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Libertad

Camus Koltso.
Así era el nombre de aquél profesor que había llegado a alegrarle la eternidad.
Su nombre se había mantenido en su cabeza durante toda la noche y no pudo evitar el sentimiento de querer saber más acerca de aquel hombre.

Le intrigaba el porque él si podía verlo cuando los demás sólo pasaban por su lado sin siquiera notarlo.
Necesitaba saber más de él a como diera lugar pero a la vez no. Amaba profundamente el misterio que rodeaba a ese extranjero que le había devuelto un poco de felicidad.

La mañana lo halló sentado en la mesa que el día anterior habían compartido en la biblioteca y al escuchar la campana de inicio de clases, no perdió tiempo y fue corriendo escaleras abajo para esperar en la puerta al pelirrojo. Estuvo paciente durante largos minutos, casi una hora exactamente y aún no veía esas hebras de fuego que le hacían sentir mil emociones en el estómago.

Tan concentrado estaba en esperar a su único amigo, que por un instante no dió cuenta de que en la vereda de enfrente estaba un pequeño niñito rubio, con los ojitos llenos de lágrimas y un gran ramo de rosas blancas entre sus brazos. Solo cuando una de las profesoras salió a buscarlo y lo llevo adentro para dejar aquél arreglo se dió cuenta de quién se trataba el niño.

-¡Kardia!

Corrió tras ellos e hizo el intento de abrazarlo pero no pudo acercársele mucho ya que había demasiados adolescentes ocupando todo el pasillo, con la cara puesta en el celular y en ninguna otra cosa. Aún así se abrió paso como pudo y al llegar hasta el menor, no pudo evitar el llorar con él.

-Kardia... Kardia, mi niño.- Rodeó sus hombros y se apoyó lo mejor que pudo en él. -No llores por favor. Tienes que ser fuerte, mi pequeño, tienes que serlo por ti y por mamá... Sobre todo por ella.

Obviamente que el pequeño no lo escuchó y continuo llorando mientras miraba con dolor la foto de su hermano en ese muro memorial.

-Te extraño.

Ese susurro le llenó el pecho de dolor y no pudo evitar llorar desconsolado junto a su hermanito. Aunque su llanto se hizo más evidente y constante cuando Kardia se puso de pie y lo atravesó como si fuese nada. Aunque en realidad... Él era nada.

-También te extraño, Kardia. ¡También te extraño carajo!

Grito y golpeó el suelo con sus puños hasta ya no poder más. Sabía que no se lastimaría pero no podía seguir así. Golpear todo a su alrededor no haría que su hermanito se girará a verlo.

-Esto es una puta basura...

-Debe de serlo. Que la única persona que te importa este tan cerca y no pueda verte ni tocarte, ni sentir tu dolor... Debe ser demasiado frustrante.

Giró su mirar al escuchar la voz de Camus. Por primera vez en todo día pudo sonreír.

-Pensé que hoy no vendrías.

-Tuve un contratiempo y se me hizo tarde. Estoy retrasado en este mismo momento, es más. ¿Me acompañas? Tengo que ir a los salones de arriba.

-No tengo nada más que hacer.

Milo se puso de pie y despacio se dirigieron a la planta alta. Cuando atravesaron el pasillo, llegaron al último salón de aquel lugar, al abrir la puerta, todos los alumnos estaban gritando y haciendo el escándalo más grande que ambos jamás hayan visto.

-Bueno. Jóvenes por favor. Silencio.

Todos ignoraban al francés que poco a poco comenzaba a suspirar de cansancio. Milo no iba a permitir que aquellos adolescentes imbéciles arruinaran el ánimo de su único amigo, y juntando toda su rabia, pudo darle un fuerte golpe a una mesa, que se movió unos centímetros y al ver eso, todos se quedaron en silencio y tomaron asiento más rápido de lo que creyeron.
Camus, al ver lo que el rubio había logrado, sacó una pequeña libreta y escribió un simple "mercy" y lo puso de costado para que lo viera, y eso hizo sonreír también al menor.

