Una dura decisión.
El día se prestaba gris y a punto de liberar una llovizna que parecía que sería constante ese día, y bajo ese manto de tristeza, digno del final trágico de una película, Natassia y Sasha arribaron con sus hijos al hospital para, un día más, hacerle compañía a Camus, qué, aunque continuaba inconsciente ellos estaban totalmente seguros de que podía sentir la presencia de todos y eso le daba más fuerza para resistir, mientras el día de su operación llegaba. Ese era otro tema de bastante, por no decir de total fricción entre los tres mayores del grupo, ya que, mientras Natassia y Sasha estaban totalmente agradecidas con la decisión de Aioros, Milo hervía en rabia y no iba a permitir que sea justamente ese hombre quien le salvara la vida a su novio. No le interesaba que los médicos se decantaran por Aioros, solo por ser seis por ciento más compatible con Camus que lo que él mismo era, iba a imponerse de todas las maneras posibles y lograría que lo dejaran ser el donante para su cubito, y por eso, esa mañana iba decidido a firmar los papeles que fueran necesarios, desde la carta de permiso que le daba derecho a un suicidio asistido, como la de voluntad expresa post mortem, que le daba lugar a los médicos de sacar el resto de sus órganos para trasplantarlos a otras personas que estuvieran en la misma situación que el francés, y darles una oportunidad de vivir. Aún en contra de las palabras de su madre, que pensara en su hermano, en Camus, en el dolor que solo dejaría su partida, y también de los pedidos de Sasha, que eran casi los mismos que los de la otra rubia, que pensara en Camus, en lo que le provocaría el saber que acabó con su vida para salvarle, que se imaginara el dolor y sobre todo, en la culpa que cargaría el pelirrojo al ser consciente de lo que había acontecido con su novio. Todos los pedidos que le hacían eran los mismos, pero Milo los ignoraba, incluso ignoró fríamente a su hermanito, cuando sin querer, escuchó a las mujeres hablando del tema, e inevitablemente acabó enterándose de lo que su hermano planeaba hacer, y entonces corrió con el rostro bañado en lágrimas a pedirle, más bien rogarle, que no lo hiciera, que no muriera ni aunque eso resultara en la salvación de Camus, que desistiera en su idea y que no los abandonara, pero ni eso funcionó, aunque debía de admitir que por breves momentos, los recuerdos de su "fantasmal aventura" se volvieron a hacer carne en él y los instantes en los que soñó a Kardia, triste y desesperado por haberlo perdido, lo hicieron pensar en detener sus ideas, aunque no fue lo suficientemente fuerte como para decidirse del todo, y allí estaba dos días después de aquel suceso, caminando a paso firme a recepción para buscar los papeles que le habían prometidos apenas tres días atrás.
Pero antes de hacer eso, quería ver una última vez a su Camie, por lo que tomó camino entre los pasillos hacía el ala donde lo tenían ingresado. A todo esto, su madre y Sasha se habían adelantado a sus pasos, por lo que no se sorprendió cuando las vio en la puerta de la habitación, pero si le extraño mucho cuando se percató de que estaban estáticas en la puerta, mirando incrédulas hacía adentro y eso solo le hizo imaginar lo peor... Sumado a que Aioros también estaba allí, mirando sin entender hacia adentro de aquel cuarto.
Sin dudar se arrojó casi corriendo sobre el rubio, sin saber porque lo hacía, pero quería irse a golpes contra él, pero antes de lograr ponerle una mano encima, su madre logró tomarlo del cabello, sin importarle ser brusca, y con bastante fuerza, pudo darle la vuelta y hacerle caer dentro de la habitación, claramente iba a quejarse por eso, pero cuando dio un rápido vistazo a donde debía estar su novio, se dio cuenta de que la habitación estaba totalmente vacía, no había nada ni nadie allí, los monitores cardiacos, el respirador, los tubos de oxígeno que tenían para emergencia, todo, absolutamente todo estaba desaparecido de entre esas cuatro paredes y eso solo le hizo entrar en un pánico terrible.
Poniéndose de pie, casi a los tropiezos, empujó a su madre, al pequeño Degel que no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, ya que nadie le decía ni media palabra sobre el estado de su hermano desde que habían llegado días atrás, y de esa torpe y apurada manera, llegó hasta la recepción, donde vio a aquella simpática jovencita rubia, que despreocupada hacía su rutina diaria, mientras tarareaba casi en silencio una canción que sonaba repleta de melancolía, justo acorde con el clima que afuera se desarrollaba.
