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Estás conmigo. Con nosotros.

En mal segundo se le ocurrió decirle tal cosa, sobre todo sabiendo que ese día, no había mucho personal en guardia y June, que era la única que no estaba convocada a una cirugía ese día, se encontraba atendiendo a otro paciente que estaba un poco igual a Camus, por lo que tuvo que inventar algo para sacarlo del desmayo.

Recordó que una vez, Sorrento sacó, a una compañera de su trabajo, de una misma situación, acercando algo de alcohol a su nariz, así que buscó en la habitación y hasta entre sus cosas, algo que tenga el mismo fuerte olor que ese líquido tendría, y lo único que halló fue un frasco de perfume, así que confió en que eso podría servirle. Sabía que era algo tonto y hasta peligroso, aunque exagerara, pero no había nadie disponible para ayudarlo, así que tenía que improvisar lo mejor que podía.

Tomándole con suavidad la cabeza, desde la nuca, le acercó aquella botella a la nariz, moviendo el contenido con calma, con todo el cuidado para no verterlo sobre el pelirrojo, rogando también que funcionara, cosa que, para su suerte, sucedió y poco a poco, Camus fue volviendo en sí mismo, pero con una mueca muy, demasiado molesta.

-Si lo que quieres es matarme, te aconsejo llenarme la boca con gasas, pañuelos o un calcetín y luego apoyarme una almohada en la cara, va a ser más efectivo que provocarme desmayos a cada rato.

-Lo siento, no quise hacerte esto, pero ¿qué prefieres? ¿Qué te mienta y te diga que, ahora que estas más o menos bien, él volvió a su vida normal, dejándote en cuidado de otras personas y que vendría a verte cuando saliera de sus clases o su trabajo? ¿Quieres que te mienta? Porque puedo decirte que lo que te acabo de contar es mentira y él está estudiando, en este momento.

-¿Y por qué debería creerte si te desdices?

-Porque ya te crearía una duda y te conozco, te quedaras con ambas cosas en la mente y, por tu estado y tu obvia obstinación a creer que todo el mundo tiene algo bueno en su interior, preferirás creer en lo segundo que te dije.

Camus solo se lo quedó mirando y en silencio le dio la razón total. Aun quería creer que había algo bueno en Kanon, que lo que siempre creyó decente en él, finalmente había salido a luz gracias a esta nueva relación y que por fin iba a comportarse como alguien maduro y confiable, sin tener riesgos de nada, y, muy a su pesar, iba a tener que darle la razón acerca de sus dichos. Prefería creer que Milo estaba en clases en ese preciso momento, y los demás días también, y que su desaparición no se debía a que algo malo le había pasado a él, Kardia y su hermanito.

En ese instante lo recordó.

-Kanon, ¿Tú conoces a mi hermano, no?

El gemelo se sonrió y acercó una silla al lado de la cama, sacando su teléfono y mostrándole la única foto que tomó de los niños, sentados en calma final, en la camilla del sector de pediatría en donde habían ingresado.

-Igualito a ti, no?

El menos casi le que le arranca el móvil de las manos al gemelo y se quedó mirando totalmente embobado la imagen de ese pequeño que, de verdad, era idéntico a él a esa edad.

-¿Esto no será una fotografía mía, verdad?

-Ni Saga ha visto recuerdos tuyos de esa época. ¿Por qué yo debería de tenerlos?

-Si, tienes razón.- Dejó salir con una media sonrisa, sin apartar sus ojos de la pantalla. -Es como una mezcla entre mi padre y yo, a esa edad. Solo espero que no salga como él.

-Pues, por lo poco que lo he tratado en esa hora y poco más que estuve con él, parece una pequeña replica tuya, así que es más probable que sea igual a ti, que a tu padre.

-Espero que así sea...

Un momento de silencio se dio entre ambos y Kanon, a pesar de que llegaron un par de mensajes de Sorrento, no tuvo corazón para sacar a Camus de su nube y pensamientos. Se veía realmente feliz con algo tan pequeño a sus ojos, pero sabía que, al alma del galo, era lo más grande que podía existir, que iba a ser sumamente cruel el pedirle que deje esa acción.

-Camus, no te quitaré el móvil, pero, ya que sigues teniendo permiso, ¿Quieres ir un rato afuera?

Camus no le dio respuesta mediante palabra, solo le dio una última mirada a aquella imagen para devolverle el aparato y asentirle en silencio solo dos veces. El rubio mayor no perdió el tiempo y le ayudó a vestirse, a ponerse los zapatos más cómodos que tenía a su alcance y luego, un poco más regañadientes, lo llevó hacía su silla de ruedas y con calma, abandonaron la habitación.

