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32

Farey


Una semana después.

A veces, en algunas ocasiones se necesitaba apartarse y tomarte tu tiempo. 

Pensar sin apuros. 

En analizar las cosas. 

Y al final, tomar una decisión. 

Había hecho casi todas esas cosas, pero aún seguía sin tomar una decisión. 

Sólo habían transcurrido dos semanas, dónde llore el primer día, y los siguientes hasta el día de hoy se basaban en parecer un zombi. 

Tenía momentos en los que parecía volver a ser la misma de siempre, pero luego los recuerdos llegaban y mi humor se esfumaba. 

Y desde que las demás se habían enterado de lo que había sucedido entre Ciro y yo, el humor había decaído notoriamente. La única que al parecer no sabía, o no quería decir nada. Era Mica. 

La chica no nos había dicho que había hablado con Mason, pero tampoco habíamos insistido. Salía casi todos los días y volvía antes de anochecer. 

Ciro había venido todos los días, en busca de poder hablar con Thiara, que sólo le decía que se fuera y más de una vez fue amenazado por las chicas. Pero no se rendía. 

Y una parte de mi, la que le había tomado cariño, que quería hablar con él, estaba orgullosa. Porque solo demostraba el amor que le tenía a mi amiga. 

Pero no fui capaz, en ningún momento, de decir algo. Recuerdo su mirada y sus palabras. 

Y hoy, sentada frente al televisor, terminaba de entender que nuestro viaje hacia este lugar no había sido totalmente una buena decisión. 

Más de un año había pasado, mi vida cambió, totalmente y abruptamente. Un día estaba tranquila y al otro me enteré de que en realidad mis padres me habían mentido desde que tenía uso de razón, además de que aún seguía sin encontrar respuestas del porqué, exactamente yo, estaba destinada a ellos y ellos a mi. 

Y entre todo eso, había descubierto una verdad, que en otra situación, hubiera sido buena. Me había enamorado de ellos. 

Lo había hecho inconscientemente, les había abierto la puerta de mi corazón y lo habían robado.

Pero ante mi "buen" descubrimiento, una vez más lo que ahora sucedía me recordó que tenía que tomar una decisión. 

Mi mente proyectaba escenarios donde me iba, pero donde no podría volver a amar. Lo sabía, porque después de haberlos conocidos, de enamorarme, nunca nadie me haría sentir lo que ellos sí. 

Pero quedarme, suponía pasar por alto lo que entre Madox y yo había pasado. En las noches, cuando aún no me dormía, recordaba cómo sus ojos me miraban con furia. Cómo todo se había ido a la mierda sin más. 

Y no podía pasar por alto eso, no podía fingir algo que no era real, no podía sonreírles y hacer como si nada hubiera pasado, cuando si paso. 

No podríamos, nunca, tener una relación si la confianza entre nosotros no existía. No me permitiría estar así una vez más, porque aunque me doliera la vida entera separarme de ellos, si tenía que hacerlo. Lo haría. 

Porque aún habían cosas que ninguno de nosotros, sabíamos del otro. Porque aún faltaba conocernos más, porque el cariño que sentimos no lo era todo, quizás había sido nuestro punto de partida, pero no lo suficientemente para seguir así. 

Me atrevía a decir que les quería, que si esto no hubiera pasado ahora quizás las cosas seguirán y todo fuera diferente, pero maldita sea que no lo era. 

Y dolía. Dolía tanto que no podía verle un final feliz. 

Porqué sabía que no soportaría situaciones de celos, de desconfianza, de control sobre mi. Lo sabía tan bien, que mi parte más sensata me decía que esto desde el principio no era fácil. 

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas que luchaba por contener, nada parecía tener un final o una solución clara. 

Y sin saber absolutamente nada de él, era aún peor. 

Los pasos que resonaban por el pasillo, me hicieron pestañear varias veces hasta que mi vista dejó de ser borrosa. 

Thiara bajaba las escaleras con la mirada pérdida. Y al verme solo atino a sonreír apenas. 

