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Piedras

Abro los ojos. El techo es gris, las paredes igual y la puerta no es de madera, son rejas. No estoy sobre el piso, al mover la mano siento paja y una manta me cubre.   

Me siento y veo a las chicas de ayer dormidas en el otro extremo. La chica pelirroja tiene rasguños en su rostro, su respiración es tranquila, parece estar en paz. Abraza a las niñas con ternura y ellas están sujetas a sus manos.

No tengo recuerdos de como llegamos aquí, pero me alegra que estamos en un lugar seguro. 

Miro mi ropa, ya no tengo ese camisón transparente, tengo una falda verde, una playera de manga larga de algodón y una de manga corta como color mostaza. Mi mano tiene un vendaje nuevo y un poco manchado, mejor evitaré moverla para no tener un mayor sangrado. 

—Buenos días —dice la chica caballero de la vez pasada, la de ojos violetas—. Es tarde, deben desayunar —dice con amabilidad, toca los barrotes y abre la puerta.

Mete una mesa pequeña de madera y pone platos sobre ella. Hay pan, mermelada, huevos duros y leche tibia. La boca se me hace agua con solo ver. Tomo la leche para abrir mi garganta y devoro el pan.

—Al rato volveré para que hablemos de lo que pasó —dice la chica—. Edelweiss no dijo nada después de traerlas. 

Las gemelas se estiran y al ver la comida no dudan ni un segundo, creo que ellas tienen más hambre que yo. 

—Coman con cuidado, no quiero que se atraganten —la pelirroja, con cariño palmea a una en la espalda.

Sigo comiendo pero más lento, así podré llenarme con lo suficiente. Cuando salga del pueblo podré ir a recoger algunas frutas y buscaré papas en la tierra. Pero antes iré a comprar frascos y unos guantes. 

—Veo que ya terminaste —la ojos violeta entra y me extiende su mano—. Necesito que vengas conmigo —me ayuda a levantar y me palmea la espalda. 

Caminamos en el pasillo entre las celdas, en sí no se usan mucho, sólo para contener a algún borracho o dar un lugar donde dormir a los viajeros.  En una veo a Carlota sentada riendo con un hombre y al percatarse de los pasos gira. Ella me sonríe como si nada hubiera pasado, hasta me saluda como siempre que me recibía: levantando la mano y moviendo sus dedos, finalizando con un beso al aire. Esto me da un mal presentimiento, ¿cómo puede estar así después de lo que hizo?

Conforme seguimos, el olor a sangre aumenta y al mirar a la derecha noto a tres hombres en una celda, quejándose en el piso, sin nadie que los atienda. Me detengo, observo como están: los rostros hinchados, la ropa destrozada, tienen heridas con un flujo notable que se acumula en pequeños charcos a sus alrededores. 

—Vamos —la chica se presiona entre los ojos, parece que se humedecen. 

—Necesitan ayuda —pongo resistencia tras sentir que me quería tomar del brazo y arrastrarme lejos.  

—No hay nada que hacer —dice con resignación—, ese sujeto los sentenció a una muerta lenta.

Las imágenes de lo que sucedió empiezan a pasar por mi mente. Los hombres demostraban su dolor, gritaban con desesperación, sus ojos exaltados mirando en todas direcciones en busca de una salida o de alguien que los ayudara... siendo consientes de que nadie llegaría a defenderlos. Las acciones de Edelweiss fueron tal como se cuentan por los caminos: hace sufrir a sus víctimas con pequeñas heridas que golpe tras golpe se van complicando hasta que los deja tirados para que puedan desear que su muerte sea pronta. 

Sigo a la chica y dejo atrás la escena de lenta agonía. Ver morir personas no me agrada. Son culpables y merecen recibir un castigo, sólo que es diferente ... la sensación que siento ahora no es satisfactoria a cuando solo escucho como lo pagan. Y no es justo, Carlota está sentada despreocupada con ese sujeto elegante, mientras sus hombres se desangran en una celda. 

La chica me lleva a un cuarto y cierra la puerta. Se sienta de un lado de la mesa y me señala ocupar la otra silla.  

—Te diré la verdad —se acerca más a la mesa—. Será difícil que encarcelen a Carlota —baja la mirada—. Edelweiss dejó muy mal a esos sujetos, no pudieron mencionar nada sobre lo sucedido y ...

—Hay pruebas —la interrumpo—. En un cuarto hay grilletes, con eso debería bastar. 

—Por desgracia no, ella ha dicho que ahí resguarda a sus perros —levanta la vista. 

Me quedo en silencio. La imagen de Carlota y el hombre me viene a la mente. El atuendo elegante del sujeto es adornado por un escudo dorado con una araña en el centro. Ahora entiendo, Carlota tiene alianzas con hombres que apoyan al rey Juan.  

—Gracias por la comida —me levanto y ella se espanta—. Es mejor que me marche —salgo sin esperar su autorización. Ella se queda sentada respirando lento. 

Tengo un mal presentimiento, si Carlota conoce a un hombre así explica como es que logró conseguir a esas chicas. El rey detesta a los pieles blancas y a los pelirrojos, dice que son débiles, por eso apoya a los cazadores de niebla y a los aves de fuego para que hagan sus supuestas bebidas mágicas o para vender a las personas a los curiosos. 

Un sonido resuena entre el pasillo y las celdas, el de una calabaza siendo estrellada. Camino un poco y veo como uno de los heridos es tomado por el cuello por un caballero que porta el mismo escudo del hombre elegante. Lo azota contra la pared repetidas veces y lo deja caer. Mira a los cuerpos inertes y sale del lugar, al verme sonríe, guarda su espada y continua caminando.

