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3


Yoongi.

Yo me esforzaba por ser puntual, realmente ponía todo mi empeño en ello, pero el sentido del universo no me debía querer de esa forma, y por ello siempre terminaba llegando justo a todos los sitios.

Y, al menos en ese momento, siendo el segundo día de clases, me convencía tan poco, que hasta llegué a plantearme entrar con la bicicleta a clases y no demorarme más en aparcarla tras la fachada de la escuela. Obviamente no lo hice ya que seguramente terminaría atropellando a alguien y eso no ayudaría para nada en mi historial académico.

En compensación, nada más enganchar la bici con un candado, eché a correr hacia el portón de la entrada. En él ya estaba el conserje con cara de sueño. Por cómo me saludó, era obvio que no había dormido nada bien.

Estaba a punto de recomendarle las pastillas que tomaba a veces mi madre para dormir, cuando una figura a lo lejos me distrajo por completo. Y no, no era raro que yo me distrajese con cualquier cosa. Como me decía mi hermana, mi atención en general es la misma que la de un perro a una piedra cuando está rodeado de filetes de carne.

Yo suelo poner el mismo ejemplo, pero cambiando perro por su nombre.

— ¡Ey! —llamé a la conocida cabellera castaña y aligeré el paso para alcanzarla. Él no se giró hasta que estuve a su lado. Debí sorprenderle, porque no sonrió como el día anterior— ¿Qué tal has dormido?

Se detuvo en seco y me miró extrañado. Seguidamente echó un vistazo a ambos lados, como si estuviera buscando a alguien. Cuando volvió a mirarme, tenía una ceja alzada y la mano que antes llevaba guardada en el bolsillo, ahora estaba fuera para permitirle cruzarse de brazos.

— ¿Te has perdido?

— ¿Eh? —esa pregunta si que era extraña— No, claro que no.

— ¿Entonces?

— ¿Entonces? —repetí confuso, agarrando una de las asas de mi mochila con nerviosismo. Me agobiaba no entender las cosas y que los demás se percataran por ello— ¿Entonces qué?

— Que qué mierda quieres.

— Oh —bajé la mirada, avergonzado. Si el conserje había dormido mal, no tenía nada en absoluto que envidiar al castaño. Echaba de menos la sonrisa con aquellos dientes hermosos que había visto el primer día— T-tu nombre.

— ¿Mi qué? —me alejé unos centímetros de forma inconsciente por la brusquedad en su voz. Volví a repetir mis palabras en un tono pelín más alto, pero aun así sin hacer contacto visual— ¿Qué pasa con mi nombre?

— Que no lo sé —murmuré casi inaudiblemente. Era horrible, las cosas no estaban saliendo como yo lo tenía planeado.

— Habla alto.

— Que n...

— Y mírame mientras hablas —levanté de inmediato la vista, correspondiendo su mirada por primera vez desde hacía un buen rato. Y sonrío. No mostró sus dientes, pero esbozó una pequeña y ladeada sonrisa que consiguió calmarme bastante. Después de todo no tenía por qué temer— Así mejor. Sigue hablando.

— Decía que no sé tu nombre.

— ¿Era eso? —volvió a sonreír, esta vez más animado y con ligera sorpresa en sus ojos. Me fijé en que tenía los ojos muy bonitos. En general era bastante atractivo, como diría mi madre— ¿Quieres saber mi nombre? —asentí entusiasmado, agitando mi desordenado cabello, y sonreí. Él entreabrió los labios y tomó aire, como si fuera a responder. Pero las palabras que salieron mientras palmeaba suavemente mi cabeza como si yo fuera un perro, fueron muy distintas a las esperadas— Pues búscate la vida si tanto te importa.

Y se marchó.

Me quedé en silencio, mirando como avanzaba por el ancho pasillo, dándome la espalda. Su mochila, colgada solo de un asa, se balanceaba de un lado a otro con cada paso. A diferencia de la mía, parecía completamente vacía. Exactamente igual que la expresión que me invadía en esos segundos.

Realmente no entendía nada. ¿Era un juego? ¿Me estaba retando a adivinar su nombre? Visto así, parecía bastante divertido. Sería como un ejercicio de detectives. Sonaba tan genial que a cada segundo que lo pensaba, más me gustaba.

Había sido una suerte toparme con ese chico nada más empezar el curso.