—Hola —juego con mis dedos—. ¿Quieres sentarte? 

No dijo nada, pero se sentó a mi lado. 

Miramos la pantalla del televisor, donde estaban dando una película que realmente no sabía de qué trataba o qué iba, ya que no le estaba prestando atención. 

—¿Cómo estás? —Thiara preguntó. 

Encogí mis hombros como respuesta. 

—No tan mal como ayer, pero no mejor que mañana —le sonreí. 

—Lo siento —se disculpó. 

—¿De qué hablas? —la mire confundida. 

—Yo, no debí dejar que Ciro dijera eso —suspiró desviando la mirada hacia el suelo. 

—Tú no eres el, no debes pedir disculpas por nada —negué. 

—Yo, realmente no pensé nunca que diría esas cosas. 

Asentí de acuerdo con sus palabras. 

—Tampoco yo, pero está bien. 

Ahora fue ella quien me miró confundida. 

—¿De qué hablas? 

—Él tiene su opinión, la respeto. ¿Me decepcionó? Si, pero no quita una cosa de la otra. 

Thiara negó mostrando una leve molestia. 

—¡Pero no estuvo bien! —se quejó. 

—Thiara —suspiré—. Hay una gran diferencia entre ellos y yo. Fueron enseñaron de diferentes formas que yo, lo que para mi puede estar mal, para ellos puede ser normal. 

—¡Y una mierda! —cruzó sus brazos—. ¡Era tu supuesto amigo! 

—No importa si era o no mi amigo, no estaba en el derecho de apoyarme o estar de acuerdo conmigo. 

La rubia me observó en silenció y luego soltó un sonoro suspiró. 

—Habla con él —le pedí. 

—No lo haré —se negó—. El me conoce, sabe que ustedes son los más importante para mi, sabe que siempre voy a apoyarte. Aunque me duela estar lejos de él, no puedo fingir que lo que hizo no me molesta y duele. 

—¿Crees que yo estoy mejor? —cuestione—. El que era mi amigo, me dejó claro que creía que fue mi culpa y que lo que Madox hizo estuvo bien. 

Pronunciar su nombre en voz alta me causó un sinfín de emociones, que por cortos segundos me ahogaron. 

—En fin —negué tratando de despejar mi mente—. No permitiré que estés mal, cuando pueden hablar y arreglar las cosas, él y yo somos aparte. Tú lo mereces y él a ti. 

—Pero tú... 

—Yo nada —la corte—. Desde el día en que puse un pie en ese lugar supe que nada sería fácil, ni un cuento de hadas. 

Cuando Thiara fue a decir algo, unos golpes en la puerta nos interrumpió. Era Ciro, todos los días venía a la misma hora. 

—Anda —empujé su hombro. 

Me miró y luego miró la puerta, la duda se hizo presente en sus ojos y sonreí por primera vez en este tiempo, de verdad. 

—Me voy a molestar si no levantas tu maldito trasero y sales de esta casa ahora, Thiara Dupont —le advertí. 

Ella sonrió y negó. 

—Nos veremos después. 

Asentí y la observé ir hasta la puerta, Ciro tenía un aspecto bastante deteriorable. Ojeras y ojos apagados, además de una postura arrepentida. 

Antes de partir, me miró y me sentí nerviosa. Algún día hablaremos, lo sabía. Pero por mientras tenía que resolver qué haría con mi vida. 

La casa estaba en silenció absoluto, ya que solo estaba yo y Runny. 

Las mellizas y Chania se habían ido al pueblo, Mica no regresaría hasta la noche, y Thiara se acaba de ir y esperaba pudiera resolver algo. 

Era cerca del medio día, por lo qué tendría algo en lo que concentrarme por un rato. Hacerme el almuerzo.

Sin apuros, comencé a buscar las cosas necesarias para hacer algo fácil. 

Runny se mantenía alrededor mío, por lo que a veces la tomaba en mis brazos y le decía lo mucho que la amaba. Ella era algo de lo que nunca podría arrepentirme y era un buen motivo para decir del porqué vine a este lugar. 