Hablaban de cuanta tontería se les venía a la mente, el clima, el viento, las flores que crecían con lentitud en las ramas y unos pájaros que habían hecho un nido en una de las ventanas linderas a la habitación que Camus ocupaba. Todo tema le era bueno al gemelo menor para hacer que Camus no pensara en lo que le estaba ocurriendo, y en momentos así le agradecía a su adorado austriaco el haberlo hecho madurar tanto en su paciencia y calma, porque sabía que su ex cuñado necesitaba mucho toda la calma que pudiera proporcionársele y era ese momento en que sabía que todo aquel trabajo no había sido en vano.

-Veré la manera de poder comunicarme con tu novio hoy, así viene de una vez y ya te quedas tranquilo, de ese lado.

-Te lo agradeceré mucho, la verdad. Lo estoy extrañando como no te imaginas.

-Pero creo que puedo hacerme una idea, ya que yo extraño mucho a mi novio.

-Te ha pegado fuerte, no?

-Como nunca antes me había pasado con nadie.

Ambos rieron y las puertas del ascensor se abrieron, dejando a primer plano a aquella mujer rubia, que llegaba con preocupación en el rostro, pero dejó salir una sonrisa cuando vio al pelirrojo, que le devolvió aquel gesto, pero Camus tornó su rostro a uno casi incrédulo, que se volvió llenó de brillo y esperanza cuando, detrás de Natassia, su propia madre, llegaba a pasos apurados y casi empujando a la primera mujer, al verse cerca de donde los dos jóvenes estaban y apretar con fuerza y amor a su hijo, contra su pecho.

-Ya, ya mi amor, todo está bien.- No ocultaba sus lágrimas y su voz quebrada y solo podía sostener a su hijo entre sus brazos, quien lloraba de una manera aún más desconsolada, de la que su madre lo hacía. -Ya no tendrás que pelear solo. Te prometo que nunca más estarás solo... Me quedaré aquí contigo y nunca más vas a tener que enfrentar nada en soledad.

-¿Aquí? ¿Me lo prometes?- Cuestionó sin sacar su rostro del cuello de su madre, aspirando ese dulce aroma a flores que siempre amó y recordaba más que cualquier otra cosa.

-Si, pequeño. Se que aquí eres feliz así que aquí nos quedaremos y te juro que haré todo lo posible para armar una vida aquí, todos juntos, pero sin...

Apenas un breve silencio se dio, un silencio que ambos comprendieron bien con que palabras se llenaba, pero no les interesaba mucho, ya que estaban metidos en disfrutar a fondo ese tan deseado acto por parte de ambos, aunque mucho más de parte del muchacho, ya que había necesitado tanto a su mamá, que ahora no quería soltarla nunca, por miedo a estar soñando y verla desaparecer si se soltaba de sus brazos.

A cada segundo que pasaba, Camus se aferraba mucho más a su madre, quien le devolvía el mismo afecto de la misma manera y juraban que podían estar así durante horas, de no ser porque una linda y tierna voz se escuchó a lo lejos y los hizo mirar más allá de ellos mismos y ese momento tan íntimo que compartían.

-¡Mami!- El niño detuvo su marcha al instante en que vio en compañía de quien, su madre se encontraba y aunque sonrió con alegría al reconocer a Kanon, sus ojito también se desbordaron en lágrimas cuando finalmente su mirada chocó con la de su hermano.

Se echó a correr más rápido que nunca, como si su vida dependiera de ello ya que no quería perder más tiempo lejos, ya que el ansiado momento estaba solo a unos pocos metros, a unos pocos pasos, por lo que corrió a todo lo que sus pies, sus piernas daban. Camus no se quedó atrás y sintiendo valor e impulso desde el fuego que nacía de su corazón, se puso de pie y, apenas si pudo dar unos pocos y escasos cuatro pasos por sí mismo, pero fueron los suficientes como para caer de rodillas frente a Degel, que se pegó a su cuerpo y comenzó a llorar mucho más desesperado que Camus o su madre momentos atrás.

Rodeó con sus pequeños bracitos la cintura de su hermano y casi gritaba de una extraña tristeza alegre, mientras le repetía una y otra vez que lo quería mucho, que lo adoraba y que sería muy buen hermano para que nunca más volviese a enfermar y que si sucedía, él lo iba a cuidar hasta que volviera a ponerse mejor.

El pelirrojo mayor no decía nada, solo también sonreía mientras le acariciaba el cabello y dejaba sus lágrimas correr por su rostro libremente. No podía decirle nada porque sus palabras estaban totalmente atoradas en su garganta y temía perder su voz si se decidía a decir siquiera media palabra, por lo que solo permaneció en silencio, abrazado a su hermanito y sintiendo como su hermana se volvía parte de ese abrazo, envolviéndolos en un indescriptible calor, haciéndose participe de ese encuentro, conociéndolo junto con él, a ese lindo pequeño que iba a ser la felicidad y calma que nunca pudieron tener, pero que finalmente conocerían.

Su inocencia sería toda la paz y unión, que siempre merecieron tener. 

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