Sabor jazmín
Capítulo 3
Sus labios eran suaves.
Lo mejor que podría haber pasado es que ella hubiese estado despierta para que me correspondiera el beso, pero cuando separé mis labios de los suyos seguía dormida tan plácidamente. Acaricie su mejilla con una sonrisa dándome cuenta que durante ese mes había desarrollado sentimientos por ella que nunca esperé.
Negué con la cabeza y me puse de pie, caminé en silencio por la habitación hasta llegar a la puerta y la abrí con cuidado para no hacer ruido y despertarla. Una vez fuera bajé rápidamente ya que era bastante tarde.
—¿Te vas, Jason? —me preguntó la mamá de Meg.
—Sí, ya es tarde —señalé mi reloj—. Creo que no llegaré a tiempo para la cena.
—Oh, ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? Estoy segura de que Penélope lo entenderá si la llamas.
Analicé por un momento. Sí, mi madre lo entendería perfectamente y más sabiendo que estaría con Meg, el problema era que Meg estaría cenando también en la misma mesa y probablemente, como en ocasiones anteriores, me sentaría a su lado y no es que no quisiera que me viera pero... estupideces, eso estaba pensando, ella no me podía ver, así que podía estar apenado enfrente de ella y no lo notaría.
—Me quedo —le sonreí a la señora Hernández y ella me devolvió una entusiasta sonrisa.
—En unos minutos estará la cena, si gustas puedes ver televisión con mi esposo, yo les avisaré cuando esté lista la cena —solo asentí y caminé hasta el sillón.
El señor Hernández me volteó a ver cuando estaba llegando a la sala y me sonrió. Él era un hombre de 45 años, tenía un poco de peso de más pero no era muy exagerado y siempre llevaba anteojos.
—¿Mi hija te causó problemas? —me preguntó dejando el periódico sobre le mesa frente a él.
—Meg nunca —me senté en el sillón—. No podría hacerlo —sonreí.
—Me alegro, es interesante ver como mi hija ha entablado una buena amistad contigo, siempre le fue difícil hacer amigos así que es bueno saber que cuenta con alguien.
Solamente asentí agradecido de que sus padres me aceptaran estando junto a Meg como su amigo, porque sería eso, solo su amigo, aunque sintiera algo más por ella estaba seguro que solo sería su amigo.
Al cabo de unos minutos la señora Hernández nos llamó para cenar, Meg aún seguía dormida por lo que bajó unos minutos después de que su mamá le llamara. Como pensé, ella se sentó a mi lado, su rostro aun lucía adormilado, como un gatito adormilado, causaba ternura.
En la cena no pasó nada fuera de lo normal, hablamos de cosas sin sentido e incluso el padre de Meg dijo algunos chistes que no causaban risa pero aun así todos nos reímos a carcajadas, había sido, en general, una cena agradable.
Después de la cena llegó la hora de marcharme, como de costumbre Meg me acompañó a la puerta de su casa.
—Gracias por venir hoy... de nuevo —me dijo sonriendo—. Me hace muy feliz.
—De nada —sin pensarlo acaricié su mejilla lo cual no la sorprendió, no al menos como yo había imaginado—. Por cierto, antes de que te quedaras dormida iba a preguntarte algo —juraría que en ese momento sus ojos hicieron contacto con los míos pero tal vez había sido mi imaginación porque cuando volví a fijar mi vista en sus castaños ojos definitivamente no me veían, su vista se perdía a la altura de mi hombro derecho—. ¿Quieres salir mañana conmigo? —le pregunté.
Frunció el entrecejo y sus labios se apretaron en una fina línea, no entendía si no había escuchado mi pregunta o si era una manera de rechazarme. La expresión en su rostro me hacía pensar en que quería rechazarme.
—¿No tienes amigos con quien salir? —preguntó, ahora su rostro ni siquiera estaba en mi dirección.
—Quiero salir contigo, pero si no quieres está bien —dije y ambos nos quedamos en silencio más tiempo del necesario—. Bueno, entonces creo que me marcho.
