
Liberación
Los guijarros y las ramas caídas iban siendo pateados del camino de aquel muchacho con desgana, agobio y cierta rabia. Iba caminando a su casa despacio, sintiendo que si lo que había vivido era difícil, lo que vendría a continuación lo sería aún más... Pero al menos podría pasar un día, uno solo, tranquilamente junto a sus seres queridos.
Cuando llegó a una parte del bosque que conocía a la perfección levantó la mirada buscando a alguien. Y no tardó en distinguir a su padre sosteniendo con fuerza el hacha con la que talaba los árboles. Una leve sonrisa se quebró ante el nudo de su garganta. Deseaba llegar a su hogar, pero al mismo tiempo tenía una horrible sensación de angustia.
Se ajustó la capucha de su sudadera y metió las manos en los bolsillos del abrigo tras haberse colocado los tirantes de la mochila. No sabía qué pasaría cuando llegara, cuando al día siguiente por la noche...
Sacudió la cabeza. Ya pensaría en ello cuando llegase el momento, no era buena idea preocuparse por algo del futuro que podría no llegar a suceder si surgía un imprevisto.
Siguió caminando despacio, con la cabeza gacha, hasta su hogar. El cálido aroma del pastel que solía hacer su madre llegó hasta él en cuanto entró... Consiguiendo ponerle aún más nervioso, a lo que acompañaba un aura de tristeza que no tardaría en volverse melancolía.
Anduvo por la entrada de la casa en silencio hasta llegar a la cocina, donde observó el cuidado con el que su madre terminaba la decoración del dulce.
Las orejas de la mujer temblaron ligeramente y levantó el rostro en dirección a su hijo, dedicándole una gran sonrisa.
-¿Qué tal te ha ido? ¿Lo has conseguido? ¿Has aprobado?
Él hizo una leve mueca y hurgó en la mochila mientras se acercaba a la mesa donde estaba ella, dejando en la superficie un sobre abierto.
-¿No vas a contármelo tú? -preguntó la mayor, acercándose al joven que finalmente se quitaba la ropa de abrigo y descubría su cabeza.
Los oscuros ojos de ambos se quedaron fijos durante unos largos segundos, tras los que el joven negó.
-¿Tan mal ha ido? -preguntó ella en un suspiro, al tiempo que tomaba una de las manos de su hijo y la ponía en su mejilla, mirándole con cariño y preocupación.
Él volvió a negar, esta vez con un minúsculo atisbo de sonrisa. Las notas no le habían ido mal, de hecho estaba más que satisfecho. Por fin había logrado graduarse.
Sin embargo... Apretó fuertemente el puño que tenía libre cuando los recuerdos de sus compañeros y profesores invadieron su mente. Ellos no habían tardado en arruinarle el alivio que sintió al ver las calificaciones, alentados por el docente de turno que le recalcó con sorna que con unas calificaciones así poco iba a conseguir en la vida.
Su madre se percató de la tensión que tenía en la mano izquierda y le dejó libre la otra, soltándola despacio y llevando la suya a una de las mejillas del chico.
-Ve a descansar. Ya hablaremos de esto -señaló con la cabeza el sobre en el que estaban los resultados académicos - cuando lleguen los chicos.
Ella carició con cuidado la mejilla de su hijo y dejó que se marchara a su habitación, mirándole con inquietud.
Una vez en la soledad de su cuarto, el joven dejó medio tirada la mochila en el suelo, el abrigo colocado de mala manera sobre una silla y él se tumbó en la cama cerrando los ojos al tiempo que notaba su ira crecer y reflejarse en la tensión de sus brazos.
Podía sentir perfectamente cómo las ganas... No. El deseo. Cómo el deseo de hacer daño a aquellas personas crecía más y más conforme pasaban los minutos.
Sacudió la cabeza tratando de olvidar aquel sentimiento. Estaba en su casa, con su familia. Ellos le querían, eso se repetía una y otra vez mientras apretaba fuertemente la almohada entre sus fuertes brazos. No podía tener esa actitud en su casa, no quería cometer la imprudencia de hacer daño a sus padres y su hermano. Su ira no iba dirigida a ellos.
Ese pensamiento le hizo girar el rostro hacia la mochila. Estiró un brazo hacia ahí y metió la mano en el bolsillo principal, llegando al fondo donde agarró un papel arrugado.
Cuando lo tuvo frente a su cara lo alisó y lo observó detenidamente. Era un folleto invitando a unirse al ejército. Al ejército de Cold.
Lo encontró hacía tiempo, en una de las veces que acompañó a su padre a entregar los muebles que le habían encargado. Tuvieron que viajar a una ciudad lejana y mientras el adulto hablaba con sus clientes él estuvo deambulando por el lugar... Y encontró aquello pegado a una pared.
Tal y como la primera vez que sostuvo el panfleto en sus manos, notó cómo el corazón se le aceleraba. Si se unía al ejército podría dar rienda suelta a su lado más salvaje, ese que tanto esfuerzo le costaba controlar que en más de una ocasión le había causado problemas a sus padres al tener que ir a por él al calabozo del lugar donde vivían. Ese que a pesar de sus intentos por obviarlo le gustaba experimentar...
La imagen de los fieros ojos rojos del rey changlong le hicieron sonreír. Formar parte de aquello podría darle una gran liberación. Podría dejarse llevar y además su familia estaría a salvo de él...
Suspiró agotado al pensar en su familia, en lo que iba a hacer a partir de entonces y en lo que supondría para ellos. No podía darles explicaciones de a dónde iría al final del próximo día. Era mejor si no tenían idea... Además, su madre le mataría.
Pero a pesar de todo, a pesar de tener que "mentirles", en parte se sentía aliviado. Por fin podría dejarse llevar y acabar con la vida de cualquiera que le molestara sin temor a lo que pudiera suceder a sus allegados.
Se levantó de su cama despacio, volviendo a dejar el papel en el mismo lugar, al fondo de su mochila, e igual de arrugado que antes. Se puso en pie y miró a su alrededor como despidiéndose de su habitación. No sabía si iba a volver... Pero eso daba igual. Ya había tomado aquella decisión.
Con decisión se quitó la sudadera, quedándose en una camiseta que dejaba sus brazos descubiertos... Los miró con atención. Había pasado los últimos años descargando su ira a base de ejercicios con los árboles del bosque, arrancándolos de cuajo, viendo cuánto era capaz de atravesarlos con simple fuerza bruta e incluso usándolos como pesas... Estaban fuertes, pero faltaba algo. Algo con lo que sabía que impondría miedo.
Los miró fijamente mientras se concentraba en ellos, en la fuerza que le recorría propagando la ira como si fuera un incendio. Esbozó una sonrisa siniestra al tiempo que veía sus pinchos aumentar de tamaño. Dirigió los ojos al único espejo de la estancia y se contempló bastante complacido. Le hubiera gustado vengarse de todo aquel que le había criticado a lo largo de su vida, le hubiera gustado dar rienda suelta a sus impulsos y aún así poder vivir tranquilo en su hogar.
Pero todo aquello ya no importaba.
Iba a comenzar una nueva etapa. Una en la que sería realmente él. Una en la que dejaría salir toda su brutalidad y se sentiría orgulloso de ello. Una en la que sería él mismo.
Dodoria.
1250 palabras
09-11-2020
Bueno, pues simplemente me apetecía escribir un poquito sobre Dodo. Y dado que estoy sin publicar capítulo pues quería dar algo con lo que entretener un poco 😅
Espero haberlo conseguido 😉🤭
Hasta la próxima!
Byeeee~
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