-June...
Entre pequeños jadeos ese nombre fue pronunciado, y por suerte, la muchacha lo escuchó y le dio una sonrisa muy amable apenas se giró para verlo.
-¡Milo! ¡Qué bueno verte tan temprano! Llegas justo a tiempo, ya que hace varias horas que lo llevaron. Supongo que en una media hora o menos ya estarán acabando.
-¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Estás hablando de Camus?
-¿De quién más si no?- Replicó con algo de burla mientras tomaba unos papeles y rodeaba el escritorio donde cada día trabajaba. -¿La señora Koltso está contigo? Debo de entregarle estos papeles.
-¿Dónde está Camus?- Lo dijo directo, con bastante frío y hasta enojo en la voz, pero ni eso pudo sacar la sonrisa de la cara de la joven.
-¿Eres sordo o que te pasa hoy? Te dije que lo llevaron arriba, y arriba solamente están los quirófanos. La morgue está en el subsuelo, niño, creo que ya deberías de saber eso. Pero ahora tu respóndeme, después de todo, yo pregunté primero, ¿La señora Koltso vino contigo hoy o llegará más tarde?
El griego no le respondió nada de nada, más era por que dejó de oírla cuando le dijo que se habían llevado a Camus al quirófano. No podía ser posible, simplemente no era cierto... Aioros estaba allí, lo había visto merodeando la habitación vacía de Camus y a él no le habían informado nunca de que ese día le harían alguna intervención. ¿De qué se trataba o a que iba la mala broma que June le jugaba? ¿Acaso tuvieron que intervenirlo de urgencia y ni tiempo tuvieron para avisarle?
-Sin juegos ni malas bromas, niña.
-Soy más grande que tú, ¿Por qué me dices "niña"?
-¡No te pases en graciosa y dime la verdad de una buena vez!
-¡Están trasplantando a Camus! ¡¿Qué tienes en el cerebro hoy que no puedes entender una respuesta simple!?
En el shock más grande de su vida, Milo se quedó sumido en esas palabras que aún retumbaban fuertemente en su mente, golpeando su frente mientras aún intentaba entender lo que le habían soltado así como así, pero no importaba cuanto esfuerzo hiciese, no acababa de comprender como eso había sucedido de un momento a otro. Y hubiera continuado así durante largos segundos, de no haber sido por el grito de total espanto que provenía del corredor donde estaba su madre, y pensando que se trataba de ella, volvió sus pasos hacía allí, pero lo único que encontró fue a Sasha, sumida en una desesperación enorme, sostenida por los brazos de Aioros, que era quien la impedía desplomarse en el suelo, y sus manos apretaban con fuerza un manojo de papeles que se destruían a cada momento más, mientras más fuerza les aplicaba las manos de aquella desesperada mujer.
La escena era por demás de extraña y Milo no entendía el porqué de ese repentino actuar, pero cuando se acercó más y miró hacía donde todos estaban observando, vio que varias enfermeras llevaban una camilla con una sábana cubriendo totalmente la superficie de esta e iban directamente a tomar el ascensor que justamente, era el único que iba para el subsuelo, y un escalofrio corrió por toda su espina de solo pensar que era su cubito a quien estaban llevando, porque era obvio que estaban transportando un cadáver hacía la morgue, y todos esos sentimientos se mezclaron con los de la confusión y el desconcierto cuando vio que, quien iba con las enfermeras, era nada más ni nada menos, que Krest Koltso, con una mueca también de dolor, pero sin llegar al punto del llanto, y fijando su mirada en la del padre de Camus, lo vio desaparecer detrás de esas puertas.
Por un segundo, todo se volvió inexistente a su alrededor, ya que creía que Camus había muerto, pero la voz de June lo hizo regresar, aunque para darle más dudas que certezas acerca de lo que acaba de presenciar.
-Krest Koltso es uno de los mejores cirujanos cardiovasculares de Francia. Pero más que nada es una eminencia en lo que es ablación cardíaca. Él iba a ser el donante de Camus, pero a último momento sucedió algo... Y acabó no siéndolo.