Me di media vuelta y empecé a caminar hacía mi auto que siempre lo dejaba estacionado frente a su casa.
—¿A qué hora debo estar lista? —preguntó Meg levantando su voz ya que estábamos a una larga distancia.
Estoy seguro que mi suspiro de alivio se escuchó por toda la cuadra pero no me importó, estaba feliz de haber escuchado eso.
—¿Te parece a la 1 de la tarde? —ella solo asintió—. Bien, hasta mañana.
Me di media vuelta y escuché como susurró un "Hasta mañana"
***
—No quiero que vuelvas muy tarde —me advirtió mamá mientras bajaba rápidamente las escaleras. Ella se encontraba de pie junto a la sala—. Que seas mayor de edad no significa que puedes llegar después de media noche a casa —me reprendió por el día anterior
—Ya te dije que estaba con Meg —le repetí por milésima vez en el día—. Te prometo no llegar tarde —llegué a ella y besé su mejilla para despedirme—. Por eso me voy temprano.
Mi madre rodó los ojos y me dio su típico asentimiento de cabeza con el que me indicaba que era libre de irme y que ya no estaba molesta conmigo, a decir verdad, ella se ponía feliz de saber que estaba con Meg casi todas mis tardes.
Cuando abrí la puerta escuché a mi madre decir:
—Más vale que la hagas mi nuera pronto.
Negué con la cabeza mientras sonreía y salí de casa. Los padres de hoy, antes no querían saber nada sobre noviazgos y ahora ya hasta querían que nos casáramos con solo ser mayores de edad, la ventaja era que mi madre era joven y solía bromear con ese tipo de cosas.
Salí casi corriendo de mi casa y tropecé torpemente al entrar a mi auto, ni siquiera iba retrasado pero estaba emocionado por salir con Meg, me sentía como un tonto y estaba bien ser uno.
Llegué a su casa faltando 7 minutos para la 1, iba a esperar en mi auto pero su familia ya me conocía así que decidí entrar como normalmente lo hacía, sin nervios ni nada. Los padres de Meg estaban sentados en el enorme sillón de la sala bebiendo una taza de té mientras me veían llegar.
—Buen día —los saludé.
—Hola, Jason —me llamó su mamá gentilmente—. Meg está aún en su habitación siendo interrogada por su hermano.
—¿Por qué? —pregunté imaginando la escena, ella seguramente le estaría arrojando cosas a su hermano mayor, le gustaba hacerlo, desde cerrarle la puerta en la cara o aventarles peluches o un vaso con agua.
—Por accidente le dije a mi hijo que Meg saldría hoy y los celos de hermano mayor le ganaron —se encogió de hombros—. Siempre la ha protegido.
—¡Mamá! —escuché la voz de Meg y me alarmé al escucharla gritando—. Dile a mi hermano que me deje en paz —gritó molesta.
—Subiré antes de que se maten —anunció la señora Hernández con una sonrisa en su rostro.
Esperé unos minutos de pie un poco impaciente, sabía que las chicas se retrasaban siempre y además yo había llegado temprano así que no tenía por qué quejarme... pero igual estaba impaciente.
—Pronto bajará —me dijo el señor Hernández con una expresión sonriente—. Es de ley que las mujeres tardan —y susurró para él—, aunque no sean iguales.
—Estoy dispuesto a esperarla todo el tiempo que sea necesario.
El señor Hernández me sonrió y asintió levemente.
—Es una niña —bufó el hermano de Meg mientras bajaba la escalera cabizbajo—. ¿Cómo puede ser posible que la dejen salir con cualquiera?
Sonreí antes de hablar.
—Yo soy ese cualquiera —solté atrayendo su atención por lo que me gané una mirada de reproche de su parte pero no me importó—. No le haré daño ¿sabes? —dije en tono de broma.
—Me importa un comino si eres el rey del mundo, sigues siendo un hombre y no te quiero cerca de mi hermanita. Quién sabe qué tipo de intenciones tengas con respecto a ella.
—Ya sabes —me encogí de hombros—. Una cena romántica y una cama llena de sábanas blancas...
—Te voy a matar...
