Lo que aquélla noche ocurrió
-¿Porque estás así? Hey Milo, calma. ¿Qué te pasa?
-¡Sueltame! ¡Tengo que ir a buscarlo!
-¿A qué te refieres? Siéntate un poco y cálmate.
-¡No me pidas calma Angelo! ¡No tengo tiempo! ¡Tengo que encontrarlo rápido!
-¿A quién?
-¡A Camus!
-¿Se refiere a Camus Koltso?
A penas escuchó la voz del director del colegio dirigirse a ellos, no dudó en correr hacía él y no tuvo reparo alguno en tomarlo de la camisa para exigirle que le dijera lo que supiera de Camus.
-¿Dónde está él? ¡Necesito que me diga en este mismo momento donde se encuentra!
El hombre mayor tomó suave las muñecas del más joven y las retiro de su ropa, luego volvió a su oficina, en donde tomó un papel y escribió algo en el, extendiéndoselo al rubio, que se quedó perplejo cuando vio la dirección anotada.
•
•
•
Sus orbes carmesí estaban totalmente bañados en lágrimas y su respiración se hacía a cada segundo más acelerada. Hacía ya varios segundos que se encontraba totalmente hiperventilado pero, para él, eso no era excusa suficiente para parar y tratar de conseguir un ápice de calma.
A cada minuto que pasaba, las imágenes regresaban a su mente y eso le hacía doler, cada vez, un poco más el pecho. Como si le oprimieran y le desgarraran el corazón de la forma más horrenda. Aunque lo que había tenido que presenciar, ya era de por sí, horrendo y desgarrador.
Ese día, había salido más temprano de la escuela. Había acabado antes de tiempo sus clases solo para ir a sorprender a su novio al trabajo.
Antes de emprender el viaje al edificio donde el mayor trabajaba, hizo una pequeña parada en la chocolatería que era la favorita de ambos, con la intención de comprar algún regalo para su rubio, pero grande fue su sorpresa cuando, al estacionar su coche, pudo divisar a lo lejos a su adorada pareja salir de ese mismo lugar, con una caja mediana pero decorada con moños medianos, hermosos y delicados en color azul claro, casi turquesa. La llevaba en sus manos con mucho cuidado, como si dentro hubiera algo de cristal que podría romperse con cualquier movimiento brusco.
Sonrió como el tonto enamorado que era al pensar que aquél obsequio era para él, pero se extrañó mucho al ver como el otro sacaba su teléfono y con la mirada algo paranoica, marcaba un número. Casi enseguida sacó su propio teléfono pero al no recibir llamada alguna de él, lo confundió más, pero lo que acabó por desconcertarlo, era que, mientras miraba con desconfianza para todos lados, se subía rápido a su propio automóvil y se marchaba.
Pero antes de hacerlo, Camus pudo vislumbrar en su pareja, una pequeña sonrisa que se le hacía conocida.
Esa sonrisa ya la había visto... La había visto cuando iba dirigida a él, cuando su relación recién comenzaba pero, por alguna razón, últimamente ya no podía volver a ser testigo de alguna.
De solo darse cuenta de eso, un escalofrío se presentó y se hizo dueño de su cuerpo entero. En ese mismo momento, volvió a poner en marcha su coche y de la manera más discreta posible, comenzó a seguir al contrario.
Por un breve instante, sus miedos se vieron disipados cuando vio que el camino que Saga tomaba, era el mismo trayecto que hacía cada día para llegar a su hogar, pero esa tranquilidad no le duró mucho, ya que a unas calles de su residencia, el automóvil de su novio viró en otra dirección e hizo unas cuantas calles más hasta llegar a un apartado sitio.
El lugar era silencioso pero muy bonito. Aún así, no dejaba de verse sospechoso.
Esperó pacientemente y a unos metros, para no ser descubierto. Trataba de mantenerse calmo pero cuando otro automóvil llegó igual de lento a lo que Saga había llegado, lo hizo ponerse en alerta.
Segundos tuvieron que pasar para que los primeros sentimientos de miedo, vacío y desespero volvieran a aparecer, cuando Saga bajó y corrió a mitad de la calle, mientras el ocupante del otro coche también había bajado y corrido al encuentro del rubio de cabello largo, quien lo estrechó entre sus brazos y lo besó con deseo y ternura.
Eso lo dejó en un total shock del cual no pudo salir, ni siquiera cuando con la mirada, los vio entrar a una pequeña residencia, discreta y cubierta por varias enredaderas y algunos árboles medianos.
No tenía que ser un genio para saber que era aquel lugar.
Se quedó en ese trance por largos minutos, que le parecieron eternos pero cuando reaccionó por completo, no hizo más que encender el motor y marcharse de allí.
