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Dilemas

No había pasado mucho tiempo hasta que el escándalo entre los doctores se hiciera bastante público en los pasillos del hospital y los principales directores del recinto los llamaron a ambos para que dieran explicaciones acerca del asunto, y aunque ellos no lo negaron, se sorprendieron bastante al ser notificados de que no iban a darle ningún castigo severo, más bien fue una leve advertencia y un pedido de que no volvieran a hacer esas cosas en una oficina o algún consultorio vacío.

Fue un simple pedido de que siguieran haciendo lo que quisieran, pero no allí. Zaphiri y Krest aceptaron lo que les correspondía y se fueron sin más de esa reunión, pero, aunque tuvieron bastante calma por ese lado, por otro ya estaban más que enterados, más no preparados para lo que se venía con respecto a Sasha y el juicio que le iba a iniciar por el divorcio y su conducta adultera.
Al recordar esa situación, un ligero bufido de cansancio se escapó de entre los labios del francés, cosa que no pasó desapercibido para su acompañante, quien no hizo nada para calmar sus frustraciones, ni siquiera le preguntó qué era lo que le pasaba, porque bien sabía cuáles eran sus molestias, además de que no nacía hacerle algún cuestionamiento, ya que, si lo conocía bien, Krest le diría que era toda su culpa, que por su responsabilidad, casi había arruinado su carrera y estaba a punto de perder a su familia, por lo que se decantó por no decirle ni media palabra sobre ese asunto y solo se limitó a preguntarle si quería ir por algo para almorzar, recibiendo apenas un leve asentimiento.

-Espérame en mi oficina. Iré a comprar algo y vuelvo de prisa.

-Haz lo que quieras.

-A veces pienso que no vas a cambiar nunca...

No se dijeron más nada, Zaphiri se limitó a irse lo más a prisa que pudiera, porque, aunque aún lo quería, aunque aún existía un ligero y profundo cariño por el de cabellos tan oscuros como los propios, sentía que ya estaba demasiado grande como para andar soportándole la actitud de niño malcriado. Ambos ya estaban bastante mayores y no podía creer como Krest parecía involucionar en su propio ego y soberbia, en lugar de aprender de las malas decisiones que tomaba por ellas e irse deshaciendo de ellos poco a poco.

Aun así, se sorprendía a si mismo al darse cuenta de que lo quería un poco más de lo que antes podía hacerlo y, aunque lo detestaba profundamente, no quería sacar sus ojos de esos berrinchitos exagerados, pero totalmente adorables, ya que sabía que, en parte, Krest los usaba para conseguir lo que quería y no se animaba a decirlo de manera directa.

Por su lado, el propio francés estaba hecho una furia, pero no lo demostraba para fuera, sino que su interior hervía en mil llamas, prendidas a más no poder, porque si había algo que él no lograba manejar, era el hecho de que toda su vida, toda su perfecta e intachable vida, que había construido con toda la paciencia, esfuerzo y dedicación que alguien puede ponerle al sueño de su vida, él lo había destruido todo solo porque no supo mantener sus pantalones en su lugar y tratar de que Zaphiri también los conservara.

No iba a negar esa pequeña parte suya que estaba encantado con lo que había sucedido, de haber recordado su tan “glorioso” pasado, su juventud al lado de aquel compañero de años, que tanto le había costado dejar atrás por, a sus ojos, culpa de su hija y, sentía que ahora que podía recuperar un poco de aquella pérdida pasión, aunque sea a escondidas, pero el boca floja de su flamante yerno, le había arrebatado por lo que deseaba recuperar y ahora debía hacerse a la idea de despedirse de su familia, por más libertad que estos le dieran si acababa dejándolos atrás.

Él era un hombre de valores fuertes, que creía en la unión de la familia y el matrimonio para toda la vida y que Sasha, de buenas a primeras, aunque tuviera toda la razón del mundo, quisiera separarse y romper con sus votos y sus creencias, hacia tambalear todo en lo que siempre había basado su fe. Sabía que era hipócrita que le pida fidelidad a la mujer cuando él hasta en sueños la había engañado, pero sentía y sabía bien que nada podía hacer, más que enfrentar los hechos que se le venían encima y tratar de superar con la mejor cara posible aquel inevitable divorcio.