—Compórtense ambos —advirtió la voz de Meg desde algún punto del lugar. Volteé en todas direcciones para verla hasta que la encontré de pie al final de la escalera junto a su mamá. Mi respiración se detuvo por mucho tiempo. Lucía hermosa y detesté el hecho de que no pudiera verse ni una vez en el espejo para ver la hermosa mujer que era.
Llevaba una blusa sencilla de color blanco y una falda arriba de la rodilla de un rosa pálido, su cabello estaba suelto y lacio. La señora Hernández notó que mi vista no se despegaba de su hija y soltó una leve carcajada para sacarme del trance. Sacudí mi cabeza y vi como Meg sacó un bastón plegable de un pequeño bolso que colgaba de su hombro, jamás la había visto utilizar uno de esos.
Dio un paso al frente y extendió el bastón blanco, inmediatamente me acerqué hasta ella y la tomé de una mano, pude sentir que se tensó su mano alrededor de la mía pero en segundos se tranquilizó.
—¿Nos vamos? —le susurré al oído y ella asintió.
—No regresen muy tarde —fue el señor Hernández y Meg sólo negó con la cabeza—. Hablo en serio —advirtió—. Tienen hasta las 9 de la noche, si llegan tarde los castigaré —eso último lo dijo con una sonrisa en el rostro.
—Cenicienta tiene hasta las doce —protestó Meg.
—¿Van a algún baile? —preguntó su padre y negué—. Lástima, no van a ningún baile, así que a las 9.
Salir de la casa de Meg nos tomó más tiempo del que pensé, sus padres bromeaban sobre nosotros y su hermano había estado a punto de golpearme en tres ocasiones, creo que ese chico tenía un serio problema en controlar sus celos, aunque en cierta forma lo entendía, si yo tuviera una hermana menor también sentiría celos de verla saliendo con un chico un poco mayor que ella, pero aun así era molesto, su familia ya me conocía.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Meg bajando la ventana del auto.
—Es una sorpresa —dije sin despegar mi vista del camino.
—¡Oh por favor! Una pista pequeña, no es como si viera el camino por el que vamos —rió pasándose una mano sobre su rostro.
—Tendrás que esperar hasta que lleguemos.
Conduje en silencio por unos minutos hasta que una pregunta me vino a la mente.
—¿Por qué dudaste en aceptar salir conmigo cuando te pregunté?
Soltó un suspiro y sacó una mano por la ventana abierta del auto, al sentir el aire rozando su mano sonrió y cerró los ojos disfrutando del aire con ligeros movimientos que hacía con sus dedos.
—Porque no tengo idea de a qué lugares puedes salir con una persona ciega —se encogió de hombros y metió su mano para reposarla sobre su regazo en donde descansaba su bastón blanco—. Pensé que te divertirías más saliendo con otro tipo de... —suspiró nuevamente—, personas.
—Meg, escucha bien —dije seriamente—. Te pedí salir conmigo porque en verdad así lo quiero, no porque seas mi última opción. Si no me gustara estar contigo entonces simplemente no iría todos los días a tu casa en cuanto salgo del instituto, ni siquiera me molesto en cambiarme mi uniforme porque lo único que me importa es llegar a verte.
Escuché como rió, apoyó su cabeza en el asiento y giró hacia mi dirección, el semáforo estaba en rojo así que pude ver como nuestros ojos hicieron contacto, parpadeó un par de veces y su mirada siguió conectada con la mía.
—¿Eso fue algún tipo de confesión? —preguntó rompiendo el silencio entre nosotros.
Acaricié su mejilla y le sonreí.
—En absoluto —el semáforo cambió a verde.
—¿Qué se supone que significa eso? —estaba frunciendo el ceño.
—Significa lo que dije.
—Hmmm —gruñó sonando impaciente—. Ojalá pudiera ver tu cara.
—En unos minutos podrás.
—¡Que agradable se siente esto! —exclamó Meg caminando con sus pies descalzos sobre el césped del parque.
—Se supone que deberías estar aquí sentada a mi lado —dije observándola caminar mientras yo estaba solitario en la enorme manta blanca.
