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Las consecuencias a las reacciones...

El camino de regreso fue más animado de lo que creyeron, ya que Milo se sentía el ser más feliz y útil del mundo, pues las sonrisas que le sacaba al pelirrojo a su lado, valía la pena de maneras inimaginables.

Su descanso eterno podía esperar, mientras Camus estuviera a su par.

Al llegar a casa, ambos salieron casi corriendo del vehículo y subieron tan a prisa como pudieron las escaleras. Kanon seguía allí pero ellos no les dirigieron mirada alguna y él tampoco se giró a decir algo.

Tan pronto como pasaron a la habitación del mayor, este le puso llave y por alguna razón que no llegó a entender, se arrojó a los brazos de Milo, quien se sorprendió un poco por eso, pero lo recibió con todo el cariño que podía sentir y un poco más también.
Ambos no entendían el comportamiento del mayor pero no era necesario entender, ya que esas pequeñas muestras cariñosas los hacían felices a los dos. Si lo sentían, no necesitaban entender.

-De verdad que creo que estoy empezando a sentir cosas poco verosímiles por tí.

-¿Porque debería ser inverosímil? ¿Porque esa linda cabecita roja cree que no tiene sentido?

-Pues...- Se separó un poco de los brazos contrarios y lo miró fijo de arriba a abajo con un poco de pena pero también con tristeza. -Me duele decir esto pero...

-Estoy muerto.- Le cortó tajante al mayor.

-Si. Y no sabes cuánto me duele haberte encontrado así. Me gustas tanto que deseo cada día, con toda mi alma, que despiertes de este sueño y vengas a mi lado.

-Ojala esto fuera un sueño, Camus. También me gustas mucho y no se cómo pasó eso pero ya está hecho. Me gustas, te quiero y también quiero estar soñando esto para poder volver en mí y tenerte a mi lado como quiero.

El francés guardó silencio y solo volvió a buscar calma entre los brazos del griego, que lo abrazó con fuerza y acabó metiendo su nariz entre los cabellos del mayor, pues aunque sabía que no podría, quería sentir ese bello olor a vainilla que sabía que tenían las hebras de su querido amigo.

Pasaron largos minutos en silencio, hasta Milo se dirigió a la cama, acostándose con Camus encima y ni siquiera así, el silencio se cortó.
Pero en cierto momento, ese ambiente calmo se vio quebrado ya que Camus se incorporó y se le quedó mirando fijamente.

-¿Qué sucede?

-¿Lo has intentado?- La mueca confundida del rubio le dejó bien en claro que su pregunta estaba demasiado mal hecha. -Me refiero a que si has tratado de meterte en otro cuerpo para hacerte notar. Antes de que yo te viera, ¿Habías intentado acercarte a alguien a través de su cuerpo?

-La verdad es que, si bien seguía a alguno que otro chico en la escuela, no estaba con ellos por un deseo de ser visto, pues pensaba que ellos no estarían lo suficientemente comprometidos con el asunto de "ayúdame a descansar". Por lo que simplemente me decanté por quedarme solo, vagando eternamente por aquellos pasillos. Pero por suerte, tú me encontraste y me diste una razón para no caer en la desesperación y sentir que, si aún mi alma no encuentra reposo, es porque había una última cosa para hacer y no sabes la alegría que siento que tú seas mi gran pendiente.

Camus le sonrió con auténtica alegría y apoyó su frente contra la contraria. Milo también sonreía pues para él, Camus era la máxima razón para hacerlo. ¿Cómo podía estar triste con ese bello joven a su lado? Ese joven que era el único que le extendió la mano y lo ayudo, que fue el único que lo notó y le dió un lugar en su vida, por más que alguien lo llegará a tratar de loco si lo veía hablar sólo.
Se sentía tan dichoso pero a la vez, tan mal, por haber encontrado la auténtica felicidad tan tarde en su vida, pero al final de cuentas, era feliz y eso era lo único que contaba.

Poco a poco, como bajo un hechizo, ambos fueron acercándose hasta quedar casi unidos sus labios, pero cuando Camus hizo el último movimiento para besarlo, simplemente traspaso el rostro del heleno y un frío amargo le invadió el cuerpo, mientras que a Milo, una sensación incómoda le atacó pero rápidamente se recompuso de eso, aunque Camus quedó algo desconcertado por lo que acababa de pasar.

-¿Qué demonios fue eso? Siempre puedo tocarte y ahora...

-Tal vez eso no es parte del trato.

-No seas gracioso ni trates de serlo, Milo. Nos abrazamos, nos hacemos ojitos y hasta te metiste al baño mientras me bañaba. ¿Qué tiene de diferente que quiera besarte?

-No sé que decirte, Camie.

