Evolución
¡Qué orgulloso se sentía de sí mismo! Estaba en la plenitud de su vida, con la juventud a flor de piel gritando furiosa sus deseos de manifestarse. Lucía una maravilla de la naturaleza: el cuerpo humano. En el de él los miles de años de evolución mostraban su éxito. Tenía veintidós años, iba vestido con ropa casual y caminaba con toda la seguridad que su buen estado físico le permitía. ¿Quién se atrevería a meterse con él? La firmeza de sus pasos informaba la presencia de aquel que nada temía.
Como para todo ser humano, su mundo estaba lleno de opciones, aunque él no lo supiera. Porque él nunca cuestionó, solamente siguió órdenes de otros sin pensar que él podía hacer mucho más. Pero lo engañaron, le dijeron que ya lo había logrado, pero sólo se convirtió en un títere. Una lástima.
Mientras caminaba, observaba atentamente a las personas que caminaban a su alrededor, buscando el momento preciso. Hasta que llegaba el momento mágico, aquel en el que su mente calculaba con precisión matemática la velocidad de su brazo. Probablemente así lo había hecho muchas veces. Con un limpio movimiento lo vi arrancar la gargantilla de oro del hombre que caminaba a mi lado, que al igual que yo se sorprendió por el certero ataque. Todo fue demasiado rápido, en menos de un segundo aquel hombre extraordinario nos dio una clase magistral de atletismo, corriendo entre la gente, saltando la reja que separaba la vereda de la calle y huyendo a toda velocidad. Pasó entre medio de los autos, esquivándolos con destreza y desapareciendo finalmente de nuestra vista sin que lo pudiésemos creer.
¡Cuánto talento y al mismo tiempo desperdicio! ¿Para qué trabajar si puedes tomar lo que quieres y huir? Tal vez para comprender eso hace falta otro tipo de evolución.
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