Hizo el corto camino hacia su casa y cuando llegó, corrió directo a la habitación que compartían, tomó absolutamente todo lo que Saga le había regalado... Peluches, alguna que otra prenda, libros, fotos, cartas y una pequeña libreta con poemas hechos por el puño, letra y mente del gemelo mayor, que se lo regaló para su graduación como profesor.
Lo tomó todo, lo arrojó escaleras abajo, bajando luego él y corriendo directo a la cocina, buscando algún líquido flamable, cosa que, cuando lo tuvo en sus manos junto con una caja de fósforos, no esperó para rociar todas aquellas cosas y prenderles fuego. Allí, casi a mitad del recibidor de la casa, sin importarle si algo más tomaba fuego.
Mientras veía arder todos aquellos objetos que algún día atesoró con mucho cariño, se derrumbó en lágrimas una vez más, sintiéndose asqueado al imaginar cuántas veces, Saga lo besó y le hizo el amor luego de haberse besado y revolcado con su amante.
Se sentía usado pero sobre todo, se sentía sucio.
Se dejó caer por completo en el tibio piso de madera, cerca del fuego, rogando que las llamas se propagaran por toda la casa y lo alcanzaran, pues ya no tenía deseo alguno de vivir.
Sabía que sonaba exagerado y hasta su reacción era bastante infantil, pero había dejado todo por su relación y que le pagarán de esa manera le dolía más de lo que llegó a imaginar.
Luego de largos y desolados minutos, sus ojos vieron consumirse el último animal de peluche y de esa manera, el fuego se extinguía y solo quedaban chispas que también poco a poco se iban apagando.
El pobre pelirrojo se quedó allí, tirado entre las cenizas, sollozando y maldiciendo el haber vivido una mentira durante un tiempo que solo Saga y su maldito amante era conscientes. Solo ellos dos sabían por cuánto tiempo estuvieron riéndose de él a sus espaldas.
Ya era entrada la noche cuando escuchó el coche del mayor llegar, junto con algunos truenos que anunciaban una clara y feroz tormenta, pero ni eso logró inmutarlo y simplemente se quedó ahí, al pie de las escaleras, esperando a que se abriera la puerta para así encontrarse con la falsa sonrisa de amor contraria y la fingida situación de cariño para con él, como cada noche acostumbraba cuando llegaba de trabajar.
Esta vez no lo permitiría. Ahora que sabía la verdad, no iba a permitirle ningún circo.
-¡Hola amor! ¿Com...- El silencio reinó apenas si puso un pie dentro de la residencia y sintió las cenizas a sus pies. -¿Qué pasó aquí? ¡¿Camus que te sucedió?! ¿Estás bien?
Se arrodilló a su lado, queriendo tocar su rostro pero no se lo permitió, ya que estando a centímetros de sus mejillas, Camus se puso de pie y le dió un fuerte empujón al mayor, que quedó confundido, tendido en el piso mientras veía al pelirrojo correr escaleras arriba. No perdió ni un segundo y se fue tras él.
Lo encontró en la puerta del baño, en la planta superior, amarrandose el cabello de una forma muy apresurada y luego pasaba a acomodarse la chaqueta que se había puesto.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así? ¿Sucedió algo malo en tu trabajo?
El rostro del mayor, que aún conservaba la sorpresa, le dió asco, no tanto como le hubiera dado un beso o una caricia pero aún así, ese sentimiento de repulsión lo dominó.
-Cariño...
-¡No me llames así!- Escuchar esa palabra de sus labios le hizo sentir aún más ira. -¡Eres un maldito hipócrita! ¡Un completo imbécil!
El francés no le dió tiempo ni de preguntar qué era lo que le estaba pasando y simplemente volvió a bajar pero está vez, yendo a la cocina a buscar las llaves de su auto. Necesitaba irse de allí y no volver, al menos por el momento, no quería ver al griego y por dicha razón necesitaba irse un instante de ese lugar.
Pero obviamente que el rubio no dejaría que se fuera sin antes darle una explicación a ese comportamiento tan poco propio del más chico.
Así que, sin darle tiempo a actuar y acorralandolo contra la pared, lo increpó con determinación, tomando su rostro entre sus manos pero sin dejar de hablarle con calma y ternura.
-Camus, ya ponte calmo y dime, ¿Qué es lo que te sucede?
-¿¡Qué me calme!? ¡¿¿Me pides que me calme cuando sé lo que sé y ví lo que ví!?
-¿A qué te refieres?
-¡A qué te ví, Saga! ¡Te ví con ese otro tipo!
La palidez se apropió de todo el rostro del mayor y aunque quiso darle una respuesta que lo calmara, entendía que no podría porque sabía que a un Camus enojado no había quien lo controlara, además de que de su boca solo salían balbuceos incoherentes y por sobre todas las cosas, lo había visto y eso ya no había cómo explicarlo.
-Escucha, Camus, te juro que puedo explicarte lo que viste.