Recién en ese momento se dio por enterado de que no tenía tiempo para lamentar lo que le estaba pasando, así que mejor iba a poner sus pensamientos y energías en algo mejor que dichas preocupaciones, por lo que, en lo que Zaphiri se demoraba en buscar sus almuerzos, él iría a ver a Camus para asegurarse, no solo de que se sintiera mejor y su corazón estuviera respondiendo como debía a su nuevo cuerpo, pero más que nada, quería verlo para hablarle sobre lo que había presenciado, lo que su novio había dicho y como tenía que responder él a lo que su madre podría pedirle. Quería ver a su hijo, no solo como su paciente, sino también, como la única familia que no llegaría a traicionarlo nunca, por más que él mismo lo hizo hacía diez años atrás, y que le daría la razón a la justica cuando dijera que era un buen padre y que su guarda médica y la custodia de su hermano pequeño, debía tenerla él y no Sasha, ya que la mujer era demasiado sentimental y temperamental, por ende, jamás podría cuidar de ambos jóvenes.
Pensó que, hablándole de la misma y casi manipuladora manera en que lo hacía siempre, cada que intentaba conseguir algo, estaba totalmente seguro de que podría convencer a su hijo.

Aunque acabó llevándose la sorpresa de su vida cuando, al ingresar en la habitación de su hijo, no había nadie allí, más que una manta, que Krest le había traído de Lyon, que sabía que Camus la utilizaba cuando era pequeño y algo le daba miedo, y una hoja doblada que, al tomarla, pudo leer en la clara letra de su hijo mayor una declaración que le daba más que entender que nada le iba a salir como quería. Al menos no tan fácilmente.

“Eres un buen médico, pero eso es lo único bueno que tienes. Eres un padre y esposo horrible. Firmé mi alta voluntaria, mamá y Milo pueden cuidarme, así que deja de molestar y vete con el doctor Aeneas, tal vez él logre quitarte lo amargado de una buena vez.”

El papel se arrugó entre sus dedos y una mueca de evidente ofuscación se le plantó completa. No sabía que hacer sinceramente, porque él no quería quedar como el débil que lo perdía todo, aunque todo indicase que para allí sucederían los hechos, estaba totalmente decidido a no permitir que aquello sucediera.

Aunque tuviera que caer muy bajo en sus acciones, iba a lograr lo que se proponía.

*
*
*

Saga estaba demasiado contrariado y no podía comprender que era lo que le estaba pasando. Sorrento se había comportado tan diferente a como él pensó que sería. Él esperó que el joven estuviera sumido en terror, rogando por su vida, llorando en un rincón, hecho un pequeño ovillo de desesperación y tratando de huir por todos los lugares y situaciones posibles, pero nada fue siquiera cerca de lo que realmente estaba pasando.
Sorrento había mantenido una total calma y un completo temple de acero mucho más grande que el que Camus había demostrado jamás.

Aunque hacía días que no se hablaban, el austriaco, durante todos los días de aquella forzada convivencia se había comportado de una manera bastante amable, buscándole charla y hasta psicoanalizándole sin que el gemelo mayor lo notara, pero surtiendo un efecto bastante grande en el mayor, ya que se quedó tan sumido en sus pensamientos que esa fue la razón principal por la que ahora no se hablaban, ya que Saga siempre estaba tan metido en su cabeza que parecía no poder ver más allá de los pensamientos que había en su cerebro en ese instante, por lo que, recurriendo a lo que había aprendido en sus años universitarios y sus prácticas de trabajo social, Sorrento lo dejaba solo y esperaba porque lo buscara, al menos para una palabra mínima o comentario, como pasaba sigilosamente cuando cenaban o algo parecido.

Al menos, el de Spielberg sabía que iba por un buen camino, porque la mirada de Saga parecía cambiar a una de, al menos, arrepentimiento, cada día que pasaba, y eso él lo consideraba en extremo bueno.

Aunque el propio Saga consideraba en extremo malo el sentirse culpable por lo que había hecho y, definitivamente, tenía que hacer algo para matar ese sentir y debía hacerlo lo más pronto posible o Sorrento lo tendría en sus manos y eso no podía permitirlo...

Aunque debía admitir que le daba culpa también hacerle algo.
Era demasiado complicado y de verdad que no sabía muy bien qué hacer con lo que sentía y eso molestaba más que nada y todo, a la vez, en ese momento.

*

*

*

¡Y más de cinco meses después, regreso aquí! Algo corto, pero creo que es suficiente, como para iniciar a lo que vendrá luego.

Ya prometo que no voy a dejar más abandonado este relato... Es más, me dedicaré a preparar y actualizar bastante seguido esto, como para avanzar lo suficiente, sobre todo, en Saga y Sorrento.

¡Besos! ¡Les quiero! 💕

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