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Espectadora

Advertencia: este capítulo aborda temas sensibles de violencia y otros. 

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Después de que el chico pelirrojo se fuera siguiendo a Edelweiss seguí  el sendero con un poco de temor. Esta parte del bosque no la había recorrido porque mi padre me lo prohibió como única condición para darme permiso de estar fuera de casa del abuelo cuando no estuviera él o mi hermano. El lugar no es silencioso, las aves y animales se pueden ver con facilidad como en otras partes en las que he estado, pero una sensación extraña me recorre, de cierta forma no me siento tranquila, es como si alguien me estuviera siguiendo, por eso volteo seguido y apresuro mi paso. Supongo que escuchar al chico me dejó en alerta. 

Llego al punto de intersección del sendero y un camino, más adelante distingo un sitio conocido. Conforme me acerco el olor a comida me abre el apetito, no he desayunado y el atardecer empieza su espectáculo. Las aves empiezan a ser ruidosas entre los árboles y algunas flores empiezan a cerrarse mientras que otras empiezan a liberar su mejor perfume. 

Tengo poco dinero, entre comer y pagar un cuarto tendré que elegir el segundo, dormir me hará olvidar que tengo hambre y me ayudará a descansar sin estar alerta del alrededor. Además de que debo buscar azaletas para preparar el paralizante que utilizo para defenderme, sólo me quedan dos. 

Al entrar al sitio veo a una mujer maquillada: sus mejillas rosadas, los labios rojos y sin cejas; su falda trata de asemejarse con una cualquiera, pero los detalles brillantes y la tela delatan que no es una persona común. Está sentada en un sillón con Carlota, la dueña del lugar, parecen a gusto entre tazas de té y dulces extraños. 

—Ya verás, tus ganancias incrementarán en cuanto se corra la voz del tipo de chicas que te traje, los hombres estarán aquí por días —deja su taza y se levanta. 

—Muchas gracias, te debo una —Carlota la acompaña hasta la puerta con cierto alivio en el rostro. 

Me sin palabras, este lugar se distinguía por no contar con mujeres para divertir a los hombres y me sorprende que Carlota recurra a ello. Siempre la admiré por ser una mujer independiente que se esfuerza por mantener el sitio de tal forma que no se extraña estar en casa, por eso me resguardaba aquí cuando las noches eran difíciles. 

—¡Martha! —Carlota me abraza—. Cada día más linda —se aleja y me mira sorprendida—. No me digas, el monstruo de tu abuelo te volvió a golpear —me toma del mentón para examinarme—. Es increíble como personas como tu abuelo vivan tan bien.

—Los monstruos están en todos lados —quito su mano—, ahora veo uno —le digo con seriedad. 

—Parece que me escuchaste —sonríe sin pena—. No lo veas así, más bien como una forma de protegerlas —me dice con tranquilidad . 

—¿Cómo ofrecerlas a extraños es una forma de protegerlas? —empiezo a molestarme con su apariencia despreocupada. 

—Son unas pieles blancas y una pelirroja —dice emocionada—. Los hombres con gustos exóticos vendrán y podré seguir manteniendo este lugar —camina en dirección a la cocina y la sigo—. Yo obtendré dinero y ellas un lugar donde esconderse de los cazadores de niebla. 

—Dices tonterías, solo quieres usarlas hasta que se enteren los cazadores. 

—Velo como quieras —no me mira, está enfocada en cortar papas. 

—Te desconozco —le digo con tristeza y me dispongo a salir. 

—¿Me delatarás con los caballeros del príncipe? —dice sin que el sonido del cuchillo cortando desaparezca. 

No le respondo, solo sigo caminando. Me cuesta trabajo pensar que ella sea la misma Carlota que me brindó un espacio de resguardo cuando las cosas en el pueblo fueron difíciles por  los rumores sobre mi madre.  Escuché que estaba pasando por una situación económica complicada, pero nunca esperé que recurriera a eso. 

—El príncipe podrá tener un poco de poder, pero el que está sentado en el trono nunca castiga a quien piensa como él —me sigue hasta la recepción. 