Su rostro no mostraba pesar ni vergüenza, su sonrisa reflejaba satisfacción. En mi opinión era innecesario acabar con sus vidas así, sólo bastaba enterrarles la espada de forma eficaz ... parece que los monstruos andan por todos lados y no parecen ser diferentes a Edelweiss: disfrutan de hacer sufrir a sus víctimas. 

—¡Ayuda! —escucho a la pelirroja gritar. 

Camino un poco rápido y veo al mismo caballero tomando a las chicas de forma agresiva. Las niñas lloran y sus rostros reflejan terror. La pelirroja se aferra a la puerta mientras el hombre elegante trata de soltarla, otros caballeros entran para ayudarlo y así salir de ahí.  

Empiezo a correr para alcanzarlos. Afuera la gente del pueblo empieza a reunirse pero al estar tan cerca se sujetan la cabeza y otros empiezan a llorar. Es obvio que detectan el temor sincero de las chicas y como no notarlo si sus gritos parecen hacer eco.  

Los caballeros que protegen al pueblo solo apartan la vista, su poder y actuar acaba cuando aparecen esos hombres del rey. Se creen intocables, con una vestimenta elegante pero poco protegida, hay varios puntos vitales al descubierto. Y creo que me estoy sentenciando a morir, pero no quiero ser una espectadora del dolor...  no pierdo nada con intentar. 

Le quito la espada al caballero y la entierro en su hombro, suelta a las niñas. La pelirroja aprovecha la situación y con habilidad arrebata del cinturón una espada a su opresor y le corta los dedos por querer atrapar a una de las niñas de los cabellos. El sujeto empieza a gritar, nuestros caballeros se miran con confusión y se apresuran a atenderlo. 

—¡Corran! —le grito a las chicas al notar las intenciones del caballero visitante. 

Me interpongo ante el hombre gigantesco que al mirarme no se ve preocupado, se quita la espada del hombro y me mira fijamente.  El miedo empieza a recorrerme, no tengo mi veneno ni un arma. Empieza a caminar y retrocedo con rapidez mientras trato de encontrar algo útil. Levanta el arma en mi dirección al mismo tiempo que alcanzo una rama que atraviesa sin problema, logrando lastimar mi herida fresca. Las lágrimas brotan por el ardor y la impotencia ... no soy rival. 

Pasa a mi lado y sigue concentrado en las chicas. Así que tomo lo único que hay en el suelo: piedras. Lanzo todas las que encuentro con la mayor fuerza posible, logro llamar su atención gracias a que su armadura no es completa, tras el impacto de una en su cabeza gira y soy el centro de su atención. Empieza a caminar rápidamente y yo empiezo a correr, soy consciente de que si me atrapa no tendré oportunidad, así que me dirijo al bosque. 

—¡Basta!, mejor ayúdame —el señor elegante lo llama y así deja de seguirme, pero no me confío y sigo adentrándome en mi lugar seguro. 

Al sentirme más tranquila me sostengo de un árbol con el cuerpo tembloroso. Mis manos están cubiertas de tierra, lo que me causa molestia en mi herida. Por lo menos el sonido del bosque me tranquiliza, no percibo pisadas ni caballos acercándose. Dejo salir un pesado suspiro y me siento en el suelo. Espero que las chicas logren esconderse en los matorrales, esa zona es abundante en vegetación, hay algunas espinas pero puede que eso les ayuden. 

Me levanto, debo buscar comida y agua, el plan de ir con mi hermano y mi padre sigue en mi mente. Carlota era quien brindaba un lugar agradable para hospedarme, pero ya no es opción recurrir a ella. No sé que pasó con ella, no pensaba en obtener grandes riquezas, sólo quería ofrecer un lugar acogedor.

Llego a un río y me lavo el rostro, me gustaría que esto fuera un mal sueño, pero al sentir el agua fría y mirar donde estoy acepto la realidad: los monstruos pueden aparecer en cualquier lugar. Muevo mi cabeza de un lado a otro y me estiro. No muy lejos veo un árbol repleto de manzanas, por lo que la preocupación por que comer disminuye. Después iré siguiendo el río, quiero evitar los caminos por un tiempo. 

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Las aves nocturnas cantan y me encanta escucharlas, pero no en noches así. La neblina envuelve al bosque en un sutil frío y las estrellas del cielo están ocultas tras las nubes. Es complicado ver en estas condiciones, por ello tomé una rama y la uso como guía para no caer con alguna raíz o piedra, además de que podría encontrarme con alguna trampa para animales. 

Me preocupa un poco el lugar, no sé a donde voy, creí que era el rio Lirio pero el sonido de las corrientes y el cauce me indican que no es. Así que supongo que estoy otra vez en la zona prohibida por mi padre. 

—¿Mi niña? —escucho una dulce voz de mujer, por lo que me quedo quieta—. Ven, debemos volver a casa —una sombra pasa frente a mí—. Sigue mi voz —escucho sus pasos cerca haciendo crujir las hojas secas del suelo. 

Creo que quedarme quieta es lo mejor, correr no me llevará a ningún lugar seguro, ¡no sé donde estoy!

Trato de respirar profundo sin hacer ruido, tal vez esto es una alucinación por mi falta de sueño. 

—¿Dónde estás? —se escucha preocupada. 

Los crujidos vuelven a ser cercanos. La neblina parece más densa, apenas si puedo mirar mis pies. 

—¿Hija? 

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