Demore alrededor de una hora y poco en preparar una pasta, ya que hacía pequeñas paradas donde escuchaba un poco de música en el teléfono o miraba por la ventana el bonito día. 

El cielo estaba totalmente despejado y el sol estaba en su punto máximo. 

Cuando la comida estuvo lista, la acompañe de una copa de vino que había encontrado guardado en las gavetas. 

Una película de acción fue mi acompañante. Y hasta que no terminó no me levanté del sofá. 

Una vez más, como si manuelita fuera frege todo lo que había ensuciado y luego regresé al sofá. 

Casi cerca de las cuatro de la tarde, las ganas de tomar un café me hicieron levantarme e ir hacia la cocina. 

Mientras apagaba la cocina y ponía el agua en la taza, oí que la puerta era abierta y pasos. Por lo qué, imaginé sería alguna de las chicas. 

—¿Me han traído algo? —pregunté aún sin darme vuelta. 

No obtuve respuesta, cosa que me extraño. 

Al darme vuelta sentí que me desmayaría en ese mismo instante. Frente a mí, a más de dos metros estaba el. 

No era ninguna de las chicas. 

No era Ciro o Pearce. 

Era Madox. 

Mi corazón latía con fuerza sobre mi caja torácica, mis pensamientos parecían luchar entre ellos y la voz haberme abandonado. 

Dos semanas sin verlo y no podía decir ni una maldita palabra. 

—Madox... —susurró su nombré. 

—Hola. 

Quise llorar, gritar, patalear. Quise hacer tantas cosas, de las cuales no hice ninguna que se me venía a la mente. 

Abrí la boca para decir algo, pero solo salían balbuceos sin sentido, por eso la cerré de vuelta. 

Él estaba aquí, a nada de mi. Y el recuerdo de la última vez regreso a mi y él pareció notarlo, ya que desvío su mirada hacia otro lado. 

—No te haré nada. 

Asentí y dejé la taza sobre la mesada. 

—¿Qué haces aquí? —pregunté. 

—Necesitamos hablar. 

Mi interior parecía una erupción de cosas y emociones, me sentía mareada y pérdida. No entendía la necesidad de tenerlo cerca hasta que lo tuve en frente. Era tanta, que me ahogaba. 

—Si, hablar —murmuró tratando de hacerle entender eso a mi cabeza. 

Ninguno dijo nada por varios minutos y una alerta se encendió. 

Las chicas podrían llegar en cualquier momento, y si lo veían aquí, se armaría la tercera y cuarta guerra mundial. 

Si íbamos a hablar tenía que ser ahora e ir directamente al punto. 

Aunque mi interior quería que se quedara siempre a mi lado. 

—Vamos al living —rompí el silencio y esperé a que diera un paso en la dirección correcta y moví mis pies. 

Pero una cosa ocurrió, cuando crucé la puerta de la cocina algo pareció quemarlo o alejarlo. 

La pulsera. 

Maldita sea, me había olvidado de su existencia. Lo observé y él tenía su mirada en mi muñeca. 

Soltó una de esas risas irónicas. 

—¿Pearce, verdad? —me observó y asentí—. No me sorprende. 

Lo miré confundida, pero no dije nada. 

Se alejó lo suficiente para que pudiera ir hasta el sofá. Madox quedó parado en frente mío y lo detalle. 

Tenía ojeras, bastantes pronunciadas. Su rostro parecía más delgado, sus ojos no tenían ese brillo que me gustaba, su porte era levemente encorvado, con las manos en los bolsillos. 

Su aspecto era bastante deteriorable, apostaba a que ni siquiera había comido bien estos tiempos, la preocupación era tanta que mi lengua picaba por exigirle que me dijera donde había estado, si estaba bien o no. 

Pero apreté mis manos sobre mis muslos y no dije nada por largos minutos. 

Esto era tan difícil. 

—Bien, habla —pedí sonando más bien en exigencia. 

