La Tulevieja
Yo recuerdo bien que yo era muy lujurioso. Un día yo decidí hacer una nueva vida en otro país, así que decidí vivir en Panamá.
Cuando llegué ahí, ví que era un país bonito, aunque también pobre pero a mí casi ni me importa. Bien, hice nuevos amigos, todos son amables, respetuosos y son muy alegres.
Yo iba a un bar todos los días pero no recuerdo muy cómo se llamaba ese bar, pero sé que iba ahí diario para chupar, reír y, especialmente, lujuriar. Pero, una noche, todo cambió…
Una noche iba de regreso a mi nuevo hogar que estaba muy lejos. Todo estaba en silencio, no había nadie en aquel entonces, y mi corazón comenzó a latir; sentí un viento muy helado en la espalda… En el camino, me encontré a una mujer desnuda con los pechos cubiertos, era bellísima. Ella me llamó y me dijo que le tocara los pechos, y luego sentí un ambiente espectral pero solo me importaba los senos, que eran enormes y era el mejor placer que nunca había experimentado.
Poco a poco, sin embargo, el placer luego se convirtió en asco y terror, pues la mujer se fue transformando de una mujer hermosa a una mujer horrible con cara de vieja. Yo me dí un gran susto, bastante para soltarme de aquella creatura. Como pude comencé a pararme y a correr, todo asustado por el espanto, corrí y corrí mientras aquella criatura demoníaca me perseguía hasta que eventualmente llegué a mi casa.
Al día siguiente, desperté muy cansado y me duche, y luego vino a alguien a visitarme, que era un compadre del bar. Yo le conté lo que me había pasado a noche y él me contestó:
— Ella es la Tulivieja. Ella fue una muchacha muy hermosa llamada María de Dolores, fue una mujer que parrandera y ahí conoció a un muchacho igualmente parrandero, con quien se casó y tuvo un hijo. Su marido siempre le prohibía a salir a fiestas para que cuidara del niño, pero un día, ella fue invitada a una fiesta y, a pesar de la negación de su marido, aprovechando que estaba en una guerra, tomó al niño y lo puso en un sombrero de tule, y lo dejó a la orilla de un río. Pero luego se arrepintió y se regresó por el niño, el cual ya no estaba y solo quedó el tule en su lugar y fue condenada a vagar por el mundo en busca de su hijo y que castiga a los lujuriosos. Tuviste suerte, compadre, de salvarte de ese demonio.
Yo obviamente aprendí la lección y decidí devolverme a mi país y desde entonces ya no volví a ver aquél espanto.
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