoniado y odiado por los Reyes.

Deivid, deberíamos irnos ya. A ella no le agradará lo que acabas de hacer ni mucho menos incordiarlos sin ella estar presente. —expresó el cuervo revelando su verdadera forma.

—Fenix, al menos déjame divertirme con estos hombres desgraciados. Uno profanó los labios de nuestra Reina sin su consentimiento, ¡Nadie sale vivo para contarlo a otro!—exclamó molesto y ceñudo Deivid.

Ellos ya están muertos, Deivid. —comentó con obviedad el cuervo.

—¡Maldita sea! Contigo ningún demonio puede divertirse, creí que habías venido por tu propia cuenta no por obligación —gruñó frustrado el hombre de negro.

No eres muy sano para ir vagando solo por el mundo mortal. —corresponde el fénix, para luego mirar a los reyes.— Cuiden el espejo, ella los visitará en cuanto se recomponga de su descanso. No desesperen, o terminarán en épocas de soledad.

—¿Por qué deberíamos tomarte en cuenta?—pregunta incómodo Aro.

Por que soy el guardián de la Catrina. Si os veo corrompiendola, moriréis o habrá cenizas por la cual reviviros. —sentenció el fénix.

Aro tragó saliva, aquello si que intimidó mucho más que la presencia petulante del tal Deivid.

—Comprendido.

Y tras ello, ambos fueron absorbidos por el espejo, de manera tan mágica. En el fondo pudieron ver como el reflejo dentro del vidrio mostraba específicamente un umbral colorido de una ciudad extraña, suponían que era el reinado de su compañera.

—Eso sí que estuvo incómodo.—comentó Jane.

—Y eso que presiento que solo ha sido el comienzo...—murmura Marcus pensativo tras observar el reino tan animado y espiritual, buscándola con añoranza, deseando verla pronto.

—No lo dudo.—murmura Aro, tocando el espejo, comprobando que no puede traspasarlo como el cuervo y hombre si lo pudieron hacer.

—Ni lo niego —corresponde Caius mosqueado, odió bastante está incomoda situación.

Los tres la ansiaban ver pronto.

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