Me observó con suma atención, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mi cuerpo pedía, anhelaba su cercanía, que me era molesto e incómodo. 

—Lo siento. 

Baje la mirada hacia el suelo suspirando. 

—Está bien —murmuró. 

Podía perdonar, tenía que hacerlo para poder seguir. Y se que no esperaba esa respuesta, sentía sus ojos taladrarme la cabeza. 

—Perdonar no significa olvidar —lo observó—. Puedo perdonarte, pero no olvidar Madox. No existirá nunca, la posibilidad de olvidar. Además una vez me dijeron, que era necesario perdonar para poder seguir, asique te perdonó, necesito hacerlo para poder mañana seguir. 

—No quise hacerlo. 

—Pero lo hiciste, lo entiendo —suspiró—. No tienes confianza ni en ti, ni en mí. 

Me miró atento, sin pronunciar palabra alguna. 

—No te odio Madox —aclaré—. Pero no pienso estar al lado de una persona que no confía en mí. 

—Si confío. 

—No, no lo haces Madox. Y debes empezar por entender eso —le dedique una sonrisa de lado—. Si realmente hubieras confiado en mí, no hubieras caído en su provocación, no me hubieras agredido; pero lo has hecho, y por más cariño que pueda tenerte no soy el tipo de mujer que estará a tu lado soportando tu desconfianza, ni tus celos, ni tu enojó. Para todos los demás podré ser yo la culpable, pero solo espero que si me tienes así sea un poco de confianza y me conozcas un poco, sepas que no la tuve. 

—No la tienes —aseguró. 

—Tú desconfianza no es normal Madox, la forma en que has actuado, tu enojo, tu ira, todo fue explosivo —admití—. Tienes que buscar ayuda, realmente la necesitas. 

—Lo sé. Lo haré, por ti lo haré. 

Sonreí, apenas, pero lo hice. 

—No seré la chica que destruyas en ese proceso Madox, no seré tu salvación, ni tu redención —negué—. Si realmente vas a buscar ayuda hazlo por ti, no por mí. Estaré bien, no sería la primera vez en que me rompen el corazón, ni tampoco la última. Pero aquí y ahora, tú debes ponerte por encima de todos, incluyéndome a mi. Porque no voy a estar a tu lado en ese proceso, no nací para ser la salvación de nadie y nunca voy a hacerlo. 

Runny apareció por las escaleras captando mi atención, la gata se subió al sofá y se acomodó en mis muslos. 

Sonreí y pasé mis dedos por su pelaje. 

—No te vayas —pidió. 

Suspiré y lo observé. 

—La vida me enseñó que debo poner siempre primero a mi, después los demás; además, quedarme. ¿Para qué? ¿Para que esté encerrada en este lugar? ¿Para sólo ver a tu hermano y que tu te dañes a ti mismo? Las cosas no tienen futuro Madox. 

Suspiró y noté la frustración en sus ojos, la desaparición y la guerra interna que tenía con el mismo. Y quise levantarme, sacarme la pulsera y abrazarlo. Pero sería un índice para el, de que dejaría esto pasar sin más, y no era lo quería. 

Dio vueltas en su lugar sin decir aún nada, mientras seguía acariciando a Runny. 

—¿Y si hubiera la oportunidad de tener un futuro? —preguntó. 

Alce mis cejas confundida. 

—¿Ahora vas a sacar la bola de cristal y leerás el futuro? —me burlé—. Sorprenderme. 

—Vuelve a la manada —siguió dando vueltas sin mirarme. 

—No me quieren en ella —le recordé. 

—¿Y desde cuándo te importa si te quieren en un lugar o no? —cuestiono y solté una risita. 

Es verdad, realmente no me importaba mucho. 

—Es tú manada —puntualizó. 

—Si, sobre eso. En realidad tendría que ser de Pearce. 

Lo observé entre confundida y interesada. 

—¿Cómo? No entiendo. 

—Será historia para otro momento. 

Alce mis cejas. 

—¿Que te asegura que tendremos tiempo para que me cuentes esa historia? —me crucé de brazos. 