Me volteo para responderle y la veo con un sartén en la mano dirigiéndolo con fuerza a mi cabeza. 

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Escucho sollozos, unos llenos de miedo. 

Mi corazón late rápido y el aire parece insuficiente, así que empiezo a golpearme el pecho.  Me intento levantar pero el dolor de cabeza hace que me vuelva a derrumbar. El lugar está oscuro, pero por la rendijas de la puerta entran unas líneas de luz suficientes para empeorar el palpitar de mis sienes. Aún así me arrastro buscando algo donde apoyarme y levantarme, pero algo me detiene, un metal rodea mi tobillo. 

El rechinar de la puerta abriéndose me hace cubrir mis ojos. 

—Tiene suerte, tengo dos albinas de ojos azules, una chica de cabello rojizo de ojos verdes y a una chica común de ojos purpura recién llegadas, será el primero en usarlas —escucho a Carlota hablar. 

—No estoy loco como para exponerme a ser maldecido por algo exótico —dice con repulsión una voz anciana—. La común está bien. 

—Vamos —Carlota me quita el metal del tobillo y me levanta—. Espere en el cuarto, en un momento se la llevo —escucho como unos pasos se alejan—. Al fin serás útil —me sopla algo a la cara que me hace estornudar—. Deberías agradecer, así no serás consciente de lo que te harán —siento que me está cambiando. 

 Me siento débil. El mareo que tenía incrementa, las luces me desorientan, no la distingo y una desesperación de salir corriendo me recorre sin que mi cuerpo responda.  Sigue hablando, pero no entiendo nada. 

— Con el tiempo te acostumbrarás —dice entre risitas. 

Mi cuerpo empieza a temblar, un calor me recorre por sus palabras. Abro los ojos con dificultad y empiezan a humedecerse. La veo de forma borrosa dándome la espalda, sacando algo de un cajón. Estiro mi mano y le tiro la vela. 

—¿Qué haces? —me pregunta a la vez que trata de apagar el fuego en su vestido. 

Me concentro hasta ver mi falda a un lado. Tomo un frasco y me levanto apoyándome de una silla. Respiro profundo y tomo fuerzas, ella con el vestido chamuscado me mira divertida. 

—Después de atender al hombre te golpearé —se acerca a mí y me toma de la muñeca. 

Tomo el frasquito en mi mano y se lo estrello en su cara. Me suelta y caigo, puedo escuchar como trata de hablar pero no puede. En cuestión de segundos su rostro se paralizará, dificultándole la posibilidad de respirar correctamente mientras un ardor le recorra por la piel. Aprovecho para romper mi último frasco en su pierna y así la derribo para que no alerte a sus trabajadores. 

Mi palma me da comezón y al aire que pasa es como si me cortara, la sangre que brota es controlable, con un pedazo de tela será suficiente. Me apoyo de la pared, debo salir por la puerta de atrás, pero primero debo concentrarme en recordar como llegar. Sigo temblando, mi corazón sabe que aún no somos libres y eso me asusta. 

Carlota deja de quejarse, sólo escucho su respiración pesada y unos sollozos, pero no son de ella. Miro el cuarto e identifico una puerta, trato de abrir pero no puedo. Acerco mi oreja y noto que los sonidos provienen de adentro. 

Me acerco a Carlota y busco en sus bolsillo si tiene la llave, noto en su cuello que lleva unas cuantas. Las tomo y empiezo a intentar con cada una hasta que la puerta se abre. Entro con dificultad, con la luz noto en la esquina a las jóvenes de las que hablaba Carlota: unas gemelas como de 16 años y una pelirroja como de 20 años abrazándolas. 

Intento llegar a ellas, pero mis piernas me fallan y me derrumbo a su lado. Me ven con miedo, sus ojos están hinchados de llorar y sus labios los tienen partidos. Extiendo mi mano y les ofrezco las llaves. 

El ardor de mi palma se extiende por mi cuerpo, pero la parálisis impide rascarme. Veo a la pelirroja actuar rápido, les quita los grilletes y las levanta. Salen del cuarto y parece que aprovechan para ponerse ropa menos transparente. 