Se quedaron en silencio, solo mirándose. Camus miraba los ojos azules del pequeño rubio y luego pasaba a observar sus labios. De verdad que moría de ganas por probarlos y haría mil intentos para lograrlo, aunque un horrible frío de ultratumba le dominara el cuerpo cada que tratara de hacerlo.
Milo no estaba lejos de los sentimientos de Camus, pues también quería besarlo, simplemente quería hacer eso, pero si siempre tendrían el resultado que acababan de tener, sería altamente complicado de lograr. Pero conociendo a Camus, como lo hacía, a pesar de llevar solo pocos días juntos sentía que lo conocía de toda una vida, sabía que no se daría por vencido tan fácil.
Y más rápido de lo que creyó, sus suposiciones se vieron correctas.

-Concéntrate en esto. Concéntrate en mi, en nosotros, en esto que queremos.

-No creo que sea tan fácil como parece.

-Haz el intento. Intentemoslo juntos.- Tomó las manos de Milo y las apretó con fuerza pero también con cariño. El otro solo sonrió levemente al verlo hacer eso. -Cierra los ojos y no pienses en nada, solo piensa en mi, en nosotros y en lo que queremos lograr.

Aunque algo dudoso y hasta reticente, el rubio acabó accediendo y sus ojos se cerraron, encontrado un profundo negro a su alrededor pero la voz del mayor retumbaba a sus alrededores.

-Piensa en nosotros. Piensa en este amor extraño pero real que compartimos. Desea estar a mi lado como yo deseo estar contigo.

Poco a poco, Milo fue sintiendo su cuerpo más pesado, sentía que todo a sus lados se hacía más notorio y hasta podía jurar que necesitaba respirar porque si no lo hacía, iba a ahogarse. Podía parecer extraño... Pero se sentía vivo.

Por su lado, Camus no podía creer lo que veía. Milo ya no se veía transparente o como una enorme masa incorpórea. No, para nada, se veía... se veía tan real. Parecía que de verdad estaba allí en carne y hueso. No pudo contener más sus ganas y su emoción, y se arrojó a los labios del griego.

-Camus...- Apenas si pudo susurrar entre los fogosos cariños que el otro le daba. En ningún momento abrió sus ojos, quería sentir al máximo ese acto y ni iba a perder dichas sensaciones por nada, por lo que dejó sus ojos cerrados hasta el último instante.

Los labios de Camus se movían desesperados pero también con cariño y con un frenético ritmo que parecía aumentar a cada segundo.
Sus dedos se entrelazaban en aquella cascada de oro que se sentía tan real, pasaba sus manos alrededor de ese cuello y acariciaba todo lo que podía esa morena piel que se veía mucho más tentadora para él, ahora que Milo se había vuelto "más corpóreo".
Ambos disfrutaban de ese intercambio de caricias, puesto que Milo también deshacía la espalda del pelirrojo en ligeros toques y rudos apretones en sus muslos, que no hacían más que sacar quejidos de la boca contraria, aunque ni así esos labios lo abandonaban.

Pero para desgracia del galo, el aire faltó y no le quedó más que separarse de ese irresistible sabor que tenían los labios de Milo, quien se sintió aún más triste al sentir como, aunque sin ganas, su innegable amor, dejaba su boca y se sentaba sobre él mientras nuevamente acariciaba sus manos.

-Te dije que podías.

Milo abrió sus ojos levemente y apenas si se fijó en los labios de Camus se sonrió satisfecho, pues estaban rojos y su labio inferior estaba dejando salir una apenas visible línea de sangre, producto de una buena mordida que Milo se vio libre de darle apenas si tuvo sus labios sobre los contrarios.

-Por ti, soy capaz de intentar hasta lo imposible por sentirte aunque sea un minuto.

Camus sonrió como jamás lo había hecho antes. Ni siquiera Saga había sido capaz de sacarle semejante sonrisa y eso le hacía sonreír más, puesto que lo que un hombre como Saga no pudo hacer, lo logró un jovencito de 19 años que era un fantasma.

-Te amo, Milo.

-También te amo, Cam. Aunque sea un maldito fantasma, te amo y te voy a amar siempre.

Milo se incorporó para abrazarlo y Camus también hizo el mismo ademán, pero algo pasó, pues Milo sintió que su cuerpo lo vencía y no pudo evitar el caer pesadamente en la cama.
Eso obviamente alertó a Camus, que se sintió mal pues seguramente Milo se encontraba en esas condiciones por haberse esforzado más de la cuenta.
Cómo vio que no se movería y parecía que solo se quedaría allí acostado, tratando de recuperar fuerzas, el mayor simplemente le dió un beso en la frente y se acostó a su lado.

Sin más, se quedó dormido mientras sentía como Milo lo abrazaba fuerte de la cintura.

Los días pasaban y los dos enamorados estaban cada vez más unidos.
Camus no le volvió a pedir a Milo que se concentrará para poder estar juntos y tener algo más físico que un beso. Aunque ambos se morían por eso, Camus no lo pediría y Milo no lo intentaría sin el permiso del galo.
Pero a pesar de eso, la pasaban bien juntos y disfrutaban de la compañía que se hacían mutuamente.