—Tenías razón en algo —ignoró mi pregunta—. Aún no tenemos la confianza suficiente, porque aún no nos conocemos realmente. 

—Tienes razón en eso, pero sigues sin responderme. 

—Aún no sabes lo terco que podemos llegar a ser Farey. 

—Lo soy aún más. 

Río y mi corazón se aceleró tanto, que creí que se saldría de mi pecho. 

—Poniéndole que volvería, ¿que seguiría después? —quise saber. 

—Darnos otra oportunidad. 

Ladeo la cabeza pensando en sus palabras. 

Sus ideas nadaban en mi mente, poniendo en escena lo que decía. Volver, y comenzar otra vez. 

—Entiendo, sigue —pedí. 

—¿Y dejar que el futuro decida? 

—Es decir —empecé a enumerar las opciones—: Uno, volver; Dos, una oportunidad; y por último, que el futuro decida. Pero te olvidas de algo. 

—¿El qué? 

—No sería nunca lo mismo —afirmó—. No olvidaré lo que hiciste, no lo haré yo, no lo harás tú, no lo hará nadie. No veo un futuro en eso, no veo cómo podríamos seguir sin más, no puedo pasar página y ya. 

—Sé que tuve la culpa. 

—Principalmente si —acepte—. Pero no negaré que una parte mínima fue mía. Se como soy, se como he sido desde el principio de todo y que no ha sido fácil tratar conmigo. Ustedes tenían una idea de cómo debería de ser la mujer perfecta, y yo soy todo lo contrario a eso. No me gustan los celos, no los soporto. No soporto sus actitudes posesivas, pero se que está en su naturaleza, como me dirán hasta que me canse de escucharlo. Te lo dije una vez y volveré a repetirlo, ustedes lo han enseñado de una forma totalmente diferente a la mía. 

No dijo nada y suspire. 

Esto no tenía una salida clara. 

—No puedo Madox —admiti—. Realmente no puedo, quisiera poder decirte que está bien, pasamos página, pero no es tan fácil. Ya no confío en ti, no de la misma forma en que lo hacía antes, no puedo verte sin recordar tus palabras y tus actos. 

—Perdóname. 

—Las disculpas no lo son todo —murmuró—. Hay dolores que un lo siento y perdóname, no curan. Dolió, ¿sabes? Dolió como la puta mierda, me había prometido no llorar por ningún hombre y lo hice, juré que nunca, nadie, tendría mis lágrimas. Y aún así, lo hice. Y no sabes lo jodido que es eso, no te imaginas la mierda que es eso, duele porque te creía diferente, creía conocerte, pero no lo hago. No sé por qué actúas así, no se que has pasado para llegar a ser así, no se muchas cosas y aun así me permití dejarme llevar y mira como acabamos. 

—No puedo perderte —admitió. 

—No es tan fácil Madox —suspiro—. No es fácil. 

—Podemos hacerlo. 

Negué suspirando. 

—Sólo debemos darnos una oportunidad —prosiguió diciendo lo mismo una vez más. 

—¡No es lo mismo Madox! —exclamó alzando la voz. 

—¡No voy a perderte! —negó. 

—¡Me perdiste desde que decidiste agredirme Madox! —me levanté del sofá haciendo que la gata corriera—. ¡Acéptalo de una vez! 

Sus hombros subían y bajaban  frenéticamente con su respiración. 

Mi pecho dolía, y quería llorar. Pero me rehusaba a hacerlo. 

—Me has perdido desde ese día —murmuró dejándome caer en el sofá—. Te di la oportunidad, dije que sí. Que podíamos intentarlo y a la primera vas y haces lo que haces. No pretendas un cuento de princesas si haces cosas de villanos. 

Sus ojos brillaban, pero no sabía si era de enojó, tristeza o que. 

—No puedo controlarlo —admitió después de varios minutos en silenció—. Es más fuerte que yo. 

Negué y miré al techo, incapaz de sostener la mirada un minuto más. 