El resto del día lo paso embobado nuevamente en la voz de Camus y su increíble clase de historia.
También se sorprendió al darse cuenta de que todos estaban muy metidos en todo lo que el pelirrojo les enseñaba, todos tomaban apuntes de las cosas que consideraban mas relevante, le hacían preguntas y hasta tenían alguna que otra discusión sobre ciertos puntos de vista de algún tema.
De verdad que le hubiera encantado estar allí físicamente, que todos lo vieran y se percataran de su presencia. La actitud de todos había cambiado radicalmente y estaba fascinado con el comportamiento de cada chico allí dentro.
Otra cosa que le hubiera gustado fue no haber sido tan retraído en su vida, tal vez de esa manera hubiera tenido más amigos y tener más gente que lo extrañase.

La hora se le pasó más rápido de lo que creyó y en menos de lo que se dió cuenta, todos ya se estaban marchando a su siguiente clase.

-Mientras estabas con tu hermano, me quedé mirando un momento el muro. Tú eres Milo Scorpio, verdad? El chico universitario.

-Asi es. El tonto de cabello de dos colores soy yo. A tu servicio en lo que necesites, siempre y cuando no salga de este recinto.

-¿Porque esa aclaración? Antes también quiero saber si...

-Se lo que me preguntarás. Soy el único que está aquí. De los que fueron víctimas esa mañana, solo yo fui quién quedó aquí.

-¿Sabes lo que dicen, verdad?

Milo lo miró con dudas y el galo solo le sonrió con ternura.

-Si no te vas de inmediato, es porque tienes algo pendiente que debes hacer.

-Me encantaría poder saber que es eso. Me gustaría mucho saber que es lo que me tiene amarrado a estos pasillos.

-Tal vez solo tienes que poner un poco más de empeño en averiguarlo.- Camus acabo de guardar sus cosas en su maletín y se dirigió con calma hacía la salida, con Milo siguiéndolo bien de cerca. -Tal vez pueda ayudarte a averiguar qué es lo que pasa que te quedaste aquí. ¿Vienes?

Milo miró hacía afuera y puso una mueca triste. De verdad quería decirle que si pero sabía que no le sería posible.

-Quisiera pero no puedo.

-¿Cómo es eso?

-Cada que quiero salir, no puedo ir más allá de la acera. Siempre que quiero ir más allá, algo me empuja de regreso hacía adentro y me arroja con fuerza al mismo sitio donde ese sujeto me asesinó.

-Vaya, que problema.

Camus hizo unos pasos hacía afuera con Milo siguiéndolo. Podía ir un poco más allá de la entrada pero no abandonar el terreno escolar.

-Oye, recuerdas lo que te acabo de decir, no?

-Me acabas de decir muchas cosas, Camus.

Ambos se rieron y Camus negó. El muchacho era un universitario pero al parecer era algo lento también.

-Te dije que si le pones un poco de empeño, puedes lograr lo que quieras. Incluso en tu condición.

Milo le dió una sonrisa y quiso hacer un esfuerzo más. Con Camus ya en la vereda, quiso dar un paso más para estar a su lado pero le sucedió nuevamente. Algo lo arrastró hasta el pasillo en el que murió y se dio un fuerte golpe en la cabeza apenas tocó el piso. El galo corrió desesperado hasta él, pues aunque sabía que era un espíritu, no pudo evitar preocuparse por su bienestar.

-Lo ves... No puedo salir de aquí.

-Debes de poner más esfuerzo, Milo. Yo sé que puedes hacerlo.- Extendió su mano y le hizo un tierno ademán para que la tomará. -De verdad, creo en ti. Se que lo lograrás.

Se miraron con cariño, como si conocieran de años y Milo, casi hipnotizado, tomó la mano de Camus y, si bien tenía la palma fría, el calor que desprendía su cuerpo era muy reconfortante.

-No dejes de mirarme. Solo mírame y sigue mis pasos.

El pequeño rubio así lo hizo. Hizo lo que le pidió, siguiendo sus palabras al pie de la letra.
A Camus poco le importaba que alguien lo viera, lo único que le interesaba era ayudar a ese pobre muchacho perdido en un limbo desesperante.

Siguieron caminando, un paso tras otro, no se soltaban y tampoco dejaban de mirarse.

Un paso más y otro.

En cuanto menos lo notaron, ya estaban fuera.

Otro paso más. Uno más y otro...

Cuando Camus le volvió a sonreír, Milo miró al cielo y luego a su alrededor... Estaba lejos de la escuela.

Estaba fuera finalmente.

Estaba libre.

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