El efecto de mi parálisis desaparecerá en un rato, pero será después de Carlota. No creo tener otra posibilidad de escapar, recibiré una buena golpiza y me mantendrá encerrada. 

—Ayúdenme —la pelirroja regresa. 

Las niñas la ayudan a ponerme sobre su espalda, luego me cubren con una capa. Empiezan a caminar en busca de la salida. Llegamos a la recepción donde se escuchan a varias personas afectadas por el alcohol, nadie nos nota y logramos salir. 

Nos adentramos en el bosque. 

—¡Atrápenlas!  —se escucha que gritan a lo lejos. 

Las chicas empieza a correr, sé que se le dificulta por llevarme y aunque quiero decirle que me deje y escapen no puedo. 

Los caballos acercándose hacen que las pequeñas empiecen a llorar mientras tratan de buscar una forma de esconderse en los brazos de la noche. La pelirroja mira alrededor e identifica la forma de ocultarlas entre arbusto y luego empieza a correr conmigo en otra dirección para que no se fijen  en ellas. 

En pocos minutos nos alcanzan y rodean. 

—Será una buena noche —dice uno.

La pelirroja intenta hacerles frente con una rama. Uno me tira de ella y me deja caer en el suelo, las piedritas encajadas en mi piel es el menor de mis problemas. Sólo puedo llorar en silencio mientras soy espectadora de los esfuerzos de la chica por defendernos.

A decir verdad tiene espíritu, sin mí en su espalda logra quitarle la espada a uno y se la entierra en el hombro. El hombre cae gritando y otro se abalanza sobre ella, maneja la espada mejor y está tratando de desarmarla. 

En los ojos de los hombres se ven sus intensiones, les divierte ver a la chica dando su mayor esfuerzo por dar un golpe mortal a su compañero. 

Tengo tanta impotencia... paralizada por mi propia arma ... viviremos algo grotesco por mi falta de inteligencia.

—¡Ayudaaaaa! —grita implorando que alguien este cerca mientras sigue luchando.

Para mí el bosque ha sido un lugar seguro y cálido, pero también sé que puede ser el lugar ideal para que cosas horrendas sucedan ... lejos de los pueblos, apartado de los caminos ... no hay quien te escuche. 

—¡Ahhhh! 

El hombre suelta la espada por una flecha que atravesó su mano, los demás empiezan a mirar alrededor en busca del que disparó. 

De entre las sombras sale Edelweiss, se quita la capa y la deja en la rama de un árbol sin dejar de ver a los sujetos que se alertaron y sacan sus espadas en dirección a él. Mientras camina hacia ellos las flechas empiezan a caer. La lucha empieza sin oportunidad de que lo lastimen, sueltan las espadas y caen de rodillas pidiendo compasión. El pelirrojo aparece detrás y empieza a atar a cada sujeto. 

La pelirroja se acerca a mí y me arrastra hasta un árbol, observa mi palma y con un pedazo de su ropa la venda. Edelweiss va por su capa y gira. Su ojo visible se fija en mí, lo que causa que me recorra un escalofrío por lo frío que se ve.  Llama a su amigo y le da la capa. 

Edelweiss empieza a caminar alrededor de los hombres. Toma a uno del cabello, lo aparta y lo impacta contra un árbol. Empieza a golpearlo hasta que sus guantes empiezan a mancharse con sangre, no presta atención a sus suplicas, pareciera que lo viera como un objeto sin vida. 

Edelweiss se detiene al ver al hombre dejar de balbucear. El cuerpo cae sin resistencia. sus compañeros tienen el rostro lleno de miedo y cierran los ojos al ver como Edelweiss entierra su espada y la saca lentamente del sujeto, causando que sus últimos lamentos salgan a la luz. 

—Te dije que si lo veías matando, te daría miedo —el chico pelirrojo me dice mientras me cubre con la capa de Edelweiss, luego se sienta a mi lado con resignación y tristeza.  

Cierro los ojos, ya no soporto más el sueño. 

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