-¿Él es...? No es posible que...- No podía creer que ese hombre tan frío que se portó tan grosero con él apenas unos días antes, sea alguien que había logrado todo lo que él mismo quería lograr algún día, pero se olvidó de eso unos momentos ya que necesitaba saber algo mucho más importante que lo que se acababa de enterar. -¿Quién era...? June, ¿A quién estaban llevando abajo?
-Milo.- La rubia se puso frente a él, dándole la espalda a todos los demás, como si así pudiese lograr que ambos fueran ajenos a la conmoción que estaba sucediendo apenas a un metro de ellos, y casi en susurros, le formuló su pregunta. -¿Tú sabías que Camus tenía una hermana?
Milo sentía que no iba a salir vivo ese día después de tantas revelaciones.
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Krest Koltso, desde una edad muy temprana, fue considerado un prodigio en su carrera, y con apenas treinta años cumplidos, era uno de los mejores cirujanos cardiovasculares que podían existir en el país. Junto a Zaphiri Aeneas, eran un equipo de verdad envidiable en ese campo y todos los que necesitaban de sus atenciones, la tenían sin dudarlo.
Esos dos jóvenes se habían hecho grandes amigos durante el inicio de sus pasantías medicas en una clínica del estado, en los suburbios de París, antes de pasar juntos a la parte privada en Lyon, unos meses antes de graduarse, aunque con él tiempo volvieron a ser parte de la medicina pública, pero eso fue ya cuando ganaron renombre en su campo y les comenzaron a llegar casos importantes que pertenecían a personas que no podían pagar por atención, así que decidieron volver a trabajar en hospitales y clínicas del estado y dar mayor accesibilidad a sus servicios.
Los años pasaron y su amistad continuo, haciéndose cada vez más fuerte y estrecha. Tan cercana era su relación, que Krest hizo de Zaphiri su padrino de bodas, mientras que él, hizo de Krest, no solo su padrino también, sino que también le dio el honor de ser el padrino de su primera hija, a quien llamó Garnet. Ambos formaban sus familias muy al mismo tiempo y para cuando la pequeña Garnet estaba por cumplir un año, Sasha y Krest recibieron a su primer bebé.
Una niña a la que llamaron Serafina.
La pequeña se convirtió en el centro de atención de sus padres, que vivían y se desvivían por ella, para darle lo mejor y que jamás le falte nada, y esa faceta sobreprotectora en Krest, se intensificó cuando, diez años después de tener a su hija, Sasha quedó embarazada nuevamente, y nueve meses más tarde, Camus llegó al mundo, haciéndolos más feliz de lo que podrían haber estado antes.
Todo parecía marchar en un equilibrio perfecto. Los hijos de ambos hombres crecían sanos y fuertes, sus matrimonios marchaban a la perfección y sus carreras parecían solo afianzarse más y más. Todo era perfecto, casi indestructible y realmente deseaban que todo continuara de esa manera... Pero no siempre se puede obtener lo que se desea.
Una mañana, aquella niña, ya era una jovencita de dieciocho años, y bajaba con desespero y angustia las escaleras de la casa, corriendo hasta su padre, a quien sujeto de las muñecas apenas si lo vio, gritándole que algo pasaba con Camus, que se veía mal y estaba actuando extraño. Apenas si la escuchó, no dudo y subió lo más rápido que pudo hasta la habitación del niño y lo que encontró lo espantó a más no poder, ya que el pequeño estaba tendido en el suelo, con la mirada perdida en el techo, sus músculos rígidos, pero una de sus manos estaba apretando con demasiada fuerza el centro de su pecho, tanto que sus uñas se clavaban en su piel y la arrancaban, dejando ver pequeñas gotitas de sangre en algunas de esas marcas.
Krest, a pesar del miedo que tenía por vivir en carne propia lo que cada día le tocaba ver, pero de diferente ángulo, pudo poner su mente en blanco y darle resucitación al niño, que logró recuperar su conciencia apenas su padre le dio un poco de oxígeno boca a boca.
-Papá... papá, me duele.
-Lo sé, pequeño, pero tranquilo, no te preocupes. Ahora iremos al hospital y te pondremos bien. No te preocupes ni te asustes más, que te pondrás bien, ya lo verás.
Ese día fue el más horrible para la familia, y los que le siguieron también, ya que Krest tuvo que vivir durante mucho tiempo con la culpa de no haber sido capaz de darse cuenta de que su hijo había nacido con una cardiomiopatía restrictiva, y que ese descuido de su parte, casi le cuesta la vida a su niño.
