El final de la estación
Conecté mi alma a la tuya en ese instante,
cuando la noche, la sal y los misterios
se juntaron en los labios, formando universos
de fábula y calor; de sed palpitante.
Y a tu cintura, ofensa despiadada a las deidades,
fuego insano que devasta toda primavera,
sutil montura, promesa de ceguera;
pacto de fe contra templos y ciudades.
Sobraba todo entonces: tela, palabra y salvación.
Y firmamos un contrato de registro en la piel,
donde la carne y el dolor, por designios del placer,
sucumbían a la dicha e ignoraban la razón.
Aún me absorbe el mapa de tu cuerpo,
tierra feraz y océano de beso caprichoso
que se marcha y vuelve con episodio celoso
cual niño terrible de corazón terco.
Henos aquí ahora, aferrados al delirio sombrío,
desgastando el sol de verano en un paseo
y entonando sortilegios que reparen el deseo,
aunque sepa que al final el abrazo será frío.
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