—Estás equivocado —señalé—. Si puedes, con lo que sea que tengas, solamente nunca has tenido el valor suficiente para afrontarlo y luchar contra él. 

Una vez más río, pero su risa era seca, amarga y fría. 

—No me digas que no tengo valor cuando vengo haciendo esto por toda mi vida —acusó e inmediatamente lo miré enojada. 

—Entonces no tienes el valor suficiente —señalé. 

—¡Tú eres lo que necesito para poder hacerlo! —exclamó—. ¡Y vas a irte! 

—¡No me culpes de no tener valor! No es mi maldita culpa que dejes qué eso te domine —bufo—. Crees que realmente me necesitas, pero no es así. ¡No lo es! Nunca te he dado indicios de querer lidiar con tu mierda, tengo suficiente con la mía, como para lidiar con la de alguien más. 

Madox resoplo y negó. No lograba entenderlo, aunque quisiera, aunque buscaba un porque a todo, no lo lograba. 

El silenció se mantuvo por más de diez minutos, dónde él parecía tener una lucha interna y yo no sabía lo que haría con mi vida. 

No quería enojarme y terminar diciendo cosas que terminaran de mandar todo a la mierda, completamente. Pero él no me daba explicaciones exactas para lograr entenderlo un poco y no podía seguir así. 

—Trastorno explosivo intermitente —rompió el silenció con esas tres palabras. 

Lo mire sin entender a lo que se refería. 

—¿Qué? ¿Qué es eso? —moví mi cabeza despegando los pensamientos que me nublaban. 

—Es lo que sucedió esa vez fue un episodio de trastorno explosivo —explicó—. Lo sufro desde que tengo seis años, empezaron con simples berrinches que me hacían lanzar cosas y enojarme, luego siguieron por la ira ciega y después llegaron las agresiones físicas hacia los demás. Estuve en tratamiento varios años, pero lo dejé, los episodios eran cada vez menos. Pearce estuvo siempre, en cada uno, hasta que desaparecieron casi por completo. 

Escuche cada una de sus palabras con atención y analizandolas. 

Había oído una vez sobre eso, aunque nunca me había informado demasiado sobre el tema. 

Pero sabía a lo que se refería. 

—Lo entiendo y comprendo —afirmó—. Pero eso no será una excusa para hacer como si nada pasará. 

—No te lo estoy diciendo para excusarme. No lo sabías  y planeaba que nunca lo supieras —admitió y una mueca se formó en mi rostro. 

—¿Y ocultándome cosas de ti, pretendías tener una relación? —pregunté irónica. 

No contestó y suspire. 

—Pero, si no tenías casi episodios. ¿Qué cambio? 

—La cadena volvió a repetirse —murmuró—. Empezaron a aparecer más seguido, quise creer que los podía controlar, que idiota fui. 

Asentí dándole la razón. 

—¿Cuándo volvió a empezar todo? —y la respuesta parecía aparecer en mi mente sola. 

—Alejandro. 

Claro que sí. 

—¿Fueron celos, verdad? —pregunté  aunque la respuesta era obvia. 

—Sabes la respuesta a eso —me observó y quise reír o llorar. 

—Por eso me alegraba saber que no tendría un alma gemela —suspiró—. Los celos siempre terminan convirtiendo todo en una mierda. 

—Intenta luchar contra tu naturaleza y dime si será fácil —rodó los ojos—. Los lobos somos celosos y posesivos por naturaleza,  y aunque intente luchar contra ella, es lo que soy. Y que él tuviera el grandísimo descaro en decirnos que le gustabas, no fue una gran idea. 

—No puedes controlar los sentimientos de los demás —rodé los ojos—. No será ni el primero, ni el último que pueda llegar a gustarle. Debes decirle a tu yo interior eso las veces que sean necesarias para que lo comprenda. 

Negó mostrando una casi inexistente sonrisa. 

—No es tan fácil. 

—No pretendía que lo fuera —acepté—. Pero, entiendo. Problema de agresividad, más hombre lobo temperamental y un chico con instinto suicida. Mala combinación. 