—Es más divertido caminar aquí —rió.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
—¿Dices que soy aburrido?
Antes de que me pudiera decir algo la tomé de la cintura, ella inmediatamente colocó sus manos sobre mis hombros y se aferró fuertemente. Di un par de vueltas con ella en mis brazos pero había olvidado completamente que los zapatos de Meg estaban cerca de mis pies a tropecé con ellos provocando que ambos cayéramos, por suerte yo caí de espaldas sobre el césped y ella quedó sobre mí.
—Nos pudiste haber matado —dijo riendo y respirando fuerte contra mi rostro.
Podía besarle en ese instante quería besarla pero no la besé.
En lugar de eso nos giré y ella quedó debajo de mí ahora.
—Eres hermosa —confesé viendo como lucía tan indefensa ahí recostada en la alfombra verde.
—La apariencia es algo que no me importa —comentó sin dejar de sonreírme.
—Eso es algo extra —susurré—. No te importa la apariencia pero eres una chica muy hermosa.
—¿Qué más da cuando no puedes verla?
—Que por lo menos puedes presumirla —negó con la cabeza y empezó a moverse debajo de mí pero yo era más fuerte y no iba dejarla ir así de rápido.
—¡Mira mamá! —dijo la voz de algún niño en el parque—. Esos muchachos de ahí están haciendo cosas raras.
Sin siquiera voltear a ver al niño metiche sabía que se estaba refiriendo a nosotros.
—Estamos haciendo cosas raras —dijo Meg bromeando—, es un mal ejemplo para los niños del parque.
—Te han salvado —besé su mejilla para después ponernos de pie.
—¿Estás cansada? —le pregunté al ver como sus ojos se cerraban.
Estábamos recostados sobre la manta con nuestros rostros hacia el cielo, ya habíamos terminado con la mayor parte de la comida que llevé para nosotros, también tuvimos una intensa batalla por el último postre que quedaba y ambos quedamos exhaustos pero aún faltaba algo para que nuestra cita terminara.
Aparte de besarla...
—Aún tengo energía —contestó después de unos minutos.
—Qué bueno, porque quiero llevarte a un lugar.
—¿A dónde?
—Sor-pre-sa —dije separando las silabas.
—¿Entonces que estamos esperando aquí? —habló animada.
Tenía mi brazo sobre el hombro de Meg y caminábamos juntos, ella movía su bastón cada cierto tiempo, la verdad es que estaba dejando que yo la condujera. La gente nos volteaba a ver conforme pasábamos por el parque, al parecer no les era común que una chica ciega y un chico paseara como cualquier pareja normal.
Unos niños curiosos se acercaron a nosotros y empezaron a hacer un montón de preguntas que no quería contestarles pero Meg fue tan amable de detenerse y aclarar sus dudas.
—¿Qué es ese palito que tienes en tu mano? —preguntó de forma curiosa una niña de cabello rojo y de estatura muy, pero muy pequeña.
—Es un bastón para invidentes —contestó Meg con una sonrisa.
—¿Qué son invidentes? —preguntó el segundo niño.
—Es una persona que no puede ver.
—Aaaa —corearon los dos niños.
—¿Y por qué no puedes ver?
—Porque cuando tenía su edad me porté muy mal —sonrió—. No le hice caso a mi mamá y no pude ver más.
—Yo siempre le hago caso a mi mamá —dijo el niño que se parecía a la pelirroja.
—No es cierto —lo acusó la niña—. El sábado te castigaron porque no hiciste caso a tu mamá y dejaste las verduras en la cena.
Meg chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Muy mal, deben de obedecer a sus papás todo el tiempo.
—¿Y cómo ve un invidente? —preguntó el otro niño que acababa de aparecer.
—Acércate —dijo Meg y se inclinó hasta la altura de los niños. El que le preguntó se acercó a ella—. Ponte de espaldas —el niño obedeció y ella lo cubrió los ojos con ambas manos—. Yo veo como si todo el día alguien te estuviera cubriendo los ojos.