-No te culpes así a ti mismo, Krest. Sabes bien que esa clase de cardiomiopatías es la menos común y por eso no existen muchos diagnósticos al respecto. Sabes que mientras estudiábamos, tuvimos la suerte de ver solo dos, y ahora que llevamos casi doce años ejerciendo, la primera que presenciamos es la de tu hijo. Así de escasos son los casos.
-Eso no lo puedo tomar como ninguna clase de consuelo, Zaphiri. Mi hijo pudo haber muerto y todo porque yo no pude saber de su enfermedad antes. ¿Qué clase de médico soy si no puedo salvar a mí propia familia?
-Krest, ¿Siquiera estas escuchando lo que dices? ¡Camus está bien y puede estar mejor! Sabes bien, y hasta puede ser que lo sepas mucho mejor que yo, que no hay una forma, por decir, "correcta" de tratar este tipo de situaciones, pero también sabemos que no hay tiempo para sentarnos e investigar, ya que la vida de un niño de ocho años está en juego, y no es cualquier niño, es tu hijo y eso reduce el tiempo mucho más de lo que ya está, así que deberemos arriesgarnos, queramos o no.
-¿Qué propones?- Dijo casi derrotado el pelirrojo luego de varios minutos en completo silencio.
-Que hagamos un bypass y veamos cómo evoluciona a partir de allí. Es la única manera que se me ocurre para que él esté bien rápido y nosotros tengamos un poco más de tiempo para hallar una solución definitiva.
-¿Qué hay de un trasplante? ¿No consideraste esa solución?
Esa replica salió casi con enfado, aunque muy dentro suyo sabía porque no lo hacía. Krest iba a ser capaz de darle su corazón a su hijo, pero un cuerpo tan pequeño como el de Camus, no iba a ser capaz de soportar un órgano tan desarrollado como el que Krest podía ofrecerle, por lo que debían de buscar un donante acorde a la edad del pequeño, y eso podía ser mucho más complicado que en una situación de espera de un adulto.
-Hagamos esto, Krest. Se que está mal decir "con intentar no perdemos nada", pero piensa que sería mucho peor no intentar absolutamente nada.
Luego de otro largo silencio, la estela de incertidumbre que rodeaba a ambos hombres se cortó por la simple frase "Haz que preparen urgente el quirófano"
Las horas pasaron, Zaphiri y Krest operaron con éxito a Camus y todo funcionó a la perfección, no hubo contratiempo alguno y el pequeño niño se recuperó, continúo haciendo su vida como siempre fue antes de esa mañana, pero jamás se pudo olvidar, ni él ni su familia, mucho menos su padre, de todo el dolor y la angustia que tuvieron que pasar por esa afección diagnosticada de manera tardía, que en un futuro, sabían que le causaría un problema peor.
Aunque por el momento no quisieron pensar más en eso y solo disfrutar de su pequeño niño, de su hija también y de todo lo bueno que podía traerles el futuro... Aunque todo eso se rompió apenas un año después cuando Serafina se negó a seguir los pasos de Krest y ser tan buena médica como él lo era, y enojados uno con él otro, y sin despedirse de nadie, la rubia se marchó a Rusia y nunca más volvió a comunicarse con nadie, y luego de eso, unos nueve años más tarde, Camus les presentó a su familia a Saga y Krest, que se había orillado al extremo en la religión luego del episodio que vivió Camus, no pudo aceptar que su hijo desperdiciara su vida, la vida que él mismo había salvado años atrás, y expresara sus deseos de dejarlos atrás por el amor de un hombre.
Simplemente no pudo con esa idea y lo echó de la casa.
Sin más ni menos excusa, solo esa.
Aunque antes de perder a sus hijos, Serafina le pidió, y hasta Camus le recordó, lo que él día de su primera operación la joven le pidió a su padre.
"Padre, si algún día, sea cuando sea, Camus, finalmente, necesita ese trasplante, búscame. Mueve cielo y tierra, y hasta el mar si es necesario, pero búscame.
Por mí hermano haré lo que fuera, si eso incluye arrancarme el corazón con mis propias manos, por mí hermano lo haría.
Haría lo que fuera por él, ya que siento que esa sería la forma más bella de encontrar el abrazo de la muerte."
Y él día había llegado... Krest tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida...
Debía de unir sus esfuerzos a Zaphiri una vez más, para matar a su hija, para salvar a su hijo.
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