—Mala combinación —afirmó. 

—Ahora, más afirmó que debes buscar ayuda —murmuró—. No es vida, vivir así. Y lo digo por el bien tuyo, supongo que vivir así no ha sido fácil para ti, ni para tu familia. 

Asintió y nos quedamos en silenció. 

No podía tocarme otro compañero más normal, ¿verdad? 

Los minutos pasaban y ninguno era capaz de decir palabra alguna, pero de repente Madox se acercó a la puerta. 

—¿Qué sucede? —pregunté. 

El no me contestó y mire la posibilidad de tirarle algo. 

—Piensa en lo que te he dicho —me miró por encima de sus hombros—. Siempre habrá un final alternativo. 

Asentí y desapareció de mi vista. 

Apoye la cabeza sobre el respaldo del sofá quedando completamente sola. 

Me sentía abordada de cosas, sentimientos y  pensamientos. Todo se estaba convirtiendo en un caos completamente. 

Quince minutos después la puerta de la casa fue abierta abruptamente, Rydel fue la primera en entrar con un rastrillo en mano. 

—¡¿DÓNDE ESTÁ?! —gritó buscando algo. 

—¿Pero qué te sucede? —pregunté sin entender. 

—¡SAL MALDITO CANALLA! ¡VEN QUE MI RASTRILLO TE QUIERE CONOCER! —siguió gritando y comprendí que era lo que buscaba, y diciendo correctamente a quien buscaba. 

Rodé los ojos y la dejé seguir buscando a quien no estaba. 

—¡¿Farey?! —La voz de Chania sonó desde afuera y cerré los ojos. 

—Acá estoy —levanté una mano y la bruja me miró y luego se acercó a grandes pasos. 

—¡¿Estás bien?! —preguntó exaltada. 

—Estoy bien —afirmó. 

—¡AH NO LO ENCUENTRO! —Rydel gritó bajando las escaleras—. ¡PERSIA SACA EL MACHETE! 

¡¿El machete?! 

—Rydel —la llamé. 

—¡Voy a castrarlo! —aseguró. 

—Rydel —volví a mencionarla. 

—¡LO VOY A MATAR! 

—¡RYDEL! 

La pelirroja me miró y se percató de que estaba ahí porque corrió hasta mí, sin soltar su rastrillo. 

—¡¿Dónde se fue?! —quiso saber. 

—A narnia —rodé los ojos. 

—¡PERSÍA NOS VAMOS A NARNIA! —grito haciendo que le tirara con mi zapatilla. 

—Te vas a calmar —exigí—. Y vas a dejar ese rastrillo, que no se de donde lo has sacado. 

—¡No pienso dejarlo! —se negó—. ¡Voy a matarlo! 

—¡No vas a matar a nadie! —la regañó. 

Pero su locura no se calmó, Persia entró con un machete en sus manos, y no se porque mierda se había hecho una franja negra por sobre sus ojos. 

—¡ESTOY LISTA HERMANA! —grito alzando su machete. 

Y la situación empeoró cuándo Thiara entró con unas enormes tijeras de cortar pasto. 

«Dios gracias por mandarme amigas normales.» 

—VAMOS A CASTRARLO —grito y quise pegarles a todas. 

—¿Me pueden escuchar por favor? —pedí y me miraron. 

—Habla rápido que nos iremos a Narnia —dijo Rydel y no pude evitar reír—. ¿No está en Narnia, verdad? 

Negué y este se sentó en el piso derrotada, acomodó su rastrillo entre sus piernas y comenzó a acariciarlo. 

—Hoy no has podido querido mío —le dijo al rastrillo—. Pero llegará el día en que el mundo va a enterarse de lo poderoso que eres. Te lo juro.










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¡Hola!

Demore más de lo pensado, pero aquí está el nuevo capítulo.

¿Que les ha parecido la conversación entre Madox y Farey?

¿Cuál fue la parte que más les gustó del capítulo?

Hasta pronto.

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