—Yo no quiero ver así —el niño tomó las manos de Meg y se descubrió los ojos—. Me gustan los colores.
Ella se levantó y les sonrió.
—Entonces deben ser niños buenos.
—¡Sí! —dijeron a coro los niños.
—¿Y ustedes son novios? —preguntó la niña con una gran sonrisa en el rostro.
—En absoluto —dijo Meg y no pude evitar reír, los niños se vieron entre sí al no entender las palabras pero no preguntaron más.
—¡Niños! —gritó una señora al darse cuenta de que los niños nos bloqueaban el paso—. No molesten a los muchachos.
—Deberían hacerle caso —les advertí y recibí un codazo por parte de Meg.
Los niños se despidieron de nosotros y corrieron hacia donde una familia reía.
Caminamos durante unos minutos hasta llegar al lugar que había planeado llevarla desde el principio. Cerca del parque había una exposición sobre perfumes, flores y esencias. En un tipo de lugar así no se necesitaba la vista y Meg siempre decía cuanto le encantaba el olor de las flores, incluso tenía en su habitación diferentes velas aromáticas sin encender, pero de vez en cuando las sostenía frente a su nariz y aspiraba su aroma.
En cuanto entramos al lugar vi como una amplia sonrisa se dibujaba en el rostro de Meg, suspiré lleno de alivio al ver que le agradaba el lugar.
—Huele a flores —su voz se escuchaba llena de emoción y su mano apretaba con fuerza la mía.
—Es una exposición sobre flores y aromas —le dije al oído—. Vamos.
El recorrido fue más emocionante y divertido de lo que pude haber imaginado, me alegraba que a Meg le gustaran las flores y se estuviera divirtiendo tanto. Todos las personas del lugar fueron amables con nosotros y cada fragancia que queríamos oler nos la daban amablemente.
Llegamos a un lugar que estaba adornado con Jazmines por todos lados, Meg sin soltarse de mi mano tomó un Jazmín y lo acercó a su nariz.
—Jazmín blanco —dijo.
—¿Cómo sabes que es Jazmín? —pregunté impresionado. Mientras habíamos estado caminando había dicho el nombre de varias flores, no todas eran las correctas pero sí la mayoría.
—Se reconoce por su dulce y fuerte aroma. Jazmín es mi segundo nombre —contestó—. Así que cuando era pequeña mi mamá compró Jazmines para mostrarme como eran. Desde ese momento han sido mis favoritas, me gusta su aroma, su color, su forma —acarició un pétalo entre sus dedos—. Incluso su néctar es dulce. Pruébalo.
Tomé una flor y la olí, sí, era cierto que tenía un roma muy dulce y me hacía pensar en Meg. Probé la flor, su sabor no era tan dulce como lo imaginé pero sabía bien.
Levanté el mentón de Meg con una de mis manos libres y la besé.
Sus labios rápidamente se acoplaron a los míos y siguieron mi beso, una de sus manos subió a mi cuello y me atrajo más hacia ella, nuestra diferencia de estaturas no era mucha pero aun así me incliné más a ella porque simplemente quería seguir besándola y compartir con ella el sabor a Jazmín.
* * *
Llevaba a Meg sobre mi espalda y ella cubría mis ojos mientras yo intentaba caminar la corta distancia que separaba a mi auto de su casa. Casi caigo dos veces. Ella se apiadó de mí y descubrió mis ojos para que ninguno de los dos resultáramos heridos en tan cortan distancia.
Estaba por abrir la puerta de su casa cuando ella me detuvo y me besó. Por mí no había problema, podía hacerlo toda la noche.
—¿Qué hora es? —preguntó después de besarnos.
Vi mi reloj y gruñí.
—9:03 ¿Crees que nos digan algo?
Asintió.
—Que estamos castigados —sonrió.
Nos castigaron durante una semana, no nos dejaron salir al trampolín lo cual por mi estuvo bien, en el trampolín o en la sala o en cualquier lugar nos podíamos besar de cualquier manera.
Una tarde mientras bebíamos té de jazmín la mamá de Meg se acercó a nosotros con una sonrisa.