Volví a retomar el paso en dirección a clase, quedándome a pocos metros de alcanzar al castaño, quien no se giró a mirarme de nuevo en ningún momento. Únicamente, cuando entró en el aula, me vio a lo lejos acercándome antes de que sin querer se le soltara la puerta y cerrase en mis narices.

Cuando la abrí, él ya se estaba dirigiendo a su sitio y la profesora desvió su atención a mi persona, al igual que toda la clase.

— Otro igual —se quejó con cansancio. Como no me dijo nada, supuse que estaría bien sentarme, así que lo hice— ¿Ahora está de moda llegar tarde o qué?

Aunque la profesora había hecho una pregunta, nadie respondió, y yo decidí seguir el silencio con el resto a pesar de tener la respuesta en la punta de la lengua. También se me pasó por la cabeza preguntar el nombre de mi amigo, pero finalmente decidí que no era el mejor momento.

Además de que era clase de Historia, y esa asignatura siempre me había costado miles de esfuerzos llevarla al día.

Las horas fueron pasando y con ellas mis apuntes aumentando, ya que además de los que yo me hacía en casa, también tenía que coger los de clase. Era aburridísimo, todos los profesores parecía que decían lo mismo.

Al final, de forma inconsciente, terminé dibujando familias de monos en mi cuaderno, llegando a tener casi siete diferentes antes de que sonara el timbre indicando que era la hora de comer.

Decidí que ese era mi momento para preguntarle a alguno de los amigos del castaño, su nombre.

Podrías haberlo hecho en el recreo de por la mañana, pero antes de que me diera cuenta, desaparecieron él y su grupo sin dejar rastro. Ni siquiera les vi por el recinto en el que teníamos permitido estar durante el tiempo de descanso. Imaginé que estaría en los baños o que bajaron a enfermería por alguna emergencia, así que no le di más vueltas.

De camino a la cafetería me topé con un grupo de compañeros de mi clase. No eran del grupo de mi amigo, pero estaba segurísimo de que podrían ayudarme a resolver mis dudas aún con esas. Sin pensarlo, me acerqué, colándome por en medio del grupo. Como era de esperar, al verme, no solo se asustaron, sino que detuvieron sus pasos. Mejor para mí, así me sería más sencillo hablar.

— Hola —levanté la mano sonriente. Algunos me imitaron con confusión, otros me respondieron en voz muy baja y unos pocos solo se me quedaron viendo con extrañeza. Seguramente les había asustado mucho mi intromisión— Soy Yoongi, encantado.

Nadie respondió.

Genial, las cosas no estaban yendo como yo tenía planeado. Comencé a jugar con mis dedos de forma nerviosa, disimuladamente, mientras ponía todo mi esfuerzo en seguir con la conversación.

— ¿Cuáles son sus nombres? —se miraron entre sí, como si no me hubiera entendido, así que fui a repetirles la pregunta. Por suerte, antes de que comenzara a pronunciar palabra, uno de ellos me respondió.

— Peniel.

— ¡Oh, es un nombre genial! —exclamé aún más nervioso. Solo quería conseguir información y marcharme antes de que los del fondo que aún seguían callados, me hicieran explotar con sus miradas— Hablando de nombres, me preguntaba si podían decirme el del chico que se sienta al fondo de la clase.

Nuevamente nadie respondió.

Intenté pensar en cosas que pudieran extender mi descripción, pero que a la par no sonaran raras o dignas de un acosador.

— Sí, sí, ese de pelo castaño que se junta con uno rubio muy alto y otro rubio muy bajo.

— ¿Kyungsoo? ¿El novio de Chanyeol? —soltó uno antes de que siguiera con mi explicación.

— ¿Kyungsoo se llama?

— El rubio delgadito, sí —chasqueé la lengua con desilusión al darme cuenta de que ese no era mi amigo. Kyungsoo debía ser el chico que siempre llegaba tarde y se dormía en clases. Y entonces el chico que a veces se ponía a molestar y besarle el cuello en los descansos, debía ser ese tal Chanyeol, su novio.

Pero a mí ellos no me interesaban, y uno del grupo con los que me encontraba hablando debió notarlo.

— ¿No te estarás refiriendo a Jungkook? —ladeé la cabeza, sin saber qué responder. Estaba tan confuso que ya ni yo mismo sabía de quien estaba hablando— El chico atlético que se ríe raro.