Todo parecía ir más que bien. Camus iba a la escuela acompañado de Milo, quien no dejaba de hacerle ojitos y sonreírle durante todo el día, cosa que ponía nervioso al pelirrojo y no podía concentrarse en lo que debía.

Compartían la hora del almuerzo, donde Camus se iba a la parte trasera del campo de deportes, bajo la sombra de un enorme roble y podía tener una larga e ininterrumpida conversación con aquel que ya consideraba su pareja.

Los días eran cada día mejor que el anterior, pero siempre tiene que aparecer algo que lo arruina todo.

Fue una noche de lluvia, en la que Milo y Camus volvieron a casa antes de tiempo y como siempre, al entrar, vieron a Kanon tirado en el sillón, desmayado de lo ebrio que estaba.
Cómo cada vez que lo veían, lo ignoraron y se dirigieron directamente a la habitación del mayor. Allí se pasaron largo rato hasta que Camus no pudo ignorar más a su estómago y tuvo que bajar a la cocina para hacer algo de comer.

-Espera, te acompaño.

-No, Milo, está bien. Iré a preparar algo rápido y luego regreso.

-Pero está el imbécil ese ahí abajo. No te voy a dejar solo con él.

-Está dormido, cariño, así que quédate tranquilo que nada sucederá.

Algo, por no decir, completamente desconfiado, Milo dejó ir a su adorado francés, rogando que nada le pasara. Se sentía paranoico pero, ¿que más podía pensar con ese abusivo solo con Camus? Algo bueno seguro que no pasaría.

Los minutos que pasaban se le hacían eternos al pobre rubio, y hasta en más de una ocasión se vio tentado en bajar y ver si todo estaba bien, pero también sabía que eso Camus lo podría tomar como una enorme falta de confianza para con él, por lo que juntando toda la paciencia que podía conseguir, se sentó en el borde de la cama a esperar.

Intentó desviar sus pensamientos y dejar vacía su mente pero al sentir lo que parecían vidrios romperse y a alguien gritar pero de inmediato callar, mando al demonio todo y bajo corriendo lo más rápido que pudo y apenas si se asomó al umbral de la cocina, lo que vio lo llenó de ira.

-¡Déjame! ¡Ni se te ocurra tocarme!

-¡Oh vamos! ¡Deja de hacerte el difícil! Si tanto problema es, piensa que soy mi hermano... Seguro así disfrutarás más.

Milo estaba como clavado al suelo, mientras veía como el idiota de Kanon quería arrancarle la ropa a Camus.
Este último no se había dado cuenta de que Milo estaba allí pero apenas lo notó, no dudó en estirar su mano hacia él.

-Ayúdame...

El susurro doloroso del mayor fue lo único que precisó para salir de esa extraña hipnosis, y en el mismo momento en que toda la ira se apoderó de su cuerpo, se arrojó sin dudar sobre el rubio mayor, que si bien se sorprendió al sentir como algo lo arrojaba al piso, su rostro se llenó de pánico al mirar a Camus y ver que poco a poco alguien se hacía visible a su lado.

-¿¡¡Qué demonios?!??

Sin pensarlo mucho más, se arrojó sobre Kanon, mientras su cuerpo se hacía más pesado y por ende, él mismo se hacía más visible.
No parecía ya un fantasma, si no que volvía a parecer una persona normal.

-¡No te atrevas a tocar a mi Camie!- Vociferaba con todo el poder de su garganta mientras golpeaba sin piedad el rostro del gemelo menor, que no podía reaccionar pues no solo no entendía que pasaba, si no que, estaba aún shockeado por haber visto materializarse un espíritu.

Espíritu que en ese mismo instante, le estaba dando una paliza.

-¡Milo ya! ¡Déjalo!

Por solo escuchar la voz quebrada, llena de lágrimas de Camus, Milo le hizo caso y se salió de encima del otro rubio, quien apenas si volvió en el mismo, no miró a nadie, si no que simplemente corrió y se fue de aquella casa sin intención alguna de volver.

Por su propio lado, Milo se había puesto más débil que la vez primera en que pudo materializarse. Camus veía con horror como Milo poco a poco desaparecía y en un arranque de inconsciencia, se arrojó sobre el menor pero lo único que pasó, fue que lo atravesó y acabó con la cara en el piso.

Tan rápido como pudo, se incorporó y se giró pero con mucha confusión y miedo, se dió cuenta de que Milo había desaparecido y no podía sentir su presencia por ningún lado.

-¡Milo! ¡¿Milo?!? ¿Dónde estás?!?

Salió a la calle y en medio de la lluvia gritó todo lo que podía, la garganta se le desgarraba pero parecía que era en vano.

Por haberle pedido ayuda, por haberlo defendido de aquél idiota de Kanon, Milo había desaparecido y lo peor de todo era que no sabía si volvería a verlo.

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