Demasiado ruido en la sala
Hace poco llegué a la conclusión de que uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es que confundimos la verdadera comunicación con un contacto trivial. La amplia mayoría de conflictos se resolverían con una charla sincera, pero no sé por qué tememos esa clase de enfrentamiento. En lugar de arrancar los problemas de raíz, preferimos ver cómo éstos siguen creciendo y extendiéndose cual malas hierbas.
Tras mucho pensar, creo que esto sucede porque nos han criado para no dar la nota, para ser individuos cuerdos que andan en la dirección que marcan las señales. Los que van a contracorriente se vuelven de forma automática en lerdos o ególatras que sólo quieren llamar la atención, y quizá estos rebeldes sólo aspiran a romper las normas porque las encuentran absurdas, obsoletas o incluso dañinas.
Nos han hecho creer que no debemos levantar nuestras cabezas para observar qué está pasando más allá de la multitud, y me parece una manera estúpida de vivir.
Algunos son burros con orejeras que temen alzar la voz porque, a pesar de experimentar extrema decadencia en sus carnes, prefieren pasarlo mal, ya que el esfuerzo que supone el cambio se les antoja «un contratiempo molesto».
«El clavo que sobresale siempre recibe un martillazo». Un buen ejemplo de lo que sucede en cuanto te propones declinar el conformismo y apostar por crecer...
Es decisión de cada uno conformarse o tratar de resolver los asuntos que nos preocupan enfrentándonos a esas cosas que consideramos injustas y un mal ejemplo. Claro está que para eso tendríamos que haber sido dotados de cierta empatía, una característica cada vez menos frecuente en los humanos.
Pedro Reyes dijo: "El hombre busca comunicarse, pero cada vez va a ser más difícil porque todo el mundo está comunicando." Y es cierto que un solo individuo no va a cambiar las cosas, pero entre todos podríamos hacer de este un lugar mejor. El primer paso es saber escuchar sin prejuicios, priorizando el bien común antes que seguir sobrealimentando nuestros ya obesos egos.
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