— ¡Sí, ese que tiene unos dientes muy bonitos! —exclamé de inmediato, eufórico por haber cumplido mis objetivos— ¿Entonces es Jungkook? —el chico asintió y repitió con desconfianza el nombre, pero esta vez junto al apellido. Agarré una de sus manos entre las mías, y la agité varias veces en señal de gratitud— ¡Gracias, gracias, gracias, muchísimas gracias!

No sé si agradecí lo suficiente, pero es que en esos momentos la idea de haber ganado el juego era demasiado primordial como para centrarme en otras cosas, así que tampoco me culpé cuando seguidamente, tras despedirme, eché a correr al interior de la cafetería en busca de Jeon Jungkook.

— Jungkook, Jungkook, Jungkook —murmuré repetidas veces de forma inconsciente mientras entraba por la puerta y echaba un vistazo al abarrotado lugar.

Ya había muchas personas con sus bandejas servidas, charlando animadamente en las mesas. Otras tantas seguían en las colas para servirse el menú del día, en el cual, si mis ojos no me fallaban, consistía en una especie de ensalada, seguida de pollo y un montoncito de fresas de postre.

Tenía buena pinta, sobretodo la fruta, que no tardé en sentir como la boca se me hacía agua.

No lo pensé dos veces, agarré una bandeja y me puse a la cola para servirse el menú, dejando de lado la búsqueda de Jungkook durante un rato. Un pequeño rato en el que, efectivamente como había adelantado, tardaron en servirme exactamente esos mismos platos. Junto a todo eso, añadieron una pequeña botellita de cristal.

— Ah, ahora entiendo el cartel de la entrada —murmuré sobrecogido, recordando la enorme cuadricula con un: "Las botellas hay que devolverlas junto a la bandeja y los cubiertos" escrito a grandes letras.

Sonreí reconfortado por la nueva experiencia que estaba viviendo. En mis otros colegios ni siquiera había cafetería. El horario no incluía la hora de la comida, y todos nos marchábamos a casa mucho antes.

Tampoco teníamos un tiempo de descanso tan largo, y a pesar de que nos dejaban salir a la calle y aquí no, las instalaciones de este nuevo lugar no tenían ni un punto de comparación con las de mis colegios antiguos. De hecho, lo bonito y elegante que se veía el centro, era lo que más llamó mi atención el primer día.

Seguí con mi camino, deteniéndome junto a una columna que había en el medio, para poder observar mejor a mí alrededor, y con ello encontrar más fácilmente a Jungkook.

No lo veía por ningún lado, y puedo jurar que estuve más de tres minutos de pie con la bandeja en las manos y mirando a todos lados, así que no me sentí culpable cuando decidí que era hora de dejar de buscar y empezar a comer.

Con desilusión, me dirigí a una mesa totalmente vacía, sentándome en una de las sillas que la rodeaban, nada más llegar. Tras echar un último vistazo a la puerta y filas de comida, porque obviamente me había colocado de cara a ellas para poder vislumbrar mejor a mi amigo en caso de que apareciese, decidí empezar con la ensalada.

Y no precisamente a comer. Antes de llevarme una pinchada a la boca, me dediqué a apartar todos los pequeños trocitos de zanahoria que había. Normalmente en casa lo tenía que hacer a escondidas para que mis padres no me vieran e hicieran comérmela de todas formas, pero aquí, fuera de su control, mi guerra con la zanahoria no había hecho nada más que empezar.

Seguí desinfectando mi ensalada de aquel malvado ser naranja, poniendo tanta concentración en ello, que si no llega a ser porque Jungkook solía hablar en un tono tan alto, no me percato de su presencia.

Dejé caer los palillos sobre el plato y me puse a buscar como loco de donde venía la alegre voz de mi amigo. Al cabo de un par de segundos, lo divisé haciéndose un hueco, junto a todos sus amigos, en el principio de la cola. Debían de tener muy buenas amistades en el colegio, porque absolutamente nadie se quejó de que se estuvieran colando.

— ¡Jungkook! —exclamé agitando la mano desde mi sitio, con una sonrisa enorme en mi rostro que no era capaz de disimular. Ya, con las bandejas y su comida servida, me vio— ¡Aquí hay sitios libres! —señalé prácticamente todo a mi alrededor, ya que todos esos lugares seguían vacíos a pesar de todo el rato que había pasado desde que yo me senté. Pensé que quizás era porque esta era la mesa maldita de la cafetería y por eso nadie quiso comer en ella, y di por hecho de que Jungkook y su grupo rechazarían comer ahí, pero cuál fue mi sorpresa cuando les vi acercándose.

Eran muchos.

No solo los cuatro de clase, ahora también habían varios más. Desde lo lejos pude contar un total de nueve. Todo el mundo, no solo yo, les miraba desde la distancia. Incluso varias personas cuchicheaban, así que supuse que eran bastante famosos en la escuela. Seguro debían ser muy divertidos.

Cuando llegaron, el castaño se sentó dos sillas más alejadas de mi sitio. Me sorprendí, pero tampoco dije nada, pues quizás es que ese lugar era su favorito.

Fui a sentarme a su lado, pero dos de sus amigos se me adelantaron, y cuando quise volver a mi silla, también había otra persona en ese lugar. Eché un rápido vistazo a toda la mesa, pero todos los lugares estaban ocupados.

— ¿Es tu amigo? —preguntó uno muy alto con un lunar en la mejilla. No entendía a qué se refería, hasta que me di cuenta de que la pregunta no iba para mí. Jungkook me miró, se encogió de hombros, y siguió comiendo.

— Somos compañeros de clase —respondí por él, ya que al tener la boca llena no podía hablar— Estábamos jugando a que yo adivinaría su nombre —sonreí pensando en mi objetivo logrado. Él no se había dado cuenta, pero para eso estaba yo, para hacerle ver que había ganado— Ya lo sé, te llamas Jeon Jungkook.

Le miré sonriente. Él tan solo me miraba, aun masticando su comida. Escuché algunas risas de fondo, pero en vez de buscar aquello gracioso, seguí pendiente del castaño, esperando a que terminara de tragar para poderme responder.

— En hora buena —soltó sin cambiar la seria expresión. Quizás iba a decir algo más, pero se giró nuevamente para comer y empezó a hablar con la persona que tenía delante. Me quedé esperando alguna que otra palabra, pero no llegaron nunca.

Y mientras yo esperaba de pie, con la bandeja en las manos, sin saber exactamente qué hacer, ellos comenzaron a hablar animadamente. Se olvidaron de mí, ninguno se giró a preguntarme nada después de eso.

Tenía miedo de marcharme y quedar como un maleducado o hablarles y molestarles. Era tal agobio que hasta me planteé ponerme a comer ahí de pie, aunque las demás personas no dejasen de mirarme.

— ¡Hey, Minnie! —la voz de uno de los de la mesa me sobresaltó. Era un castaño también, un poco más alto que Jungkook. Su sonrisa cuadrada se ensanchó cuando giró su rostro hacia la persona que acababa de llamar, un joven estudiante bajito y pelinegro— ¡Puedes sentarte aquí si quieres! —señaló su regazo y le guiñó un ojo. El otro chico le sacó un dedo, insultándole y se marchó— Me ama —terminó declarando el amigo de Jungkook, riéndose junto a todos los demás.

— ¿Estabas ligando? —pregunté confundido, llamando la atención del chico que más cerca de mí se encontraba. Me miró y luego miró a Jungkook sin dejar de señalarme.

— Tu perro sigue aquí.

— ¿Eh? —Jungkook me miró. Supuse que lo de llamarme perro era una broma, así que no le di importancia. Además, a mí me encantaban los animales y más los caninos. Era un halago— Ah, él.

— ¿Pretendes quedarte aquí todo el rato? —preguntó otro tipo, uno que ni siquiera iba a mi clase. Miré de nuevo a Jungkook, pero este ya había vuelto a distraerse con su conversación, y tampoco quería molestarle.

Miré nerviosamente a mí alrededor, y no fue hasta que la bandeja empezó a temblarme, que consideré tener que apoyarla en otra mesa para que no se me cayera.

— Q-quizá debería irme —el chico asintió y se quedó mirándome fijamente hasta que me puse en marcha y empecé a andar. Jungkook y los demás no me miraron, seguro que estaban tan perdidos en su conversación que ni se percataron de que me estaba yendo.

— ¡Hey, espera! —gritó el mismo chico. Me giré esperanzado de encontrarme con una mejor situación, una en la que pudiera participar y tuviera que marcharme, pero no la hubo. Tan solo me levantó el pulgar y sonrió antes de decir— Gracias por la mesa.

Por algún motivo, ese agradecimiento, no consiguió quitar el nudo que invadió mi estómago mientras terminaba mi bandeja en una alejada y vacía mesa del comedor.

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