—Ustedes son novios ¿verdad?
Volteé a ver a Meg que tenía su cabeza recargada en mi hombro y una sonrisa adornando su rostro.
—En absoluto.
* * *
Bajé de mi auto de un salto y vi mi reloj, apresuré el paso al entrar en el edificio y buscar el aula de Meg, llegaba tarde aunque como sus alumnos la adoraban siempre la acaparaban más del tiempo que duraban las clases. Gracias a esos chiquillos llegábamos tarde a casa y no podíamos salir a pasear de noche como adultos que éramos.
—Te he dicho que no te sobre esfuerces —escuché a Meg al acercarme a la puerta del salón—. Si lo haces puedes salir gravemente lastimada.
Me detuve en la entrada y vi como la pequeña pelirroja sujetaba su pierna por encima de su cabeza, tenía una mueca en su rostro pero no se daba por vencida, ella era una de las alumnas más prometedoras de Meg, pero la niña insistía en que sólo estaba allí porque su tío la obligaba a ir como terapia para su incontrolable carácter y que ella sería una gran arquitecta cuando fuese mayor.
—Ya casi... alcanzo mi frente —gruñó la niña para empezar a bajar la pierna con delicadeza, se estiró hacia los lados y dio un par de saltitos sobre su tapete. Meg negó—. Si me esfuerzo más puedo continuar la secundaria con una beca en gimnasia.
—Sí, pero recuerda, tienes que esforzarte no sobre esforzarte, hay una gran diferencia en ello —advirtió Meg. Se veía increíble de profesora, amaba poder verla de esa forma todos los días.
Reí al ver como la niña movía las manos en forma de burla hacia Meg.
—Sé que estás portándote mal, que no te vea no significa que no te conozca.
—Lo siento. Iré vistiéndome que Bruno no tarda en llegar —se inclinó para tomar su tapete y corrió a un costado del salón dónde los alumnos solían dejar sus pertenencias durante las clases. Hasta que el último alumno salía del área de entrenamiento era cuando tenía permitido entrar al aula. Reglas de la profesora.
—Llegas tarde —dijo Meg girándose en mi dirección, se cruzó de brazos y ladeó su rostro haciendo su berrinche—. ¿Excusa?
Intenté crear una buena pero era demasiado malo para mentirle.
—Sabía que estarías con alguno de tus alumnos —me acerqué a ella que seguía con su rostro ladeado. Besé su frente y ella sonrió fijando sus ojos con los míos.
Aún recuerdo cuando nos conocimos y no entendía porque sus ojos nunca me veían, al saberlo, creo que fue cuando me enamoré de ella desde luego nunca pude imaginar que 6 años después estaríamos casados, cada uno cumpliendo sus sueños, Meg siendo profesora de gimnasia con alumnos que adoraban aprender de ella sin importarles que fuese ciega, no fue fácil pero con esfuerzo logramos lo que nos propusimos. Yo logré mi objetivo de emplearme como diseñador de autos para una de las compañías más importantes.
—Agg, mejor salgo de aquí antes que Bruno entre y vea que clase de cosas me enseñas, profesora —habló la pelirroja y salió arrastrando una enorme mochila—. Adiós hombre odioso que siempre te robas a nuestra profesora.
—La juventud de hoy —mi esposa sonrió—. ¿Sabes de qué he tenido antojo todo el día? —amenazó con una sonrisa.
Deslicé mi mano hacia su vientre que por el momento seguía plano.
—¿Algo que sepa a Jazmín? —adiviné.
Con una brillante sonrisa respondió:
—En absoluto.
* * * * * * * * * * * * * * * * * *
Esta corta historia llegó a su final. Disculpen por haber tardado pero entre que me adaptaba a una cosa y otra no tuve la oportunidad de publicar.
Espero que les haya gustado. Leyendo sus comentarios en el capítulo anterior me alegró mucho que quisieran que siguiera pero esta ya la había escrito y preferí dejarla sin modificar tanto.
No me cansaré de agradecerles por todo el apoyo, así que muchas, muchas gracias de todo corazón. ;)
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