La voluntad de quebrar voluntades.
El viaje hacía el hotel donde Saga se escondía, fue más calmo de lo que ambos creyeron, es más, el gemelo hizo una rápida parada para comprarse algo de café, mientras que Sorrento seguía enviando mensajes a Kanon, para solo avisarle que ya había llegado a Grecia, que estaba bien y que nada malo había pasado aún, que solo mantuviera la calma y que si todo se le descontrolaba y se le iba de las manos, no iba a perder ningún segundo en avisarle para que vaya en su ayuda. Sabía que eso no dejaba nada tranquilo a su novio, pero era lo máximo que podía hacer sin tener que arriesgarlo o meterlo en problemas innecesarios. Consideraba que ya de por sí, tener a Saga de hermano era problemático, llevarlo a una riña directa y con un muerto asegurado, no era para nada favorable, así que prefería y trataría de dejarlo al margen la mayor cantidad de tiempo posible.
-¿A quién le escribes tanto?
-¿De verdad harás semejante pregunta?- Solo respondió con bastante indiferencia, sin siquiera tener intención de mirarlo.
-Solo para saber si soltabas donde está metido.
-Ya quisiera yo saber lo mismo.
-¿No sabes dónde está metido tu novio?
-Antes de ser mí novio, siempre fue tu hermano y te recuerdo que tú nunca supiste donde demonios estaba, una vez que se fue.
El griego solo miró al joven a su lado y no tuvo ánimos de decirle nada más de lo que ya habían intercambiado. Se notaba que estaba probando su paciencia, pero estaba más que claro que no le daría el gusto de sacarlo de sus casillas, es más, haría todo lo que pudiera y estuviera a su alcance para ser él quien le quebrara la paciencia.
El viaje, una vez reiniciado, fue más corto y rápido, por lo que no perdieron mucho más tiempo entre salir del vehículo e ingresar al edificio. El gemelo mayor lo guío a su cuarto mediante las escaleras, de nuevo sin prisas de por medio, pero no fue muy amable con el muchacho cuando llegaron a el.
Un solo empujón le fue dado en medio de la espalda y, por primera vez en todo el tiempo que llevaba de haber llegado, Sorrento se sintió de verdad enojado y quiso caerle a golpes a su cuñado, pero trató de relajarse, tomando aire y dejándolo salir con calma, porque, una vez más, sabía que, enojado u ofendido, no iba a lograr nada.
-Con un "adelante" me bastaba para saber que ya podía meterme.
-Podría, pero prefiero hacer las cosas a mi manera.
-O sea, la improvisada.
El enojo que las actitudes de Sorrento le provocaban, no podía eludirlas ni disimularlas. Sabía que el austriaco lo notaba, pero no podía entender como no se regodeaba en esas incomodas y molestas sensaciones que le orillaba a tener. Eso le desconcertaba bastante y, aunque lo negara, tenía mucha curiosidad de saber el porqué de ese comportamiento, pero también sabía que no iba a conseguir sacarle muchas palabras, no solo porque parecía que él ya era así desde siempre, sino que también se sumaba el hecho de que lo estaba reteniendo en contra de su voluntad y, si bien no estaba seguro, podía comprender a la perfección si no quería ponerse hablador o algo colaborativo.
Entendía bien que no podía forzar las situaciones si quería que las cosas le salieran bien en esta oportunidad, pero su genio (mal genio), impulsividad y terquedad siempre serían mucho más fuerte que cualquier otra cosa que en mente existiera, así que se arrojó directo con, no todas las preguntas que quería o podía llegar a querer hacerle, pero si con la que más le molestaba el pensamiento en ese instante.
-¿Por qué te comportas de esa manera?
-¿De "esa manera" cómo?
-No vengas con juegos ni repeticiones. ¿Por qué demonios tienes esa actitud tan de desaires y poco emotiva? Puedo matarte si lo quiero, ¿Lo sabías?
-Lo sé y lo entiendo, pero no es que me importe, en realidad.
-¿Por qué el desinterés?- Volvió a cuestionar luego de un breve silencio en el que solo le quedó mirándolo.
-Trabajo en dos hospitales psiquiátricos y un reclusorio de máxima seguridad. Conozco a tipos de lo peor. Personas que jamás podrías siquiera comprender sus acciones ni lo que sea que los haya llevado a proceder de esa manera. Trabajo hace casi una década entre la escoria más podrida y oscura de, no solo Spielberg, que es la ciudad donde vivo, sino también de toda Austria, cuando me surgen algunos trabajos temporales, por lo que estoy totalmente seguro de decir que tú no eres ni la mitad, ni un cuarto de "malvado" de lo que dices que eres, o estas desesperado por hacer notar mediante tus acciones.
Para su suerte, no notó como la voz le tembló un poco mientras decía todo aquello, porque la verdad era que, de solo pensar en todo lo que el hermano de su pareja había hecho, le daba bastante miedo. Él había tratado con gente indeseable realmente, personas que habían cometido el ruin acto de violar niños o matar a otra persona de manera alevosa, pero siempre era un solo acto, por más increíble que sonara, pero no habían podido llevar sus impulsos más allá que eso, ya que eran detenidos con tiempo del lado de la policía, pero Saga era un asunto que se había ido de las manos de todos y aunque siempre hubo alarmas de que algo no estaba bien con él y podía ser mucho peor a la larga si no le ponían un freno, jamás nadie se ocupó de darle un alto y allí estaban las consecuencias. Un chico extranjero, con años en su trabajo, pero poco entrenamiento con pacientes peligrosos, que se exponía sin dudar a detener a una mente tan oscura y un corazón demasiado helado, como una noche de invierno misma sería.