-¿Qué me vas a explicar? ¡Ahora lo entiendo todo! ¡Ahora comprendo porque siempre llegabas cada vez más tarde y algunas veces ni siquiera te aparecías! ¡Entiendo porque no hiciste nada cuando el tarado de tu hermano quiso abusar de mi hace meses! ¡Claro! ¡Cómo no era tu puta de turno a quien quisieron ultrajar, no te importaba que le pasara al idiota que te soportó tanto años!
-¡Hey basta! ¡Cálmate que así no arreglaremos nada!
-¡No hay nada que arreglar o que hablar! ¡Quería negarlo pero todos tenían razón! ¡Eres un maldito seductor de idiotas y lo peor es que yo caí y eso me convierte en uno! ¿Cómo pude caer tan bajo? ¿Cómo pude dejar que te burlaras así de mi?
-Camus ya estás pensando cualquier cosa.
-¡Encima tienes el cinismo de negar lo que vi con mis ojos!- Ya su estado estaba totalmente alterado y no podía seguir frente a él si quería calmarse. -Eres la basura más grande que pude meter en mi vida... Ojalá no te hubiera conocido nunca.
Dándole un empujón aún más fuerte que el primero, acabó de cruzar la sala hacía la puerta y sin importarle el gran temporal que se había presentado, se subió de nueva cuenta a su vehículo y de inmediato puso marcha al motor y se fue de allí.
Antes de que hiciera esto último, Saga también había salido y desesperado golpeaba en la ventanilla del auto, porque quería que el menor se detuviera y no se fuera, puesto que en ese estado, nada bueno le pasaría. Estaba seguro de que algo malo podría llegar a sucederle.
Camus lo ignoró y se marchó en medio de la lluvia, dejando atrás al rubio que miraba con mucha culpa, como el ser que le había dado todo, ahora estaba destrozado por su entera y expresa culpa.
Esa era la corta pero desesperada historia que se formó en cuestión de horas, que llevó al galo a la situación que estaba ahora.
Conducía a muy alta velocidad, mientras lloraba y maldecía a todo pulmón.
Golpeaba el volante mientras conducía y no podía soportar el dolor en su pecho. De un momento a otro, un horrendo dolor se hizo presente aún más que antes, el pecho le empezó a doler y en menos de lo que pudo darse cuenta, estaba en los brazos de un chico rubio que lo miraba preocupado mientras le hablaba con calma.
-Oye, hey. ¿Me oyes? Si lo haces, aprieta mi mano.
Camus, no sabía que sucedía pero si lo escuchaba, lejos pero lo hacía, así que eso hizo, apretó con las pocas fuerzas que tenía, la mano de aquél jovencito.
-Bien, perfecto. Sigue escuchándome. No te duermas, sigue apretando mi mano mientras puedas y no apartes tu visita de mi. No cierres los ojos, por favor.
-Tu... Qué...
-Soy estudiante de medicina y se lo que estoy tratando de hacer. Me llamó Milo. No te preocupes, ya llamé por ayuda pero no me iré de aquí hasta que me digan que estaras bien.
El mayor solo le dió una pequeña sonrisa, puedo ver qué el muchacho frente a él también le devolvía una tierna expresión y ya luego todo a su alrededor de volvió negro y un sentimiento frío le llenó el cuerpo.
•
•
•
Completamente abatido y con los ojos llenos de lágrimas, Milo apoyó su mano sobre el cristal que lo separaba de la habitación de terapia intensiva , donde mantenían a Camus conectado a varias máquinas para tenerlo con vida.
-¿Cómo puede ser que mi mente lo haya olvidado? Ahora lo recuerdo bien, esa noche... Ese accidente que tuve que presenciar... A ese chico asustado que tuve la gran dicha de salvar... Mi Camie.. Era mi Camie hermoso.
Una enfermera se encontraba a su lado pero no decía palabra alguna. Solo miraba con tristeza al pobre heleno que no hacía más que maldecir el no haberse dado cuenta de quién era el pelirrojo aquel que lo había hecho caer en un sueño.
-¿Y ahora que? ¿Qué demonios hago aquí si no puedo ayudarte? Si tan solo me hubieras dado alguna dirección más que la obvia...- Volvió a llevar sus ojos hacia la cama del mayor y el corazón se le apretó aún más. No soportaba el verlo así. -Se te acaba el tiempo y yo aquí, solo llorando porque no se que hacer.
-¿Puedo hablarte?- La enfermera se acercó amablemente desde atrás y le apoyó la mano en su hombro, cosa que hizo al menor volver la mirada a ella. -Creo que hay algunas cosas que te gustaría saber.
Milo no objetó nada, simplemente le dió una última mirada a Camus y se dispuso a seguir a aquella morocha, que al parecer, estaba más que dispuesta a decirle todo lo que necesitaba saber y tal vez más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro