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Desesperación y encierro

-En memoria de...- Revisó rápidamente los nombres de las víctimas de esa trágica mañana y suspiró con tristeza al verse allí. -Milo Scorpio. Sé que lo estoy. Se que estoy muerto pero no se porque sigo en este maldito pasillo.

Se alejó de aquél mural y volvió al lugar donde conoció a la muerte. Se apoyó contra la puerta del salón de clases al que iba el hermano de su amigo y dejando su mente lo más en blanco que pudo, comenzó a recordar ese día horrible, pero su mente estaba inundada de un blanco total.

Abrió sus ojos y vio que el pasillo nuevamente estaba llenó de personas. La mayoría, desde ese día, eran padres que acompañaban a sus hijos hasta la puerta de su sala, y solo cuando se aseguraban de que todo estuviera en orden, se retiraban pero no estaban en lo absoluto tranquilos.

-Oí que Natassia Scorpio tuvo que enviar a su hijo con un psicólogo infantil. Al parecer el pequeño aún no se puede hacer a la idea de que su hermano jamás regresará.

-Es comprensible. Milo era más que un hermano para Kardia. Era su héroe. Imagínate que te quitarán todo lo que adoras en un simple segundo. Estoy admirada por la entereza que esa mujer muestra. De ser por mi, estaría totalmente destrozada.

-Tal vez lo dices por que solo tienes un hijo. Ella debe de velar ahora porque su pequeño esté bien y que su trauma no sea excesivo. Además, debes comprender que sólo han pasado diez días, es claro que aún no pueda asimilar del todo lo que ha pasado.

Mientras esas dos mujeres se alejaban, Milo se puso a seguirlas lo más cerca que podía. Sabía que ellas no lo notaría pero aún conservaba esa costumbre de no acercarse mucho a las personas. Por más que las conociera o no, estaba bastante renuente a que las personas se le aproximaran. Desde pequeño odió que invadieran su espacio personal.

Esa condición, dio paso a que no se relacionara mucho con personas a la cuales no las veía con buenos ojos desde el comienzo, y por dicha razón, muchos lo tacharon de antisocial y hasta varios profesionales en desarrollo infantil, le habían aconsejado a Natassia que llevará al pequeño con algún médico experto en desarrollo infantil que tratara de "corregir" ese desorden en el pequeño.

Aunque ella lo consideró, más temprano que tarde se dió cuenta de que a su hijo simplemente no le gustaba estar rodeado de imbéciles y que si había algunas circunstancias en las cuales no quería que alguien se le acercarán, era solo porque disfrutaba estar solo y tranquilo.

Aún así, consiguió hacer amigos en sus años de primaria. Eran pocos pero eran buenos y eso era suficiente, tanto para él como para su madre. Aunque desde hacía casi 9 años, Milo aseguraba con entereza que su mejor amigo era su hermanito Kardia.

Pero regresando a su pensamiento inicial, a su pequeña condición para con las personas, tal vez por esa razón, no podía hacerse una idea de quién podría haber sido el que entró a masacrar a todos los que se encontraba a su paso.
Sabía que hubo casos en diferentes áreas en que, ya sea adolescentes o apenas púberes, entraban a cualquier establecimiento y hacían desastres. Algunas de esas cosas eran realmente macabras, pero nunca antes se imaginó verse envuelto en uno.

Continúo intentando darse una idea de quién podría ser el misterioso personaje que lo mató a él y a las otras 18 personas, pero su mente solo divagaba por lugares sin sentido.
De todas maneras, sabía que, al menos para él y sus circunstancias, le sería imposible averiguar algo. No, no importa cuánto se rompiera la cabeza pensando, nada conseguiría. Nadie es tan sádico y enfermo como para salirse con eso de la noche a la mañana.

Detuvo su andar al darse cuenta de que aquellas dos mujeres se detenían justo frente a un escaparate con las fotos de todos los chicos que perdieron la vida esa mañana. Observó hacia donde ellas lo hacían y maldijo a su madre por haber elegido esa fotografía.

En esos momentos, había decidió cortar su largo cabello rubio, y dejárselo corto, pintarselo de azul y hacerse unas mechas de color rojo.
Si no era su asesino, seguro esa fotografía lo haría morir de vergüenza.

-Pobre muchacho Scorpio. Toda su vida por delante y con un excelente futuro en la carrera universitaria que había elegido.

-Ojala y pueda descansar en paz, después de tan traumática muerte.

-Ya quisiera yo descansar, pero por alguna extraña razón aún estoy aquí.- Dijo para si mismo apretando su mandíbula con rabia.

Las mujeres volvieron a caminar y Milo continúo siguiendolas. Salieron del establecimiento y él iba detrás como si nada.
Pero cuando quiso poner un pie más allá de los terrenos de la escuela, algo muy poderoso lo jaló e hizo que volviera a aquél pasillo.

-¿¡Qué mierda!??

Cuando se puso de pie, trato de correr y volver detrás de esas dos mayores, para saber algo más de la situación o al menos volver a su casa, para ver a su madre y su hermano una última vez. Tal vez era por eso que seguía atrapado en aquel sitio, tal vez el no haberse podido despedir de sus seres amados lo tenían aprisionado en ese espantoso sitio pero nuevamente algo lo volvió a tirar a los pasillos de la escuela...

La desesperación lo embargó y no pudo evitar sentir un gran nudo hacerse lugar en su garganta y en su estómago sentir el vacío más grande que jamás experimentó. Mucho más grande que aquel que sintió cuando se dió cuenta de que había muerto.

A pesar de intentar varias veces más, el resultado seguía siendo el mismo. Una fuerza sobrenatural enorme lo devolvía a aquél lugar donde cayó muerto y entonces lo comprendió.

Aquél pasillo a donde siempre regresaba... Se había transformado en su tumba.

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