El arribo de la salvación
-¡Ay pero qué vi...- Paró un segundo y analizó lo que diría. Cuando estuvo seguro de lo que era mejor, se volvió a enojar. -¡Ay pero qué muerte de mierda!
Apretó sus puños y se dio media vuelta para golpear contra la puerta de un casillero.
Pero al hacerlo, un chico que estaba frente a él, se sobresaltó y giró hacia donde Milo estaba, cosa que hizo que al rubio le diera un mínimo de esperanzas.
-Oye, ¿Me ves?- Se paró frente a aquél joven pero solo fue ignorado como últimamente le venía ocurriendo. -Que me vas a ver... Si soy un puto ente atrapado en un limbo sin salida alguna.
Aquél joven, que había olvidado completamente que había escuchado de la nada, un golpe cargado de odio, acabó de sacar sus cosas de su casillero y metiendolas en su mochila, se marchó de aquél pasillo.
Milo no tenía mucho que hacer, además de que se encontraba demasiado aburrido, decidido seguirlo y pasar el día con él, aunque el otro ni se percatara de su presencia.
Lo siguió por casi toda la escuela y cuando finalmente aquél iba a ir directamente al salón de clases, Milo vio pasar corriendo a otro joven y no pudo evitar sentir algo de curiosidad por aquel nuevo sujeto que tan de repente se presenta.
Fue hasta el baño, que era donde se había metido y siendo algo silencioso, a pesar de ser un espíritu desde hacía ya casi un año, había cosas que aún no podía sacar de su comportamiento, como ser sigiloso cuando perseguía a alguien o poner demasiada atención cuando escuchaba a alguien pedirla.
Se sentía ya parte de aquélla secundaria, aunque bien sabía que era parte de ella ya, y no le quedaba de otra más que ir de clase en clase, escuchando a los profesores dar sus charlas, para que se le pasara rápido el tiempo, y de noche deambular sin dirección alguna por la biblioteca o el campo de deportes, acostándose en el césped para mirar las estrellas y pensar en sus seres amados a los cuales no podría volver a ver, a menos que fueran a aquél sitió, al menos por un instante.
Al entrar, vio a ese joven mirarse seriamente al espejo. Sus ojos estaban rojos y su nariz algo húmeda. No era necesario ser un genio para darse cuenta de que había estado llorando.
Le conmovió un poco su aspecto y muchas ganas de acercarse para ponerle una mano en el hombro y decirle "todo estará bien", fueron apoderándose de él, y aunque si por un momento dudó en hacerlo, mucho no le duró, ya que acabó haciéndolo, aunque le dolió mucho el corazón al saber que aquél jamás lo notaría.
De haber visto que apenas si hizo eso, aquél hombre entrecerro sus ojos y por el rabillo de su ojo miró hacía su derecha, no habría de pensar tales cosas.
Se alejó unos centímetros cuando vio que sacaba su celular y marcaba un número de manera rápida.
Escuchaba y escuchaba el sonido pero nadie lo atendía. En su rostro se formaba una mueca de tristeza mucho más grande que la anterior.
-Su llamada está siendo dirigido al buzón de voz de...
Cortó la llamada apenas escuchó eso y más lágrimas salieron de sus orbes de color carmesí.
Eso, a Milo, que en silencio observaba todo, le trajo interminables recuerdos de cuando lo perdió todo y aún así quería comunicarse con su madre y su hermano, pero nada tenía resultado.
Sin darse cuenta, también comenzó a llorar y se apoyó contra la pared para dejarse caer y abrazar sus piernas contra su pecho y escondió su rostro entre sus rodillas. Ese momento lloró amargamente, como jamás le pasó en el último tiempo.
El tiempo para él no pasaba ya, así que no podía decir con exactitud cuanto pasó en esa posición, que abandonó apenas sintió que el agua del lavado comenzaba a correr y el joven se lavaba el rostro una y otra vez, tal vez así intentaba borrar todo rastro del llanto que lo embargó momentos atrás.
Después se ató el cabello y luego de mirar durante largos segundos su celular, finalmente lo guardo en su bolsillo y salió del baño justo en el mismo instante en que la campana sonaba para ingresar a clases.
Sin dudarlo, lo siguió y cuando entró al salón, grande fue su sorpresa al ver que ese joven, que debería de tener menos de 30 años, era el profesor a cargo de la clase de historia.
Con mucho gusto y una admiración enorme, escuchó cada palabra que salió de su boca durante la hora y cuarto que duró la clase. La historia había sido su materia favorita y de no haber elegido medicina, definitivamente habría optado por algo de historia.
El tiempo era irrelevante en su nueva existencia, pero esa vez sintió que fue solo un segundo lo que duró aquella clase.
Vio como le daba una sonrisa a cada alumno cada que se retiraban del salón y cuando estuvieron solo los dos, la mueca de tristeza volvió a embargar al mayor, cosa que hizo que Milo se acercara y tomara su mano para darle apoyo.
-Ya te lo dije. Todo se pondrá mejor para ti.
De un momento a otro, más precisamente cuando le dijo eso, lo vio sonreír levemente y se hizo creer a si mismo que fue gracias a sus palabras.
Lo vio recoger todas sus cosas e irse de allí, Milo sin dudar lo siguió hasta la biblioteca, en donde se pasó durante horas sentado a su lado, viéndolo leer y preparar exámenes. Trayendo libros y más libros a la mesa donde estaban, ya sea para clases o para su propio entretenimiento, Milo lo veía con verdadera admiración.
No sabía que era lo que le llamaba la atención en él.
Tal vez era su largo cabello color fuego, o sus brillantes ojitos escarlata o esa piel blanca que mas resaltaba a la perfección con esa camisa azul que llevaba puesta.
Sea lo que sea, Milo había encontrado con quién pasar todos sus días, aunque el otro no lo viera.
Ya estaba oscurecido cuando aquél profesor comenzó a devolver a sus respectivos estantes, todos los libros que había sacado. Milo solo se quedó observándolo de lejos y sonreía cada que lo tenía cerca o lo veía dejar salir una ligera sonrisita.
Para el instante en que lo vio guardar sus propias cosas en su maletín, un poco de tristeza lo invadió, ya que después de tanto tiempo encontraba con quién sentirse a gusto, pero por su maldición, no podía acompañarlo hasta donde sea que fuere. Pero al menos sabía que trabajaba allí y que lo vería a diario.
Eso le devolvió la alegría y totalmente sonriente, se quedó sentado en su lugar mientras lo veía marchar a paso lento.
Aunque lo extrañó que al abrir la puerta de la biblioteca, giró su mirada hasta donde estuvo sentado momentos atrás.
-Tal vez olvidó algo.- El rubio también volvió la mirada, pero la mesa estaba libre y el piso completamente limpio. Era imposible que se le haya quedado algo allí.
Pero al saber la razón por la cual el mayor giró la mirada, lo dejó perplejo.
-¿Vas a venir o no?
Milo giró sus ojos hacía él y en completo shock lo observó quieto.
-¿Yo?- Salió tímidamente de sus labios.
-Si, tu. Estuviste conmigo todo el día, no soy idiota. ¿Vienes o te quedas allí?
Milo no sabía que responder. La pregunta lo tomó desprevenido.
-Como quieras. Te veo mañana.
Sin más, se marchó dejando con mucha impresión al menor, que estaba más espantado que él otro. ¿Cómo puede ser que estuviera tan tranquilo al saber que todo el día estuvo al lado de un fantasma y ni siquiera inmutarse por eso?
Sea como sea, lo había visto, sabía que estaba allí y eso era algo en extremo bueno para el rubio.
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