Sabía que eso haría enojar al mayor, por lo que estaba preparado para cualquier arranque que tuviera, ya sea pasivo, violento, físico o lo que fuera, estaba listo para tomarlo y no se equivocó para nada al pensar que el infierno mismo se le iría encima al compararlo con otros criminales peores. Saga lo arrinconó de un solo golpe, dejándolo pegado a la pared, un poco aturdido por la fuerza de aquel golpe dirigido directamente a su mejilla. El gusto a hierro le inundó la boca, sabía que un poco de su mejilla, en la parte interna se había roto, pero no le importó, de nuevo no le importó, si ese golpe y varios más eran lo que valía la salud mental y la paz de su pareja, entonces los iba a recibir con gusto.
*
*
Salió al jardín casi corriendo, a apurones y tropiezos, pero pudo salir del establecimiento, llegando casi a mitad de la calle contraria de donde había salido, pero recién cuando llegó ahí se dio cuenta de que tal vez había exagerado un poco y trató de calmarse lo más posible. Era una mujer grande, no podía tener esas actitudes tan adolescentes y desacatadas, pero si se detenía a pensar un segundo, ¿Cómo era que podía reaccionar? Su esposo, el hombre con quien había pasado casi toda su vida y con quien había tenido tres hijos, le había sido infiel justo frente de sus ojos y no se inmutó en absoluto al verse descubierto, sino que parecía todo lo contrario, no le había importado nada que ella escuchase como Milo, descaradamente, lo delataba de manera burlona y detrás del jovencito, ella se mareaba al ser consciente de las cosas que Krest vaya a saber cuántas veces más las habrá hecho y jamás nunca le importó como ella se sentiría si se enteraba alguna vez de lo que hacía a sus espaldas.
Sus pensamientos eran un enredo total, no podía hilar una sola idea coherente, pero lo que sí podía hilar era el simple pensamiento de que su actuar era demasiado inmaduro y que salir corriendo no iba a solucionar nada, más solo le daría tiempo a Krest para armarse una historia acerca de lo que había oído y tratar de hacérsela creer a como diera lugar, pero ella ya no creería una sola palabra de lo que saliera de la boca de aquel hombre.
Ya no iba a dejarse manipular por él, ya habían sido suficientes años bajo el mando y ordenes que le daba, demasiados años en los que ella no podía dar una opinión de algo sin pedirle opinión antes a él. No había podido defender a sus hijos mayores, había visto como su hija era sacada a la calle y desaparecía de sus vidas, solo para volver a verla muerta años después y luego, tener a su hijo mayor al borde de la muerte y ni así dejar de tener a su esposo en su oído balbuceándole lo mal que estaba Camus en sus decisiones de vida y que no iba a dudar en arrastrarlo de regreso a Francia para acabar su recuperación y ahora sí, ese niño no iba a poder contradecirle en nada, pero ya sabiendo lo que sabía, no iba a permitir que Camus tenga una vida de torturas y por sobre todas las cosas, no iba a seguir permitiendo que Degel siga acumulando traumas psicológicos. Ella, aunque siempre estuvo en posición de defender a sus hijos, recién en ese instante tenía consciencia del poder que siempre había tenido como madre y no iba a seguir desperdiciando esa fuerza descontrolada que le había vuelto a resurgir en el pecho.
-¡Sasha!- La voz de quien había considerado el gran amor de su vida, se oyó a sus espaldas, y aunque se notaba un tono algo angustioso, no iba a caer en el. Ya lo había decidido, nunca más lo haría. -Sasha, que bueno que te encontré. Déjame explicarte, te juro que puedo explicarte.
-Quiero el divorcio.
El rostro del francés se volvió a quedar de piedra y solo luego de largos segundos de incredulidad, pudo dejar salir apenas un casi mudo "¿Qué"?
-Me voy a divorciar de ti, me voy a quedar con la custodia de Degel y la custodia medica de Camus, ¡Y no vas a impedirlo!
-¿¡Ah no!? ¡No te daré nada de lo que deseas!
-¡Lo harás porque tengo pruebas suficientes para demandarte por adulterio! ¡Todo el piso los oyó, tengo personas en ese pasillo que pueden dar fe de lo que estaban haciendo ustedes dos ahí adentro y te juro que no te vas a salir con la tuya esta vez! ¡Así que, me das el divorcio por la buena o me lo das por la mala!
El rostro del hombre ya no reflejaba ni incredulidad ni susto, sino más bien un enojo terrible, una ira inusitada que dejaba un silencioso testimonio de que, si su esposa quería darle batalla en un juzgado, entonces se la daría.
Él había salido totalmente impune antes, incluso cuando Serafina lo descubrió y esta vez, la ocasión no sería diferente.
-Dame toda la guerra que desees, Sasha, ya verás que no vas a ganarme.
-Eso lo veremos.
Una última mirada, un último cruce de orbes fúricos y una cachetada, justa, certera y merecida en el rostro del francés.
Sasha solo deseaba no tener que exponer a sus hijos a lo que se venía, pero si tenía que hacerlo, entonces rogaba porque Camus ya estuviera un tanto mejor y Degel no sufriera al tener que revivir antiguos traumas que su padre, tan cruelmente le había hecho atravesar.
Rogar era lo único que le quedaba, rogar porque todo le saliera bien.
Y, gracias a la curiosidad de un par de enfermeras, muy amigas del escorpión, vaya que le iba a salir bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro